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Por: Dante A. Urbina

 

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IMPORTANTE: Antes de empezar el artículo, para poner en contexto a los lectores, me permito recordar lo que ya ha señalado el padre José María Iraburu en “InfoCatólica, apología pro vita sua: Carta a blogueros y lectores” (21-10-18): “InfoCatólica, desde el principio, cree y confiesa que el XXI Sagrado Concilio Ecuménico Vaticano II puede y debe ser entendido y aplicado según una hermenéutica de continuidad, como siempre ha hecho la Iglesia con todos sus Concilios ecuménicos, y no debe ser condenado como un inadmisible Concilio de ruptura con la tradición de la Iglesia. Somos católicos, apostólicos y romanos”.

 

De los hasta el presente ya más de veinte concilios ecuménicos de la Iglesia, el Concilio Vaticano II es sin lugar a dudas materia de muchas controversias. Y, como es común en los seres humanos respecto de las controversias, se tiende a ir hacia los extremos. Así, por un lado, tenemos a los que consideran negativamente prácticamente todo lo “pre-conciliar” (antes del Concilio); y, por el otro, a aquellos que consideran negativamente prácticamente todo lo “post-conciliar” (después del Concilio). Y en medio de esos dos extremos se encuentran muchísimos católicos de buena intención que quieren ser fieles a la Iglesia pero que se encuentran en gran confusión.

 

Pues bien, como dije en una ocasión anterior analizando cuestión análoga, “en tiempos de confusión por los hechos es absolutamente necesario mantener la claridad en los conceptos” (1). O, para resumirlo en un dictum: “Frente a la confusión, distinción”. No perdamos ese muy sano hábito de los escolásticos de establecer distinciones al abordar cuestiones, especialmente cuando estas son complejas. Entonces, “entrando en materia”: ¿qué se puede cuestionar del Concilio Vaticano II: todo o nada? Es allí donde hay que aplicar la distinción: desde una perspectiva católica en todo Concilio (no solo el Vaticano II) hay aspectos que son cuestionables y aspectos que son incuestionables, e incluso respecto del asentimiento (el no cuestionar) hay grados y formas. Por tanto, en lugar de caer burdamente en una falacia de todo o nada como sucede con muchos que discuten estas cuestiones, analicemos qué es cuestionable y qué no.

 

Dado que el presente es un artículo que desde ya asume una perspectiva católica, se puede partir de la premisa (que demostraré en un libro que publicaré más adelante) de que la Iglesia Católica es la verdadera Iglesia, la Iglesia de Cristo. Ahora bien, Cristo mismo ha prometido que las fuerzas del infierno no prevalecerán contra ella (cfr. Mateo 16:18). Por tanto, la Iglesia es indefectible: nunca fallará. Pero mucha atención a esto: Jesús nunca prometió que las fuerzas del infierno no tocarían a la Iglesia; lo que prometió es que no la vencerían. ¿Y cómo podrían las fuerzas del infierno vencer (no meramente “tocar”) a la Iglesia? Pues introduciendo error en su doctrina misma. Si la Iglesia tuviere error en su doctrina oficial misma (que no es lo mismo que lo que diga tal o cual sacerdote o tal o cual obispo) dejaría de ser la “Iglesia de Cristo que es columna y fundamento de verdad” (1 Timoteo 3:15). De este modo, en la Iglesia puede haber problemas internos, malos miembros, pastores (esto es, sacerdotes y obispos) incoherentes o ambiguos en su discurso, etc.; pero mientras la doctrina misma esté libre de error, seguirá tratándose de la verdadera Iglesia.

 

Por tanto, se colige directamente el aspecto que no es cuestionable de ningún Concilio: aquello que define doctrina oficial. Esto es el magisterio solemne de los concilios, aquel ante el cual el católico, conforme establece el Código de Derecho Canónico, debe asentimiento de fe divina (2). Por otra parte, está también el magisterio ordinario de los concilios, aquel en que, si bien no se están definiendo doctrinas de forma solemne o extraordinaria, la Iglesia -vía los Padres conciliares en comunión con el Papa- ejerce su actividad docente (de enseñanza de doctrina) en documentos oficiales. Ante este tipo de magisterio el Catecismo explícitamente establece que el católico debe un “asentimiento religioso” que, “aunque distinto del asentimiento de la fe, es una prolongación de él” en razón de que debe confiar en que “la asistencia divina es también concedida a los sucesores de los apóstoles, cuando, en comunión con el sucesor de Pedro (…), aunque sin llegar a una definición infalible y sin pronunciarse de una ´manera definitiva´, proponen (…) una enseñanza que conduce a una mejor entendimiento de la Revelación” (3). En consecuencia, no es que un católico pueda criticar “todo lo que le dé la gana” de un Concilio sino que hay algo que no puede “tocar así nomás”: la letra. Y es que, sea en la forma de magisterio solemne u ordinario, se ha de confiar en la asistencia del Espíritu Santo a la Iglesia: la letra de los concilios está protegida por el Espíritu Santo. Dios cuida la doctrina de su Iglesia. No se trata, pues, de que confiemos en la instancia humana (los Padres conciliares) para la protección de la letra de los concilios, sino que confiamos en la instancia divina (Dios mismo).

 

Ahora bien, respecto del Concilio Vaticano II tenemos que está muy extendida la idea de que fue un concilio meramente pastoral, no doctrinal, y que, por tanto, ¡todo en él es cuestionable! Pero, como sucede con muchas ideas extendidas, está seriamente errada. Y es que, así como en concilios fundamentalmente doctrinales como el Concilio de Nicea hay resoluciones pastorales (ver, por ejemplo, sus cánones 12 y 14), se halla que en el fundamentalmente pastoral Concilio Vaticano II hay documentos doctrinales del más alto rango magisterial como las Constituciones Dogmáticas Dei Verbum (sobre la Revelación divina) y Lumen Gentium (sobre la Iglesia). Así que no todo es cuestionable en él y, por tanto, uno no lo puede rechazar en bloque y pretender seguir siendo propiamente católico (que algunos lo pretendan ya es otra historia… “a buen entendedor, pocas palabras”).

 

Por tanto, respecto del Concilio Vaticano II (y de cualquier otro Concilio ecuménico) un católico puede cuestionar (por supuesto, con la debida prudencia) su forma de convocatoria, su proceso, tal o cual disposición pastoral o administrativa, etc. pero no el fondo de su letra misma en lo relativo a doctrina. En ese sentido, resulta sumamente elocuente el hecho de que alguien tan fuertemente crítico del Concilio Vaticano II como Miguel Ayuso, Presidente de la Unión Internacional de Juristas Católicos, llegue a decir: “El Concilio Vaticano II fue un desastre. El propio Concilio fue un desastre como hecho histórico en su convocatoria, en su inicio, en su desarrollo, en su final, en su aplicación, en su interpretación, en su espíritu y en su intención (…) Yo creo que lo que hay que rectificar del Concilio no son los textos sino la intención porque es la intención la que, sobre la letra, ha determinado una interpretación y una aplicación que solo ha ido ahondando la destrucción” (4). En línea similar, el reconocido escritor católico Vittorio Messori, del cual no cabe pensar que sea un “modernista” (5), en el Informe sobre la Fe, libro de la extensa entrevista que hizo al Cardenal Joseph Ratzinger (luego Papa Benedicto XVI) precisamente sobre las controversias en torno al Vaticano II, sentencia: “No son, pues, ni el Vaticano II ni sus documentos (huelga casi mencionarlo) los que constituyen problema. En todo caso, (…) el problema estriba en muchas de las interpretaciones que se han dado de aquellos documentos, interpretaciones que habrían conducido a ciertos frutos [negativos] de la época posconciliar” (6).

 

Así pues, para decirlo en lenguaje tomista, es perfectamente posible que respecto de lo doctrinal el problema con el Concilio Vaticano II no esté en su sustancia (es decir, su letra misma) sino en sus accidentes (es decir, su forma de convocatoria, proceso, intenciones detrás, interpretaciones después, etc.). Y es que aquí hay que recordar que la confianza está no en la instancia humana sino en la instancia divina, esto es, se confía en que Dios, en su Omnipotencia, puede cuidar de los textos conciliares incluso en un escenario de varios Padres conciliares con intenciones no rectas o mentes confundidas y de una multitud de miembros de la jerarquía “listos” para malinterpretar los textos en pro de sus heterodoxias y heteropraxis. De este modo, por sobre malas intenciones de algunos o muchos, Dios puede preservar los textos doctrinales para que al ser leídos por un católico de recta intención le den luz. Y aquí hay que anotar que un católico de recta intención, fiel a la Tradición y con confianza de que Dios protege a su Iglesia, leerá por ello mismo los textos del Concilio no con ojos obsesionados con encontrar discontinuidades respecto de la Tradición anterior, sino a la luz de esa Tradición en términos de desarrollo en la continuidad.

 

Esta es precisamente la “hermenéutica de la continuidad” de la que nos hablaba el Papa Benedicto XVI (7). Cabe citar en extenso las palabras que dio al respecto como Cardenal Joseph Ratzinger: “El Vaticano II se encuentra hoy bajo una luz crepuscular. La corriente llamada ´progresista´ lo considera completamente superado desde hace tiempo y, en consecuencia, como un hecho del pasado, carente de significación en nuestro tiempo. Para la parte opuesta, la corriente ´conservadora´, el Concilio es responsable de la actual decadencia de la Iglesia católica y se le acusa incluso de apostasía con respecto al concilio de Trento y al Vaticano I hasta tal punto que algunos se han atrevido a pedir su anulación o una revisión tal que equivalga a una anulación. Frente a estas dos posiciones contrapuestas hay que dejar bien claro, ante todo, que el Vaticano II se apoya en la misma autoridad que el Vaticano I y que el concilio Tridentino: es decir, el Papa y el colegio de los obispos en comunión con él. En cuanto a los contenidos, es preciso recordar que el Vaticano II se sitúa en rigurosa continuidad con los dos concilios anteriores y recoge literalmente su doctrina en puntos decisivos”. De esto se deducen dos consecuencias: “Primera: es imposible para un católico tomar posiciones en favor del Vaticano II y en contra de Trento o del Vaticano I. Quien acepta el Vaticano II, en la expresión clara de su letra y en la clara intencionalidad de su espíritu, afirma al mismo tiempo la ininterrumpida tradición de la Iglesia, en particular los dos concilios precedentes. Valga esto para el así llamado ´progresismo´, al menos en sus formas extremas. Segunda: del mismo modo, es imposible decidirse en favor de Trento y del Vaticano I y en contra del Vaticano II. Quien niega el Vaticano II, niega la autoridad que sostiene a los otros dos concilios y los arranca así de su fundamento. Valga esto para el así llamado ´tradicionalismo´, también este en sus formas extremas. Ante el Vaticano II, toda opción partidista destruye un todo, la historia misma de la Iglesia, que solo puede existir como unidad indivisible” (8). ¡Cuánta falta hace que “católicos” de ambos extremos atiendan a estas palabras!

 

Ahora bien, como muestra máxima de que respecto de lo doctrinal sí es perfectamente posible una fidelidad al mismo tiempo a la letra del Concilio y a la Tradición precedente, abordaremos los puntos que más se suele criticar de los documentos del Concilio sobre los cuales se hace más controversia: las Declaraciones Dignitatis Humanae (sobre la libertad religiosa) y Nostra Aetate (sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas). Al tratarse de Declaraciones y no de Constituciones Dogmáticas, estos documentos no constituyen magisterio solemne en sí, pero son parte del magisterio ordinario, ante el cual no debe olvidarse que el católico debe, por principio general, su “asentimiento religioso” conforme establece no solo el Catecismo sino también el Código de Derecho Canónico (9).

 

Respecto de la Dignitatis Humanae el texto que se suele señalar como el más problemático es el correspondiente al numeral 2: “Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos” (10).

 

“¡Pero es obvio que eso contradice la enseñanza tradicional católica!”, pensará inmediatamente alguno de esos que ven al Concilio Vaticano II prácticamente como “la raíz de todo mal” (11) en la Iglesia a partir de la década de los sesenta. Comencemos por evitar los burdos extremismos: ni ha sido doctrina tradicional de la Iglesia que nunca se pueda permitir ninguna forma de religiosidad no católica, ni el Concilio está afirmando que haya siempre que permitir toda forma de religiosidad no católica. Y es que el texto del Concilio explícitamente incluye la cláusula “dentro de los límites debidos”. ¿Y cuáles son esos “límites debidos”? Pues el propio texto del Concilio los explicita en su numeral 7, considerando, entre otros, que debe salvaguardarse: i) el derecho de todos los ciudadanos, ii) la paz social, y iii) la moralidad pública. Ahora bien, pueden salir decenas de “tradicionalistas” (así, entre comillas, dado que sí puede haber un uso legítimo del término para católicos) a citar documentos de Papas o concilios en que se insta a los poderes seculares a reprimir manifestaciones de religiosidad no católica. Pero resulta que si se hubiese preguntado a esos Papas o concilios si es que aquellas manifestaciones de religiosidad no católica que pedían reprimir violaban uno o más de los tres puntos a salvaguardar (derecho de todos los ciudadanos, paz social o moralidad pública) de seguro habrían respondido afirmativamente. ¡Así que no hay contradicción con el texto del Concilio! En esto no debe perderse de vista que, por ejemplo, en la Edad Media las sociedades eran católicas y estaban directamente cohesionadas en función de la religión. De este modo, la disidencia religiosa no solo atentaba contra lo espiritual sino también contra el orden público al “poner en jaque” la cohesión social, que corresponde al punto 2 a salvaguardar, es decir, la paz social. En cambio, el Concilio Vaticano II tiene “en frente” no a sociedades católicas sino principalmente a sociedades altamente secularizadas en que la religión ya no es el factor de cohesión social y más bien hay múltiples religiones coexistiendo. En ese contexto, el que el Estado reprima toda forma de manifestación religiosa no católica, aparte de ser inviable, destruiría la paz social en lugar de salvaguardarla, así que, con base en los mismos principios, la Iglesia no podría pedir eso. Por tanto, no es que la Iglesia haya cambiado sus principios, como alegan quienes rechazan Dignitatis Humanae, sino que pondera una aplicación prudencial diferente de los mismos porque las sociedades a las que hay que aplicarlos son diferentes (ya el juzgar si tal o cual sociedad es mejor o peor es otro tema).

 

“¡Ah, pero esa es una especulación que recién te estás inventando para salvar el insalvable Concilio Vaticano II, no viene de la doctrina tradicional de la Iglesia!”, replicará algún “ultra-tradicionalista”. Falso. No un modernista sino el pre-conciliar Papa Pío XII ha dicho sobre este punto apelando incluso a la Escritura misma: “En la parábola de la cizaña Cristo da el siguiente consejo: dejar que la cizaña crezca en el campo del mundo junto con la buena semilla en vista a la cosecha (cfr. Mateo 13:24-30). El deber de reprimir el error moral y religioso, por tanto, no puede ser la norma última de acción. Debe ser subordinada a normas más altas y generales, las cuales en algunas circunstancias permitan, e incluso parezcan indicar tal vez como mejor política, la tolerancia del error para promover un bien mayor” (12). Y si se quiere ir más atrás… ¡pues podemos ir al siglo XIII con Santo Tomás de Aquino! En efecto, ya el Doctor Angélico reconocía que no es función de la autoridad civil el reprimir todo pecado (13). Y a su vez San Agustín escribe a finales del siglo IV (o sea, bastante lejos del Concilio Vaticano II): “Me parece correcto que esta ley escrita para regir al pueblo permita cosas que la Divina Providencia se encargará de castigar” (14). Supongamos, por ejemplo, que el Estado persiga el egoísmo. Cada vez que uno no dé dinero a un necesitado la policía habría de intervenir obligándolo, imponiendo multas o llevándolo a la cárcel. Pero eso solo llevaría a la tiranía. De este modo, para evitar este mal mayor (o, dicho más propiamente, para proteger bienes como la libertad) el Estado puede permitir males menores. Y ello mismo aplica a la cuestión de la libertad religiosa conforme enseña el Papa Pío XII en continuidad con la Tradición.

 

“¡Oiga, pero eso de la libertad religiosa contradice el principio tradicional católico de que ´El error no tiene derechos´!”, insistirá el “ultra-tradicionalista”. Falso nuevamente. En ninguna parte la Dignitatis Humanae postula que las religiones falsas tienen derechos en cuanto tales. Lo que postula es que son las personas las que, con “inmunidad de coacción externa”, tienen “el derecho de buscar la verdad en materia religiosa” (15). Se trata, pues, no de dar derechos al error sino de reconocer el derecho de las personas a buscar libremente la verdad. Que en ello eventualmente algunos puedan fallar es parte necesaria de lo que implica esa libertad y el Estado no tiene por qué necesariamente impedir tal error en todos los casos por las razones ya explicadas.

 

“¡Espera, pero el Syllabus de Pío IX directamente condena como error la proposición ´Todo hombre es libre de abrazar y profesar la religión que, guiado por la luz de la razón, considere verdadera´ (16)!”, se objetará. No tan rápido. Siendo tradicionalistas en el sentido de seguir la tradición de los escolásticos, hagamos distinciones.¿Cuál es el contexto del Syllabus de Pío IX? La condena al modernismo, el cual a este respecto estaba focalizado en afirmar la libertad religiosa no en el sentido de mera “ausencia de coacción por parte del Estado” sino fundamentalmente en el sentido de libertad moral absoluta como si toda elección religiosa realizada libremente fuese buena y válida por el solo hecho de ser libre. En otras palabras, sería la aplicación al campo religioso del principio liberal-modernista: “El hombre puede hacer lo que le dé la gana”. Ese es un grave error condenado por la Iglesia y el Concilio Vaticano II en su letra “no se ha saltado” esa condena. Y es que la Dignitatis Humanae habla de la libertad religiosa no en el sentido moral de avalar que el hombre pueda hacer “lo que le da la gana” sin responsabilidad alguna ante Dios (solo ante su conciencia) sino específicamente en el sentido jurídico de que, atendiéndose a los límites debidos, no se debe ejercer coerción externa sobre las personas en materia religiosa precisamente para que tengan la posibilidad de cumplir su deber moral. Esto es explícito en el texto ya desde el numeral 1 donde se dice: “Puesto que la libertad religiosa que exigen los hombres para el cumplimiento de su obligación de rendir culto a Dios, se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil, deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo” (17). Y es que el objeto jurídico del derecho a la libertad religiosa proclamado por el Concilio no es las religiones falsas sino la ausencia de coerción por parte de los poderes civiles. Ergo, no hay ningún cambio respecto del deber moral de buscar y abrazar la religión verdadera; simplemente se pide al Estado que se atenga a sus límites, no es que se esté diciendo que los individuos dejen de tener responsabilidad moral ante Dios. Todo esto lo resume muy bien el Catecismo en perfecta continuidad con la Tradición (nótense las referencias que hace el mismo a documentos de Papas pre-conciliares): “El derecho a la libertad religiosa no es ni la permisión moral de adherirse al error (Cfr. León XIII, Libertas praestantissimum), ni un supuesto derecho al error (Cfr. Pío XII, Discurso del 6 de diciembre de 1953), sino un derecho natural de la persona humana a la libertad civil, es decir, a la inmunidad de coacción exterior, en los justos límites, en materia religiosa por parte del poder político” (18).

 

Estando aclarado esto, pasemos a examinar la Declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. En ese documento el texto más controvertido es el correspondiente al numeral 3 donde se lee: “La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia” (19).

 

“¡Oh, el Concilio está diciendo que el Dios de los cristianos es exactamente el mismo que el Dios de los musulmanes! Pero eso es un absurdo, ¡pues es obvio que los musulmanes no creen en la Trinidad!”: esa es más o menos el tipo de reacción de los críticos del Concilio frente a ese texto. Pero apliquemos el sentido común (que, lamentablemente, es “el menos común de los sentidos” y más aún cuando quienes están frente a los textos tienen animadversión al Concilio: la animosidad nubla el juicio): hasta un niño de siete años que ha terminado sus lecciones de Catecismo sabe que la concepción cristiana sobre Dios implica necesariamente que Él es Trinitario, así que es obvio que los Padres conciliares no ignoran ello. Por consiguiente, no es en absoluto razonable postular que el sentido del texto es afirmar que la concepción cristiana de Dios es exactamente la misma que la concepción islámica a todos los respectos. ¿Cuál es el sentido del texto, entonces? Como debe de ser, vayamos al contexto de la letra para dilucidarlo. Se ve claramente que el tenor general del documento es ser ecuménico (“diplomático”, si se quiere), siendo que se enfoca en enfatizar los puntos comunes entre religiones. En ningún momento niega que haya diferencias entre religiones, simplemente resulta que el documento no se enfoca en eso…  y tampoco es necesario que lo haga pues todo ser humano con uso de razón ¡sabe que hay diferencias entre religiones! (en todo caso, en su numeral 2 el documento sí hace referencia explícita a que las otras religiones “discrepan en varios de los puntos” que mantiene la Iglesia Católica) Asimismo, se ve un orden intencional en el documento: se mencionan primero las grandes religiones menos similares a la cristiana (Hinduismo y Budismo) y se termina por mencionar a la más cercana (el Judaísmo). Justo antes de esto último se menciona al Islam y es allí donde uno puede preguntarse: ¿qué similitud hay entre el Cristianismo, el Judaísmo y el Islam? Pues bien: el hecho de que las tres son las grandes religiones monoteístas de raíz abrahámica. De ahí que el texto enfatice en concreto que adoran al “único Dios” (monoteísmo) al cual “se sometió (…) Abraham” (raíz abrahámica). Allí tenemos puntos comunes. Asimismo, se mencionan los puntos de teología natural respecto de algunos atributos verdaderos sobre el Dios verdadero en que podemos confluir indistintamente los hombres a través de nuestra razón natural: Subsistencia, Bondad, Omnipotencia, etc.

 

Ahora bien, el texto dice que los musulmanes “adoran al único Dios, viviente y subsistente”, pero ¿cómo puede ser esto si es claro que cuando ellos adoran no tienen en mente a un Dios trinitario? ¿Hay algún sentido en que esto pueda entenderse de modo ortodoxo? Lo hay. Planteémoslo con una analogía: imaginemos a un niño que fue adoptado pero no lo sabe y que está genuinamente agradecido con su madre por haberlo dado a luz, siendo que asume que la madre que lo dio a luz es la misma que lo está criando en el presente. Entonces, aunque está en un error respecto de la identidad exacta de su madre su acto de genuino agradecimiento se dirige en el fondo a la madre que realmente lo dio a luz. Del mismo modo, un musulmán puede tener errores en su concepto sobre la identidad exacta de Dios pero aun así lo genuino de su acto de adoración se dirige al Dios verdadero, al menos en términos de las caracterizaciones no erróneas que son específica y exclusivamente las que resalta el texto de Nostra Aetate (“único”, “viviente y subsistente”, “misericordioso y todopoderoso”, “Creador”, etc.). De hecho, si uno de esos “ultra-tradicionalistas” que se escandaliza con el texto del Concilio leyese los “99 nombres” que se da a Alá en la tradición islámica (entre los que se encuentran “El Rey”, “El Supremo”, “El Dadivoso”, etc.) sin que se le informe que tales vienen de esa tradición, ¡seguramente estaría muy de acuerdo en dar todos esos nombres al Dios cristiano!

 

De otro lado, ha habido aspaviento por la parte de la Nostra Aetate en que se dice que “la Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones es verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepen en varios de los puntos que ella mantiene y propone, sin embargo, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (20).

 

“¡Se está poniendo a las otras religiones como si fuesen verdaderas y santas en lugar de lo que son: falsas y heréticas!”, se escandalizará el “ultra-tradicionalista”. No. La letra del Concilio en ningún momento dice que las otras religiones son en su conjunto “verdaderas y santas” sino que simplemente reconoce que en ellas hay algunos elementos que son “verdaderos y santos”. ¡Y eso es parte de la Tradición de la Iglesia! En efecto, muchísimo antes del Concilio, allá en el siglo II, ya San Justino Mártir mantenía la noción de “semillas de la verdad” (sperma tou logou) esparcidas entre todos los hombres, sean cristianos o no cristianos. De este modo, no un relativista teológico, sino este santo apologista decía que “todo lo verdadero que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos” (21). ¿Dicen los musulmanes que Dios (“Alá” en árabe) es “El Misericordioso”?, ¿es eso verdadero? ¡Pues entonces podemos tomarlo sin problema los cristianos! En la misma línea, se tiene en la Tradición el principio Omne verum a quocumque dicatur a Spiritu Sancto est (“Toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo”), el cual es citado como hasta 16 veces por Santo Tomás de Aquino. Pues bien, ¿es verdad que “Dios es uno”, como dicen los musulmanes, o que “Este mundo material no es lo absoluto ni permanente”, como dicen los budistas? Sí, es verdad. Pues entonces dicha verdad, siguiendo no a un modernista sino al Aquinate mismo, ¡viene del Espíritu Santo! Así que en este punto son los “ultra-tradicionalistas” los que se olvidan de la Tradición.

 

Y resulta que también se olvidan de la Escritura a este respecto pues cuando Pablo va a predicar al Areópago de Atenas comienza apelando no a citas del Antiguo Testamento sino a la creencia de los propios paganos griegos respecto de un “Dios desconocido”. Él dice: “Varones atenienses, en todo observo que son muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: ´Al Dios no conocido´. Al que vosotros adoran, pues, sin conocerle es a quienes yo les anuncio” (Hechos 17:22-23). ¡Y luego hasta pasa a citar frases de escritores griegos! “´Porque en Él somos, nos movemos y existimos´; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: ´Porque somos linaje suyo´” (Hechos 17:28). De este modo, es obvio que Pablo está tomando como base aquello que “es verdadero y santo” de la religiosidad de los griegos. “¡Oiga, pero es evidente que esos griegos tienen también en ello muchas concepciones erradas sobre la divinidad y el supuesto ´Dios desconocido´!”, replicaría un “ultra-tradicionalista” si aplicase a las palabras de Pablo el mismo estándar que aplica a las referencias de Nostra Aetate sobre la religiosidad de los musulmanes. Pero todos sabemos que Pablo está al tanto de eso, no es tonto. Simplemente quiere partir de los puntos comunes para establecer un diálogo fructífero (precisamente ello es también la intención de Nostra Aetate) y aunque cuando comenzó luego a hablar en específico del mensaje cristiano muchos lo rechazaron (cfr. Hechos 17:32) ¡también hubo quienes creyeron (cfr. Hechos 17:34)! Y si hubiere alguno que dijere que ese esfuerzo de empatía y diálogo no vale la pena… ¡pues eso sí es escupir sobre la Tradición de tantos santos misioneros dispuestos a dar su vida entera aunque fuese solo por la conversión de una sola alma!

 

De otro lado, hay quienes critican la ambigüedad de la letra del Concilio. Bien, en primera instancia hay que decir que no es doctrina tradicional de la Iglesia que Jesucristo vaya a proteger a las formulaciones de doctrina de cualquier posibilidad ambigüedad, sino que lo que Él ha prometido es que protegerá del error. De este modo, mientras la letra misma pueda interpretarse de modo coherente sin implicar error, queda esto en pie. Además, si mirásemos en busca de “ambigüedades” a los concilios ecuménicos del pasado con los mismos ojos hipercríticos que tienen los “ultra-tradicionalistas” cuando se trata de los textos del Vaticano II, ¡de seguro que encontraríamos no pocas -y hasta complejas- “ambigüedades”! Por ejemplo, todo católico bien formado sabe que los católicos no adoramos imágenes. Ahora bien, el canon 3 del Concilio IV de Constantinopla dice: “Si alguno, pues, no adora la imagen de Cristo Salvador, no vea su forma en su segundo advenimiento. Asimismo, honramos y adoramos la imagen de la Inmaculada Madre suya, y las imágenes de los Santos (…). Los que así no sientan, sean anatema”. Es claro que el uso de la palabra “adoramos” implica prima facie (“a primera vista”) una problemática ambigüedad (“¡Error, más bien!”, exclamaría un protestante). Pero esto se puede explicar de modo bastante razonable y armonioso. No es materia de este artículo explicarlo (no quiero hacerlo más extenso de lo que ya es), pero lo haré en uno posterior. El punto es que eso de la “ambigüedad” no es algo exclusivo del Vaticano II como quieren hacer parecer algunos; pero en todos esos casos con sólido conocimiento y, sobre todo, con recta intención se pueden armonizar las aparentes contradicciones sin violentar el fondo de los textos mismos (que uno pueda pensar que tal o cual cosa se podría haber dicho de mejor forma ya es otra cuestión, que cae en el orden prudencial, no dogmático en sí).

 

Queda claro, pues, que no hay problema con la letra del Concilio en sí misma, esto es, en su fondo. Que haya gente (incluso dentro de la jerarquía) muy dispuesta a darle interpretaciones torcidas ya es otro asunto (además, hasta hay millares de personas que interpretan erróneamente la Biblia, ¡pero no por eso descartamos la Biblia!). Si uno lee los textos desde una conciencia recta, buscando armoniosamente la continuidad en lugar de obsesivamente la discontinuidad, hallará mucha luz, la luz del Espíritu Santo. Y es que si como buenos cristianos tenemos fe en que Dios hizo hablar incluso a un asna (cfr. Números 22: 28, 30), ¿cómo no podría hablar a través de los Padres conciliares por más imperfectos que estos sean? Por tanto, si se quiere, hay problema con las interpretaciones que se ha dado a los textos del Concilio, incluso con las intenciones detrás de ellos, si se quiere, pero no con los textos mismos. Hay que atender, pues, a la voz del Concilio expresada en sus textos entendiendo también que en los mismos se pueden encontrar “desarrollos de doctrina” en el sentido planteado por el nada modernista Cardenal Newman, esto es, no como cambios sino como una mayor dilucidación. ¡Y es que esto es también Tradición de la Iglesia! En efecto, allí tenemos, por ejemplo, el caso del Concilio de Constantinopla que no se limitó meramente a repetir lo dicho por del Concilio de Nicea sino que estableció precisiones adicionales para un mejor entendimiento sobre la doctrina establecida por el mismo. La Iglesia es un solo cuerpo así que Nicea se tiene que interpretar a la luz de Constantinopla y Constantinopla a la luz de Nicea. Y lo mismo vale para el Concilio Vaticano II. Ha de entenderse, pues, que la Iglesia con su Tradición es como un organismo vivo en crecimiento, no como una estatua inerte.

 

Así pues, como dice Vittorio Messori, “leyendo los documentos conciliares, se comprende” que “es un hecho objetivo que (…) salta a la vista el contraste entre los textos del Vaticano II y las sucesivas aplicaciones concretas” (22). Por tanto, los católicos de buena doctrina, antes que rechazar los textos lo que tenemos que hacer es apropiarnos de ellos en continuidad con la Tradición para combatir a los que promueven doctrinas heréticas. ¿Qué por ahí hay “católicos” (incluso en la jerarquía, lamentablemente) que dicen que “Todas las religiones son iguales”? ¡Pues no dejemos que se apropien del Concilio! ¡Combatámoslos con los textos del Concilio! Como dice el apóstol Pablo: “No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien” (Romanos 12:21). Y aquí, por ejemplo, podemos citar a la propia Dignitatis Humanae que explícitamente dice que la “única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica” siendo que hay incluso un “deber moral de los hombres y las sociedades” para con esta que es “la única Iglesia de Cristo” (23). Si se quiere que se diga que en el post-concilio muchos (malos) pastores han terminado promoviendo o avalando el indiferentismo religioso, el relativismo teológico o puntos heréticos del personalismo de Rahner, von Baltazar y otros, ¡pero que no se eche la culpa de ello a la letra del Concilio!

 

En vista de ello, si algún “ultra-tradicionalista” rechazare esta defensa apelando a los “frutos podridos” propios del post-concilio estaría cayendo en el mismo absurdo de aquellos protestantes que rechazan los argumentos bíblicos sobre la doctrina católica de intercesión de los Santos apelando burdamente a que hay católicos que caen en devociones supersticiosas como lo de la “santa muerte” o la tontería de poner de cabeza a estatuillas de San Antonio “para atraer al amor”. Y la analogía no termina allí pues, así como hay protestantes que rechazan el Magisterio de la Iglesia tomando como “fetiche” a la Escritura y haciendo soberana al final de cuentas no a esta sino a su particular interpretación de la misma, hay “ultra-tradicionalistas” que rechazan el Magisterio de la Iglesia tomando como “fetiche” a la Tradición y haciendo soberana al final de cuentas no a esta sino a su particular interpretación de la misma. ¡Humildad, humildad, por favor! Es la humildad, más que los muchos conocimientos, la más segura vía para llegar a la verdad.

 

En cuanto a los cambios en la liturgia implementados por el Concilio Vaticano II, no es materia de este artículo. Yo soy un apologista, no un liturgista. Me encargo de lo doctrinal, no del culto. Así que con seguridad hay quienes pueden tratar ese aspecto con muchísimo más conocimiento y propiedad que con la que yo lo haría. Animo al lector a ir a buscarlos a ellos en lugar de exigir que este ya muy extenso artículo se extienda más. Además, sea lo que fuere, es perfectamente posible para un auténtico católico mantener una postura de defensa de la letra del Concilio en un marco de “hermenéutica de la continuidad” y a la vez tener sus reservas e incluso lamentaciones sobre los cambios litúrgicos. De hecho, esa fue y es la postura del Papa Benedicto XVI, que nadie razonable acusaría de ser un “modernista”. Como apologista yo me enfoco en defender doctrina y defenderé la letra de la misma con cada día de mi vida y con todo lo que pueda dar mi pobre y limitado intelecto.

 

Para cerrar, cabe remarcar (no sería necesario en sí, pero ya uno sabe que hay muchos que vienen más con ánimo de atacar que de comprender) que yo no defiendo ninguno de los excesos, males y desvíos que se ven en la Iglesia hoy en día (y que, hay que decirlo, siempre ha habido, en mayor o menor medida). Mi voluntad es combatirlos y si puedo animar a auténticos católicos a que, en lugar de tomar actitudes cismáticas, se queden en la Iglesia también a combatir esos errores usando incluso la propia letra del Concilio para ello, estaré muy contento de hacerlo. ¡No abandonen la barca de Pedro en estas tempestades, amigos, quedémonos a luchar!

 

Referencias:

1. Dante A. Urbina, “Infalibilidad papal, magisterio falible y magisterio auténtico”, InfoCatólica, 13 de diciembre del 2017.

2. Código de Derecho Canónico, canon 750.

3. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 892.

4. “El postconcilio”, Lágrimas en la Lluvia, Programa 48, 30 de octubre del 2011.

5. Cfr. Francesco Boezi, “Vittorio Messori critica il Papa: Chiesa società liquida”, il Giornale, 5 de noviembre del 2017.

6. Joseph Ratzinger y Vittorio Messori, Informe Sobre la Fe, Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1985, cap. II.

7. Cfr. Benedicto XVI, “Ad Romanam Curiam ob omina natalicia. Die 22 decembris 2005”, Acta Apostolicae Sedis, n° 98, 2006, pp. 40-53.

8. Joseph Ratzinger y Vittorio Messori, Informe Sobre la Fe, Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1985, cap. II.

9. Código de Derecho Canónico, canon 752.

10. Dignitatis Humanae, 1965, n. 2.

11. Curiosamente esta es la frase con la que el acérrimo anti-teísta Richard Dawkins se refiere a la religión. Véase: Richard Dawkins, The Root of All Evil? (documental), Reino Unido, 2006.

12. Pío XII, Ci Riesce, 6 de diciembre de 1953.

13. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ia-IIae, q. 96, art. 2.

14. San Agustín, De Libre Arbitrio, Lib. I, cap. 5.

15. Dignitatis Humanae, 1965, n. 2, 3.

16. Pío IX, Syllabus Errorum os Nostrae Aetatis Errores, 1964, prop. 15.

17. Dignitatis Humanae, 1965, n. 1.

18. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2108.

19. Nostra Aetate, 1965, n. 3.

20. Nostra Aetate, 1965, n. 2.

21. San Justino Mártir, Segunda Apología, cap. 13.

22. Joseph Ratzinger y Vittorio Messori, Informe Sobre la Fe, Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1985, cap. IX.

23. Dignitatis Humanae, 1965, n. 1.

 

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Richbell Meléndez. Laico católico dedicado tiempo completo al apostolado de la Apologética y subdirector de la Escuela de Apologética Online DASM.

 

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Los católicos reconocemos como el legítimo sucesor de San Pedro y actual Papa de la Iglesia Católica, al Cardenal Jorge Mario Bergoglio quien decidió ser llamado con el nombre de Francisco al ser elegido para llevar a cabo el Ministerio Petrino como el Obispo de Roma.

 

Sin embargo, hay un grupo de católicos promoviendo un cisma, alegando que el auténtico Papa sigue siendo el Cardenal Joseph Ratzinger mejor conocido como Benedicto XVI y rechazando al Papa Francisco, este grupo comúnmente se les conoce como "Benevacantistas" aunque no es el termino más apropiado, pero se les ha llamado de esa manera haciendo alusión a los cismáticos "Sedevacantistas" que niegan exista un Papa legitimo en la Silla de Pedro desde el pontificado de Pio XII. Los “Benevacantistas” defienden la idea de que Francisco no es un legítimo Papa sino un usurpador y caen en el mismo error de los Sedevacantistas.

 

Ahora bien, dejando a un lado a los "Sedevacantistas" nos enfocaremos en los mal llamados "Benevacantistas" ya que estos son católicos confundidos, debido al complicado Pontificado que le ha tocado asumir al Papa Francisco y la ignorancia sobre las razones de la renuncia de Benedicto XVI, al respecto recomiendo el libro autobiográfico de Benedicto XVI titulado “Últimas Conversaciones” publicado en el 2016 donde en forma de dialogo responde a las preguntas sobre su renuncia al Pontificado y también se refiere a su Sucesor el Papa Francisco, reconociéndose ahora como Papa Emérito.

 

Por citar algunos extractos del libro.

 

“Se dice que el buen Dios corrige un poco a cada papa con su sucesor. ¿En qué es corregido Ud. por el papa Francisco?

 

(Risas). En efecto, así es; diría que Francisco me corrige a través de su afectividad directa con las personas. Creo que eso es muy importante. Y también es de todo en todo un papa que da importancia a la reflexión. Cuando leo su exhortación apostólica Evangelii Gaudium o también las entrevistas que concede, veo que se trata de una persona reflexiva, de una persona que aborda espiritualmente las preguntas de la época.

 

Pero a la vez se trata asimismo de alguien que está muy cerca de la gente, alguien acostumbrado a relacionarse con las personas.” (Últimas Conversaciones. p. 44)

 

“Y por volver a su actual situación como papa emérito, algo que en la historia de la Iglesia aún no se había dado, ¿podría decirse que Joseph Ratzinger, el papa Benedicto, el hombre de la razón, el audaz pensador, se dirige al final como monje, como orante, hacia donde el entendimiento solo no basta?

 

En efecto, así es.” (Últimas Conversaciones. p. 202)

 

Como ven es evidente que el Papa Emérito Benedicto XVI reconoce que el Papa es Francisco, pero igual esto lo siguen negando los “Benevacantistas” aquí no me voy a enfocar mucho en argumentos teológicos o canónicos para demostrar la valides de la renuncia de Benedicto XVI, sino más bien en declaraciones del mismo Papa Emérito Benedicto XVI y aclaraciones necesarias.

 

¿UN PAPA PUEDE RENUNCIAR AL MINISTERIO (OFICIO) SIN RENUNCIAR AL MUNUS?

 

Comencemos por aclarar el argumento más repetido por los "Benevacantistas", el cual se basa en lo siguiente: "Benedicto XVI renuncio al Ministerio Petrino, pero no renuncio al Munus".

 

Este argumento lo esgrimen haciendo una distinción entre "Ministerio" y "Munus" para ello recurren a citar el Código de Derecho Canónico diciendo: "La condición válida para que un Pontífice renuncie válidamente es que renuncie al Munus".

 

Ellos se están refiriendo al canon 332 § 2 que dice lo siguiente:

 

"Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie."

 

Más específicamente se refieren al texto en latín que dice:

 

"Si contingat ut Romanus Pontifex muneri suo renuntiet, ad validitatem requiritur ut renuntiatio libere fiat et rite manifestetur, non vero ut a quopiam acceptetur."

 

Como ven el texto habla de renunciar al munus (muneri suo renuntiet) para que sea válida la renuncia. Entonces aquí el "Benevacantista" dice que el Papa Emérito Benedicto XVI renuncio fue a su ministerio, pero no al Munus basándose en las palabras que ha dicho en el anuncio de renuncia donde dice:

 

“Siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005” (Declaración de Benedicto XVI. 11 de febrero de 2013)

 

Lo anterior realmente es absurdo, porque estos para justificar su argumento hacen una distinción entre "Ministerio" y "Munus", pero si vamos a un diccionario latín-español encontramos que no hay distinción entre Ministerio y Munus.

 

Podemos ver por ejemplo la obra del P. Francisco Cañez titulada “Diccionario español latino-arabigo” Vol II (1787)

 

“Ministerio oficio, cargo, empleo. Ministerium, ii, munus, eris, officium” (p. 457)

 

También un diccionario español-latino más actual como el “Diccionario auxiliar español-latino para el uso moderno del latín” (2007) del profesor José Juan de Col nos dice:

 

“ministerio: (cargo, empleo, oficio u ocupación) ministérium, ii n. Sin: munus, -nĕris n.” (p. 695)

 

Entonces no hay distinción entre Ministerio y Munus, de hecho, esto lo confirma y explica Giuseppe Sciacca, secretario de la Signatura apostólica y auditor general de la Cámara Apostólica, es decir, el experto jurídico de la oficina que gestiona la Sede vacante.

 

“La distinción entre munus y ministerium es imposible en el caso del Papa … El munus petrino es sólo y exclusivamente un primado de jurisdicción. No se puede renunciar solo al ejercicio de este primado, conservando “algo” residual, como si la potestad pontificia conferida al electo en el cónclave tuviera un carácter sacramental especial y permanente también después de la renuncia … La renuncia al ministerio de San Pedro es el instrumento jurídico que lleva a la pérdida de la jurisdicción pontificia, la cual, como habíamos visto, había sido transmitida por vía jurídica. Ninguna distinción interna a esta renuncia puede ser señalada o argumentada. …

 

Y sin embargo el Código de Derecho Canónico, en el canon 332, habla también de munus petrinum...

 

Pero esto no puede ser interpretado de ninguna manera como una voluntad del legislador de introducir, en materia de derecho divino, una distinción entre munus y ministerium petrino. Distinción que por otra parte es imposible.” (Artículo web: Sciacca: “No puede existir un papado compartido”, La Stampa 06/07/2019)

 

Es bueno informar también que la teoría de que un Papa podría renunciar al Ministerio sin renunciar al Munus es una teoría heterodoxa, Edward Pentin nos dice lo siguiente:

 

“La noción de que un papa podría renunciar a su ministerio activo, pero mantener el munus. Fue una teoría presentada por el teólogo alemán Karl Rahner, incluso antes de que el papa San Pablo VI instituyera el episcopado emérito (hasta ese momento, los obispos no se jubilaban y no se convertían en eméritos)." (...) el intento de redefinir el munus petrinum nació en círculos progresistas, cuyo fin era desinstitucionalizar la Iglesia, dándole al papa un papel carismático más que jurídico. Además de Rahner, esta era una teoría respaldada por el teólogo disidente Hans Küng, también un ex amigo de Benedicto.” (Artículo web: El debate sobre la renuncia de Benedicto XVI y su papel como papa emérito se intensifica, Infovaticana. 16/03/2020)

 

A esta teoría respondió el cardenal Gerhard Müller, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

 

“La frase ‘renuncia al ejercicio del ministerio de Pedro’ no significa que la elección para el oficio de obispo de Roma sea una consagración sacramental que confiere un carácter indeleble … No lo es, por lo tanto, como un obispo emérito que conserva todos los munera sacramentales dados con la ordenación episcopal, pero renuncia al ejercicio de la jurisdicción en su diócesis” (Artículo web: El debate sobre la renuncia de Benedicto XVI y su papel como papa emérito se intensifica, Infovaticana. 16/03/2020)

 

Entonces los Benevacantistas defienden una teoría claramente heterodoxa y muy reciente del siglo pasado, de igual forma una teoría que no se sostiene y el mismo Papa Emérito Benedicto XVI no la respalda, ya que el mismo se reconoce como “Papa Emérito” y reconoce a su sucesor Francisco como el nuevo Papa.

 

Creo que lo anterior deja todo muy claro demostrando que el principal argumento de los “Benevacantistas” para defender su postura cismática de que el Papa Emérito Benedicto XVI es el legítimo Papa y no Francisco, no se sostiene. Pero ahora veamos lo que ha declarado el mismo Papa Emérito Benedicto XVI.

 

BENEDICTO XVI HABÍA PENSADO EN LA POSIBILIDAD DE RENUNCIAR DESDE EL 2010

 

Creo que algo que muchos ignoran, sobre todo los Benevacantistas es que la opción de renunciar al Ministerio Petrino ya estaba en los pensamientos de Benedicto XVI desde el 2010 lo que refuta toda teoría de conspiración, esto lo podemos confirmar al leer el libro “Luz del mundo” una conversación con Peter Sewald.

 

“… ¿Ha pensado usted en renunciar?

 

Si el peligro es grande no se debe huir de él. Por eso, ciertamente no es el momento de renunciar. Justamente en un momento como este hay que permanecer firme y arrostrar la situación difícil. Esa es mi concepción. Se puede renunciar en un momento sereno, o cuando ya no se puede más. Pero no se debe huir en el peligro y decir: que lo haga otro.

 

 

Por tanto, ¿puede pensarse en una situación en la que usted considere apropiada una renuncia del papa?

 

Sí. Si el papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar. “(Luz del mundo. p. 18-19)

 

Se puede comprender entonces que las teorías de conspiración de que fue obligado a renunciar, son realmente risibles, siendo que ya el mismo Benedicto XVI se había planteado la opción de renunciar si ya no puede con el encargo de su ministerio, es más afirma que es un deber.

 

Y en el libro publicado en 2016 ya mencionado anteriormente, explica que las razones que lo llevaron a renunciar fueron por no poder ejercer físicamente el ejercicio del Ministerio Petrino específicamente viajar a la Jornada Mundial de la Juventud que se iba a celebrar en Brasil en julio del 2013.

 

“El médico me había dicho que no debía hacer ya más viajes transatlánticos. Según el calendario previsto, la Jornada Mundial de la Juventud no debía celebrarse en Río de Janeiro hasta 2014. Pero a causa del Mundial de fútbol se adelantó un año. Tenía claro que la renuncia debía producirse en un momento que permitiera al nuevo papa disponer de algún tiempo antes del viaje a Río. En este sentido, mi decisión maduró poco a poco tras el viaje a México y Cuba. De lo contrario, habría intentado aguantar hasta 2014. Pero así cobré conciencia de que ya no tenía fuerzas.” (Últimas Conversaciones. p. 32)

 

Como se puede ver ya desde el 2010 el Papa Emérito Benedicto XVI había explicado que una de las situaciones para renunciar al Ministerio Petrino era ya no poder ejercer físicamente su oficio y en 2016 aclara que la razón por la que renuncio es porque no podía realizar un viaje que ejercía un esfuerzo físico, además anuncio su renuncia meses antes del momento en que el Papa debía realizar el viaje, para que se pudiera elegir un nuevo Papa que tuviera tiempo para prepararse para ese viaje. De este modo al renunciar al Ministerio Petrino y ser elegido Francisco como el nuevo Papa, ahora tiene que adquirir el título de “Papa Emérito”.

 

BENEDICTO XVI RECONOCE SU TITULO DE “PAPA EMÉRITO” Y QUE SOLO HAY UN PAPA.

 

El título del Papa Emérito, Benedicto XVI lo ha defendido en repetidas ocasiones, ya hemos citado su reconocimiento al mismo en el libro “Últimas Conversaciones”, citémoslo una vez más.

 

“¿Cómo es la meditación de un papa emérito? ¿Le resultan hoy especialmente queridos y valiosos determinados ejercicios espirituales?

 

Bueno, ahora tengo tiempo para rezar con profundidad y detenimiento el breviario, intensificando así la amistad con los salmos y los padres de la Iglesia. Y como ya he dicho, todos los domingos predico brevemente.” (Últimas Conversaciones. p. 25)

 

Claramente se puede ver como ante la pregunta sobre un Papa Emérito, este responde reconociendo que se refiere a él. También podemos encontrar un claro reconocimiento y defensa del título a quien lo había cuestionado, en las cartas privadas enviadas al Cardenal Walter Brandmueller en noviembre de 2017. En ella podemos encontrar explicaciones como:

 

“Dijiste que con 'papa emérito' había creado una figura que no había existido en toda la historia de la iglesia. Usted sabe muy bien, por supuesto, que los papas han abdicado, aunque muy raramente. ¿Qué fueron después? ¿Papa emérito? ¿O qué más? … Con el 'papa emérito', traté de crear una situación en la que soy absolutamente inaccesible para los medios de comunicación y en el que está completamente claro que solo hay un Papa … Si conoce una mejor manera y cree que puede juzgar la que elegí, por favor dígame” (Artículo web: En cartas privadas, Benedicto reprende a los críticos del Papa Francisco. New York Times, 20/09/2018)

 

Se puede apreciar que el mismo Papa Emérito Benedicto XVI defiende su título de “Papa Emérito” y a su vez vuelve a afirmar que solo hay un Papa.

 

De la misma opinión que solo hay un Papa es el profesor Roberto De Mattei un celebre crítico del pontificado del Papa Francisco, pero que no niega que es el legítimo y único Papa, ya que Benedicto XVI renuncie a su Ministerio Petrino.

 

“Es posible discutir las intenciones de Benedicto XVI y su eclesiología, pero lo cierto es que sólo se puede tener un Papa a la vez y que este Papa, hasta que se demuestre lo contrario, es Francisco, elegido legítimamente el 13 de marzo de 2013.

 

El Papa Francisco puede ser criticado, incluso severamente, con el debido respeto, pero debe ser considerado Sumo Pontífice hasta su muerte o su eventual pérdida del pontificado. Benedicto XVI ha renunciado no a una parte del papado, sino a todo el papado y Francisco no es papa a tiempo parcial, sino enteramente papa.” (Artículo web: Uno y solo uno es el Papa, Roberto De Mattei. 15/09/2014)

 

En una entrevista realizada por el periódico italiano “Corriere della Sera” al Papa Emérito Benedicto XVI este hace referencia a algunos amigos “fanáticos” que no aceptaron su decisión de renunciar al Ministerio Petrino y afirma claramente que no hay dos papas, solo hay uno.

 

“No hay dos Papas, el Papa es uno solo. … Es una difícil decisión. Pero lo tomé con plena conciencia, y creo que lo hice bien. Algunos de mis amigos un poco fanáticos todavía están enojados, no querían aceptar mi elección. Pienso en las teorías de conspiración que siguieron … No quieren creer en una elección consciente. Pero mi conciencia está bien.” (Artículo web: Entrevista a Ratzinger: «No hay dos Papas. ¿La renuncia de hace 8 años? Creo que lo hice bien", Corriere della Sera. 01/03/2021)

 

Tenemos entonces nada más y nada menos que en repetidas ocasiones el mismo Papa Emérito Benedicto XVI habla de las teorías de conspiración absurdas que algunos católicos fanáticos están siguiendo para promover un cisma usando a su persona negando su valida renuncia al Ministerio Petrino, cuando el mismo Benedicto XVI reconoce como el legítimo Papa al Papa Francisco.

 

En una entrevista con Andrea Tornielli el Papa Emérito Benedicto XVI es más directo en afirmar que:

 

“No hay la menor duda sobre la validez de mi renuncia al ministerio petrino. La única condición de validez es la plena libertad de la decisión. Las especulaciones sobre la nulidad de la renuncia son simplemente absurdas … Agradezco poder estar unido por una gran identidad de puntos de vista y una amistad de corazón al Papa Francisco. Hoy veo como mi única y última tarea apoyar en la oración su pontificado” (Artículo web: Ratzinger: mi renuncia es válida, es absurdo especular. La Stampa. 11/07/2019)

 

EL PAPA EMÉRITO XVI RECONOCE Y OBEDECE AL NUEVO PAPA

 

Pero a pesar de esto, siguen algunos pensando en teorías de conspiración alegando que el Papa Emérito Benedicto XVI fue obligado a renunciar, pero lo hizo sutilmente, ya que nunca dio muestras de dejar el Ministerio o Munus del Papado.

 

Esto tampoco es cierto, ya que en la misma página web de la Santa Sede podemos leer la siguiente declaración del Papa Emérito Benedicto XVI pronunciada en su ultimo discurso a los Cardenales el 28 de febrero de 2013, 17 días después de haber anunciado su renuncia (11 de febrero de 2013) donde pide por la elección del nuevo Papa.

 

“Deseo deciros que continuaré estando cerca de vosotros con la oración, especialmente en los próximos días, a fin de que seáis plenamente dóciles a la acción del Espíritu Santo en la elección del nuevo Papa. Que el Señor os muestre aquello que quiere Él. Y entre vosotros, entre el Colegio Cardenalicio, está también el futuro Papa, a quien ya hoy prometo mi incondicional reverencia y obediencia. Por esto, con afecto y reconocimiento, os imparto de corazón la bendición apostólica.” (Palabras de despedida del Santo Padre Benedicto XVI a los Cardenales presentes en Roma. Jueves 28 de febrero de 2013)

 

Deberían responder los Benevacantistas ¿Si el Papa Emérito Benedicto XVI es el legítimo Papa y no renuncio al Munus porque en su anuncio de renuncia y último discurso de despedida a los Cardenales, habla de un nuevo Papa, al cual promete incondicional reverencia y obediencia?

 

Del mismo modo en una entrevista realizada en el 2016 por el Diario “La Repubblica” donde explica sus razones por las cuales renuncio al Ministerio Petrino, vuelve a afirmar la obediencia que había prometido al nuevo Papa:

 

“La obediencia a mi sucesor nunca ha estado en duda. Pero luego está el sentimiento de profunda comunión y amistad. En el momento de su elección sentí, como muchos otros, un sentimiento espontáneo de gratitud hacia la Providencia. Después de dos pontífices provenientes de Centro Europa, el Señor dirigió su mirada, por así decirlo, a la Iglesia universal y nos invitó a una comunión más amplia, más católica … Lo que dice acerca de estar abierto a otros hombres no son solo palabras. Él lo pone en práctica conmigo. Que el Señor a su vez le haga sentir su benevolencia cada día. Por esto pido al Señor por él.” (Articulo web: Ratzinger, confesión: "Demasiado cansado, así que dejé el ministerio petrino", Diario “La Repubblica” 24/08/2016)

 

Todos debemos de aprender y seguir el ejemplo del Papa Emérito Benedicto XVI y orar por el Papa Francisco, así mismo prometer incondicional reverencia y obediencia al legitimo sucesor de San Pedro sobre todo en estos tiempos que los grupos cismáticos están confundiendo a muchos católicos.

 

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esús entregó al discípulo a quien él amaba a su madre María:. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa (Jn 19, 27). Hoy en día ¿en qué casa es María recibida?

¿Por qué honramos a María? Por muchas razones pero siempre lo principal es que al honrar a María seguimos el ejemplo de Dios y de su hijo Jesucristo, quienes la honraron. El ángel Gabriel portavoz de Dios, llevando el mensaje del Padre, le dijo: Salve muy favorecida (llena de gracia) (Lc 1, 27). También dijo: Bendita tú entre las mujeres. Dios Padre la honra aquí dos veces. Dios "exaltó" a María (1, 52).

 

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Por: Jesús Miguel Álvarez Torres

 

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Hace unos pocos días comenzó a circular una serie de publicaciones por parte de un teólogo (desconozco si en realidad es un teólogo) católico —del cual no diré nombre— algo controvertidas. En ellas se afirmaba que la roca mencionada por Jesús en Mateo 16:18 era en realidad el mismo Cristo, y no Pedro o la confesión de fe de Pedro, como ha creído la inmensa tradición cristiana católica hasta la fecha.

 

Desde luego estas afirmaciones son desconcertantes viniendo de un católico; pero, en general, me parece desconcertante que a estas alturas alguien siga creyendo que la roca (Gr. petra) en Mateo 16:18 se refiere a Jesús, y no a Pedro o su confesión de fe, o a Pedro en virtud de su confesión de fe. Creo que, además del consensum patrum, tenemos un consenso académico teológico que prefiere una exégesis en dirección personal a Pedro o a su confesión, mientras que figurar a Cristo en este versículo, simbolizado como una roca, tiene cada vez menos presencia entre los teólogos.

 

Algo que me sorprendió de este teólogo católico, es que en una de sus publicaciones dice que si alguien le pone a elegir entre Pedro o Jesús como la roca mencionada en Mateo 16:18, él preferiría mantener que se refiere al Maestro y no al discípulo. Desde luego, esta es una forma ridícula de interpretar un pasaje de las Escrituras. Nos damos cuenta que en lugar de apelar principalmente a las herramientas exegéticas, se opta por la subjetividad. Eso implica no dejar que las Escrituras hablen a nosotros, sino que nosotros hacemos que las Escrituras hablen lo que nuestras emociones necesitan escuchar; eso es: «pensar más allá de lo que está escrito» (1 Corintios 4:6).

 

En este artículo no pretendo hacer ver mal a este teólogo católico (ni siquiera he mencionado su nombre); ni poner en duda su catolicidad o su fidelidad a la Iglesia católica. Creo y confieso que es un hermano en la fe, y que su interpretación sobre Mateo 16:18 simplemente está equivocada. Como él mismo lo ha dicho, no creo que ver a Cristo aquí como «la roca» implique negar el primado de Pedro, pero sí se pone mucho en juego.

 

Lo que verá a continuación no es una refutación a sus argumentos, pues ni siquiera he visto que publique algún estudio exegético al respecto. Lo que haré será dar una exposición de Mateo 16:18 y poner la cancha para el debate; analizando las posibles interpretaciones de este pasaje.

 

El nuevo nombre de Simón

 

Para entender mejor este texto, debemos retroceder un poco en el ministerio de Jesús. En Juan 1:42, cuando Andrés lleva a Pedro a presencia de Cristo, el Señor dice que Pedro tendrá un nuevo nombre: Cefas, que quiere decir «piedra». Cefas es una traducción de la palabra aramea kephas que al griego fue traducida como petros. La importancia del nuevo nombre en la historia de Dios e Israel tiene un significado detrás y no es sólo por cuestiones de afecto. El profesor del Nuevo Testamento, Craig S. Keener, escribe lo siguiente sobre esta antigua tradición:

 

«Los apodos eran comunes; los rabinos a veces ponían apodos característicos a sus discípulos. En el Antiguo Testamento Dios a menudo cambiaba el nombre de una persona para describir alguna nueva característica de ella.[1]»

 

Como menciona Keener, esta tradición se ve atestiguada desde el tiempo de los profetas. Por ejemplo, Abraham en un principio era llamado Abram, pero debido a una nueva comisión su nombre fue cambiado a Abraham «pues padre de muchedumbre de pueblos [fue] constituido» (Génesis 17:5). De la misma manera, el hecho de que el nombre de Pedro fuera cambiado no tendría algún sentido si no adquiriera un significado: ya sea que destaque alguna característica propia de Pedro o una comisión que ejercería más tarde. Creo que no tenemos buenos elementos para pensar que Pedro fue llamado de tal manera porque simbolizaba alguna característica personal, más bien, parece que el significado de petros cobra sentido cuando nos dirigimos a Mateo 16:18 y vemos lo que, en palabras de Oscar Culllman, parece un juego de palabras obvio[2], que al final destacaría una comisión única en San Pedro.

 

Además, en Juan 1:42 se usa la palabra griega emblépo (Gr. ἐμβλέψας) que se usa para denotar enfáticamente la observación de alguien. Esto sugiere que Jesús tenía algo especial reservado para Simón, y que sus intenciones eran poderosas y estaban vinculadas al nuevo nombre que se le otorgó a éste. El erudito en griego, Samuel Millos, dice que «Jesús, con esa mirada reconocía a Simón, tanto en cuanto a quién era cómo a lo que iba a ser, es decir, conocía a él y su destino.[3]» En Juan 1:42 Jesús habla en tiempo futuro («tú te llamarás Cefas»), porque Pedro no sería la kepha hasta que hiciera aquella noble confesión en Mateo 16:18.

 

Tú eres Petros y sobre esta Petra edificaré mi Iglesia

 

Cuando Jesús y sus discípulos iban por Cesarea de Filipo, Jesús les preguntó:

 

«¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?» (v. 13). Las personas fuera de los discípulos tenían opiniones distintas de Jesús, y la popularidad dependía de a quiénes se les preguntara: «unos, [decían] que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías» (v. 14). Después Jesús pregunta directamente a los discípulos: «y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» (v. 15). Posteriormente, Pedro responde en lugar de los discípulos diciendo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (v. 16). Esta es conocida como la confesión de la mesianidad de Jesús (Marcos 8:29; Lucas 9:20). Una vez que Pedro confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Jesús le hace ver a Pedro que dicha revelación no fue dada por ningún hombre, sino por su propio Padre (v. 17). Es importante poner atención a este versículo porque es lo que le da sentido al siguiente. En el verso 18, el Señor dice:

 

«Y yo a mi vez te digo...», el uso de estas palabras es una respuesta a la acción reveladora de Pedro; es decir, «de la misma manera que tú dijiste de mí algo tan importante como la confesión de quién soy, así también yo digo acerca de ti.[4]»

 

Después, Jesús hace dicha confesión sobre Pedro: «… tú eres Pedro (Gr. petros) y sobre esta piedra (Gr. petra) edificaré mi Iglesia» (v. 18). Entonces,

¿quién es la petra sobre la que Cristo edificaría su Iglesia? ¿Cristo, Pedro o la confesión de fe de Pedro?

 

Primero analicemos la posibilidad de que se refiera a Cristo.

 

Los que optan por esta interpretación a menudo se basan en que San Pablo dice en 1 Corintios 3:11 que Cristo es el fundamento de la Iglesia y que él es la Roca (1 Corintios 10:4). También se dice que el hecho de que en el contexto se hable haga énfasis en la revelación a Pedro, indica que el versículo 18 gira en torno a esa misma revelación. James McCarthy escribe:

 

«El contexto favorece la interpretación de “esta roca” como algo que se refiere a la revelación y su contenido. En otras palabras, el Señor Jesús sería la roca sólida sobre la cual descansa la fe cristiana.[5]»

 

Primeramente, el apóstol Pablo hace uso de dos metáforas o símbolos. En 1 Corintios 10:4 San Pablo no quiere decir que cualquier roca mencionada se refiere a Jesucristo. Lo que dice es que la roca, en específico, que golpeó Moisés y que acompañó a Israel por el desierto: era Cristo. Asimismo, en 1 Corintios 3:11 Cristo puede ser llamado fundamento en una manera particular, sin que eso anule que otros personajes puedan ser llamados «fundamentos» en otro sentido. Por ejemplo, en Efesios 2:20 el mismo apóstol Pablo dice que los apóstoles son el fundamento de la Iglesia. Entonces, o se contradijo Pablo o un símbolo puede tener distintas acepciones.

 

Después, ¿qué sucede con la objeción de McCarthy de que el mismo contexto de Mateo 16 sugiere que la roca es Cristo? McCarthy pone un enfoque especial en el contexto cultural del pasaje, diciendo que San Mateo escribió a una congregación judía y que el uso de «esta roca» pretendía que los judíos familiarizados con el Antiguo Testamento entendieran que el fundamento de la Iglesia sería Dios, pues, según McCarthy, en todo el AT el símbolo de la roca se usa únicamente para referirse a Dios y no a los hombres (1 Samuel 2:2; Salmo 18:31; Isaías 44:8; etc.). Pero esta presunción es falsa y refutada por la misma boca de Dios. En Isaías 51:1-2 Yavhé dice: «miren la roca de la que fueron tallados, la cantera de la que fueron extraídos», y en el verso siguiente asocia esta mirada a Abraham «miren a Abraham, su padre, y a Sara, que los dio a luz» (NVI).

 

Otra forma de evitar la conclusión de que Pedro es la roca, es hacer una distinción entre las palabras griegas petros y petra en Mateo 16:18. Como hemos mencionado, siguiendo las palabras de Oscar Cullman, aquí parece haber un juego de palabras obvio. Petros (Pedro) y petra (piedra, roca) significan esencialmente lo mismo, pero no exactamente lo mismo. Sin embargo, ¿qué tan importantes son los significados de las palabras griegas aquí? D. A. Carson escribe que «Jesús simplemente hizo un juego de palabras con el nombre [de Pedro][6]». El significado de las palabras griegas petros y petra no es importante para la interpretación del pasaje, dado que las palabras de Cristo fueron originalmente dichas en arameo, no en griego, por lo que petros y petras son traducciones cercanas al original arameo. D. A. Carson dice contra los partidarios de la distinción de significados en este texto:

 

«El argumento [...] de que tanto kepha como petros se referían originalmente a una pequeña "piedra", pero no a una "roca" (sobre la que se podía construir algo), hasta que los cristianos extendieron el término para explicar el enigma del nombre de Simón carece de fundamento. Es cierto que el griego petros significa comúnmente "piedra" en la literatura precristiana; pero el arameo kepha, que subyace al griego, significa "roca (masiva)"»[7]

 

Hay otras razones por las que esta distinción es insostenible. Primero, porque la distinción de significados, en este caso, es propia de un lenguaje poético y no de una prosa. Si dicha distinción quisiese hacerse, se utilizaría el griego lithos, en lugar de petros, para referirse a una piedra pequeña; sin embargo, no sucede. En segundo lugar, el arameo subyacente en el pasaje es incuestionable, ya que el arameo kephi se utilizaba tanto para el nombre propio como para una roca masiva. De hecho, la traducción siríaca (idioma afín al arameo) de la peshitta no hace distinción entre petros y petra, sino que utiliza la misma palabra kephi.

 

Hasta aquí hemos dicho por qué los argumentos a favor de que Cristo sea la roca de Mateo 16:18 fracasan; pero eso sólo resta plausibilidad a esta interpretación. Al final, ¿qué es lo que nos hace negar que Cristo sea la roca referida en este pasaje, además del fracaso de los argumentos a favor? Creo que una de las razones es que Cristo, en este texto, se presenta no como el cimiento sino como el arquitecto. El teólogo presbiteriano Marvin Vincent escribe:

 

«La referencia de [petra] a Cristo es forzada y antinatural. La referencia obvia de la palabra es a Pedro. El enfático esta se refiere naturalmente al antecedente más cercano; y además, el cimiento se debilita así, ya que Cristo aparece aquí, no como cimiento, sino como arquitecto: “sobre esta roca edificaré”.»[8] [énfasis añadido]

 

El antecedente más cercano a la cláusula de Mateo 16:18 citada por Vincent, no es Cristo, es Pedro: «… tú eres Pedro… », por lo que una interpretación que deje fluir naturalmente el pasaje no llegará a la conclusión de que la petra del texto es Cristo. McCarthy hace bien en primeramente buscar el significado del símbolo de la roca en su contexto inmediato; lamentablemente, su investigación fracasa.

 

¿Qué pasa con la interpretación de que la roca es Pedro o su confesión de fe?

 

En primer lugar creo que aquí hay una falsa dicotomía. No creo que sea práctico hablar en términos disyuntivos (esto o aquello), pues estamos hablando del significado de un símbolo (la roca). En las Escrituras los símbolos pueden ser polisémicos, es decir, pueden tener distintos significados (cfr. Apocalipsis 17:9-10); esta es la razón por la cual el Catecismo Católico Romano dice que tanto Pedro como su confesión de fe son la roca sobre la que Cristo edificó su Iglesia (CIC 424; 552; 881). El Dr. Gregg R. Allison tiene una visión, creo, acertada y acoplada a la visión católica de Mateo 16:18:

 

«Mientras que algunos teólogos evangélicos interpretan "esta roca" como una referencia a Pedro, y otros como una referencia a su confesión, un entendimiento más plausible es que la roca es Pedro en virtud de su confesión.»[9]

 

En efecto, el apóstol Pedro no podría haber tenido un efecto existencial en su vida, por parte de Cristo, si no hubiera sido en virtud de dicha confesión. La confesión de Pedro es lo que ocasiona que el Señor lo declare como el cimiento de la Iglesia que pretende edificar. A pesar de esto, todavía hay teólogos que creen que para interpretar correctamente el texto bíblico debe hacerse en términos disyuntivos. El apologista protestante James R. White, dice que el tema central de Mateo 16:13-20 es la condición mesiánica de Cristo, y que cualquier interpretación que desvíe el foco de atención de la identidad de Cristo no tiene sentido[10]. Pero desde luego este es un estándar arbitrario de White, y además constituye una petición de principio. White primero debe demostrar que la cláusula «y sobre esta roca» no tiene la intención de referirse a Pedro. Y aun concediendo que no se refiere a Pedro, las otras frases «… tú eres Pedro…», «… a ti te daré las llaves del reino de los cielos...» y «… todo lo que ates en la tierra...», son claramente declaraciones que conciernen a la persona de Pedro y no de Cristo, por lo que Mateo 16:13-20 no pretende únicamente revelar la identidad de Cristo, sino también decir algo respecto de Pedro. El teólogo católico Joe Heschemeyer detecta al menos diez ocasiones en las que el Señor se dirige a Pedro de forma individual, usando la segunda persona del singular, ¡en apenas tres versículos! (Mateo 16:17-19)[11] Si para el sr. White Pedro no tiene importancia en el discurso de Cristo, para el Señor mismo sí la tenía.

 

Posteriormente White dice que la roca mencionada por Cristo no puede ser más que la confesión de fe de Pedro porque «… mientras el Señor se dirige directamente a Pedro, cambia de dirección directa a la tercera persona, «esta roca», cuando habla de la confesión de Pedro. No dice: «Sobre ti, Pedro, edificaré mi iglesia». En su lugar, tiene una clara distinción entre Pedro, el Πέτρος (Petros), y el pronombre demostrativo que precede a πέτρᾳ (petra), la confesión de fe, sobre la que se construye la Iglesia.»[12]

 

Pero aunque esto tiene cierto grado de plausibilidad, el cambio al pronombre demostrativo no excluye en definitiva que se siga refiriendo al mismo sujeto. Como dice el apologista y teólogo católico, Trent Horn:

 

«Es perfectamente posible que una persona se refiera a alguien usando un pronombre personal como “tú” y luego se refiera a la misma persona usando un adjetivo demostrativo como “esta”.»[13]

 

Horn pone un ejemplo bastante análogo a lo que dice Jesús en Mateo 16:18:

 

«Tú eres la luz de mi vida, y esta luz brilla más que el sol». Igualmente aquí se utiliza un símbolo para representar a una persona en particular, así como el pronombre personal «tú» y el pronombre demostrativo «esta». La analogía cobra aún más sentido si recordamos que en arameo no hay distinción entre el nombre de Pedro y la roca mencionada por Jesús, así como aquí no hay distinción entre luz 1 y luz 2.

 

Por tanto, no creo encontrar elementos para afirmar que la roca mencionada por Cristo es única y exclusivamente la confesión de fe de Pedro, puesto que eso no resuelve el cambio de nombre de Simón en Juan 1:42, ¿por qué Jesús cambiaría el nombre de Simón?, ¿sólo para posteriormente hacer un juego de palabras? Eso no parece ser lo que los rabinos tenían en mente al dar un nuevo nombre a sus discípulos.

 

Conclusión

 

Creo que ofrecí buenas razones para pensar que Pedro es, de hecho, la roca mencionada por Jesús. Primero, vimos que a Simón le fue cambiado el nombre, y que este cambio de nombre, en el contexto cultural de Israel, representaba alguna característica o una función futura. En segundo lugar, que la interpretación de que Cristo es la roca fracasó por varias razones; en tercer lugar, vimos que en el arameo no hay una distinción como en el griego entre el nombre de Pedro y la roca mencionada por Jesús, lo que nos permite brincarnos el obstáculo de los significados de petros y petra en el griego koiné. También observamos que el significado de «esta roca», según Vincent, debe ser el antecedente más cercano, el cual era Pedro («tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia»)[14]. Otra cosa que también observamos, es que no debe haber necesariamente una disyunción (esto o aquello) sino que bien puede haber una conjunción (esto y aquello) entre los significados de un símbolo, lo que da oportunidad de entender en dos sentidos el significado de la petra mencionada por Jesús (puede referirse a Pedro en virtud de su confesión de fe). Asimismo, hicimos una apología defensiva contra las objeciones que se levantan contra la interpretación católico-romana. Por lo tanto, creo que tenemos unas bases decentes para afirmar la postura católica tradicional sobre este texto.

 

Referencias.

 

[1]       Keener, C. (2014) Comentario al contexto cultural de la biblia: Nuevo Testamento. Mundo Hispano. p. 343.

[2]       Cullmann, O. (1969) Theological Dictionary of the New Testament, vol. 6, ed. Gerhard Kittel. Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans. p. 98. Citado de Horn, T. (2017).

[3]       Millos, S. (2016) Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento:

Juan. España: CLIE. p. 214

[4]       Millos, S. (2016) Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento: Mateo. España: CLIE. p. 1102.

[5]       McCarthy, J. (1996). El evangelio según Roma; una comparación de la tradición católica con la Palabra de Dios. Grand Rapids: Editorial Portavoz. p. 198.

[6]       Carson, D. A. (1984). The Expositor`s bible commentary. Grand Rapids: The Zondervan Corporation. p 367.

[7]       Ibíd.

[8]       Vincent, R. (1906). Word studies in the New Testament, vol. 1. New York: Charles Scribner´s Sons. pp. 91-92.

[9]       Allison, G. (2014). Roman Catholic Theology: Theology and Practice: An evangelical Assessment. USA: Crossway. c. 5.

[10]     White, R. (1996) The Roman Catholic Controversy: Catholics and Protestants—do the differences still mather? Minesota: Bethany House Publishers. p. 117

[11]     Heschmeyer, J. (2020) Pope Peter: Defending the Church´s Most Distinctive Doctrine in a Time of Crisis. California: Catholic Answers Press. c. 9

[12]     White, R. (1996) The Roman Catholic Controversy: Catholics and Protestants—do the differences still mather? Minesota: Bethany House Publishers. p. 118.

[13]     Horn, T. (2017) The Case for Catholicism: Answers to Classic and Contemporary Protestant Objections. San Francisco: Ignatius Press. c. 5.

[14]     Creo que lo que dice Vincent es acertado; sin embargo, sigo pensando que muchos teólogos pasan por alto la posibilidad de un significado polisémico en el uso de «roca» en Mateo 16:18.

 

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El "Amén" de Soloviev Un argumento ortodoxo ruso a favor del papado.

Durante los últimos seis o siete siglos, sucesivos pontífices llevan invitando repetidamente a las Iglesias orientales separadas para que vuelvan a la comunión con Roma. Las pocas respuestas del Este han sido negativas, a mi entender con una sola excepción. Un miembro de una Iglesia ortodoxa oriental respondió positivamente por escrito... Se trata de un laico ortodoxo ruso que se llama Vladimir Soloviev (1853-1900). Soloviev fue un filósofo, un teólogo, un poeta, un místico, un pensador político y un crítico literario. En la Gloria del Señor: Una estética teológica, Hans Urs von Balthasar se refirió a él como el segundo, sólo después de Santo Tomás de Aquino, "mayor artista del orden y organización en la historia del pensamiento". Soloviev era un amigo íntimo de Fyodor Dostoyevsky, y el modelo para uno de los personajes más admirables de Dostoyevsky, Alyosha Karamazov (en Los Hermanos Karamazov).

Recientemente, el libro Rusia y la Iglesia Universal de Soloviev, publicado en 1895, ha aparecido en una versión reducida. La obra más breve es La Iglesia Rusa y el Papado (San Diego: Catholic Answers, 2001), un trabajo que contiene el desarrollo de dos temas de Soloviev: uno es un análisis del daño infligido en la Iglesia rusa (y, por tanto, en todas las Iglesias ortodoxas orientales) por la separación de la jurisdicción romana; y la otra, una apología del papado, que en mi opinión no ha sido superada por ningún otro argumento.

 

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