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Así como el apóstol san Juan por encargo de Jesucristo, al pie de la cruz, se llevó a la Virgen María a su casa, de la misma manera no existe un hogar católico donde sus moradores no hospeden en el a la Madre de Dios: La Virgen María. simbolizando esta acción al tener en su casa la hermosa imagen de ella en alguna de las muchas advocaciones con que se le aclama y recurre a su valiosa intercesión con infinidad de títulos.

 

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PARIS.- «Al llamar [a María] "Madre de Dios" se compendia todo su honor y nadie puede decir algo más grande, aunque tuviera tantas lenguas como las hojas o plantas de hierba que existen, como estrellas en el cielo o arenas en el mar». Quien así escribe no es un santo padre de la Iglesia católica. Se trata del mismo Martín Lutero, en su comentario al Magnificat («Das Magnificat», W 7, 572-573).

 

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1. En la línea de la bula Munificentissimus Deus, de mi venerado predecesor Pío XII, el concilio Vaticano II afirma que la Virgen Inmaculada «terminada el curso de su vida en la tierra fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo» (Lumen gentium, 59).

Los padres conciliares quisieron reafirmar que María, a diferencia de los demás cristianos que mueren en gracia de Dios, fue elevada a la gloria del Paraíso también con su cuerpo. Se trata de una creencia milenaria, expresada también en una larga tradición iconográfica, que representa a María cuando «entra» con su cuerpo en el cielo.

 

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