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En Estados Unidos se considera delito, bajo el nombre de 'pederastia', la relación sexual de adultos con menores de edad, es decir, menores de 18 años. Los titulares de prensa se han llenado estos últimos tres meses de casos de 'curas pedófilos', pero al leer los artículos lo que más abunda son ejemplos como el del condado californiano de Orange, donde un sacerdote homosexual es acusado de practicar sexo consensuado con un chico de 17 años. Esto está penado en California, mientras que en Gran Bretaña el gobierno laborista de Tony Blair usó hace poco procedimientos legislativos especiales para conceder al lobby gay una vieja petición: bajar la edad legal de consentimiento al sexo homosexual hasta los 16 años.

Es decir, lo que la prensa de EE.UU. titula impropiamente como "abusos de niños", y lo que durante decenios se habría recogido como corrupción o seducción de un menor de edad, hoy en países de Europa occidental no es en absoluto delito. Sin ir más lejos, en este número de E-Cristians recogemos un artículo del Casal Lambda de Barcelona, veterana institución del movimiento gay subvencionada año tras año por nuestras administraciones, que defiende las relaciones sexuales entre un chaval de 14 años y un hombre mucho mayor, que le inició en las artes del sexo gay.

 

Abusos a niños

El problema del abuso sexual a los niños es muy grave. Europa exporta millones de turistas cada año a Oriente: Tailandia cuenta con 300.000 niños en esta lamentable industria, la India 400.000, Filipinas 100.000, Sri Lanka 30.000. Desde 1990 la Iglesia católica se ha volcado especialmente en la lucha por estos niños. Así, la Oficina Católica Internacional de la Infancia mantiene una campaña permanente sobre este tema. Hasta 15 millones de niños en el mundo son explotados hoy por la prostitución y la pornografía, hoy más accesible que nunca y antesala de todo este comercio.

 

Charol Shakeshaft, autora de un libro sobre abuso de menores en las escuelas de EE.UU., dice en The Economist (6 abril 2002) que allí el 15 por ciento de los alumnos sufren abusos sexuales por parte de profesores o personal de otro tipo en algún momento de su vida escolar, y que el 5 por ciento de los profesores han abusado de alumnos.

Señala Ernie Allen, presidente del Centro Nacional sobre Niños Perdidos y Explotados de EEUU que los pederastas van donde hay niños: escuelas, equipos deportivos, grupos scout, guarderías. Suelen ser gente muy dedicada a los pequeños laboralmente. Cuando se comete el abuso, rara vez se denuncia, a las autoridades académicas sólo les llegan rumores y éstas prefieren trasladar a los profesores de un sitio a otro antes que expulsar de la profesión al culpable. Un estudio realizado en 1995, a partir 225 casos de alumnos abusados por profesores o personal no docente, descubrió que sólo en el 1 por ciento de los casos los superiores del distrito escolar iniciaron gestiones para expulsar al pederasta del ámbito escolar.

En Estados Unidos se considera que hay 105.000 casos anuales de abuso sexual a menores de edad. Muy pocos tienen algo que ver con la Iglesia católica y, sin embargo, ésta lleva meses monopolizando el tema en las portadas.

 

Cooperantes buenos, musulmanes pacíficos, curas pedófilos

Otros casos lamentables, en cambio, pasan casi inadvertidos. El Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados y la ONG Save the Children han presentado 1.500 declaraciones que detallan recientes abusos de cascos azules y cooperantes de hasta 40 ONG en Guinea, Liberia y Sierra Leona. Las víctimas son niñas de 13 a 17 años de campos de refugiados, con preferencia vírgenes para evitar el sida, coaccionadas a cambio de harina, sábanas, medicinas, etc.

En este caso, como en el 11 de septiembre, la prensa americana ha insistido -acertadamente- en que la mayoría de los cooperantes son buenos y la mayoría de los musulmanes son pacíficos. En el caso de los abusos sexuales en la Iglesia católica, en cambio, la prensa no matiza: las terribles historias de sexo en la rectoría son maximalistas y su consigna sencilla. "Cuidado con los curas, son pedófilos, tus hijos peligran".

Y sin embargo, lo cierto es que de todos los curas implicados en estos escándalos, son menos de media docena los que han molestado a niños preadolescentes (aunque cada uno de ellos haya molestado a muchos). El único estudio científico del problema, realizado por el sociólogo episcopaliano Philip Jenkins a partir de los 2.252 curas católicos de Chicago entre 1963 y 1991, registra 41 sacerdotes implicados en abusos sexuales (un 1,8 por ciento). Y sólo uno era pederasta.

 

La inmensa mayoría de abusos sexuales en el clero americano se refieren a sacerdotes homosexuales que molestaron a chicos de 16 ó 17 años. El problema en la Iglesia no es la pederastia: es la homosexualidad.

La prensa esconde el factor homosexual

Los medios de comunicación norteamericanos han escondido el hecho de que eran curas homosexuales los que molestaban a adolescentes varones. En inglés es fácil hacerlo ya que el género no se nota en muchas palabras neutras que son las que se han usado en los artículos continuamente: "the teen-ager", "the victim", "the accuser", "the former student", etc...

John McCloskey, director del Catholic Information Center de Washington, explica que "éste es un problema de homosexuales activos dentro del clero, no un problema de pederastia. La prensa norteamericana no quiere reconocer esto. Muchos medios han estado propugnando que los Boy Scouts admitieran a homosexuales entre sus monitores. Además, la prensa y los católicos disidentes utilizan la conducta de una pequeña proporción del clero católico para atacar sin tregua al sacerdocio, a la jerarquía de la Iglesia, propugnar la abrogación del celibato sacerdotal y la ordenación de mujeres".

 

En esta línea de ocultación, están grupos de activismo gay como Dignity, Call to Action o el lobby abortista -y financiado por la industria del aborto- Catholics for a Free Choice. El articulista Andrew Sullivan, "católico homosexual", es un ejemplo de periodista designado desde el establishment -en este caso la revista Time- para llevar el tema hacia el celibato, calificándolo de "carga onerosa que puede distorsionar fácilmente la psique de una persona". Lo cierto es que el matrimonio de los curas pederastas u homosexuales no curaría ni su pederastia ni su homosexualidad y no tiene nada que ver con un problema de homosexuales activos en el clero.

Richard Cross, laico casado y doctor en psicología por la Universidad de Indiana, explica que "el abuso a menores por parte de heterosexuales es más común que el abuso por parte de homosexuales. Sin embargo, el porcentaje de heterosexuales que abusan es mucho menor que el de homosexuales que abusan. Cerca de un tercio de homosexuales tiene tendencias pederastas".

 

Cuarenta años de subcultura gay en los seminarios

En 1993 el National Catholic Reporter publicaba que un 10 por ciento de los sacerdotes norteamericanos habría recibido en alguna ocasión insinuaciones sexuales de sus maestros, directores u otros superiores durante su período de formación en el seminario.

E. Michael Jones, editor de la revista católica Culture Wars (www.culturewars.com), es un psicólogo especializado en el uso del deseo como herramienta de control social. En su opinión "los cambios que crearon la atmósfera que ha permitido el desastre, la cultura de decir sí al apetito, sucedió 20 años antes de los abusos que ahora vemos, es decir, en los años 60, cuando la Iglesia católica, fatalmente dócil a la cultura dominante de control mediante el apetito, empezó a dirigir seminarios y órdenes religiosas según los principios de Carl Rogers y Sigmund Freud."

 

Según Jones, "la Iglesia católica abandonó la disciplina sexual tradicional en sus órdenes religiosas porque la cultura dominante de control mediante el apetito dijo que mejoraría la vida religiosa. En cambio, la liberación del control moral destruyó la vida religiosa". Así se explica en parte que de 1966 a 1999 el número de seminaristas pasara de casi 40.000 a menos de 5.000.

El nuevo libro de Michael Rose, Goodbye Goodmen, documenta la cultura homosexual que se adueñó y aún pervive en muchos seminarios, obispados e instituciones de la Iglesia. Así son mencionados "Notre Flame" (por el seminario de Notre Dame en Nueva Orleans), el "Palacio Rosa" (seminario St. Mary de Baltimore) y el colegio teológico de la Universidad católica de América en Washington, entre otros centros.

 

En este libro se recogen declaraciones del vicerrector de St. Mary: "sí, aceptamos seminaristas abiertamente gais, es nuestra política". De St. Mary hay varios testimonios en el libro.

"Las pocas veces que estuve allí, algunos de los seminaristas podían literalmente ir vestidos como gais de la Village", declara el padre John Trigilio. O el padre John Despard: "en mis días en St. Mary, podía haber dos tíos juntos en la ducha y todo el mundo lo sabía". Ada Mason, profesor de filosofía en un seminario del Medio Oeste, afirma que "el comportamiento homosexual abierto era más que tolerado, cada viernes una furgoneta llevaba a los estudiantes para sacerdotes a una gran ciudad cercana a visitar los bares gay". Y un antiguo seminarista en St. John de Michigan: "todos sabían lo que pasaba allí; había visitas por la noche con seminaristas gais yendo de habitación en habitación, no era infrecuente ver seminaristas actuando sexualmente en ámbitos bien públicos".

 

El libro de Michael Rose no habla sólo de los años 60, 70 ni 80. Hay también testimonios modernos. Joseph Kellenyi, seminarista de 1998-1999 dice que St. Mary en Mundelelin, Illinois, no ha cambiado, y que hay un ala de los dormitorios llamada "la Pasarela" porque acoge a los gais más "a la moda" y a sus acompañantes.

En su libro Lead Us Not Into Temptation, el periodista Jason Berry afirma que uno de cada tres estudiantes del seminario de St. Francis en California era gay. Un sacerdote, el padre Stephen Dunn, se insinuó una docena de veces en dos años a un estudiante, mientras que otro, el padre Nicholas Reveles, tenía relaciones con al menos cuatro estudiantes, según este libro. También en el seminario St. John de Boston habría un 30 por ciento de estudiantes gais y a los estudiantes se les pedía aceptar la homosexualidad.

 

Las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia en todos estos sitios son sustituidas por opiniones de teólogos más o menos disidentes. Los aspirantes heterosexuales se ven desanimados y muchos obispos, con distintos grados de culpa, se amparan en la escasez de sacerdotes para aceptar a los más inadecuados aspirantes.

Así, el arzobispo Elden F. Curtiss es citado en el libro de Rose: "Sé personalmente que ciertos directores de vocación, equipos de vocación y comités de evaluación desechan a los candidatos que no apoyan la ordenación de mujeres o que defienden la enseñanza eclesial sobre control artificial de la natalidad o que son muy piadosos con ciertas devociones, como el Rosario".

 

¿Cuántos homosexuales hay, pues, en la Iglesia estadounidense? Según Richard Sipe, psicoterapeuta (y ex cura) que lleva 40 años estudiando el tema, pueden estimarse en un 20 por ciento (citado por Robert Sungenis en www.catholicintl.com/epologetics/judgement.html).

Si, según el Dr. Cross, un tercio presentan tendencias pederastas, eso significa 3.000 personas homosexuales con esta tendencia ejerciendo el sacerdocio. Sería, según laicos como E. Michael Jones o Robert Sungenis, el resultado de 40 años de desidia en la formación de sacerdotes por miedo a enfrentarse a la cultura dominante.

 

Soluciones en obispados y en seminarios

Esta crisis no es una broma. La Iglesia de EE.UU. ha perdido muchísimo prestigio y 1.000 millones de dólares. La diócesis de Santa Fe está casi en bancarrota con 100 denuncias contra sus sacerdotes y su obispo. Su aseguradora se niega a pagar porque la Iglesia "siguió asignando parroquias a sacerdotes con un historial de abusos". Philadelphia, Nueva York, St. Louis, Milwaukee, Baltimore, Los Angeles y Pittsburg son las que están entre las más afectadas. Un solo sacerdote corrupto puede generar muchas demandas si abusa de muchos menores.

 

Los cardenales han vuelto de Roma con el lema de la "tolerancia cero" o de "un error y te vas fuera". ¿Pero un error con un menor de edad, o un error homosexual? Paul Shambley, ordenado en 1960, es el caso pederasta más lamentable: 30 años molestando a menores en serie, trasladado de parroquia en parroquia, sin que el Obispado avisara a nadie de sus actividades, el mismo patrón que sucede en los colegios. Incluso se jubiló con un discurso de agradecimiento de su obispo el Cardenal Law de Boston. Shanbley es uno de los miembros fundadores de la Asociación Norteamericana de Amor Hombre-Muchacho, defensora del sexo con menores, y ya en 1977 daba charlas defendiendo que "la homosexualidad es un don de Dios y debe celebrarse". Incluso sin su pederastia, su militancia pro gay ya debería haberlo apartado del sacerdocio, es decir, de la tarea de pastorear almas y enseñar la doctrina.

La prensa católica, especialmente la más fiel al Magisterio, pide radicalidad. Así, el editor de First Things, el padre Richard Neuhaus, absolutamente fiel a la jerarquía, ha dicho: "Tenemos demasiados obispos que han sido negligentes y unos cuantos que han sido cómplices".

Si desde la sociedad laica se acusa a los obispos de no haber denunciado a los criminales o a los sospechosos de serlo, desde la sociedad católica se les acusa de haber abdicado de su deber de enseñar la doctrina con autoridad y disciplina y permitir el disenso en temas de sexualidad, con las graves consecuencias que ahora pagan todos los laicos.

 

¿Han entendido el tema los obispos?

¿Tienen claro los obispos que se trata de un tema de homosexualidad, consentida y fomentada desde muchas instancias? El obispo auxiliar de Nueva York, Eugene Clark, sí lo tiene claro, y por eso dijo el 22 de abril en una homilía que toda la crisis se originó al ser aceptados homosexuales en los seminarios. A continuación, explicó toda la doctrina del catecismo sobre homosexualidad. De inmediato salió a los medios el portavoz de la diócesis neoyorquina, Joe Zwilling neutralizando la homilía de Clark: "Hablaba en su propio nombre", dijo.

"Mientras los obispos sigan autoconvenciéndose de que el problema es la pedofilia y no la homosexualidad, continuaremos teniendo estos casos", denuncia Robert Sungenis, ex protestante converso al catolicismo y uno de los más famosos apologistas católicos del mundo. "La única cosa que puede salvar a la Iglesia es la disciplina y el apartar del sacerdocio de manera incondicional e inmediata a cada obispo o sacerdote que ha estado directamente involucrado o ha permitido que estas inmoralidades sucediesen. El siguiente paso es limpiar cada seminario de EE.UU. y del extranjero de cada estudiante o profesor que defienda o practique la homosexualidad".

 

Sungenis recuerda las instrucciones de San Pablo en la primera carta a los Cortintios (1 Cor 5, 5-7) ante graves perversiones sexuales: "La cosa no es para que os sintáis orgullosos; ¿no sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? Echad fuera la levadura vieja para ser una masa nueva, puesto que sois panes sin levadura".

Según John McCloskey, del Catholic Information Service, "si los homosexuales u otros candidatos no idóneos no fueran admitidos en los seminarios ni ordenados, habría un resurgimiento de jóvenes viriles con deseos de santidad y evangelización que responderían a la llamada de Cristo. Así lo confirma la experiencia de un número creciente de diócesis de EE.UU.".

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