Por: José Miguel Arráiz
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Hay dos argumentos que en su día fueron el caballito de batalla de los arrianos, y hoy día siguen siendo muy populares entre los testigos de Jehová. Uno de ellos es afirmar que el Hijo es inferior al Padre en base a Juan 14,28
“Habéis oído que os he dicho: “Me voy y volveré a vosotros.” Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo.”
Otro consiste en afirmar que Jesús no era Omniciente en base a Mateo 24,36
“Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre.”
¿Son válidas estas objeciones?
No. El problema radica en la incapacidad arriana de entender que en Cristo hay dos naturalezas: La humana y la divina. La naturaleza humana es inferior a la naturaleza divina del Padre, pero su naturaleza divina es la misma.
A este respecto San Agustín explica:
San Agustín, La Trinidad, I,7,14: BAC 39,135-136
Pero como muchos pasajes de varios libros santos, a causa de la encarnación del Verbo de Dios, llevada a cabo por nuestra redención por Jesucristo, mediador de Dios y de los Hombres, insinúan y abiertamente demuestran la superioridad del Padre sobre el Hijo, erraron los mortales, y, sin investigar con diligencia la serie completa de las Escrituras, atribuyeron a la naturaleza que era y es eterna antes de la encarnación lo que se dice de Cristo en cuanto a hombre.
Los que dicen que Cristo es inferior al Padre apoyan su sentencia en las palabras del Señor cuando dice: El Padre es mayor que yo (Juan 14,28). Más la verdad demuestra que en ese sentido, el Hijo es también inferior a sí mismo. Y, como no ha de ser inferior si se anonadó tomando la forma de esclavo? (Filipenses 2,7). No obstante, al venir en forma de esclavo, no perdió la forma de Dios, en la que es igual al Padre. Si, pues, tomó la forma de siervo sin perder su forma divina – en su forma de siervo y en su forma de Dios es siempre el hijo unigénito del Padre-, en su forma divina igual al Padre, en su forma de siervo, mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, ¿quien no ve que en su forma de Dios es superior a sí mismo, y en su forma de esclavo de sí mismo inferior?.
Con plena razón la Escritura afirma ambas cosas: Que el Hijo es igual al Padre y que el Padre es mayor que el Hijo. No existe aquí confusionismo alguno: Es igual al Padre por su naturaleza divina, inferior a causa de su naturaleza de esclavo.
Con Mateo 24,36 cometen el mismo error. Cristo en cuanto hombre tenía limitaciones, en cuanto a Dios lo sabía todo. En este sentido la misma Escritura testifica:
“para que sean consolados sus corazones, unidos en la caridad, y alcancen en toda su riqueza la perfecta inteligencia y conocimiento del misterio de Dios, de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.” Colosenses 2,2-3
“Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios.»” Juan 16,30
“Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas” Juan 21,17
San Hilario de Poitiers da una explicación algo larga pero buena buena.
San Hilario de Poitiers, La Trinidad, IX, 58-67. BAC 481,492-502
58. Pero los herejes entienden como una negación de su naturaleza divina el que se haya dicho: El Padre es mayor que yo (Juan 14,28); o también: El día ni la hora nadie lo sabe, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre (Marcos 13,12+Mateo 24,36). Por lo tanto, la ignorancia del día y la hora, les sirve para negar que sea Dios unigénito; de tal manera que el Dios nacido de Dios no tendría aquella perfección de su naturaleza que es propia de Dios, ya que, al dominarle necesariamente esta ignorancia, una fuerza exterior sería más fuerte que él, y esta le mantendría en la fragilidad de su ignorancia como a quien es impotente frente a ella. Mas todavía: la locura de los herejes nos quiere obligar a esta interpretación impía, como si tuvieran derecho de imponer la confesión de que así se ha de creen; y aducen la razón de que así lo ha dicho el Señor, y puede parecer muy irrespetuoso que el testimonio que él da de sí mismo sea alterado con nuestra interpretación distinta.
59. Y en primer lugar, antes de hablar del sentido y la razón de estas palabras, se ha de considerar, con el juicio del sentido común, si puede creerse que ignore algo de cualquier cosa aquel que es el principio de todas ellas en lo que son y serán. Pues si todo existe por medio de Cristo y en Cristo y existe de tal modo por medio de él que todo tiene en él (Colosenses 1,16) su ser, aquello que no es ajeno a él ni deja de existir por medio de él, ¿cómo no entrará también en su conocimiento, cuando muchas veces este por virtud de su naturaleza, que no puede ignorar nada, abarca aquello que no existe ni en él ni por el? Y aquello que no tiene su razón de ser más que a partir de él y no recibe más que en él el desarrollo hacia lo que es y será. ¿Cómo quedará fuera del conocimiento que corresponde a su naturaleza por el cual y en el cual se contiene todo aquello que se ha de hacer?
Pues el Señor Jesús no ignora los pensamientos humanos; no solo aquellos despertados por un motivo presente, sino también los que se agitarán a causa de los deseos futuros; así lo atestigua el evangelista: pues Jesús sabía desde el principio quienes no creían y quien era el que le iba a entregar (Juan 6,65). ¿Se podrá considerar que el poder de su naturaleza, que abarca el conocimiento de las cosas que todavía no existen y no ignora las inquietudes que habrán de soportar los ánimos todavía tranquilos desconocía lo que existe por él y en él? ¿Y que sea impotente en lo suyo el que es poderoso en lo ajeno, aquel del que recordamos que se ha dicho: Todo ha sido creado por Él y en Él y Él existe antes que todos (Colosenses 1,16s); o aquello: Porque tuvo a bien que en él habitara toda la plenitud, y por medio de él reconciliar para él todas las cosas? (Colosenses 1,19s).
Puesto que en él está toda la plenitud, todas las cosas son reconciliadas por medio de él y en él y aquel día es la esperanza de nuestra reconciliación, ¿va a ignorar cuando será aquel día cuya fijación está en él y cuyo misterio existe por él? Pues ese día es el de su venida de que dice el Apóstol: Cuando aparezca Cristo, vuestra venida, entonces también vosotros apareceréis con él en gloria (Colosenses 3,4).
Nadie ignora lo que existe por medio de él y dentro de él. Cristo va a venir, ¿e ignora el día de su venida? Es su día, como dice el mismo Apóstol: porque el día del Señor vendrá de noche como un ladrón (1 Tesalonicenses 5,2), ¿y se ha de creer que él no lo conoce? Los seres humanos planean lo que tienen que hacer, lo conocen de antemano en cuanto pueden, y el conocimiento de lo que han de hacer acompaña a la voluntad de llevarlo a cabo; y el que ha nacido como Dios, ¿ignora lo que existe por medio de él y en él? Por él existen los tiempos y el día está en él, pues por medio de él se determinan las cosas futuras y en su mano está el disponer su venida. ¿y vivirá en tal ignorancia que no conozca aquello que existe para él debido a la torpe naturaleza de su mente? ¿Será como las fieras y las bestias salvajes, que con su vida ajena a toda previsión aquello mismo que hacen cuando, movidas por cualquier impulso de su instinto irracional, son llevadas a cualquier parte con un proceder causal e incierto?
60. Como se puede creer que el Señor de la gloria, por ignorar el día de su venida, posea una naturaleza desintegrada e imperfecta, que, por una parte, tiene necesidad de venir y, por otra, no conoce el tiempo de su venida? Por lo cual sería mejor atribuir a Dios la ignorancia que le quita el poder de conocer.
…
62. Pero Pablo, el doctor de las gentes, no tolera entre nosotros esta confusión del error impío según la cual se cree que el Dios unigénito ha ignorado algo. Pues dice: Fundados en el amor sean llevados a la riqueza de la plena inteligencia, al conocimiento del misterio de Dios, Cristo, en el que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Colosenses 2,2s). El Dios Cristo es un misterio, y en él están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Pero esto no se puede decir a la vez de una parte y del todo, porque la parte no significa el todo y el todo no puede ser interpretado como una parte. Pero, si el Hijo ignora el día, ya no están en él todos los tesoros de la ciencia. Pero, si en él están todos los tesoros de la ciencia, no ignora el día, pues tiene en sí todo el tesoro de la ciencia. Pero nos conviene recordar que estos tesoros de la ciencia están en él ocultos, pero no por estar ocultos dejan de estar, pues están en él porque es Dios, pero por ser misterio se ocultan.
Pero para nosotros no está oculto ni es ignorado el misterio de Dios, Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la ciencia. Y porque él es misterio, veamos si es ignorante en aquellas cosas que no sabe. Pero, si en otros lugares la confesión de ignorancia no puede interpretarse como desconocimiento, tampoco ahora ignora lo que desconoce. Pues como su ignorancia dado que todos los tesoros de la ciencia están ocultos en él, es designio salvador mas que ignorancia, se puede explicar la razón del ignorar sin entenderlo como un no saber.
63. Pues todas las veces que Dios dice que ignora, ciertamente confiesa ignorancia, pero no se encuentra limitado por ella.
Pues no saber nada tiene que ver con la debilidad de la ignorancia, sino que se debe a que no es tiempo de hablar o a que no ha llegado la oportunidad de obrar. Dios habla así a Abraham: El clamor de Sodoma y Gomorra ha colmado la medida y sus pecados son muy grandes. Por lo tanto, bajaré y veré si, de acuerdo con su clamor, han llegado hasta el límite; y en el caso contrario, lo sabré (Génesis 18,20s). Tenemos, por consiguiente, al Dios que no sabe y que, con todo, no ignora; pues, si sabe que los pecados son muy grandes y, a pesar de todo, baja para ver si han colmado la medida o para saberlo sino la han colmado, vemos que no lo ignora porque no lo sepa, sino que entonces lo sabe, porque ha llegado el tiempo de obrar. El Dios sepa, no es, por lo tanto, un cambio desde la ignorancia, sino la plenitud del tiempo. Hay que esperar todavía a que sepa. Pero no podemos pensar de Él que no sepa, y, con todo, todavía espere para saber; por ello es preciso que el hecho de que no sepa sabiendo o sepa ignorando no obedezca más que al designio de hablar y de actuar.
64. No podemos dudar, por lo tanto, de que el conocimiento de Dios es cuestión de tiempo más que de mutación en él; pues, cuando se habla de que Dios sabe, se trata del tiempo de dar a conocer el conocimiento más que en el momento en que se ha adquirido. Esto mismo se nos enseña con lo que se le dijo a Abraham: No pongas la mano sobre el niño y no le hagas nada, pues ahora he conocido que temes, al Señor, tu Dios, y no haz perdonado a tu hijo amado por mi causa (Génesis 22,12). Así pues, Dios ahora sabe. El que ahora sepa es indicación de una ignorancia anterior; pero esto no se acomoda al ser de Dios. Como tampoco es posible que antes ignorase que le era fiel Abraham, del que se ha dicho: Abraham creyó a Dios, y se le reputó como justicia (Génesis 15,6). El que ahora conozca significa el momento en que Abraham recibió este testimonio, pero no que Dios en ese momento empezara a saber. Abraham con el holocausto de su hijo había mostrado el amor que tenía a Dios. Dios lo conoce en ese momento en que habla de ello. Pero como no se ha de pensar que antes no lo supiera, tenemos que considerar que se dice que entonces lo ha sabido porque habla. Y entre los muchos pasajes que se contienen en el Antiguo Testamento acerca de la ciencia de Dios, hemos presentado estos solo a modo de ejemplo, para que se comprenda que el que Dios no sepa no es debido a su ignorancia sino al tiempo.
65. En los evangelios encontramos muchas cosas que el Señor ignora conociéndolas. No conoce a los que obran la iniquidad y se glorían en muchos milagros hechos en su nombre cuando dice: Y entonces juraré que no os conozco. Apartaos de mi todos los que obráis la iniquidad (Mateo 7,23). Afirma incluso con juramento que no conoce a aquellos a los que, con todo, no desconoce como obradores de la iniquidad. No los conoce, por tanto, no por su ignorancia, sino por que a causa de la iniquidad de sus obras son indignos de su conocimiento; confirma la verdad de lo que dice incluso con el vínculo del juramento. Tiene él no ignorar en el poder de su naturaleza y conserva el no saber en el misterio de su voluntad.
….
66…Cuando el que conoce perfectamente los pensamientos y las acciones pregunta, como ignorante, sobre los pensamientos y las acciones – como cuando pregunta a la mujer porqué ha tocado la orla de su vestido, o a los apóstoles porqué discuten, o a los que lloraban donde estaba el sepulcro de Lázaro-, no se ha de pensar que realmente no sabe, sino que se trata de un modo de hablar. Pues no tiene sentido que el que, estando
ausente, sabe que Lázaro ha muerto y ha sido sepultado, no sepa el lugar del sepulcro, y que el que ve los pensamientos, no haya conocido la fe de la mujer, o que el que no necesita preguntar acerca de nada, haya ignorado la discusión de los apóstoles. Para aquel que todo lo conoce es un designio oculto el decir de vez en cuando que no conoce aquello que ignora. Así, en el caso de Abraham oculta, por un tiempo, su conocimiento; o en el caso de las vírgenes necias y de los obradores de iniquidad, en los que dice que no los conoce porque son indignos; o en el misterio del hijo del hombre si pregunta como si ignorase, es debido a su condición humana. El que se adapta a la realidad de su nacimiento corporal en todo aquello en que se encuentra limitada nuestra débil naturaleza. No porque sea, por naturaleza, débil aquel que es Dios, sino porque el Dio nacido como hombre ha asumido las debilidades de los hombres. Y las ha asumido no de modo que la naturaleza inmutable se haya transformado en una naturaleza débil, sino que tal manera que el misterio de la asunción ha tenido lugar en la naturaleza inmutable, pues el que era Dios es hombre y el que es hombre no ha dejado de ser Dios.
Al obrar y mostrarse como quien ha nacido como hombre, la Palabra, que sigue siendo Dios, utiliza con mucha frecuencia el modo de hablar propio de su ser de hombre, y muchas veces el modo de hablar de Dios es el mismo que el de los hombres, pues dice que no sabe aquello que no es tiempo de revelar o aquello que no merece ser conocido.
Por consiguiente, tenemos que comprender por qué el Señor ha afirmado que desconoce el día. Si se cree que lo ignora absolutamente, el Apóstol contradice esta afirmación: En el que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Colosenses 2,3).
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