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Prologo.

Introducción:

. Los males que vienen del cielo.

. El hecho en su contexto.

¿Revelación vs. cultura?

Dios que sana.

Dios que enferma.

El mal nuestro de cada día.

Estadísticas humanas, culpas divinas.

Conclusión

Bibliografía

Prologo:

Me ha motivado a realizar este breve "monografía" inspirado por los "reclamos" de algunos amigos ateos (algunos de los cuales leen apologetica.org) y debido también, a ciertas tradiciones y/o creencias populares la cual se descubren profundamente arraigadas en el pensamiento cristiano. Dios quiera que este humilde trabajo difunda un poco de luz en nuestra reflexión.

 

Introducción:

Si buscamos qué dice el Antiguo Testamento sobre el origen del mal, haremos un descubrimiento sorprendente e incluso espantoso: Dios mismo es el que ocasiona los males que hay en el mundo.

En efecto, son innumerables los episodios en los que aparece Dios castigando a los hombres, aterrorizándolos, mandándoles catástrofes, pestes y sequías, y hasta fomentando la guerra entre ellos.

Vemos, por ejemplo, que él mandó el diluvio universal que aniquiló a casi toda la humanidad (Gn 6, 7); él destruyó la ciudad de Sodoma, haciendo bajar fuego y azufre del cielo (Gn 19, 24); él convirtió en estatua de sal a la pobre mujer de Lot, sólo por haberse dado vuelta y mirar hacia atrás (Gn 19, 26); él volvió estéril a Raquel, la segunda mujer de Jacob (Gn 30, 1-2); él hizo nacer tartamudo a Moisés (Éx 4, 1012); él mató a los niños de las familias egipcias (Éx 12, 13); él provocó las derrotas militares de los israelitas (Jos 7, 215; Jc 2, 14-15); él hizo morir al hijo del rey David, porque su padre había pecado (2Sam 12, 15); él causó la triste división política del reino de Israel, que tantas secuelas funestas acarreó entre los hebreos (1 Rey 11, 9-1 l); él dejó ciego al ejército de los arameos, cuando atacaron a la ciudad de Dotán (2Rey 6, 18-20).

 

Los males que vienen del cielo

Pero Dios no sólo figura en la Biblia como responsable de las enfermedades, las muertes y los males sociales, sino incluso de los desastres de la naturaleza, que aparecen directamente provocados por su omnímodo poder.

Así, fue Yahvé quien envió las serpientes venenosas que mordieron a los israelitas cuando estaban en el desierto (Núm 21, 6); quien produjo un terremoto para que murieran todos los que se habían sublevado contra Moisés (Núm 16, 3132); quien castigó con la lepra a la hermana de Moisés (Deut 24, 9); quien mandó la peste a Israel, en la que murieron 70 mil hombres (2Sam 24, 15); quien provocó una sequía de tres años en todo el país (1 Rey 17, l).

 

En el Antiguo Testamento, pues, todas las desgracias, los infortunios, las enfermedades y hasta la misma muerte aparecen proviniendo de Dios.

Tal convicción se halla claramente expuesta en el libro de Isaías, donde Dios dice: "Yo, Yahvé, creo la luz y las tinieblas; yo mando el bienestar y las desgracias; yo lo hago todo" (44, 7). 0 en el libro de Oseas, donde el profeta exclama: "Dios nos lastimó, y él nos curará; Dios nos ha herido, y él nos vendará" (6, l). 0, de un modo patético, en el pobre salmista que le recrimina al Señor: "Desde mi infancia vivo enfermo, y soy un infeliz. He soportado cosas terribles de tu parte, y ya no puedo más; me has mostrado tu enojo, y tus castigos me han destruido" (Sal 88, 16-17).

El hecho en su contexto

De esta manera, en casi todas las páginas del Antiguo Testamento se oye hablar de la ira de Dios que se enciende contra su pueblo. -

 

¿Cómo Israel pudo concebir una imagen tan espantosa de su Dios? Es fácil comprenderlo.

Durante mucho tiempo, la situación cultural del pueblo había sido desarrollada dentro de una estructura tribal, donde todo era de todos, donde cada uno participaba del destino de los demás, donde todos eran o pobres o ricos, donde no habían diferencias, donde había un gran sentido de solidaridad tanto en el bien como en el mal. Dentro de este nivel cultural creían que era perfectamente natural que uno sufriera por el mal de otros (Jos 7, 1-26). Había incluso un proverbio que decía: "Los padres comieron agraces y los hijos sufren la dentera (Ez 18, 2) además para aquellos tiempos, no sabían todavía nada sobre el futuro. Creían que, después de morir, el destino era igual para todos, buenos y malos (Ecl 9, 1-2) (..).

Viviendo dentro de esta cultura, el pueblo intentó dar una expresión a su fe en un Dios personal y justo, que castiga a los malos y recompensa a los buenos: todos los males que ocurren tienen que considerarse como un castigo inflingido por Dios. Si uno sufre, aunque sea justo, su sufrimiento es un castigo por los pecados y transgresiones que otros han cometido. Si uno lo pasa bien, su felicidad es una recompensa de Dios por su justicia o la de los demás. No se les ocurría pensar en una recompensa o castigo después de la muerte. Esta explicación satisfacía al pueblo y resolvía el problema del sufrimiento del justo. Era una explicación natural, de acuerdo con la cultura, la única que les podía dar de lo que podría ser la justicia de Dios.

 

Por lo que.. cuando se escribió el Antiguo Testamento las ciencias aún no se habían desarrollado. No se conocían las leyes de la naturaleza, ni las causas de las enfermedades, ni por qué sucedían los fenómenos ambientales. La misma psicología era bastante elemental, y los conceptos de libertad y responsabilidad humanas estaban muy poco desarrollados.

Esto hizo que muchos de los fenómenos que hoy llamamos naturales, en aquella época se consideraran sobrenaturales, y por lo tanto, venidos directamente de Dios.

De modo que cualquier cosa que ocurría, buena o mala, linda o fea, feliz o desgraciada, era obra de Dios. Un israelita no podía jamás imaginar que sucediera algo en este mundo sin que Dios lo quisiera o lo provocara. Él era el dueño de todo y, por lo tanto, el autor de todo.

 

¿Revelación vs. Cultura? Dios, un paciente pedagogo.

El desconcierto de algunos nace del hecho de que Dios mismo aparece frecuentemente como el Comandante Supremo del ejército hebreo que incita al exterminio, mientras los soldados de Israel se vuelven casi sacerdotes de un ritual sangriento que se celebra en las "guerras del Señor", como se llama a las batallas de aquella conquista.

En verdad, frente a estas y otras páginas difíciles y "escandalosas" de la Biblia, hemos intentado frecuentemente ofrecer una explicación, sea en el comentario que acompaña al texto bíblico, sea en los "oasis" de los fascículos. Aprovechemos, ahora, la ocasión para recordar que los fascículos de la Biblia para la familia no se publican sólo para que al final sean encuadernados en un libro y después se releguen a una estantería de la sala o de la biblioteca. Si se quiere comprender el sentido de las Escrituras, hay que leer y penetrar con paciencia aquellas páginas; de lo contrario, se corre el riesgo de continuar con la errónea lectura "literalista" (o 'fundamentalista"). Ya Pablo advertía que "la letra mata, pero el Espíritu da vida" (2 Cor 3, 6).

 

Invitando, por lo tanto, a captar en cada capítulo bíblico el mensaje profundo que nos quiere comunicar, me gustaría decir de todos modos algo a nivel general para responder a la pregunta que está en la base de todos los interrogantes específicos sobre las dificultades del Antiguo Testamento. Esta pregunta radical se podría formular así: frente a las 'santas' pero siempre feroces crueldades e inmoralidades de los personajes bíblicos, ¿qué mensaje puede sacar el creyente que considera a la Escritura "lámpara para sus pasos"?

El camino principal para interpretar correctamente estas páginas es la afirmación de un dato esencial de la religión bíblica: la revelación divina según la Biblia es histórica, es decir, se manifiesta encarnándose en la trama lenta y fatigosa de las vicisitudes de los hombres. No se trata de una palabra suspendida en los cielos y comunicada a través de un éxtasis (alguna vez puede darse de ese modo, pero raramente): se trata, en cambio, de una semilla que se abre camino bajo el terreno silencioso y opaco de la vida humana y de sus vicisitudes.

Es por esto que la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) no es un catecismo hecho de tesis teológicas precisas, expresadas en un lenguaje formal indiscutible, sino que es la historia progresiva de una revelación de Dios y la revelación progresiva del sentido de nuestra historia, a primera vista tan disparatada y escandalosa.

Si leemos correctamente la Biblia, descubriremos el obrar de un Dios paciente que, adaptándose a la lentitud, a los límites y al pecado del hombre, busca llevarlo hacia nuevos horizontes y hacia la salvación. Por ello, se suele decir que la Biblia es la proclamación de la "historia de la salvación", que tiene ya etapas de realización en el Antiguo Testamento y la plenitud en Cristo. El conjunto de esta historia y de su significado profundo es la revelación, es la salvación a la cual estamos llamados a adherirnos y a participar.

 

Precisamente porque las páginas violentas de la Biblia están ligadas a la historia humana, no deben ser asumidas de un modo simplista y superficial sino -como hemos tenido ya ocasión de destacar- que deben ser consideradas en su meta auténtica a la cual Dios, "paciente pedagogo de su pueblo" (san Agustín), quiere conducirnos.

En otras palabras, la Biblia es la narración del ingreso de Dios en nuestro mundo herido por el pecado. Dios no entra sólo para juzgar, sino sobre todo para salvar. Si a veces muestra su justicia severa y su voluntad, la mayoría de las veces parece casi "adaptarse' a nuestro primitivismo, a nuestra incomprensión y a nuestra miseria, buscando pacientemente llevarnos más allá, corregirnos, educarnos y' sobre todo, hacernos entrever otra vida, otro horizonte, otro proyecto.

"Tú, dueño de la fuerza', se lee en el libro de la Sabiduría (12, 18-19), 'juzgas con moderación, nos gobiernas con mucha indulgencia, y de ese modo enseñas a tu pueblo...'.

La Biblia es, pues, el relato de la historia vivida de modo ejemplar por Israel y que se repite también para nosotros. Dentro de las páginas "escandalosas" de la Escritura se encuentra la actitud de un pueblo que es, de alguna manera, la parábola de la historia de todos los pueblos. Pero está también la etapa final inaugurada por Cristo, revelación última y perfecta de Dios, que obra progresiva y lentamente dentro de la actuación y de los tiempos de la humanidad. La Biblia es el bosquejo tanto del fatigoso viaje como de la meta posible y ofrecida por Dios a la historia del hombre.

 

Un Dios que sana

Cuando le tocó el turno de predicar a Jesús, la situación (cultural) no había cambiado mucho. Las ciencias continuaban en su etapa primitiva, y seguían ignorándose las causas naturales de los fenómenos que sucedían. Fue entonces cuando Jesús aportó una idea nunca oída hasta el momento: enseñó que Dios no manda males a nadie; ni a los justos ni a los pecadores. Él sólo manda el bien.

 

Para demostrarlo, adoptó una metodología sumamente eficaz. Comenzó a curar a todos los enfermos que le traían. Y les explicaba que lo hacía en nombre de Dios. De este modo anunció la buena noticia de que Dios no quiere la enfermedad de nadie, y que si alguien se enfermaba, no era porque él lo hubiera permitido.

Igual actitud asumió frente a la muerte. Cuando le venían a pedir por alguien que había fallecido, jamás decía: "No, déjenlo muerto, porque esa es la voluntad de Dios". Al contrario, lo resucitaba inmediatamente para enseñar que Dios no mandaba la muerte, ni la quería.

En sus enseñanzas exponía este mismo mensaje a sus oyentes. Un día sus discípulos vieron, al pasar, a un ciego de nacimiento, y le preguntaron: "Maestro, ¿por qué este hombre nació ciego? ¿Por haber pecado él, o porque pecaron sus padres?" (Jn 9, 1-3). Y Jesús les explicó que nunca las enfermedades son enviadas por Dios, ni son castigos por los pecados.

 

En otra oportunidad vinieron a contarle que se había derrumbado una torre en un barrio de Jerusalén y había aplastado a 18 personas. Y Jesús les aclaró que ese accidente no era querido por Dios, ni era castigo por los pecados de esas personas, sino que todos estamos expuestos a los accidentes y por eso debemos vivir preparados (cfr. Le 13, 4-5).

Jesús enseñó claramente que Dios no quiere, ni manda, las enfermedades. Tampoco provoca la muerte, ni los accidentes, ni ocasiona directamente los fenómenos de la naturaleza en los que tantos seres humanos pierden la vida. Dijo que de Dios procede sólo lo bueno que hay en la vida, no lo malo; porque Dios ama profundamente al hombre y no puede mandar nada que lo haga sufrir (cfr. Jn 3, 16-17).

 

Jesús, pues, no explicó de dónde vienen las desgracias de este mundo, pero sí explicó de dónde no vienen: de Dios. No enseñó qué causas las provocan, pero sí enseñó quién no las provoca: DIOS.

Sin embargo hay una frase en el Evangelio que ha llevado a la confusión a mucha gente. Es la de Mt 10, 29, donde Jesús dice: "Ni un pajarito cae por tierra sin que lo permita el Padre que está en los cielos". O sea que si un pajarito llega a caer por tierra (es decir, sufre alguna desgracia o accidente), es porque Dios sí lo ha permitido.

Pero en realidad se trata de una mala traducción de las Biblias. El texto original griego dice que ni un pajarito cae por tierra "sin el Padre". Como a la expresión le faltaba el verbo, los traductores de la Biblia le agregaron "sin que lo permita el Padre", pensando que esta era la intención de Mateo. En realidad el evangelista, al decir que el pajarito no cae "sin el Padre", quiso decir eso, es decir, que no cae sin que Dios esté a su lado, lo acompañe. 0 sea, que Dios está cerca del que sufre; pero no que permitió su sufrimiento.

 

Un Dios que enferma.

A pesar de este progreso, muchos cristianos, por leer más el Antiguo Testamento que el Nuevo, siguen pensando como lo hacían los primitivos israelitas, y conservan hondamente arraigada en su inconsciente aquella imagen del Dios al que había que responsabilizar de todos los males que suceden en la sociedad.

Y aunque Jesucristo ya nos explicó que Dios no quiere nuestro dolor, todavía quedan muchos cristianos que piensan que los sufrimientos que padecemos son enviados por él. Es común, por ejemplo, visitar a algún enfermo, y oír a los amigos que le dicen refiriéndose a su dolencia: "Tienes que aceptar lo que Dios dispone", como si Dios hubiera dispuesto que se enfermara. O al concurrir a algún velatorio, oímos la famosa frase de quienes van a consolar a los familiares: "Hay que aceptar la voluntad de Dios".

 

Pero ¿cómo va a ser voluntad de Dios que alguien se muera? Dios es un Dios de vida y no de muerte, decía Jesús (cfr. Me 12, 27). Dios manda la vida, nunca la quita. Ya el libro de la Sabiduría dice expresamente: "No fue Dios quien hizo la muerte" (1, 13). ¿Cómo podemos culparlo a él del fallecimiento de alguien, cuando el mismo Jesús, en su nombre, devolvió la vida a tres personas que habían muerto?

Pensar que estos incidentes suceden por su voluntad es una falta de respeto a Dios, y una grave ofensa a su amor y bondad.

Algunos, para justificar a Dios, lo explican diciendo: "Dios hace sufrir a los que ama". Pero si nos ama ¿por qué nos hace sufrir? Otros explican piadosamente: "Dios aprieta pero no ahorca". Pero ¿para qué quiere Dios apretar, pudiendo hacer las cosas con amor y ternura?

Semejante mentalidad tortuosa, ha llevado a mucha gente a enojarse con Dios y a sentir resentimiento hacia ese Ser que, en vez de hacer feliz a la gente, la llena de desgracias. Y en el fondo tienen razón de enojarse y de alejarse de él. ¿Quién siente ganas de rezarle, o de hablarle a aquel que le mandó un terrible accidente, una enfermedad, o se llevó a un ser querido?.

 

El mal nuestro de cada día.

¿De dónde proceden, entonces, tantas desgracias y enfermedades imprevistas? Del mal uso de la libertad humana.

En efecto, somos nosotros los que contaminamos el agua que bebemos, el aire que respiramos, los alimentos que ingerimos, la tierra en la que vivimos, y de esta manera producimos graves trastornos en los seres humanos, incluyendo a los niños que se están gestando.

 

Pero la mentalidad primitiva que tenemos, propia del Antiguo Testamento, nos lleva a responsabilizar a Dios. Y cuando alguien se enferma, o muere, o nace un niño discapacitado, surge la famosa frase: "¡Es voluntad de Dios!".

Hoy sabemos, por ejemplo, que unas 250.000 personas por año mueren en el mundo a causa de enfermedades (como la malaria, el paludismo, la fiebre tifoidea, el cólera) provocadas por la contaminación que el hombre realiza de las aguas. Y seguramente en las familias de cada enfermo se pensará: "Aceptemos la voluntad de Dios".

 

Cuántas mujeres culpan a Dios de su esterilidad, y se preguntan: "¿Por qué Dios me niega un hijo?", cuando sabemos que los pesticidas químicos que se emplean para fumigar frutas o verduras son tóxicos y provocan graves daños en la capacidad procreadora, así como en la piel, en la sangre, y en las vías respiratorias.

Y cuántos hombres se resienten con Dios por su infertilidad, cuando hoy se sabe, por ejemplo, que la ropa demasiado ajustada provoca microtraumas y un incremento de calor que llevan a la infertilidad masculina.

 

Estadísticas humanas, culpas divinas

Los estudios médicos aseguran que el 75 % de los casos de cáncer registrados en el mundo podrían haberse evitado. El 100% de los carcinomas pueden ser curados si se descubren a tiempo (*). Y sin embargo muchos morirán preguntándose: "¿Por qué Dios me ha mandado esto?".

Asimismo las estadísticas afirman que en la Argentina mueren anualmente unas 15.000 personas, y otras 120.000 resultan heridas en los accidentes de tránsito. ¿Las causas? El 69 % por fallas del conductor; el 17 % por fallas de la ruta; el 6 % por fallas del peatón; el 5 % por fallas del vehículo; y el 3 % por agentes naturales. Pero el 100 % de los afectados, en lo íntimo de su corazón, culpará a Dios por el accidente.

 

En los países industrializados el enemigo numero uno de los cánceres es el carcinoma broncógeno. Es el tumor visceral maligno mas frecuente en los varones. Su incidencia se esta elevando espectacularmente en las mujeres, de modo que el cáncer de pulmón a superado ya al cáncer de mama como causa de muerte por cáncer en la mujer. El numero anual de muertes por este mal en estados unidos solamente se ha elevado desde 18 000, en 1950 hasta unas 158 000, en 1997. en las mujeres, la mortalidad se ha elevado desde 4.5 hasta 31 por 100 000 habitantes en un mismo intervalo, lo que, casi con seguridad, es una consecuencia tardía del mayor consumo de tabaco por parte de la mujer.(**)

¿En cuántos de esos velorios se acercarán los familiares para saludar al deudo y le dirán: "Qué vamos a hacer, hay que aceptar la voluntad de Dios"?

En el mundo, miles de niños nacen con malformaciones, ceguera, discapacidades, debido a problemas sociales como la desnutrición, el alcoholismo crónico de los padres, o la falta de vitaminas. Y miles de padres se preguntarán: "¿Por qué Dios ha querido esto para mí?".

 

La tierra produce actualmente un 10 % más de alimentos de los que realmente necesita. Pero el egoísmo de los países ricos, la negligencia, la mala administración y los intereses mezquinos de algunos gobiernos hacen que unos 500 millones de personas sufran hambre en el planeta. Y, por supuesto, no faltarán los que digan: "¿Cómo voy a creer en Dios, cuando tanta gente muere de hambre?", como si él fuera el responsable de nuestros errores.

Más aún: recientemente un grupo de especialistas ha denunciado que en las construcciones no se hace nada por evitar el "síndrome del edificio enfermo", que afecta a millones de personas. Efectivamente, en muchas edificaciones modernas se utilizan algunos tipos de plásticos, aglomerados, cementos de contacto y otros materiales que despiden sustancias tóxicas y cancerígenas, sin advertir a la gente de estos peligros. La cual, por supuesto, en cuanto contraiga algún tipo de dolencia grave, pensará en "la pesada cruz que Dios me mandó".

Las grandes inundaciones, que parecen fenómenos tan caprichosos e incontrolables, y que además de pérdidas millonarias ocasionan cientos de muertes, tienen también su grado de responsabilidad humana. Muchas de ellas provienen de las intensas lluvias provocadas por la acumulación de evaporación, originada en los grandes embalses de las represas hidroeléctricas construidas negligentemente por los hombres.

Lo mismo podemos decir de los terremotos. Si bien son manifestaciones naturales, muchos de ellos son causados por el hombre. Al construirse un embalse o un dique para frenar la corriente de un río, se suele formar un lago artificial, el cual produce una infiltración de agua que se introduce en las rocas, actúa como lubricante y facilita el deslizamiento de aquéllas, lo que origina luego los temblores de tierra.

 

Conclusión:

Entre los grandes logros de la humanidad figura el haber eliminado ya dos enfermedades: la viruela en 1979, y la poliomielitis que prácticamente ha desaparecido. -Cuántas otras enfermedades podrían suprimiese o frenarse, si en vez de gastar dinero en armas, bombas y guerras, lo empleáramos en investigar?

Pero sigue siendo Dios, en la mente de muchos cristianos, el responsable de las enfermedades, las catástrofes y las muertes que vemos a nuestro alrededor.

 

Alguno pensará: ¿acaso Dios no nos creó mortales? Sí. ¿Entonces no es él el responsable de que muramos? No. El nos creó mortales, pero el "cuándo" morimos lo fijamos entre todos nosotros, con nuestras actitudes de amor o de odio, de responsabilidad o negligencia. El no nos tiene fijado el día de nuestra muerte, como piensan algunos. En ella interviene una serie de factores en los que entra la responsabilidad humana.

 

Por no haber entendido esto, mucha gente vive resentida con Dios, lo acusa de sus desgracias, y hasta lo ha eliminado de su vida.

 

Es necesario erradicar la imagen primitiva del Dios del Antiguo Testamento, que aún llevamos dentro, y recuperar la figura amorosa que nos presentó el Señor en el Evangelio. Sólo así aparecerá el verdadero Papá del que nos habló Jesús, el "que hace salir el sol sobre todos, sin importarle si son buenos o malos, y llover sobre todos, sin importarle si son justos o injustos" (Mt 5, 45).

 

Aclarado esto, se podría mostrar qué cosa quieren enseñarnos cada vez aquellas páginas difíciles, sobre todo las marcadas por la sangre (entre paréntesis, no debemos olvidar que los excesos son más verbales que reales, porque los orientales aman los colores encendidos y los tonos fuertes). Y justamente para ello se publican Biblias llenas de notas, comentarios, explicaciones y profundizaciones, como por ejemplo, La Biblia para la familia. Es a ella, o alguna otra buena edición, que nos remitimos, con el caluroso deseo de un estudio cuidadoso e iluminador.

 

Bibliografía:

· Ariel Álvarez Valdés. Enigmas de la Biblia tomo III. 1ra edición. Editorial San Pablo.

· Carlos Mesters. Dios ¿dónde estas? Una introducción practica a la Biblia. 2da. Edición. Editorial Verbo Divino.

· Gianfranco Ravasi. La verdad sobre la Biblia. 1ra edición. Editorial Paulinas. (del titulo original: La Bibbia: Risposta alle domande più provocatorie)

· Ramzi S. Contran, Vinay Kumar y Tucker Collins. Patología Estructural y Funcional de Robbins. 6ta Edición. Editorial: McGraw-Hill Interamericana.

(*) Dato estadístico derivado de teóricos bajo la tutela de la cátedra de Patología Humana de la Facultad de Medicina de la UNNE. Corrientes. Argentina. (El dato es incluido por el autor de esta monografía; no encontrándose en el texto original)

(**) Informes estadísticos basados en los datos de Landis SH et al: Cancer statistics, 1998. CA Cancer J Clin 48: 6, 1998. Reproducido en Patología E. y Funcional de Robbins.

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