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Lo que se dice contra el papado
Al igual que otros protestantes, los fundamentalistas dicen que Pedro nunca fue designado por Cristo para ser la cabeza terrenal de la Iglesia por la sencilla razón de que la Iglesia no tiene cabeza terrenal y nunca se quiso decir que tuviera una. Cristo es el único fundamento de la Iglesia, en todos los sentidos de esa palabra.

El papado, dicen, es una institución que surgió de la política de los siglos V y VI, tanto la secular como la eclesiástica; no tiene ninguna conexión que no sea la mitológica, con el Nuevo Testamento. No fue establecido por Cristo, aun cuando los supuestos "sucesores" de Pedro (y sus defensores) pretendan que sí. En el mejor de los casos el papado es un engaño; en el peor, una obra del diablo. En cualquier caso, es una institución diseñada para dar a la Iglesia Católica una autoridad que sencillamente no tiene.

Además, prosigue su argumentación, Pedro nunca estuvo en Roma y de este modo no pudo haber sido el primer papa, y eso convierte en una mentira el hablar de sus "sucesores"; la cadena ininterrumpida se rompe en el primer eslabón. ¿Cómo pueden los católicos hablar del origen divino del papado cuando su afirmación sobre el paradero de Pedro está equivocada?

Fijémonos en esta última acusación, reservando para otro estudio una mirada al puesto de Pedro entre los apóstoles y en la Iglesia primitiva.

 

Cómo entender la argumentación
A primera vista, podría parecer que la cuestión de si Pedro fue o no a Roma y murió allí es intrascendente. Y en cierto modo lo es. Después de todo, su estancia en Roma no probaría por sí misma la existencia del papado; sería una falsa inferencia decir que tiene que haber sido el primer papa dado que estuvo en Roma y los papas siguientes reinaron desde Roma. Siguiendo esa lógica, Pablo también habría sido el primer papa dado que fue apóstol y estuvo en Roma.

Por otra parte, si Pedro nunca llegó a la capital del imperio romano, aún así podría haber sido el primer papa, pues uno de sus sucesores podría haber sido el primero en desempeñar ese ministerio en Roma. Después de todo, si el papado existe, fue establecido por Cristo durante su vida, mucho antes del tiempo en que se dice que Pedro llegó a Roma. Ha de haber un periodo de algunos años en que el papado no tenía aún conexión con Roma.

Así, si el apóstol llegó allí sólo mucho después, eso podría tener algo que decir sobre quienes serían sus legítimos sucesores (y así ocurre, salvo que el hombre elegido obispo de Roma es automáticamente el nuevo papa basándose en que Pedro fue el primer obispo de Roma y el Papa es simplemente sucesor de Pedro), pero nada nos diría sobre el status del ministerio papal. No dejaría sentado que el papado fuera instituido por Cristo en primer lugar.

 

Así las cosas, la cuestión sobre la presencia de Pedro en Roma, si bien es históricamente interesante, no parece ser esencial para el auténtico problema, a saber, si el papado fue fundado por Cristo o no. Aún así, la mayoría de las organizaciones anticatólicas recogen el guante y se toman considerables molestias para "demostrar" que Pedro no pudo haber estado en Roma. ¿Por qué? Porque piensan que pueden sacar ventaja de ello.

"Aquí hay un punto sobre el que podemos mostrar la falsedad de las afirmaciones católicas", dicen. "Los católicos hacen retroceder el origen del papado a Pedro, y dicen que fue martirizado en Roma tras encabezar la Iglesia de allí. Si podemos demostrar que nunca fue a Roma, eso minaría –psicológicamente ya que no lógicamente- su aseveración de que Pedro fue el primer papa. Si la gente concluye que la Iglesia Católica está equivocada sobre este punto histórico, llegarán a que está equivocada sobre el mayor, la supuesta existencia del papado". Tal es el razonamiento –el auténtico razonamiento- de los principales anticatólicos.

 

Los cargos resumidos
El caso es expuesto quizá de forma más sucinta, si bien no tan abiertamente, por Loraine Boettner en el más conocido de sus libros, Catolicismo Romano (p. 117): "Lo reseñable, sin embargo, sobre el supuesto obispado de Pedro en Roma es que el Nuevo Testamento no dice una sola palabra sobre ello. La palabra Roma aparece sólo nueve veces en la Biblia [en realidad aparece diez veces en el Antiguo Testamento y diez veces en el Nuevo], y Pedro jamás es mencionado en conexión con ella. No hay ninguna alusión a Roma en cualquiera de sus dos epístolas. El viaje de Pablo a la ciudad es narrado con gran detalle (Hechos 27 y 28). Lo cierto es que no hay base en el Nuevo Testamento ni pruebas históricas de ningún tipo de que Pedro estuviese alguna vez en Roma. Todo se basa en la leyenda".

Bien, ¿qué hay que decir sobre ello? Cierto, la Biblia no dice explícitamente en ningún sitio que Pedro estuviera en Roma; pero por otra parte no dice que no estuviera. Del mismo modo que el Nuevo Testamento nunca dice: "Pedro fue entonces a Roma", tampoco dice: "Pedro no fue a Roma". De hecho, se dice muy poco acerca de adónde fueron él o cualquiera de los otros apóstoles aparte de Pablo en los años posteriores a la Ascensión. En su mayor parte tenemos que apoyarnos en libros distintos del Nuevo Testamento para informarnos sobre lo que les pasó a los apóstoles, Pedro incluido, en los años siguientes (aunque Boettner está bastante equivocada al descalificarlos como "leyenda": los documentos históricos tempranos no pueden ser descalificados de buenas a primeras como simples portadores de "leyendas": son pruebas históricas genuinas, como reconoce cualquier historiador profesional).

 

Lo que dice la Biblia
Boettner está también equivocada cuando afirma: "no hay alusión alguna a Roma en ninguna de las epístolas [de Pedro]". Sí que las hay, en el saludo al final de la primera epístola: "Os saluda la Iglesia que está en Babilonia, elegida como vosotros, y mi hijo Marcos" (1 Pe 5,13). Babilonia es una palabra para designar secretamente a Roma. Se usa de esta forma seis veces en el último libro de la Biblia y en fuentes extrabíblicas como los Oráculos Sibilinos (5,159f), el Apocalipsis de Baruc (2,1) y 4 Esdras (3,1). Eusebius Pamphilius, en La Crónica, compuesta hacia el 303 D.C., advirtió que "Se dice que la primera epístola de Pedro, en la cual hace mención a Marcos, fue compuesta en la misma Roma; y que él mismo indica esto, refiriéndose figurativamente a la ciudad como Babilonia".+

 

Consideremos ahora las otras citas del Nuevo Testamento: "Un segundo ángel lo siguió diciendo: "¡Cayó, cayó Babilonia la grande, la que dio de beber a todos los pueblos el vino de su fornicación!" (Ap. 14,8). "La gran ciudad se abrió en tres partes, y se desplomaron las ciudades de las naciones. Y Babilonia la grande fue recordada en la presencia de Dios, para darle la copa de vino de la indignación de su cólera" (Ap. 16,19). "[Y] en su frente un nombre escrito que es un gran misterio: 'La gran Babilonia, la madre de las fornicaciones y de las abominaciones de la tierra'" (Ap. 17,5). "Gritó con voz potente: '¡Cayó, cayó Babilonia la grande!'" (Ap. 18,2). "[S]e quedarán a distancia por temor a sus tormentos, y dirán: '¡Ay!,¡ay! ¡La gran ciudad, Babilonia, ciudad poderosa, porque en una hora ha llegado tu castigo!'" (Ap. 18,10). "Con esta impetuosidad será arrojada Babilonia, la gran ciudad " (Ap. 18,21).

Estas referencias no pueden serlo a la Babilonia que en otros tiempos era la capital del imperio babilónico. Aquella Babilonia se había visto rebajada a ser un pueblo sin importancia con el paso de los años, las derrotas militares y el sometimiento político; ya no era una "gran ciudad". No tuvo ningún papel importante en la historia reciente del mundo antiguo. La única auténtica "gran ciudad" en tiempos del Nuevo Testamento era Roma.

 

"Pero no hay ninguna razón convincente para decir que 'Babilonia' signifique 'Roma'", insiste Boettner. Ah, pero sí que la hay, y es la persecución. Pedro era conocido por las autoridades como un jefe de la Iglesia, y la Iglesia, según la ley romana, era considerada ateísmo organizado (el culto de cualesquier dioses distintos de los romanos se consideraba ateísmo). Pedro no se haría ningún favor, eso por no mencionar a aquellos que estuvieran con él, haciendo pública su presencia en la capital: a fin de cuentas, el servicio de correo de Roma era incluso peor que hoy, y las cartas eran leídas habitualmente por los funcionarios romanos. Pedro era un hombre buscado, como todos los jefes cristianos. ¿Por qué alentar una caza del hombre? También sabemos que los apóstoles se referían a veces a las ciudades con nombres simbólicos (cf. Ap. 11,8).

En cualquier caso, seamos generosos y admitamos que es fácil para un oponente del catolicismo pensar de buena fe que Pedro nunca estuvo en Roma, al menos si basa su conclusión solo en la Biblia. Pero restringir su investigación a la Biblia es cosa que no debiera hacer: las pruebas externas también han de tenerse en cuenta.

 

Testimonio cristiano temprano
William A. Jurgens, en su libro en tres volúmenes The Faith of the Early Fathers, un magistral compendio que cita extensamente de todas las obras que van desde la Didajé [el primer catecismo conocido de la historia de la Iglesia, N. del T.] a Juan Damasceno, incluye treinta referencias a esta cuestión, divididas, en el índice, casi a partes iguales entre las afirmaciones de que "Pedro vino a Roma y murió allí " y de que "Pedro estableció su Sede en Roma e hizo al Obispo de Roma su sucesor en el primado". Algunos ejemplos bastarán, pero estas y otras referencias tempranas demuestran que no puede haber duda de que la posición (uno vacila en usar la palabra "tradición", dado que algunos la leen como "leyenda") universal -y muy antigua- era que Pedro ciertamente acabó sus días en la capital del Imperio.

 

Dionisio de Corinto, al escribir su Carta a Sotero, el duodécimo papa, hacia el 170 D.C., decía: "También habéis, por vuestro mismo consejo, reconciliado a la semilla sembrada por Pedro y Pablo en Roma". Era comúnmente aceptado, desde los primeros tiempos, que tanto Pedro como Pablo fueron martirizados en Roma, probablemente en la persecución neroniana de los años 60 del siglo I.

Tertuliano, en La protesta contra los herejes (200 D.C.), hizo notar de Roma "lo feliz que es esa iglesia... donde Pedro sufrió una pasión como la del Señor, donde Pablo fue coronado con una muerte como la de Juan [se refiere a Juan el Bautista, decapitado al igual que Pablo]". Los fundamentalistas admiten que Pablo murió en Roma, así que la implicación de Tertuliano es que Pedro también tiene que haber estado allí.

 

Referencias muy tempranas
En el mismo libro Tertuliano escribió que "esta es la manera en que las iglesias apostólicas transmiten sus listas: como la iglesia de Esmirna, que registra que Policarpo fue colocado allí por Juan; como la iglesia de Roma, donde Clemente fue ordenado por Pedro". Este Clemente, conocido como Clemente Romano, sería más tarde el cuarto papa (Nótese que Tertuliano no dice que Pedro consagrara como papa a Clemente, lo cual habría sido imposible dado que un papa no consagra a su propio sucesor; simplemente ordenó sacerdote a Clemente). Clemente escribió su Carta a los Corintios quizá antes del 70 D.C., sólo unos pocos años después de que Pedro y Pablo fueran asesinados; en ella hacía referencia a Pedro acabando su vida donde Pablo acabó la suya.

En su Carta a los Romanos (110 D.C.), Ignacio de Antioquía observó que no podía mandar a los cristianos de Roma de la manera en que Pedro y Pablo lo hacían, comentario que solo tiene sentido si Pedro hubiera sido un jefe, si no el jefe, de la Iglesia de Roma.

 

Ireneo, en Contra los Herejes (190 D.C.), dijo que Mateo escribió su Evangelio "mientras Pedro y Pablo estaban evangelizando en Roma y echando los cimientos de la Iglesia". Dice luego que los dos abandonaron Roma, quizá para asistir al Concilio de Jerusalén (49 D.C.). Algunas líneas más abajo hace notar que Lino fue nombrado sucesor de Pedro –es decir, el segundo papa– y que los siguientes de la lista fueron Anacleto (conocido también como Cleto) y Clemente Romano.

Clemente de Alejandría escribió a comienzos del siglo III. Un fragmento de su obra Esbozos ha quedado conservado en la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, la primera historia de la Iglesia. Clemente escribió: "Cuando Pedro predicaba la palabra públicamente en Roma, y anunciaba el evangelio por el Espíritu, muchos de los presentes pidieron que Marcos, que había sido por largo tiempo su seguidor y recordaba sus dichos, pusiera por escrito lo que se había proclamado".

Pedro de Alejandría fue obispo de esa ciudad y murió hacia el 311 D.C. Algunos años antes de su muerte escribió un tratado llamado Penitencia. En él dijo: "Pedro, el primero de los apóstoles, habiendo sido apresado a menudo y arrojado a la prisión y tratado con ignominia, fue finalmente crucificado en Roma".

 

Lactancio, en un tratado llamado La muerte de los perseguidores, escrito alrededor del 318 D.C., advirtió que "Cuando Nerón aún reinaba, Pedro llegó a Roma, donde, en virtud de ciertos milagros que obró por el poder de Dios que le había sido conferido, convirtió a muchos a la virtud y estableció un firme y tenaz templo a Dios". Nerón reinó del 54 al 68 D.C..

Estas citas podrían multiplicarse (Véanse los libros de Jurgens para otras fuentes y para citas más completas de éstas). Debería ser suficiente para hacer notar que ningún escritor antiguo afirmó que Pedro acabara su vida en otro sitio distinto de Roma. Muchos se refieren al hecho de que estuvo en cierto momento en Antioquía, pero prosiguen diciendo que fue desde allí a la capital. Recordémoslo, estas son las obras que forman la base de los escritos cristianos históricos en los siglos inmediatamente posteriores al Nuevo Testamento. Sobre la cuestión de adónde fue Pedro están de acuerdo, y sus testimonios acumulados son de un enorme peso.

Resumiendo, que Boettner no sabe de qué está hablando cuando afirma que "no hay prueba histórica de ninguna clase" y que "todo se basa en la leyenda". La verdad es que las pruebas históricas están del lado de la postura católica.

 

Lo que demostró la arqueología
Hasta los fundamentalistas, que invocan la teoría del "sólo la Biblia", admiten que hay muchos pasajes en la Biblia que deben entenderse a la luz de lo que nos dice la arqueología, dado que proporciona información tangible sobre los pueblos y lugares que menciona la Biblia. De esta forma los descubrimientos de la arqueología son relevantes para determinar a qué ciudad se refería Pedro cuando decía que estaba en Babilonia.

 

Hay muchas pruebas arqueológicas de que Pedro estuvo en Roma pero Boettner, como otros apologistas fundamentalistas, se limita a desdeñarlas, pretendiendo que "los arqueólogos han llevado a cabo exhaustivas investigaciones a través de los siglos para encontrar alguna inscripción en las catacumbas y otras ruinas de lugares antiguos en Roma que indicarían que Pedro como mínimo visitó Roma. Pero todo lo que han encontrado han sido algunos huesos de origen incierto" (p. 118).

Boettner entregó su libro a la imprenta en 1962. Su libro original y sus revisiones posteriores han olvidado mencionar los resultados de las excavaciones debajo del altar mayor de la Basílica de San Pedro, excavaciones que habían estado en curso durante décadas, pero que fueron acometidas con ahínco después de la Segunda Guerra Mundial y fueron concluidas aproximadamente hace una década. Lo que Boettner desdeñó despreocupadamente como "algunos huesos de incierto origen" eran de hecho los contenidos de una tumba en la Colina Vaticana que estaba cubierta con inscripciones primitivas que daban fe del hecho de que los restos de Pedro estaban en su interior. (Usando la técnica de Boettner, uno podría rechazar despreocupadamente los restos que hay en las tumbas de Napoleón, Washington y Lincoln o cualquier otra figura histórica como si solo fueran "algunos huesos de incierto origen").

 

Después de la publicación inicial del libro de Boettner, las pruebas han ido aumentando en número hasta el punto de que el papa Pablo VI pudo anunciar oficialmente algo que había sido discutido en la bibliografía arqueológica y en las publicaciones religiosas durante años: que la auténtica tumba del primer papa había sido identificada de manera concluyente, que los restos al parecer estaban allí y que en las cercanías de su tumba había inscripciones que identificaban el lugar como el sitio donde estaba enterrado Pedro, lo cual significaba que los primeros cristianos sabían que el Príncipe de los apóstoles estaba ahí. La historia de cómo todo esto fue determinado con precisión científica es demasiado larga para volver a contarla aquí. Es estudiada con detalle en el libro de John Evangelist Walsh, The Bones of St. Pedro [Los huesos de San Pedro, N. del T.]. Basta decir que la combinación de pruebas históricas y científicas es tal que nadie con voluntad de fijarse en los hechos con mente abierta puede dudar que Pedro estuvo en Roma. Negar ese hecho es dejar que el prejuicio domine a la razón.

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