Por: José Miguel Arráiz
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Una de las principales diferencias entre un católico y un protestante, es que mientras el primero valora y atesora la sabiduría de sus antepasados y predecesores en la fe, custodiada por la Iglesia y contenida en lo que llamamos “Sagrada Tradición”, el segundo tiende a ver este magnífico patrimonio como “tradiciones humanas” o “doctrinas de hombres”, un conjunto de elucubraciones que no tienen sino la finalidad de distraer al cristiano del centro mismo de la fe en Cristo.
Ciertamente hay distintos grados de radicalismo en estas posturas tanto entre protestantes como entre católicos, pero definitivamente, si un protestante es protestante, es precisamente porque ha rechazado las enseñanzas y doctrinas de la Iglesia pensando que se ha corrompido y que es él, como individuo (y quienes piensan como él) quien tiene la verdad.
No es para mi raro escuchar de hermanos protestantes interrogantes como:
“¿Para qué necesito los concilios y los padres de la iglesia?”
Para hacer unas reflexiones en respuesta a estas interrogantes, me he animado a escribir estas líneas.
La principal respuesta la resumiría en este texto bíblico: “Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error” Efesios 4,14
La importancia de la Iglesia primitiva a la hora de entender las Escrituras
Alguien se preguntará: ¿Pero como me van a ayudar los concilios y los padres de la Iglesia a no andar a la deriva y ser zarandeado por cualquier viento de doctrina?.
En primer lugar por que es gracias a los padres de la Iglesia que podemos conocer como interpretaban y entendían las Escrituras aquellos que nos precedieron en el camino de la fe, muchos de los cuales recibieron su enseñanza directamente de los apóstoles y sus sucesores.
Si tomaramos como punto de referencia la Eucaristía, ¿quien tendrá razón? ¿Ignacio de Antioquía que creía en la presencia Real de Cristo en la Eucaristía, habiendo escuchado el evangelio de Pedro y Pablo, o Ulrico Zwinglio que la negaba dieciseis siglos después? Lo mismo es válido para cada punto de fe y doctrina.
Los concilios, forma bíblica de mantener la unidad doctrinal que Cristo exige.
“ Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio.” 1 Corintios 1,10
Si a esto agregamos que no es lícito según el mandato de Cristo que cada creyente profese las doctrinas que le parezca en total anarquía doctrinal respecto al cuerpo de Cristo que es la Iglesia, no será dificil ver en los concilios, más que una imposición “humana”, han sido el recurso utilizado por Dios y establecido por los apóstoles para resolver las diferencias en asuntos importantes. Para “atar” y “desatar” las verdades de fe.
Así por ejemplo, en el primer conflicto serio que tuvo que enfrentar la Iglesia (Hechos 15), la solución no vino porque cada quien tomara una actitud individualista, negando necesitar del resto, sino que se reunieron como un solo cuerpo en concilio, y la decisión de este fue acogida por todos los cristianos.
A muchos protestantes se le enseña de forma insistente que para comprender las Escrituras no necesitan de nadie, sino la única y exclusiva guía del Espíritu Santo.
¿Que hubiera ocurrido si los judaizantes se hubieran obstinado sin dar su brazo a torcer?. Quizá muchos de nosotros seguiríamos teniendo que circuncidarnos.
Lo mismo cuando surgieron herejías que negaron la divinidad de Cristo, la divinidad del Espíritu Santo y tantas otras verdades de fe, la Iglesia pudo luego de profundizar y reflexionar en las verdades contenidas en el depósito de la fe, explicitarlas para bien de la Iglesia.
Es por eso que es hoy día, donde la libre interpretación de la Biblia se proclama a todo pulmón por el protestantismo, cuando todas las herejías, inclusive aquellas que habían sido completamente erradicadas, han podido resurgir con más fuerzas y nuevos matices.
Las divisiones en la Escritura
“Al fin de los tiempos aparecerán hombres sarcásticos que vivirán según sus propias pasiones impías.» Estos son los que crean divisiones, viven una vida sólo natural sin tener el espíritu.” Judas 18-19
“Os ruego, hermanos, que os guardéis de los que suscitan divisiones y escándalos contra la doctrina que habéis aprendido; apartaos de ellos” Romanos 16,17
“Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: … divisiones, disensiones…”
Basta conocer un poco las Escrituras para darse cuenta que las divisiones en la Iglesia no son bien vistas. Son reconocidas como una obra de la carne, se nos manda a apartarnos de quienes las producen. Incluso estos son calificados como “hombres sarcásticos que viven según sus propias pasiones impías”. Y aunque en varias ocasiones me he encontrado con pastores que me han afirmado tajantemente que las divisiones son “beneficiosas” - menuda forma de justificar lo injustificable -, lo cierto es que un grupo que se divide continuamente deja constancia de que si tenía la verdad, se aleja de ella, ya que dos posturas opuestas no pueden ser ciertas.
¿Cual es el germen de la división?
Cualquier división y cisma es originada en primer lugar por la soberbia. Y es que quien se aparta de la Iglesia pensando que esta se equivoca, mientras que él es quien tiene razón, está en primer lugar siendo individualista, pues coloca su juicio privado sobre el de la Iglesia como colectivo. Está siendo también autosuficiente, porque rechaza la idea de necesitar la guía de la Iglesia. Está siendo desobediente, porque rechaza su autoridad. Está siendo arrogante porque está menospreciando la posibilidad de sabiduría de sus hermanos y antepasados en la fe, y por último está cegado, al ser incapaz de considerar la posibilidad de estar equivocado, y de reconocer la diferencia entre lo que él interpreta de la Escritura y lo que realmente puede querer decir.
Esto último se hace patente cuando vemos a miembros de distintas denominaciones protestates, creer que sus posiciones teológicas son ciertas porque “lo dice la Biblia”, pero cuando se compara con lo que otras denominaciones profesan vemos serias contradicciones. Lo curioso es que esas otras denominaciones también dicen creer lo que creen “porque lo dice la Biblia”. Y así tenemos un circulo vicioso donde surgen nuevos grupos que intentan reformar a los grupos de donde emergieron, creyendose mejores que los anteriores y más “iluminados”.
Desde esta perspectiva de autosuficiencia se suele ver al católico como un ser incapaz de pensar que acepta ciegamente todo lo que su Iglesia le diga. No pueden entender que el porqué de la postura católica, porque para hacerlo tendrían que abandonar su suficiencia, pero como la mayoría de las veces es inconsciente, es casi una misión imposible
Divisiones doctrinales protestantes
Hoy día el panorama es desolador. Las comunidades eclesiales protestantes se han dividido de forma exponencial muchas de ellas formando sectas destructivas y ciegamente anticatólicas. La mayoría tienen en común su odio a la Iglesia Católica, presentando a su vez grandes discrepancias entre las doctrinas cristianas fundamentales.
A continuación resumo algunas de las que considero más importantes:
Divisiones en cuando a cristología
Una doctrina que el protestantismo compartió con la fe católica era la fe Trinitaria, sin embargo hoy día la cantidad de denominaciones que se han adherido a las antiguas herejías cristológicas (y que se han inventado otras nuevas) es incontable.
He tomado de un foro evangélico Ekkesia Viva un listado parcial a los que ellos mismos llaman “Sectas no Trinitarias":
Unicitarios (modalistas), que creen que Dios es uno, pero creen que al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son manifestaciones, y no Personas. Ejemplos: Iglesia Pentecostal Unida.
Los que creen que Dios tiene tres “partes” y no tres personas. Típicamente, así creen muchos grupos judío-mesiánicos.
Los que niegan la plena divinidad de Cristo. O sea, creen que Cristo es el Hijo de Dios, pero no creen que ES Dios. Son subordinacionistas: Creen que el único Dios verdadero es el Padre y que las otras dos personas divinas sólo son manifestaciones algo inferiores, que fluyen del Padre. Ejemplo: “Iglesia La luz del Mundo", “Iglesias Cristianas de Dios".
Los politeístas Creen que el Padre y el Hijo son dos dioses separados. Ejemplo: Tito Martínez de España y su grupo. Se especializa en difundir su doctrina por Internet.
Los que niegan la divinidad y personalidad del Espíritu Santo: Iglesia de Dios Universal -WCG (*), los seguidores de Herbert Armstrong-, y varios de los grupos ya mencionados arriba.
Y dan también esta lista parcial como “grupos heréticos” (luego agregaron muchos otros)
Iglesia Pentecostal Unida, Iglesia del Dios Vivo columna y baluarte de la verdad, Iglesia de Dios Unida, la Luz del Mundo, Iglesia de Dios del 7mo. Día, Iglesia de Dios Israelita, Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús, Asamblea Apostólica de la Fe en Cristo Jesús, Casa del Alfarero, Iglesias Cristianas de Dios, Creciendo en Gracia, Iglesia Evangélica Cristiana Espiritual, La mayoría de grupos judeomesiánicos, Algunos cuáqueros, Iglesia de Dios Cristiana y Bíblica.
Divisiones referentes a la Eucaristía
En el coloquio de Marburgo en 1529 se establecía la primera gran brecha entre protestantes, al serles imposible llegar a un acuerdo a Martín Lutero y Ulrico Zwinglio en lo referente a la presencia real de Cristo en la Eucaristía (Lutero la defendía y Zwinglio la rechazaba).
Hoy día el manual del Prof. Georg Metzger basado en el catecismo de Lutero dice:
“Nuestro catecismo nos dice: “Es el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo.” Quiere decir que es el cuerpo real, natural de Cristo y su sangre real y natural. ¿Por qué enfatiza eso nuestro catecismo? Lo hace a causa de los falsos profetas e iglesias que no quieren creer el misterio de la Santa Cena. Especialmente las iglesias reformadas, las sectas, los metodistas, los pentecostales, de hecho, todas las otras iglesias protestantes fuera de la luterana enseñan así. No quieren creer estas palabras de Cristo; no quieren creer que estén realmente presentes el cuerpo y la sangre de Cristo en la Santa Cena y que los que vienen al sacramento realmente coman y beban estas cosas. Es en verdad un misterio maravilloso. No podemos comprenderlo por nuestra razón. Nos parece imposible. En consecuencia, esas iglesias enseñan que se tiene que tomar las palabras de Cristo figuradamente, entenderlas en otro sentido. Según ellos, Cristo no quería decir que la Santa Cena realmente fuera su verdadero cuerpo natural, sino solamente que el pan significa su cuerpo, que lo retrata. Se refería solamente al cuerpo espiritual de Cristo. Los cristianos deben recibir este cuerpo espiritual en la Santa Cena, o sea, Cristo y sus beneficios, con fe, mientras que el verdadero cuerpo natural del Señor está sentado en el cielo. Contra estos falsos profetas, que se basan en su propia razón, nuestro catecismo dice: “Es el verdadero cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo.”” Manual de teología Luterana, Prof. Georg Metzger basado en el catecismo de Lutero
Lo cual es en escencia lo mismo que había definido la solemte confesión de Augsburgo en 1530:
“En cuanto a la Santa Cena del Señor, enseñamos que el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo están realmente presentes, distribuidas y recibidas en la Cena bajo las especies del pan y del vino. Rechazamos pues la doctrina contraria.” Confesión de Augsburgo (Luteranos), Artículo 10 La Santa Cena del Señor
(Aún así, la posición Luterana difiere de la católica, ya que define la presencia real a través de la consubstanciación)
Pero mientras los luteranos anatemizan como falsos profetas a quienes profesan la doctrina contraria, los reformados y calvinistas defendían la posición contraria.
“Esa doctrina que sostiene un cambio de sustancia del pan y del vino a la sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo, (llamada comúnmente transubstanciación), por la consagración del sacerdote, o de algún otro modo, es repugnante no sólo a la Escritura sino también a la razón y al sentido común; echa abajo la naturaleza del sacramento; y ha sido y es la causa de muchísimas supersticiones, y además una crasa idolatría” Confesión de Westminster, Capítulo 29.VI. De la cena del Señor
Divisiones protestantes en cuanto al tema de la salvación
A pesar de la salvación por la sola Fe fue uno de los gripos de batalla en la reforma, no pasó mucho tiempo para que comenzaran a surgir divisiones inclusive en este punto.
En el siglo XVII por ejemplo, Jacobo Armiño predicó que la libre voluntad humana puede existir sin limitar el poder de Dios o contradecir la Biblia, lo cual era un duro golpe al luteranismo y al calvinismo que negaban el libre albedrío (Erasmo de Rotterdan, humanista católico en su Libero Arbitrio ya había refutado la doctrina Luterana en este sentido, a lo que Lutero respondió de forma iracunda con su de Servo Arbitrio). Tras la muerte de Arminio, un grupo de ministros que simpatizaban con sus puntos de vista desarrollaron una teología sistemática y racional basada en sus enseñanzas. En su declaración, protesta publicada en 1610, los arminianos afirmaban que la elección estaba condicionada por la fe, que la gracia podía ser rechazada, que la obra de Cristo estaba pensada para todas las personas, y que era posible perder la salvación.
En el Sínodo de Dort o Dordrecht (1618 -1619), los Sumos Calvinistas prevalecieron sobre el grupo de los arminianos y condenaron a los que estaban en desacuerdo con su teoría. El Sínodo de Dort declaró que la obra de Cristo estaba destinada sólo a aquellos elegidos para la salvación, que la gente que creía no podía perder la gracia. Los evangélicos armíñanos fueron entonces totalmente prohibidos en Holanda por el resto de evangélicos calvinistas hasta 1630, y desde entonces no sin reservas hasta 1795. Sin embargo, la tradición arminia se mantuvo en los Países Bajos a finales del siglo XX.
El teólogo británico John Wesley estudió y afirmó la obra de Arminio en su movimiento metodista durante el siglo XVIII en Inglaterra. Para el pueblo, el arminianismo se resume en la idea de que no existe la predestinación y que la gente es libre de seguir o rechazar el Evangelio.
Las diferencias han ido aumentando, y hoy inclusive es posible encontrar comunidades eclesiales protestantes que inclusive tienen una posición teológica en este punto similar a la Iglesia Católica, mientras otras se mantienen en los extremos más radicales del calvinismo.
Divisiones referentes al bautismo
El bautismo es otro punto donde las divisiones protestantes abundan.
La primera gran diferencia ocurrió entre luteranos, calvinistas versus anabaptistas. Mientras los primeros reconocían al bautismo como un sacramento, y la necesidad de bautizar infantes, los segundos se oponían.
“Enseñamos que el Bautismo es necesario para la salvación y que por el Bautismo se nos da la gracia divina. Enseñamos también que se deben Bautizar los niños y que por este Bautismo son ofrecidos a Dios y reciben la gracia de Dios. Es por esto que condenamos a los Anabaptistas que rechazan el Bautismo de los niños” Confesión de Augsburgo, Artículo 9 El Bautismo
La confesión de Westminster enseña::
“No sólo han de ser bautizados los que de hecho profesan fe en Cristo y obediencia a EL, sino también los niños hijos de uno o de ambos padres creyentes.” Confesión de Westminster, Capítulo 28.IV. El Bautismo.
“No es necesaria la inmersión de la persona en el agua; sin embargo se administra correctamente el bautismo por la aspersión o efusión del agua sobre la persona.” Confesión de Westminster, Capítulo 28.III. El Bautismo.
Muchas Iglesias evangélicas por el contrario predican que los niños no deben ser bautizados porque no pueden “creer” ni “arrepentirse”, otras afirman que el bautismo por inmersión es el único válido y acusan a la Iglesia Católica de apóstata por tales prácticas, inclusive hay quienes afirman que el bautismo con la fórmula Trinitaria es inválido y bautizan solo en nombre de “Solo Jesús” (entre las cuales están Iglesia pentecostal Unida y la secta Solo Jesús).
Divisiones referentes a la doctrina del pecado original
Así como los primeros (Luteranos y calvinistas) reconocen el pecado original, gran cantidad de denominaciones de tendencia anabaptista lo niegan.
La confesión de Augsburgo dice a este respecto:
“Enseñamos que a consecuencia de la caída de Adán, todos los hombres nacidos de manera natural son concebidos y nacidos en el pecado. Esto es, sin temor de Dios, sin confianza en Dios y con la concupiscencia. Este pecado hereditario y esta corrupción innata y contagiosa es un pecado real que lleva a la condenación y a la cólera eterna de Dios a todos los que no son regenerados por el Bautismo y por el Espíritu Santo. Por consiguiente rechazamos a los Pelagianos y otros que han menospreciado los méritos de la pasión de Cristo haciendo buena la naturaleza humana por su propias fuerzas naturales y que sostienen que el pecado original no es un pecado.” Confesión de Augsburgo, Artículo 2. El pecado Original
La confesión de Westminster dice otro tanto:
“Nuestros primeros padres, seducidos por la sutileza y tentación de Satanás, pecaron al comer del fruto prohibido…Por este pecado cayeron de su rectitud original y perdieron la comunión con Dios, y por tanto quedaron muertos en el pecado, y totalmente corrompidos en todas las facultades y partes del alma y del cuerpo. Siendo ellos el tronco de la raza humana, la culpa de este pecado les fue imputada, y la misma muerte en el pecado y la naturaleza corrompida se transmitieron a la posteridad que desciende de ellos según la generación ordinaria. De esta corrupción original, por la cual estamos completamente impedidos, incapaces y opuestos a todo bien, y enteramente inclinados a todo mal, proceden todas nuestras transgresiones actuales. Esta corrupción de naturaleza permanece durante esta vida en aquellos que son regenerados; y, aun cuando sea perdonada y amortiguada por medio de la fe en Cristo, sin embargo, ella, y todos los efectos de ella, son verdadera y propiamente pecado.” Confesión de Westminster, Capítulo 6. La caída del hombre, el pecado y su castigo
Pero a diferencia de todas estas fuentes protestantes, sitios de tendencia anabaptista como porlaverdad.net en su artículo “La doctrina del pecado original” niegan todo esto:
“Uno se pregunta si la doctrina del bautismo de niños se inventó para apoyar la doctrina del pecado original o si la doctrina del pecado original se inventó para apoyar la práctica del bautismo de niños”
“Los grupos religiosos que no practican el bautismo de niños pero que creen en la doctrina del pecado original se ven obligados a enseñar otras doctrinas igualmente falsas”
“la doctrina del pecado original como ya vimos no es de la Biblia”
Y si se toma el tiempo de buscar notará como las diferencias no paran aquí, hay un verdadero caos donde cada quien decide lo que cree conforme a lo que él entiende de la Escritura, creyendo que el resto del mundo se ha desviado y que él es quien tiene la verdadera comprensión de las Escrituras.
Testimonios de quienes se han abierto paso a través de este caos
A pesar de todo esto, han habido miles de cristianos protestantes inspirados por el Espíritu Santo que se han atrevido a cuestionarse y a profundizar lo que estos primeros cristianos han creído, viendo como una gran contradicción que el protestantismo siendo que nació como un intento de volver a las doctrinas fundamentales de la fe cristiana, terminó profesando unas doctrinas radicalmente opuestas a la fe de la Iglesia primitiva. Muchos casos podrían ser nombrados, de momento les quiero recomendar el de Scoth Hahn y su esposa, quienes a pesar de nacer en una familia protestante, y de que Scoth fuera un ilustre ministro y pastor, hoy día son devotos católicos que luego de una dura travesía testifican con alegría que han llegado a casa.
Conclusión
Luego de haber visto todo esto, me despido dejando la pregunta en el aire para meditarla:
¿Para qué necesito los concilios y los padres de la iglesia?”
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Richbell Meléndez. Laico católico dedicado tiempo completo al apostolado de la Apologética y subdirector de la Escuela de Apologética Online DASM.