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Tomado de
Ludwig Ott
Manual de Teología Dogmática
Editorial Herder Barcelona, 1986, pp. 422-424.

El concilio de Trento, enseña que «los obispos, que han sucedido a los apóstoles, constituyen principalmente el orden jerárquico y han sido, puestos por el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios»; Dz 960. El concilio del Vaticano I declaró: «Así pues, como Jesús envió a los apóstoles, que había escogido del mundo, lo mis­mo que El había sido enviado por el Padre (Ioh 20, 21), de la misma manera quiso que en su Iglesia hubiera pastores y maestros hasta la consumación de los siglos»; Dz 1821. Tales pastores y maestros son los obispos, sucesores de los apóstoles; Dz 1828: «episcopi, qui positi a Spiritu Sancto in Apostolorum locum successerunt» ("los obispos, establecidos por el Espíritu Santo, sucedieron en sus puestos a los apóstoles").

 

La perpetuación de los poderes jerárquicos es consecuencia necesaria de la indefectibilidad de la Iglesia, pretendida y garantizada por Cristo. La promesa que Cristo hizo a sus apóstoles de que les asistiría hasta el final del mundo (Mt 28, 20) su­pone que el ministerio de los apóstoles se perpetuará en los sucesores de los apóstoles.

 

Estos, conforme al mandato de Cristo, comunicaron sus poderes a otras personas; por ejemplo, San Pablo, a Timoteo y a Tito. Cf. 2 Tim 4, 2‑5; Tit 2, 1 (poder de enseñar); 1 Tim 5, 19-21; Tit 2, 15 (poder de regir); 1 Tim 5, 22; Tit 1, 5 (poder de santificar). En estos dos discípulos del apóstol aparece por primera vez con toda claridad el episcopado monárquico que desempeña el ministerio apostólico. Los "ángeles" de las siete comunidades del Asia Menor (Apoc 2‑3), según la interpretación tradicional (que no ha carecido de impugnadores), son precisamente los obispos de esas comunidades.

 

El discípulo de los apóstoles SAN CLEMENTE ROMANO nos relata lo siguiente a propósito de la transmisión de los poderes jerárquicos por parte de los apóstoles: «Predicaban por las provincias y ciudades, y, después de haber probado el espíritu de sus primicias, los constituían en obispos y diáconos de los que habían de creer en el futuro» (Carta a los Corintios 42, 4); «Nuestros apóstoles sabían por Jesucristo nuestro Señor que surgirían disputas en torno al cargo episcopal. Por esta razón, conociéndolo bien de antemano, constituyeron a los que hemos dicho anteriormente, y les dieron el encargo de que a la muerte de ellos les sucedieran en el ministerio otros varones probados» (ídem 44, 1‑2). SAN IGNACIO DE ANTIOQUíA da testimonio, a principios del siglo II, de que a la cabeza de las comunidades de Asia Menor y aun «en los países más remotos» (Carta a los Efesios 3, 2) había un solo obispo en cuyas manos estaba todo el gobierno religioso y disciplinario de la comunidad. «Sin el obispo, nadie haga nada de las cosas que corresponden a la Iglesia. Solamente sea considerada como válida aquella eucaristía que se celebre por el obispo o por algún delegado suyo. Doquiera se mostrare el obispo esté allí el pueblo, así como doquiera está Cristo allí está la Iglesia Católica. No está permitido bautizar sin el obispo ni celebrar el ágape; mas todo lo que él aprueba es agradable a Dios; para que todo lo que se realice sea sólido y legítimo... Quien honra al Obispo es honrado por Dios; quien hace algo sin el obispo está sirviendo al diablo» (Carta a los Esmirnios 8, 1‑2; 9, 1). En toda comunidad existen, además del obispo y por debajo de él, otros ministros: los presbíteros y diáconos.

 

Según SAN JUSTINO MÁRTIR, «el que preside a los hermanos» (es decir, el obispo) es quien realiza la liturgia (Apol. 1, 65 y 67). SAN IRENEO considera la sucesión ininterrumpida de los obispos a partir de los apóstoles como la garantía más segura de la íntegra tradición de la doctrina católica: «Podemos enumerar los obispos instituidos por los apóstoles y todos los que les han sucedido hasta nosotros» (Adv. haer III 3, 1). Pero, como sería muy prolijo enumerar la sucesión apostólica de todas las Iglesias, se limita el santo a señalar la de aquella Iglesia «que es la más notable y antigua y conocida de todos, y que fue fundada y establecida en Roma por los gloriosos apóstoles Pedro y Pablo». Nos refiere la más antigua lista de los obispos de la iglesia romana, que comienza con los «bienaventurados apóstoles» y llega hasta Eleuterio, 12° sucesor de los apóstoles (ibídem III, 3, 3). De San Policarpo nos refiere SAN IRENEO (ib. III, 3, 4) que fue instituido como obispo de Esmirna «por los apóstoles» ‑ según TERTULIANO (De praescr. 32), por el apóstol San Juan ‑. TERTULIANO, lo mismo que San Ireneo, funda la verdad de la doctrina católica en la sucesión apostólica de los obis­pos (De praescr. 32).

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