Aunque parezca difícil de entender, es cierto que hay personas que sólo "viven para trabajar, en vez de trabajar para vivir", y entre ellas son más numerosos los ricos que los pobres y los jefes que los empleados. El trabajo puede crear adición, y sus resultados no son menos temibles que los que pueda crear el tabaco, el alcohol o cualquier otro tipo de droga. Muchos han llegado a convertir su trabajo en el único Dios, a quien subordinan su vida entera, rinden pleitesía y adoran con devoción.
Los idólatras del trabajo presentan síntomas comunes a cualquier drogadicto: Jamás reconocen su adición, por tanto, hasta que no reconozcan su enfermedad no estarán capacitados para curarla. Dan cientos de razones para justificarse, y nunca reconocen las contrarias. Como en las drogas, precisan de un duro golpe para empezar a tomarse en serio sus problemas. Ese golpe, frecuentemente es una enfermedad. ¿Qué puede pasar si por triunfar en el trabajo se pierde la salud? Basta un ataque al corazón, sufrir depresiones, pérdida de facultades mentales y físicas para ver el trabajo de otra forma. ¿Qué pasará con los hijos, con la mujer si por llevar más dinero a casa, queda uno" tonto pa'l oficio" o muere? Adiós al coche, adiós al piso, adiós a los estudios universitarios de los hijos, adiós al chalet en la playa...
Por supuesto, entre los adictos al trabajo no consideramos a los que, presionados por el jefe, se ven en la alternativa de trabajar más horas o perder el empleo; ni a los que transitoriamente se ven obligados a trabajar excepcionalmente más horas durante unos días. Nos referimos especialmente a los que pudiendo vivir aceptablemente con sus ingresos se olvidan de todo con el pretexto de elevar el nivel de vida familiar; olvidándose, de paso, de la familia. Son los nuevos esclavos del trabajo.
La mayor parte de las veces las soluciones son de puro sentido común: Ponerse en las manos de un médico, hablar claramente con los jefes o con los socios, tomarse unos días de descanso alejado del trabajo, y poco más. Pero el enfermo tiene que tener el valor de darse cuenta de su situación y querer curarse. Repito: querer curarse. Esto es lo difícil. Con el trabajo pasa como con el juego de las siete y media: Si no llegamos, malo; si nos pasamos peor. Además, cuando la persona es inteligente no olvida que el trabajo es un medio y no el fin de nuestra existencia.
Sería bueno preguntarse: ¿Cuántas horas semanales trabajan mis jefes, mis compañeros, mis socios ¿Cuántas horas trabajo yo? ¿Haber si estoy haciendo el "gili"?
Caso especial, y no por adición al trabajo, es el caso de la mujer trabajadora. Con frecuencia son casos extraordinariamente graves para la familia y para la sociedad, especialmente cuando se tienen hijos pequeños. La mujer, la madre, es el corazón de la familia. Sin ella, el hogar se derrumba. Y, la familia es la pieza esencial de toda sociedad sana. Trabajar todo el día fuera del hogar sólo es posible para la mujer que renuncia a la maternidad, a la familia o al trabajo. Cuando no puede porque hay que pagar la vivienda, los impuestos, el coche, las vacaciones, mantener su estatus social, ... ; la vemos regresar del trabajo agotada y nerviosa. Entonces, ha de sacar fuerzas de flaqueza para atender a los niños, a la cocina, a la limpieza, a la plancha, a la compra. Al final, derrengada, cae en la cama pensando con amargura, que mañana temprana se repetirá la misma función. La familia ha de pagar una desproporcionada factura por este trabajo: esposo e hijos mal atendidos, un solo hijo o ninguno, causa de la inmigración y del envejecinmiento de la población; familia desunida, paga que se evapora entre la asistenta y la canguro; sin tiempo para educar a los niños, sabiendo que la educación en la familia es primordial y sin sustitutivos. Añadamos el cuidado de los enfermos y de los ancianos. El trabajo, que debería ser una bendición se convierte así en una maldición. ¿Merece la pena? ¿No nos estaremos equivocando?
Pensando sobre todo en las mujeres, en las próximas elecciones deberíamos exigir a nuestros políticos que elaborasen, decididamente y de una vez por todas, una política familiar, que tenga en cuenta la dimensión familiar del trabajo. Mientras tanto, podríamos empezar por valorar socialmente la enorme importancia del ama de casa. ¿Hay algún trabajo más importante qué traer al mundo y educar – no solo instruir- a los que serán investigadores, políticos, sacerdotes, profesores,...?
En los EEUU son ya muchas las personas que prefieren ganar menos y tener más tiempo libre para dedicárselo a la mujer, a los hijos, a la sociedad, a su formación, a Dios, a los deportes...Ninguna de estas obligaciones puede suplantar a todas las demás. Las personas de un solo libro, de una sola idea, de una sola actividad son, normalmente, personas peligrosas, desequilibradas que sufren y hacen sufrir a los que les rodean. A veces triunfan en el trabajo, a costa de fracasar en su familia. Y quien fracasa en la familia, ha fracasado en su vida. En ocasiones, la mujer harta de no ver al marido, termina poniéndole los cuernos; los hijos desconocen al padre, los amigos se pierden por no cuidarlos. Pedrito ¿A quién quieres más a papá o a mamá? A Jaime, contesta Pedrito. Jaime era el jardinero, la única persona con la que podía hablar Pedrito. Papá y mamá estaban todo el día trabajando fuera. En este caso real, los padres lo pensaron mejor y cambiaron de trabajo.
Es que no puedo confiar en nadie, es que nadie hace las cosas bien, es que en cuanto me doy media vuelta me la arman, es que... Desengañémonos, ni uno es tan listo ni los demás son tan tontos. Cuando el general es bueno, los soldados dejan de ser malos y aparecen los grandes capitanes. Por otra parte, la base de las relaciones humanas se sigue centrando desde hace miles de años en "Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo" Y, ¿Como va a amar al prójimo quien no sabe amarse así mismo? Y,¿Cómo va a amar al prójimo quien tiene al trabajo como a Dios?
Mérida, enero de 2002 -- España
Alejo Fernández Pérez
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