Tomado de
A. Colunga-G.Cordero
Biblia Comentada I, Pentateuco,
BAC Madrid (1960) pp. 95-98.
En Gen 3,15 encontramos dos cuestiones a dilucidar:
a) ¿quién es la mujer?
b) ¿quién es el linaje o semen?
Vamos a estudiar ambos problemas por separado, aunque se hallen íntimamente ligados en la solución.
a) ¿Quién es la mujer?
Las opiniones de los autores católicos no concuerdan en determinar el sentido concreto de la mujer, aunque el contexto parece claro; pero el problema se ha oscurecido por el interés de los mariologistas en ver en el texto a la Santísima Virgen en sentido literal.
Estos proponen que en el contexto no se trata de Eva, la mujer caída, sino de María en sentido propio y literal1 . Los argumentos aducidos están tomados de la tradición2 , del magisterio eclesiástico y del contexto interno. Así insisten en que la enemistad que nace ahora es entre la serpiente y la mujer, no con Adán, que es el jefe de la humanidad. Luego se trata de una mujer excepcional, fortísima, que reportará su victoria sobre el diablo. En cambio, Eva, pecadora y débil, no podía vencer al principio del mal. Por otra parte, por el hecho de haber pecado Eva, entra en relaciones amistosas con el principio del mal; por tanto, no es concebible esa enemistad, que surge precisamente en el momento de pecar. Pero, a nuestro modo de entender, estas consideraciones están fuera de propósito, ya que, si la enemistad se establece entre la serpiente y la mujer, y no Adán, es porque Eva es la que ha intervenido directamente con el demonio en la caída, y es la primera víctima, y en la escenificación dramática establecida por el hagiógrafo Eva tiene un papel preponderante.
Por tanto, la enemistad que surge ahora es entre la serpiente vencedora y la mujer (Eva) vencida. Y ahí está la gran providencia de Dios, que quiere que la mujer ahora vencida sea vencedora de la serpiente en su descendencia. La gran humillación de la serpiente está en ser vencida por Eva, que ahora aparece sometida al demonio. La enemistad futura de la mujer y su descendencia contra la serpiente y su descendencia no es en razón del pecado actual de aquélla, sino por una especial intervención del juicio divino que sigue al pecado: el castigo de la serpiente consistirá en que la mujer ahora seducida, y como esclava del demonio, se convierta, por especial decreto divino, en su mayor enemiga, con lo que quedan frustrados los planes del principio del mal. Por tanto, el contexto parece exigir que la lucha se establezca, en sentido literal, entre la serpiente y su descendencia, de un lado, y Eva y su linaje, del otro, terminando éste por vencer.
De los textos de los documentos eclesiásticos se puede decir que en ellos no se pretende determinar ex professo el sentido exegético de la mujer, sino que se trata de la promesa en general: la victoria sobre la serpiente. Por otra parte, nada en el contexto de dichos documentos eclesiásticos insinúa que el sentido literal de Gén 3,15 se refiera en sentido directo a María. Los Sumos Pontífices se hacen eco de la interpretación mariológica que han dado muchos Santos Padres y expositores católicos al versículo, pero sin determinar que haya de admitirse en sentido literal dicho sentido mariológico. Al exponer nuestra opinión, veremos cómo aceptamos un sentido mariológico, pero respetando el sentido literal directo, que exige se aplique a Eva como madre del linaje que ha de vencer a la serpiente.
Por estas razones, otros autores proponen que la palabra mujer se ha de aplicar en sentido literal a Eva, y a María en sentido típico o pleno3 . El sentido mariológico típico se funda en la aplicación que los Santos Padres han hecho del texto a María: Eva es tipo de María, en cuanto que aquélla es madre del género humano, y María madre espiritual de los redimidos. Y antitéticamente: la imprudencia y desobediencia de Eva es reparada por la obediencia y fidelidad de María.
Sin embargo, hemos de notar que muchos Santos Padres, como San Basilio, San Gregorio Nacianceno, San Juan Crisóstomo, San Agustín, no aplican ese texto a María. Y cuando los Padres dan sentido mariológico al texto, no es fundándose en la idea de lucha y enemistad que aparece en el texto del Génesis, sino destacando la santidad y pureza de María y, sobre todo, creando un paralelismo antitético entre Eva y María, fundados en el paralelismo antitético entre Adán y Cristo propuesto por San Pablo. Nosotros creemos que el sentido mariológico de la promesa no está tanto en la palabra mujer cuanto en la otra, linaje, como vamos a ver inmediatamente.
b) ¿Quién es el linaje?
En el contexto se contrapone la descendencia o linaje de la serpiente y la de Eva (la mujer). Ahora bien, todos los autores convienen en que el linaje de la serpiente se ha de tomar en sentido colectivo, como el conjunto de fuerzas o espíritus del mal que luchan con la serpiente contra Dios. Supuesto esto, por paralelismo y exigencias del contexto tenemos que entender también el linaje de la mujer en sentido colectivo, es decir, la descendencia de la mujer como tal, que acabará por vencer al instigador del mal, que ahora acaba de vencer a la humanidad en su madre (Eva).
No obstante, son muchos los autores que entienden el linaje en un sentido individual, es decir, una alusión directa al Mesías, que será, en realidad, el Vencedor sobre la serpiente. Tal parece ser la opinión de los traductores griegos al poner "autós" en masculino, a pesar de que el sustantivo anterior ("sperma") era neutro. Lo que quiere decir que daban al linaje un sentido personal o individual4 . Entre los Santos Padres sostienen esta opinión San Ireneo, Cipriano, Epifanio y León Magno. Los teólogos pretenden apuntalar esta opinión aduciendo que la fe en un Mediador es necesaria para la salvación. Y desde Adán hasta la profecía de Jacob no encontramos ninguna promesa de un Redentor personal. Por otra parte, sólo Cristo personalmente venció al demonio con su muerte. Pero a estos argumentos hemos de decir que basta para la salvación una fe implícita en la liberación del pecado, teniendo fe en la Providencia divina5
Por nuestra parte, creemos que la palabra linaje ha de entenderse en sentido colectivo, es decir, designando a la posteridad de Eva en general, si bien en esa posteridad ocupa el primer lugar el Mesías, que en realidad es el verdadero Vencedor. El contexto exige que se tome linaje de la mujer en sentido colectivo, como se toma la misma palabra linaje de la serpiente. La victoria será reportada por el linaje de Eva como colectividad. Pero, dentro de esta colectividad, el máximo representante («summum analogatum») es el Mesías, Redentor, caudillo de todos los justos que vencen al demonio con su virtud en esta lucha entre el bien y el mal, que arranca desde los albores de la historia humana. En ese ejército vencedor, el caudillo es el Mesías, y con él y por él, todos los justos que se salvan. Entre éstos hay grados de victoria, desde el santo que no ha cometido nunca un pecado mortal y el pecador que se arrepiente en la hora de la muerte, venciendo así al demonio.
Y, naturalmente, en este ejército del bien ocupa un lugar preferente, y aun fuera de serie, María, por ser Madre del Mesías y por no haber estado contaminada con el pecado ni un solo instante de su vida, ni siquiera con la mácula original. Por eso es la «llena de gracia », que vence plenamente al principio del mal, si bien subordinada a Cristo y a distancia infinita de El, ya que, en realidad, el único vencedor es Cristo, siendo María la primera que participa de la victoria y la que más plenamente participa de ella, pues en virtud de los méritos redentores de Cristo fue preservada de la mancha original. En este sentido podemos hablar de un sentido mariológico del Protoevangelio. El Mesías, como máximo representante del linaje vencedor de Eva, aparece en la profecía en sentido literal pleno. El será el que, en definitiva, «arrojará a Satán» y liberará a la humanidad del «príncipe de este mundo», según expresión propia de Cristo (Jn 8,36; 12,31; 14,30). Con su muerte venció al principio del mal, y en su victoria sobre el demonio y la muerte se cumplió literalmente la primera promesa de rehabilitación de la humanidad, que es el Protoevangelio. Los siguientes vaticinios mesiánicos del A. T. no serán sino una concreción y puntualización de esta profecía general, esperanzadora para la humanidad.
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