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collage de fotos challenge para PROMOVER EN REDES

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Hace no mucho tiempo, en un foro evangélico –www.forocristiano.com- me encontraba yo en medio de una labor de información sobre la secta llamada de "los testigos de Jehová", recomendando buenas páginas web sobre la auténtica naturaleza, oscuros orígenes y siniestras metas de tal organización, cuando, en un momento determinado, una señorita que responde por el nick de "mari paz" cambió radicalmente el curso de la conversación, haciendo referencia al carácter sectario del catolicismo, e introduciendo dos fotos muy malintencionadas. Una de ellas es la foto que figura en la portada del libro de John Cornwell "Pío XII el papa de Hitler", y la otra la firma del concordato entre la santa sede y el gobierno alemán. Le advertí que la primera foto era malintencionada, puesto que tal foto es del año 1929, cuando todo el mundo sabe que Hitler no llegará al poder hasta 1933, y en la segunda había un error, puesto que Eugenio Pacelli, no será Papa hasta 1939, y en tal foto de 1933 figuraba ya como Pio XII. Cual no sería mi sorpresa, que el gestor de la web de

donde había sacado esta señorita las fotos, Daniel Sapia, intervino introduciendo textos del mencionado libro de Cronwell. Yo considero que es bastante entendible que en una página de apologética protestante se ataque el primado del Papa, su infalibilidad y la sucesión apostólica. Sin embargo, lo que no me parece –con todo el respeto que me merece el señor Sapia- de honestidad intelectual es que dé por buena cualquier propaganda si ésta es anticatólica, venga de donde venga. Esas dos fotos que el señor Sapia tiene en su web "conoceréis la verdad" creo que deslegitiman bastante cualquier otra afirmación, porque no es digno de credibilidad el que cede ante cualquier principio metodológico ante la necesidad de la mera vituperación al catolicismo. Ya que en esas fotos, como en sus mensajes en el foro anteriormente citados ha mencionado la cuestión del concordato, el tema del silencio ante los judíos, y una pretendida connivencia entre el episcopado católico alemán y Pío XII con los nazis, me gustaría someramente abordar este tema.


1.- La relación del Reich alemán con las diferentes confesiones cristianas

Desde la toma del poder por Hitler, el nacional-socialismo se esfuerza por introducir su doctrina en todos los ámbitos de la vida de la nación, filosofía, literatura, arte e incluso ciencias exactas. Pero sus esfuerzos se dirigen sobre todo contra la Iglesia y la religión por motivos evidentes: el Estado quiere incluirlos en el Estado totalitario. Su acción apunta en primer lugar a los protestantes, a los que tiene intención de reorganizar, por el bien de un movimiento religiosos de los cristianos alemanes, emparentado con los Deutschen Christen y alentando una religión de la raza. Desde antes de tomar el poder, los nazis han formado una "Iglesia del Reich" que reúne a las veintiocho Iglesias de los Länder o provincias alemanas. Durante las elecciones eclesiásticas de Prusia en noviembre de 1932, los cristianos obtienen un tercio de los diputados y efectúan una "toma del poder", término utilizado más tarde por los propios nazis cuando su victoria del 30 de enero de 1933. Hitler expresa a los cristianos alemanes su satisfacción por su éxito en un discurso en el que augura el fin del régimen parlamentario, si no la protección a la confesión protestante, "el factor más importante de nuestra nación". Poco después, del 3 al 5 de abril de 1933, los "cristianos alemanes", que han ganado para su causa a cerca de tres mil de los dicisiete mil pastores luteranos, celebran sus primeras reuniones en Berlín bajo el patronazgo de las personalidades nazis.

 

El consejo de las Iglesias protestantes de Baviera, compuesto por evangelistas y luteranos, ordenó adornar todos los edificios de culto con ocasión del aniversario del nacimiento de Hitler, el 30 de abril de 1933, el primero que se celebraba después de la toma del poder, y recomendó que fueran dichas oraciones por "el canciller del Reich y su alta misión". Algunos llegan incluso a afirmar que Hitler y lucero son "aliados en la obra de la salvación del pueblo alemán". Rudolf Hess, número dos del partido entonces, hace un llamamiento en el que considera un deber para todo alemán y especialmente para todo miembro del partido votar por los cristianos alemanes.

Se crea en Alemania el "ministerio de las Iglesias del Reich" bajo la batuta de un funcionario del partido: Kerrl, antiguo ministro de justicia de Prusia. Este ministerio no tiene más función que controlar las iglesias y comunicar su cese al arzobispo Ludwig Müller, que fue designado pomposamente "obispo del Reich" después de un servicio solemne en la Iglesia de Wittemberg, donde Lutero había desafiado a Roma por primera vez. La ceremonia de entronización se desarrolló en medio de una profusión de banderas y emblemas nazis. El propio Müller declara que los Cristianos Alemanes desean ser la "tropa de choque de la Iglesia alemana", y en un discurso con ocasión del cuatrocientos cincuenta aniversario del nacimiento de Lutero proclama: "Nosotros, los cristianos evangélicos alemanes, consideramos como un don de la mano de Dios la salvación de nuestro pueblo por nuestro Führer Adolf Hitler". De todo esto, Pacelli está informado por obispos católicos, pero también por protestantes.

El católico representa para los nazis el alemán de segundo escalón, contra el que se permiten todas las medidas de excepción, todas las arbitrariedades. Es apenas menos deseable que los judíos o que los hombres de izquierdas. Hitler, que sabe que el Vaticano no ve con buenos ojos la devolución de Sarre a Alemania, queriendo conseguir su neutralidad, tiene una idea: encargar al vicecanciller católico Von Papen que negocie un concordato, negociación en la que participan monseñor Gröbr y monseñor Kaas.


2.- El concordato.

El 7 de abril de 1933, unas semanas después de la toma del poder por Hitler y de la constitución de un gabinete del que Goering es primer ministro y Goebbels ministro de propaganda y cultura popular, Von Papen llega a Roma en compañía de monseñor Kaas. Lleva una cartera que muestra orgullosamente a todo el mundo. Contiene el proyecto de texto del concordato. A todo el que quiere escucharle, este imprudente le dice: "Hitler no esta ahí más que provisionalmente, se le ha puesto en el poder sólo para luchar contra los comunistas".

 

Al salir de la audiencia concedida por Pío XI, va a ver a Pacelli y le dice: "Eminencia, el papa ha decidido firmar el concordato". Pacelli se sorprende, inquieto por todo lo que pueda venir de Hitler. Una mañana de la primavera de 1933, el Santo Padre convoca a Kaas y, entregándole el texto del tratado le dice: "Mire este papel. Papen nos ofrece este concordato de parte del gobierno de Hitler". En ese momento ocurre algo inesperado: Kaas, estupefacto, reconoce el papel y los caracteres de imprenta del concordato que Pacelli había pensado firmar en 1921 con el presidente Ebert, primer presidente de la república alemana, concordato en cuya elaboración el mismo Kaas había trabajado. Señal evidente de la poca importancia que los nazis dan a los compromisos que van a contraer.

En Julio todo está dispuesto para la firma del concordato. Pacelli estima que no hay otra elección si se quiere evitar la eliminación de la Iglesia católica en Alemania, o bien disolverse en las estructuras totalitarias del estado nazi, como han hecho luteranos y evangélicos. Von Papen, acompañado por un secretario, un tal Buthmann, desembarca en Roma. Al día siguiente, 20 de julio de 1933, ambos, con traje cubierto de condecoraciones, llegan hacia el mediodía a la secretaría de Estado. Pacelli se sienta de espaldas a la chimenea, al extremo de una mesa cubierta con un brocado puesto especialmente para esa circunstancia. A su derecha, Von Papen, a su izquierda Buthmann. Ante ellos una carpeta, un escritorio de estilo antiguo, una copia del tratado. Pacelli firma no sin haber lanzado una mirada inquisidora al ministro alemán, que permanece impenetrable.

 

Este concordato garantizaría la inviolabilidad de todas las posesiones de la Iglesia católica en Alemania y el derecho de las escuelas católicas y de las organizaciones de la juventud. Estas garantías están expresamente formuladas en el papel, según monseñor Kaas, pero bien sabe que va a suceder lo que ya pasó con el concordato con Mussolini, sobre todo en lo referente a la juventud, pues loes estados totalitarios no toleran perder el embargo sobre ella. Estas garantías no serán, de hehcho, más que papel mojado y se ttransformarán antes de lo previsto en expropiaciones, en secuestros y en supresiones. En Munich, mons. Faulhaber es mantenido bajo vigilancia, anota Thomas Mann en su diario. El 11 de Agosto, Pacelli confía a un diplomático inglés que sólo cabían dos opciones: aceptar el concordato o contemplar impasible la eliminación del catolicismo en Alemania, una vez que evangélicos y luteranos se han alineado en torno al régimen nazi. En realidad, en menos de tres semanas, noventa y dos sacerdotes católicos son detenidos y nueve diarios católicos prohibidos. Pacelli no se hace ilusiones con respecto a la situación religiosa en el Reich e intuye que va a empeorar. Así, la propaganda anticatólica se agrava progresivamente; el nazi Alfred Rosemberg continúa denunciando el catolicismo romano como una descomposición, una traición a la doctrina de Cristo y al pueblo alemán. Y considera toda la tenebrosidad de ese catolicismo concentrada y resumida en la persona del Papa. A ese mestizaje de pueblos, con sus componentes de judaísmo bíblico, de "frenesí oriental", Rosemberg se aferra por encima de todo. Ve en el desarrollo de la Iglesia a través de los siglos "como un largo y paciente esfuerzo para llevar al plano de las realidades de la política mundial la concepción del mundo demoníaco y mágico del gran fetiche".

 

3.- La encíclica Mit brennender sorge y su recepción por parte de la Alemania nazi.

(El libro de Cornwell resta toda importancia a esta encíclica)

Durante el año 1937 el conflicto entre la Iglesia y el estado está en su peor momento. Desde el mes de enero, los obispos, refiriéndose a las disposiciones del concordato con el fin de dar más peso a sus quejas, dirigen una carta al ministro del culto, Kerrl, personaje influyente del gobierno, para mostrarle sin ambages su indignación al ver a la prensa nazi proseguir la eliminación de la Iglesia católica en Alemania.

 

La situación es tal, que Roma no puede permanecer impasible. El 14 de marzo, domingo de Ramos, unos mensajeros llevan en secreto a los párrocos un documento impreso a ciclostil llegado en "fardos" a la nunciatura de Berlín, documento redactado por primera vez en la historia en alemán, según algunas fuentes, por Pacelli en persona. Se ha dicho que fue como un trompetazo de alerta. Este documento es la encíclica Mit brennender sorge ("Con ardiente preocupación"). La decisión fue tomada por Pío XI mismo, después de la visita de los tres cardenales, Bertram, Faulhaber y Schulte, así como de Von Galen y Von Preysing. La encíclica en su última parte deja una sola salida a los "perseguidores y opresores", la de un camino de Damasco, de una canosa humillante para Hitler. Concluye hablando del nazismo : "es una verdadera apostasía. Esta doctrina es contraria a la fe cristiana". Leída desde el púlpito en todas las parroquias del país, la encíclica es escuchada por los fieles con gran atención y también como una gran liberación. En los círculos oficiales se produce una avalancha de insultos contra el catolicismo romano y sobre todo contra el cardenal Faulhaber. Pruebas del impacto son estos ataques publicados en uno de los grandes diarios del Reich: "¡Cabeza de este sistema de podredumbre, Roma!" (¿no nos resulta familiar?); "el Vaticano es la central del vicio"; "la última encíclica pontificia ha sido aplaudida sin reservas por los judíos, checos, franceses y masones, esto nos basta". El palacio del arzobispo de Friburgo es saqueado, así como el del obispo de Rottemburgo. Al año siguiente, el 6 de septiembre de 1938, Pío XI, muy irritado por lo que oye de persecuciones, deportaciones y vejaciones contra los judíos, declara en unas declaraciones a los responsables de la radio católica belga: "Por Cristo y en Cristo, somos de la estirpe de Abrahám. No, no es posible a los cristianos participar en el antisemitismo. Reconocemos a cualquiera el derecho a defenderse, a poner los medios para evitar aquello que ataca sus legítimos intereses. Pero el antisemitismo no es aceptable. Nosotros somos espiritualmente semitas". Más explícito imposible. Es ponerse en el blanco de odio de los nazis. Cinco días más tarde el mismo Pío XI condenará el comunismo en la encíclica Divini Redemptoris. Roma había realizado una proeza: condenar al nazismo y al comunismo en un perfecto equilibrio digno de esos dos grandes diplomáticos y hombres de Dios que fueron Eugenio Pacelli y Pío XI.


4.- El llamado "silencio de Pío XII". El grito de masas judías de proclamarlo "justo de las naciones".

William Visser t´Hooft, secretario del Consejo Ecuménico de las Iglesias, escribe en sus memorias publicadas en Londres en 1973 : "Era extraña la situación en 1942 y 1943, muchas gentes en Alemania, en los países ocupados, en los países neutros y aliados oyeron hablar de la matanza en masa. Pero la información quedaba sin efecto, porque parecía demasiado improbable [...]. Es posible no querer convencerse de los hechos, porque uno se siente incapaz de hacer frente a las aplicaciones de esos hechos".

 

En 1945 el gran rabino Zolli, después de una visión de Jesucristo, se convirtió y toma el nombre, igual que su esposa, de Pío XII, Eugenio y Eugenia, "en señal de agradecimiento a la institución y a la persona que les había salvado la vida", escribirá el rabino Barry Dove Schwarz en 1964.

En 1956, en el ochenta aniversario del Papa, los judíos se mostraron generosos en una colecta que reunirá ochocientos mil marcos. Pero es en el momento de su muerte cuando algunos protestantes comienzan la vituperación a su persona con toda clase de acusaciones.

Con toda evidencia, "Pío XII habló, Pío XII condenó, Pío XII actuó", como escribía el 3 de enero de 1964 el P. Riquet, que fue deportado a Dacha. Intervino de diversas maneras. Dio refugio a judíos perseguidos –unos 860.000- pero no lanzó el grito. Muchos episcopados le pidieron en ocasiones que callara, pues cada vez que ellos mismos hablaban las consecuencias eran dramáticas. En realidad, cerca de seis millones de judíos murieron, sin contar gitanos y cristianos de Europa, de los que, llamativamente, no se habla nunca, como si su martirio no contara.


Pío XII tras el bombardeo sobre Roma auxiliando y confortando a los habitantes del popular barrio de San Lorenzo

Actuó, es innegable. En realidad, no sabía ya que más hacer, atrapado en su deseo de intervenir públicamente, pero a qué precio. Prefirió salvar a los judíos que pudiese que lavar su cara ante la conciencia internacional. Era un pastor, no un político.

En 1958, cuando se entera de la muerte de Pío XII, Golda Meir, entonces ministra de asuntos exteriores de Israel, declara en la tribuna de la ONU: "Lloramos a un gran defensor de la paz [...]. Durante los diez años del terror nazi, cuando nuestro pueblo sufrió un martirio espantoso, la voz del papa se elevó para condenar a los verdugos y para expresar su compasión hacia las víctimas".

 

El gran rabino Elio Toaff, que un cuarto de siglo después acogerá a Juan Pablo II en la sinagoga de Roma, declarará : "Los judíos recordarán siempre lo que la Iglesia católica ha hecho por ellos, por orden del Papa, en medio de las persecuciones raciales. Cuando la guerra mundial hacía estragos, Pío XII se pronunció a menudo para denunciar la falsa ideología de las razas".

En cuanto a Einstein, confesará en una declaración publicada por Time Magazine el 23 de diciembre de 1940, p. 40: "La Iglesia católica fue la única iglesia que levantó la voz contra el asalto llevado a cabo por Hitler contra la libertad. Hasta entonces, la Iglesia nunca había llamado mi atención, pero hoy expreso mi gran admiración y mi profundo aprecio por esta Iglesia que, sola, tuvo el valor de luchar por las libertades morales y espirituales". Haber callado, esto es lo que se le reprocha a Pío XII. "Hubo algo más alarmante que los silencios de Pío XII: los silencios sobre Pío XII", escribe con acierto Alexis Curvers.

 

Pinchas Lapide, antiguo cónsul de Israel en Milán, uno de los fundadores del primer kibutz americano en las montañas de Gilboé, que dirigirá el servicio de prensa del gobierno israelita, autor de un ensayo El vicario y la verdad, estima que entre ciento cincuenta mil y cuatrocientos mil judíos fueron salvados de una muerte segura "por el Papa personalmente, la Santa Sede, y toda la Iglesia católica". Añade: "Pío XII hizo todo lo que pensaba que podía hacer, conociendo profundamente sus propias limitaciones en esta materia". Según Lapide, Israel podría plantar, a la memoria de Pío XII, un bosque de ochocientos sesenta mil árboles.

Lapide es uno de los investigadores que han estudiado la actitud de Pío XII respecto a los judíos. Cuando se desencadenó la polémica a raíz de la publicación en 1963 de la obra de Rolf Hochhuth El Vicario, Pinchas Lapide saltó a la palestra con su libro Roma y los judíos (Rom und die Juden, Hesse, Fuldabrück (1997). Poco antes de su fallecimiento en 1997 y con motivo de la reedición del libro, hizo unas declaraciones, junto con su mujer Ruth, historiadora y experta en judaísmo, a la revista alemana PUR-Magazin
(mayo 1997).

Lapide destaca allí que "Hochhuth no disponía de nuevas fuentes que no fuesen ya conocidas por otros historiadores. Con su mezcla de verdad y ficción confundió a la gente y creó prejuicios injustos contra el Papa". Los reproches a Pío XII son "una simplificación y en parte calumnias".

 

En la persecución de los judíos se suele plantear la cuestión de hasta qué punto los siglos de antijudaísmo influyeron en la falta de reacción de muchos ante el Holocausto. Lapide señala, por su parte, el caldo de cultivo de las acusaciones de Hochhuth: "Detrás del pensamiento de Hochhuth hay más de 500 años de antipapismo". De este modo, "el libro de Hochhuth es una especie de caricatura hecha por un protestante, más o menos practicante, a partir de lo que siempre le han contado de lo que son los Papas".

En la entrevista, Lapide recuerda que Pío XII, cuando todavía era el nuncio Pacelli en Múnich, había contribuido durante la Primera Guerra Mundial a salvar judíos en Palestina. En 1917, el turco Dachomal- Pascha había planeado una masacre de los judíos en Palestina, como se había hecho con los armenios. El asunto llegó a conocimiento de Mons. Pacelli, quien habló con las autoridades de Múnich para que intervinieran en Berlín en favor de los judíos. Entonces los alemanes tenían estrechas relaciones con los musulmanes otomanos. Las instrucciones pertinentes llegaron al general alemán Von Valkenhayn en Jerusalén, y así se pudo evitar la masacre.

Y durante la II Guerra Mundial, ¿hizo mucho Pío XII por los judíos? "Sí -responde Lapide-. En cualquier caso, más que cualquier otra iglesia cristiana o institución de la Europa de entonces, ya sea del Este o del Oeste". Su mujer Ruth corrobora: "Las Iglesias evangélicas, el Comité Internacional de la Cruz Roja, hicieron infinitamente menos de lo que hizo Roma para salvar judíos".

 

Lapide apostilla que también de Pío XII se puede decir que podría haber hecho más. Pero las graves acusaciones contra él son "calumnias". Lapide recuerda que, poco antes de la Navidad de 1944, estuvo más de una hora con Pío XII. Entre otras cosas, le dijo: "Señor Lapide, estoy seguro de que en el futuro se pensará que yo podía haber hecho más, y claro que podía haberlo hecho. Pero lo que he hecho por salvar judíos, es una realidad".

Así lo reconocieron los judíos nada más acabar la guerra y después. De hecho, Lapide manifiesta que escribió su obra "a partir de citas de judíos y de testimonios de víctimas que se salvaron: mis pruebas son de los que sufrieron y están por encima de cualquier sospecha". Y advierte que la crítica judía contra Pío XII no comenzó hasta la publicación de la obra de Hochhuth.

 

Al acabar la guerra y hasta la muerte de Pío XII, las organizaciones y personalidades judías sólo tuvieron palabras de elogio para la actuación del Papa. El documento ahora publicado por la Santa Sede recuerda en una nota algunos testimonios de judíos que vivieron personalmente el Holocausto.

Por ejemplo, el 7 de septiembre de 1945, Giuseppe Nathan, comisario de la Unión de Comunidades Judías Italianas, declaraba su "homenaje de agradecimiento al Sumo Pontífice, a los religiosos y a las religiosas que, siguiendo las directrices del Papa, no han visto en los perseguidos más que hermanos, y con valor y abnegación han realizado una acción inteligente y eficaz para socorrernos, a pesar de los gravísimos peligros a los que se exponían". El 21 de septiembre de 1945, Pío XII recibió en audiencia a Leo Kubowitzki, secretario general del Congreso Judío Mundial, quien le manifestó su "más sentido agradecimiento por la acción realizada por la Iglesia católica a favor del pueblo judío en toda Europa durante la guerra".

 

Por su parte, Joël- Benoît d´Onorio, profesor de la universidad de Aix-Marsella, apunta que en 1945 el congreso de las comunidades israelitas de Italia dirigió a Pío XII un mensaje de gratitud por su acción protectora. En 1946 setenta y ocho rescatados de la deportación fueron a Roma a darle las gracias. En 1955 noventa y cuatro músicos judíos, originarios de catorce países dieron un concierto en el Vaticano en agradecimiento "por la obra humanitaria grandiosa llevada a cabo por Su Santidad sirviendo a un gran número de judíos durante la segunda guerra mundial".

El senador Levi, en agradecimiento por todo lo que Pío XII había hecho por los judíos, sobre todo por los que había permitido que se enrolaran en la guardia suiza, dona un palacio que hoy alberga la nunciatura apostólica en Roma.

Se podrían mencionar miles de casos más, anónimos, que no están en los libros de hombres, sino en el libro de la vida. Sea como fuera, no podemos olvidar, no debemos olvidar, que la Iglesia católica y su cabeza visible, no tuvo reparo alguno en estigmatizar el nazismo, denunciarlo, y ocultar aún a riesgo propio, a miles de perseguidos. No todo el mundo puede decir lo mismo. El que esté libre de pecado....; y aquí es donde está el quid de la cuestión del origen de la leyenda contra Pío XII, la conciencia de muchos no soportaba su parte de culpa, y proyectó toda esa mala conciencia contra Pío XII. Lo veremos en seguida.


5.- Entonces ¿Por qué Pío XII? ¿Cuál es la auténtica razón de la vituperación a la que su figura fue sometida?

Es muy llamativo, que tras acabar la segunda guerra mundial, y hasta la muerte de Pío XII, nunca nadie le había reprochado su actuación durante el conflicto armado. Es más fue considerado como un protector de los judíos, que con labor callada y diplomática salvó a no pocos de la muerte segura. No será hasta 1963, es decir, cinco años después de la muerte del Pontífice cuando, publicándose el Vicario de Hochhut, se inicia toda esa cadena de insultos e inculpación de Pío XII en el genocidio nazi.

¿Cómo Pío XII se vio acusado de germanófilo y fascista sólo cinco años después de su muerte? Él que cuando era secretario de Pio XI fue uno de los autores de la encíclica Mit brennender Sorge, contra el racismo nazi y de Non abbiamo bisogno contra el fascismo mussoliniano; quien ya en 1941 advertía "tales indecibles sufrimientos, cuyos dolores y conmovedores detalles la propia solicitud por quienes sufren no permite revelar"; quien contribuyó a salvar ochocientos mil judíos, como lo demuestran numerosos testimonios de israelitas, y consiguió salvar a Roma de la destrucción".

 

La única explicación que encontramos a este ataque es de tipo psico-sociológica. Es verosímil que en la misma Alemania, demasiados cristianos, tanto católicos como protestantes, pero sobre todo éstos últimos, no teniendo la conciencia del todo tranquila por su comportamiento nada claro durante el nazismo, intentaron desprestigiar a Pío XII y de endosarle lo que en realidad había sido responsabilidad de ellos mismos. Después de todo, el obispo protestante Otto Dibelius había afirmado, y no fue él solo: "Me he considerado siempre antisemita. No se puede negar que los judíos han desempeñado un papel de primer orden en todos los síntomas de desintegración de la civilización moderna".

En su notable obra "una Iglesia de cruz gamada", aparecida en 1980, un pastor suizo, doctor en teología, Bernand Reymond, ofrece lo que podría ser la clave del asunto. Apoyándose en documentos durante mucho tiempo inaccesibles, aporta la prueba de que en 1933-1934 al menos el 90 por ciento de los pastores protestantes alemanes, con teólogos y pastores a la cabeza, eran favorables a Hitler.

 

Sin los protestantes, Hitler no habría nunca conseguido llegar al poder ni mantenerse en él. Entre los teólogos Bernard Raymond cita grandes nombres de la época: Heinrich Bornkamm, especialista en Nuevo Testamento, Friedrich Gogarten, Helmut Kittel, organizador del célebre diccionario teológico del Nuevo Testamento, los hermanos Martin y Wilhem Niemöller que, según dicen, votaban a los nazis desde 1923, Heinz Kloppenburg, Heinrich Rendtorff y Heinrich Vogel. Las honrosas excepciones fueron Karl Barth, Dietrich Bonhoeffer y Paul Tillich.

En Alemania, el protestantismo está en su casa. Es la tierra de la Reforma. Y Lutero no es sólo allí un lider religioso, sino un símbolo nacional. Además, los protestantes sentían hacia los católicos en aquel tiempo, una desconfianza tanto mayor como que durante la república de Weimar se les había puesto en pie de igualdad, cosa que antes no sucedía. Esta actitud anticatólica explica que éstos se dejaran seducir por los cantos de sirena del nacional-socialismo, en cuanto que éste servía también de contrapeso al partido católico de centro.

La obra de Hochhuth, El Vicario, es considerada por muchos, una operación montada contra la Iglesia católica a través de Pío XII, como una manipulación. Después, tanto la obra como el autor han caído en el olvido. Que un protestante se haya encargado de esa tarea no es indiferente. Se trataba de una acusación no apoyada en documentos y archivos.
En un discurso de veintiséis páginas, Pío XII dijo en la Navidad de 1942:

 

"¡Así pues, los pueblos desean seguir siendo testigos inactivos de un proyecto tan desastroso! ¿No sería necesario que sobre las ruinas de un orden público, que ha dado pruebas tan trágicas de su incapacidad para garantizar el bien del pueblo, se unieran todos los corazones rectos y magnánimos en el propósito solemne de no descansar hasta que en todos los pueblos y en todas las naciones de la Tierra se convierta en legión la tropa de quienes, decididos a llevar de nuevo a la sociedad al inconmovible centro de gravitación de la ley divina, aspiren a dedicarse a la salvación de la persona humana y de la comunidad ennoblecida por Dios? La humanidad debe este propósito a los innumerables muertos enterrados en los campos de batalla; el sacrificio de sus vidas en el cumplimiento de su deber y el holocausto ofrecido por el nuevo y mejor orden social. La humanidad lo debe a esa multitud infinita, dolorosa, de madres, de viudas, de huérfanos que han visto cómo les robaban la luz, fuerza y sostén de sus vidas. La humanidad lo debe a cientos de miles de personas que, sin ninguna culpa, por el solo hecho de su nación o de su raza, han sido entregados a la muerte por medio de una progresiva eliminación."

Por eso yo me gustaría instar a mis hermanos protestantes, por el bautismo en Cristo, que no caigan en la aceptación indiscriminada de cualquier fuente, por el mero hecho de que sea una fuente anticatólica. No es tampoco cuestión de mirar el pasado, pero la verdad es la verdad y la mentira es la mentira; y la mentira no viene de Dios.

Veritas vincit

José Mª Ripoll Rodríguez

Bibliografía empleada

Robert Serrou, Pío XII el papa-rey, Palabra, 1997, pp. 177-198; 229-266

Paul Duclos, El Vaticano y la segunda guerra mundial, A. Pedrone, París 1955

Andrea Ricardo, Pío XII, Bari, 1984
Zion, Revúe de etúdes judaiques, "Pope Pius XII and the Holocaust: a damning appraisal" 34 (25) 1979, Aaron Tadeusz

Los Padres de la Iglesia Los padres de la iglesia
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