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Por: Olalla Gambra Mariné

 

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El gran fraude del "Feminismo"

Por "Feminismo" se entiende un movimiento social y político que postula la igualdad de los derechos de las mujeres y los hombres.

Comenzó con las sufragistas inglesas del siglo XIX, continuó defendiendo una educación equiparable a la que recibían los muchachos, un trabajo, un sueldo... En sí mismas, estas primeras aspiraciones no eran directamente contrarias a la fe ni a la moral católica. ¿Cómo es posible que hayan acabado pidiendo aberraciones tales como el derecho al aborto o a la esterilización?.

Desde el principio, todas las reivindicaciones tomaban como barómetro o punto de referencia los derechos del hombre: ¡Pedimos el derecho al voto como los hombres!, ¡un trabajo remunerado como el de los hombres!, etc. Según se iban logrando objetivos, se pedía más y más, hasta que se ha llegado a un punto en el que se entra en conflicto con la diferenciación sexual más obvia. La mujer rechaza la carga de la maternidad porque los hombres no la tienen. Reivindica su derecho a un embarazo optativo, a "ser dueña de su cuerpo", a desarrollar su personalidad y sus aspiraciones sociales y económicas, "a realizarse" como dicen, antes de ser madre. El movimiento feminista ha terminado por rechazar lo más característicamente femenino y por frustrar la vocación natural de la mujer.

De esta manera el "Feminismo" ha terminado por defender una doctrina mucho más machista que cualquiera de las culturas y sistemas ideados por los hombres. Así es, pues no existe mayor elogio que la imitación. Si una persona admira tanto a otra que trabaja y se esfuerza para llegar a parecerse a ella, y se hace violencia a sí misma para conseguir ponerse a la altura de su modelo, ¿no está dando la mayor prueba de admiración que existe?.

La mujer es diferente del hombre

En esta discusión se ha llegado a una confusión tal que es necesario empezar por establecer la definición de los términos.

El ser humano, en sentido general, se define como animal racional. Animal porque posee un cuerpo con necesidades materiales; racional porque posee un principio vital de numerosas facultades, que están o debieran estar subordinadas al más perfecto modo de conocimiento que tienen los seres materiales, el conocimiento racional.

Ahora bien, el ser humano como tal no existe, no es más que el nombre de la especie, que se singulariza o materializa de múltiples maneras, ninguna de las cuales constituye en su esencia al hombre. Una de esas concreciones accidentales es el sexo. Ya Aristóteles se preguntaba cuál es la importancia de esta característica para el ser humano. La respuesta que da en su Metafísica no puede ser más clara:

Las contrariedades que están en el concepto producen diferencia específica, pero las que están en el compuesto con la materia no la producen. Por eso del hombre no la produce la blancura y la negrura, y no hay diferencia específica entre hombre blanco y hombre negro... El ser macho y el ser hembra son ciertamente afecciones propias del animal, pero no en cuanto a su substancia, sino en la materia y en el cuerpo.

En otras palabras los sexos, como el color de la piel, son para él algo de la materia, no de la forma o de la esencia del hombre. Hombre y mujer cuentan con los dos elementos, cuerpo y razón, que los definen como seres humanos.

Sin embargo, al estar alma y cuerpo substancialmente unidos, nada tiene de extraño que el ser mujer u hombre conlleve diferencias accidentales en ambos elementos: la anatomía -y la simple evidencia- enseña que el cuerpo del hombre no es igual al de la mujer y que cada uno está capacitado para funciones muy distintas. Por su parte, de manera mucho menos probatoria y clara, basándose sólo en la estadística, la psiquiatría explica que los procesos mentales de la mujer y del hombre difieren, pero que ambos pueden llegar a las mismas conclusiones y desarrollo, pues aunque sean distintos sus métodos, poseen la misma capacidad.

El último término de esta controversia es la palabra "diferente". Quiere decir desigualdad, disparidad entre dos o más elementos. Pero no implica que uno sea mejor que otro. Es un adjetivo relativo, no cualitativo; sólo designa la no identidad de algunos aspectos accidentales entre hombre y mujer, pero no conlleva un juicio de valor sobre el sustantivo al que acompaña. Además, expresa una relación recíproca entre los dos términos: si uno es diferente de otro, éste será también diferente de aquél. En cambio, si uno fuera inferior a otro, éste no sería inferior a aquél.

Entender que la proposición "la mujer es diferente del hombre" es lo mismo que "la mujer es inferior al hombre" constituye un salto sofístico sin fundamento lógico. Este error que comete el "Feminismo" moderno, debiera llevarnos a dudar de la bondad de su fundamento.

Admitida, pues, la esencial identidad de hombre y mujer se entiende también la identidad de su fin o destino, que no es otro que la salvación. Este punto es fundamental para entender la postura de la Iglesia Católica en esta cuestión que, por su virulencia, ha dado en llamarse "la guerra de los sexos". Los Mandamientos de la Ley de Dios son comunes para todos los seres humanos, no existen los Diez Mandamientos del Hombre ni los Diez Mandamientos de la Mujer; son los mismos y han de obedecerse cada uno en su estado y condición. Las Bienaventuranzas, las Virtudes y los Vicios, el Cielo y el Infierno son los mismos para ambos sexos. Ante el Juicio de Dios, los hombres y las mujeres son iguales.

Deber de estado

Sin embargo, cada uno debe perseguir el mismo fin útimo según su vocación y según las condiciones que Dios le ha dado. En otras palabras, cada cual tiene que atender a su deber de estado. ¿Qué tiene que ver con esto la diferencia sexual? Si no me equivoco, tal disparidad, desde el punto de vista de la doctrina católica estricta, sólo tiene que ver con la vocación religiosa y con el matrimonio. En lo demás la Iglesia no parece meterse: que una mujer quiere ser general de carabineros, albañil de primera o levantadora de pesos en una feria, allá ella. Con tal de que se guarde la decencia necesaria no pone más inconvenientes la doctrina cristiana más inconvenientes que los que ofrecerá la propia naturaleza.

El auténtico problema reside en el matrimonio y en la familia que es donde se plantea con toda su crudeza la llamada "guerra de los sexos". Ahí es donde se confluyen todos los factores arriba enumerados, hasta que por remota influencia marxista se ha acabado por concebir la complementariedad matrimonial como enfrentamiento similar a la lucha de clases.

Y para concebir adecuadamente el problema que a diario viven los matrimonios, entre el trabajo de los cónyuges, o de uno de los dos, fuera de casa y las tareas domésticas, creo que basta con enunciar el principio fundamental al respecto: nadie está obligado al matrimonio, pero una vez casados su obligación de estado ya no es la de la profesión, sino la que se sigue de su condición de casados (a no ser que un bien mayor exija otra cosa).

Esto se complementa con otra idea muy contraria al espíritu moderno: el éxito personal entendido como reconocimiento público de la labor individual es ilícito perseguirlo por sí mismo, y más aún en el caso de que ello perturbe el fin de los casados.

Para entender esta doctrina, que podría servir de fundamento a un "Feminismo" cristiano, no es malo recordar por qué, con independencia de las corrientes hoy jaleadas por los medios de comunicación, la familia y dentro de ella las tareas de procreación y educación de la prole deben prevalecer sobre los intereses individuales de los cónyuges.

La familia, célula de la sociedad

Uno de los principios fundamentales de la doctrina tradicional es el de defender la supremacía de la sociedad sobre el Estado que suele resumirse en el conocido lema "Más Sociedad y menos Estado". El Estado no es más que la organización de la sociedad y debe servirla, no al revés. Queda así reconocida la primacía natural del hombre sobre el Estado.

A su vez, el hombre, que es un ser sociable, ordena sus relaciones en varios órganos o cuerpos intermedios a partir de la familia. Es en la familia donde se forman los individuos que integran la sociedad y el Estado. Es decir, la familia es la base de la sociedad y de toda su organización, incluyendo, en último término, al Estado.

Si la familia juega ese papel fundamental en la sociedad, entonces, siguiendo el orden natural establecido por Dios, la doctrina tradicional reconoce la importancia de la mujer. Por obvias necesidades primarias es la madre la que está más cerca del hijo en los primeros años de vida. Y todos los psiquiatras, psicólogos y pedagogos coinciden en afirmar que estos primeros años son decisivos en la vida de cada persona. Es el período en que se adquieren las nociones generales del mundo en el que han de vivir, cuando se aprenden unos principios morales básicos según los cuales se ordenará la educación y se adquieren unos primeros hábitos con los que se conformará la personalidad del hijo.

Durante estos primeros años que se pasan en el hogar se ponen los fundamentos de toda educación de cada individuo que el día de mañana integrará la sociedad y el Estado. Los niños de hoy son el futuro de cada nación. Es decir, la educación es una cuestión fundamental para la sociedad y el estado. Así lo afirma cualquiera al que se le pregunte, y de hecho, ésta es la razón de que los programas educativos sean uno de los puntos de debate constantes en los programas políticos.

Falta de valoración social

Sin embargo, el educador, el responsable de esa importante tarea, no recibe esa consideración. Los mismos que reconocen la importancia de la educación afirman poco después que la mujer debe ser rescatada de la esclavitud que supone ocuparse de la formación de sus hijos. No se dan cuenta de que caen en una flagrante contradicción: la educación y formación es una labor necesaria y excelsa pero la mujeres que se dedican a ello son despreciadas por la sociedad. Algo tan absurdo como si pretendiéramos llegar justo a tiempo de salvar a un príncipe de ser rey o a un obispo de ser Papa.

¿Por qué es valorada una profesora que enseña un área especializada de conocimiento a muchos alumnos unas horas a la semana y en cambio, esa misma mujer cuando dedica muchas más horas a la formación integral de su hijo sobre todos los aspectos de la vida sólo recibe desprecio, más o menos velado? Y no digamos en el caso de las madres que no trabajan fuera de casa.

El criterio nace en parte de razones económicas, pero sobre todo en la búsqueda del éxito: la mujer que tiene una profesión fuera de casa recibe un salario y cómo tal, es tomada en consideración por la sociedad. En cambio, las horas que dedica a su familia no las remunera nadie y no cotizan en la Seguridad Social, por tanto la sociedad no las valora. Y lo grave es que no sólo la sociedad, sino ella misma sólo se "siente realizada" cuando desempeña su profesión y todo el tiempo que emplea en sus obligaciones como madre y esposa y ama de casa le parecen horas robadas a su verdadera función.

Las causas de esta alteración de valores son múltiples: entre ellas, la ñoña conciencia romántica que en el siglo XIX (del que nada bueno ha salido) hizo de la mujer un objeto débil, decorativo y algo tonto. A ello se unió en esa misma época la transformación social que produjo la concepción política que centralizó todo el poder en manos de un todopoderoso Estado. La educación estatalizada llevada a cabo contra la Iglesia y las prerrogativas de los padres, el trabajo asalariado propio del capitalismo, la valoración suprema del éxito individual nacida de la sociedad protestante; todo ello contribuyó a despreciar las tareas propias del hogar y a la vocación familiar.

De todas estas obligaciones el hombre se liberó creyendo que con traer el salario a casa y mantener económicamente a la familia ya cumplía con sus deberes de estado. Además, todo el tiempo que no dedicaba a su profesión, procuraba emplearlo en cultivar una vida social completamente ajena al entorno familiar.

Quizá el ejemplo más expresivo sean los Clubes ingleses del XIX... No es simple casualidad que precisamente en la Inglaterra del XIX donde triunfó el movimiento Feminista, que utilizó como pretexto el derecho al voto de las mujeres. Si el hombre había podido liberarse de todas esas tareas que él mismo había conceptuado de denigrantes, la mujer reclamaba el mismo derecho: los hijos quedaban a cargo de institutrices o de internados, la casa la atendía el servicio –naturalmente, esta "liberación" sólo podían conseguirla los que tenían recursos económicos suficientes- y los cónyuges quedaban libres para "realizarse" y cultivar sus intereses, cada uno por su lado. La sociedad se horrorizó de los resultados de su propia actitud: el desprecio de las obligaciones que conlleva el matrimonio conducía irremediablemente a la destrucción de la familia. De ahí la reacción airada de los políticos y de los prohombres de la Inglaterra del XIX.

"Feminismo" católico

Contra estos valores y usos sociales erróneos, el "Feminismo" se propuso como la solución.

Desgraciadamente el término feminista está tan corrompido que todo el mundo lo asocia con esas reivindicaciones antinaturales y contrarias a la moral que terminan necesariamente en el rebajamiento de todo aquello que es característico de la mujer. Es decir, la solución es peor que el problema.

Todos los que no están de acuerdo con exigencias tales como el aborto, rechazan esa postura extrema, pero se contentan con un "Feminismo" aguado, sin base doctrinal definida. Es ese "Feminismo" vergonzante, pues ni siquiera admiten la etiqueta de "Feminismo", que se limita a celebrar el "Día de la Mujer trabajadora" -el 8 de Marzo- o exigir un porcentaje de candidatas femeninas en las listas de los partidos -lo cual en realidad es denigrante, pues ocupan esos puestos por ser mujeres, no porque sean capaces de desempeñarlo: un recurso propagandístico más - y que contabiliza como éxito importante el lanzar una campaña de carteles con el lema "A partes iguales".

Estas dos versiones del "Feminismo" son incorrectas, aunque en distinto grado, pues la extrema es activa, la intermedia es pasiva.

Pero debe existir una respuesta correcta a este problema. Y es una tercera postura, que aún no está articulada como tal, incluso ni siquiera tiene nombre y que, provisionalmente, podría llamarse "Feminismo" católico o tradicional.

Este "Feminismo" Católico consiste en aplicar el principio cristiano de igualdad entre ambos sexos a la sociedad, poner en práctica la doctrina de la Iglesia Católica. Debe centrarse en defender a la familia, pues ha sido el objeto principal de los ataques, tanto por parte del desprecio de una sociedad individualista y economicista, como por parte del "Feminismo" extremo que rechaza la maternidad y las obligaciones que conlleva, porque precisamente ésa es la característica que diferencia a la mujer del hombre.

Por tanto, es necesario desterrar todo ese desprecio social, comenzando por los complejos inconfesados de las propias mujeres. Dos caminos deben seguirse: el primero consiste en reivindicar y difundir la valoración positiva de la maternidad, la dedicación a la formación los hijos y las tareas del ama de casa en la sociedad actual; y el segundo, en transmitir estos mismos valores católicos a los niños y jóvenes de hoy, que serán la sociedad del mañana.

La relevancia de esta defensa sólo se calibra adecuadamente si se tiene en cuenta que la consecuencia inmediata de la denigración de la institución familiar es la desaparición del orden social católico.

 

EVANGELIZA Y COMPARTE.

 

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Richbell Meléndez. Laico católico dedicado a tiempo completo a la apologética al servicio de Dios y subdirector de la Escuela de Apologética Online DASM.

 

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Por: Anwar Tapias Lakatt

 

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El título de este artículo desde su redacción presenta un doble filo, ya que escrito de esa manera y conociendo cómo se celebra el miércoles de ceniza, el lector incauto esperará encontrar un texto que explique la forma de celebrarlo como hoy día se hace. Los no católicos sabiendo esto, han intentado hacer ver que esta celebración ni es bíblica sino que además, es condenada por la Biblia.

¿Menciona la Biblia la Cuaresma? No

¿Dice la Biblia que hay un miércoles de ceniza? No

¿Significa que es antibíblico celebrarlo? Mucho menos.

La Biblia no dice que los Evangelios sean cuatro más sin embargo los no católicos lo creen.

El miércoles de ceniza es el día que da inicio a la Cuaresma, y una buena definición sencilla sobre la Cuaresma la encontramos en el libro Hablar con Dios[1]: “Tiempo de penitencia y renovación interior para preparar la Pascua del Señor”

De esta definición de Cuaresma encontramos varias palabras claves: penitencia, renovación y Pascua, lo que nos permite entender a qué nos referimos: cuarenta días donde nos preparamos por medio de penitencia y conversión para recibir la resurrección de Jesucristo. Todo esto nos lleva a que la Cuaresma tenga sentido sólo en virtud de la Pascua, ya que no podríamos prepararnos en penitencia y conversión si no fuera por nuestro encuentro con Cristo resucitado.  Así que partimos de dos realidades bien bíblicas:

La resurrección de Cristo representa la victoria de Dios sobre el pecado y debemos aspirar a ella como centro de nuestra fe “

 

¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes”.  (1 Cor 15, 13-14)

 

Para llegar a ese encuentro con Cristo debemos prepararnos y despojarnos del hombre viejo por medio de un cambio

 

“Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado” (Rom 6, 5-6)

 

La Iglesia como nuestra guía y madre en la fe nos ayuda disponiendo de un tiempo en el cual podamos prepararnos a conciencia para recibir dignamente a Jesús.  Este tiempo que es llamado Cuaresma, toma de la riqueza de la tipología bíblica para expresar el sentir del hombre hacia Dios.

La carta de San Pablo a los Corintios dice:

 

“Ustedes son en realidad, como el pan sin levadura que se come en los días de la Pascua. Porque Cristo, que es el cordero de nuestra Pascua, fue muerto en sacrificio por nosotros. Así, que debemos celebrar nuestra Pascua con el pan sin levadura que es la sinceridad y la verdad, y no con la vieja levadura ni con la corrupción de la maldad y la perversidad” (1 Cor 5, 7b-8)

 

Podemos entender según San Pablo que tenemos un llamado a vivir esa Pascua de un modo auténtico, y que para ello debemos despojarnos de la vieja levadura, recordar que a esa Pascua accedemos por méritos de Cristo, porque somos mortales y volveremos al polvo del que fuimos sacados; sólo en la Pascua podemos vernos resucitados en Cristo para siempre.

¿Por qué en miércoles se inicia la Cuaresma si la Biblia no lo dice?

Sencillamente por dos cosas que la Biblia si dice:

a.)    Jesús resucitó un domingo (Mc 16, 9)
b.)    El número cuarenta simboliza tiempo de cambio, de preparación, de prueba.

Jesús mismo nos corrobora la simbología del número cuarenta justamente al enfrentar las tentaciones en el desierto en ese lapso de tiempo[2]:

 

Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio.. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre (Mt 4, 1-2)

 

Algunas citas que nos muestran la simbología de este número son:

 

"Porque dentro de siete días haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y exterminaré de sobre la haz del suelo todos los seres que hice." (Gen 7, 4)

"Moisés entró dentro de la nube y subió al monte. Y permaneció Moisés en el monte cuarenta días y cuarenta noches" (Ex24, 18)

"Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos". (Deu 8, 2)

"Elías se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb".(1 Re 19, 8)

Jonás comenzó a internarse en la ciudad y caminó durante todo un día, proclamando: "Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida". Los ninivitas creyeron en Dios, decretaron un ayuno y se vistieron con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más pequeño. (Jon 3, 4-5)

 

Así que si queremos vivir esos 40 días para poder celebrar nuestra Pascua con Cristo, debemos iniciar un miércoles. Es algo que parte de nuestra capacidad para entender el querer de Dios para nosotros, y no querer que hasta esos detalles los diga la Biblia. Sería como exigirle a un evangélico que me demuestre con la Biblia por qué celebran un culto o un discipulado a x ó y hora.

En un sitio protestante encontré una crítica, al que la Iglesia inicié la Cuaresma un miércoles. Analizando un texto del libro de Jonás como prueba usada por los católicos, este autor dice:

Nótese lo que dice Jonás 3:5, “…Y los hombres de Nínive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos…” ¿Dice el texto que un “miércoles” se pusieron una “crucecita” de ceniza en la frente? No, sino que “se vistieron de cilicio…” ¿Nota usted la gran diferencia entre lo que dice el texto y la práctica católica?[3]

Asumiré que es ingenuidad de este autor y no mala fe, esperar que en la época de Jonás se celebre el miércoles de ceniza cuando bien ya hemos dicho que se celebra en atención a la Pascua de Cristo, y que es la manera en que los católicos nos preparamos a ese encuentro durante un tiempo súper bíblico como 40 días.

¿Y la ceniza?

El segundo ataque que presentan los no católicos contra este día es el uso de la ceniza. Consideran que en ningún texto se manda a colocar una cruz de ceniza en la frente.

Antes que nada, los católicos debemos aclarar que la ceniza no es algo mágico que borre algún pecado. Seguramente los ignorantes creen que si reciben la cruz de ceniza han quedado limpiados y purificados. La cruz de ceniza es un sacramental y vamos a colocar la definición según el Catecismo de la Iglesia Católica:

 

1667…Estos son signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida" (SC 60; CIC can 1166; CO can 867)

1668 Han sido instituidos por la Iglesia en orden a la santificación de ciertos ministerios eclesiales, de ciertos estados de vida, de circunstancias muy variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre. Según las decisiones pastorales de los obispos pueden también responder a las necesidades, a la cultura, y a la historia propias del pueblo cristiano de una región o de una época. Comprenden siempre una oración, con frecuencia acompañada de un signo determinado, como la imposición de la mano, la señal de la cruz, la aspersión con agua bendita (que recuerda el Bautismo).

1670 Los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con a ella.

De lo anterior entendemos que la cruz colocada es sólo un signo exterior acompañado de una oración que nos preparan y disponen a recibir la gracia que se nos concede en la Resurrección de Cristo. Por eso no debemos angustiarnos por encontrar un texto bíblico donde alguien esté colocando una cruz de ceniza a otra persona.

Del mismo sitio protestante que cuestiona el miércoles de ceniza podemos ver otro ataque injustificado:

La palabra “ceniza” aparece una sola vez en el Nuevo Testamento para informar sobre lo único que quedó cuando Sodoma y Gomorra fueron destruidas por Dios. Pedro escribió, “…y si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente…” (2 Pedro 2:6). Por otro lado, la palabra “cenizas”, aparece también una sola vez en donde se describen los ritos de purificación hebreos, en contraste con la sangre de Jesucristo (Hebreos 9:13).

Nuevamente supondré ignorancia y no mala fe. El autor olvidó colocar otro texto que menciona la palabra ceniza en boca del mismo Jesús como signo externo de conversión:

 

“Entonces Jesús comenzó a reprender a los pueblos donde había hecho la mayor parte de sus milagros, porque no se habían vuelto a Dios. Decía Jesús: “!ay de ti, Corazin! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho entre ustedes, ya hace tiempo que se habrían vuelto a Dios, cubiertos de ropas ásperas y cenizas” (Mt 11, 20-21)

 

En este texto no vemos una cruz en la frente, pero si vemos el uso de la ceniza como símbolo externo de conversión. No podemos centrar el debate a que el texto debe decir “en la frente”, sería como exigirle a un protestante una explicación bíblica sobre si al bautizar a alguien por inmersión debe meter primero su pierna izquierda o derecha al agua, o saber con qué mano Jesús tomó el pan para partirlo en la última cena.

Otras citas que nos muestran el sentido de la ceniza de forma penitencial son:

 

Yo volví mi rostro hacia el Señor Dios para obtener una respuesta, con oraciones y súplicas, mediante el ayuno, el cilicio y las cenizas. (Dan 9, 3)

Y todos los israelitas que habitaban en Jerusalén, hombres, mujeres y niños, se postraron ante el Templo, cubrieron de ceniza sus cabezas y extendieron sus sayales ante la presencia del Señor.(Jdt 4, 11)

Por eso me retracto, y me arrepiento en el polvo y la ceniza (Job 42, 6)

 

Sobre el significado de la ceniza traemos una explicación práctica[4]:

Prácticamente se le asocia al polvo, simbolizando a la vez el pecado y la fragilidad humana. En el Antiguo Testamento también prevalece esta idea. El pecador es ceniza (Cfr. Sab 15,10; Ez 28,18) Para simbolizar esto, el pecador se sienta sobre la ceniza (Job 42,6; Jon 3,6; Mt 11,21) y se cubre con ella la cabeza (Jdt 4,11-15; 9,1; Ez 27,30).

También ha sido empleada para significar la tristeza del hombre abrumado por la desgracia (Cfr. 2Sam 13,19) y, sobre todo, del hombre que se ve afligido por el luto y expresa así su nada (Cfr. Jer 6,26).

La ceniza finalmente nos recuerda que somos mortales, que fuimos creados del polvo y a él volveremos (Gen 3, 19), por lo cual, debemos aspirar a vivir la resurrección del Señor, como un signo de victoria sobre el mal, el cual no tendría mejor señal para nosotros que la cruz de Cristo (Col 2, 14-15)

Abraham mismo le dirá al Señor:

 

Replicó Abraham: "¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! (Gen 18, 27)

 

El protestante citado vuelve y arremete contra los católicos la decir lo siguiente:

En un discurso de Juan Pablo II, se dice que la práctica del miércoles de ceniza, está estrechamente relacionada con el “arrepentimiento” y la “penitencia”. Desde luego, cuando hablamos de tales actos en relación con la iglesia, nos encontramos con la sorpresa que ninguno de ellos es descrito de tal forma en el Nuevo Testamento. Sí, el arrepentimiento es una doctrina bíblica, pero la manera en que este es manifestado, es a través de los frutos, de los hechos que el individuo manifiesta después del arrepentimiento, y no por un acto subjetivo, como lo es la ceniza sobre la frente en forma de cruz (Hechos 26:19, 20). Como la misma palabra lo indica, el arrepentimiento es una acción del corazón y la mente, de hecho, es un cambio de mente, donde la persona deja de hacer su voluntad para hacer la voluntad de Dios (Mateo 21:28, 29). El arrepentimiento se hace presente no por acciones subjetivas externas, sino por oír la Palabra de Dios (Mateo 3:1; 4:17; Marcos 1:15; Hechos 2:37, 38). Así que, a la luz de la Biblia, el arrepentimiento y el poner ceniza sobre la frente no tienen ninguna relación. ¡Mucho menos la “penitencia”

El autor parte de un supuesto equivocado, y es afirmar que en la Iglesia Católica el arrepentimiento se logra por la cruz de ceniza, lo cual es falso ya que expusimos que los sacramentales no confieren gracia. Esto solamente denota que el autor escribe de lo que no sabe.

Respecto a la penitencia interior, el Catecismo resume nuestra doctrina así:

 

1431 La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron "animi cruciatus" (aflicción del espíritu), "compunctio cordis" (arrepentimiento del corazón) (cf Cc. de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catech. R. 2, 5, 4).

Por lo que podemos ver que el arrepentimiento es un acto del corazón, pero que podemos acompañar con signos externos. Igual que lo hizo el rey David cuando pecó contra Dios, y para mostrar su arrepentimiento “se acostaba en el suelo” y “lloraba” (2 Sam 12, 16.21) Eran signos externos de su arrepentimiento. Igual nosotros usamos la ceniza como signo externo de nuestro deseo de conversión.

¿Si los católicos utilizamos un signo que ha sido usado para representar el arrepentimiento y nos colocamos en la frente el signo de la victoria de Cristo, nos llamarán antibíblicos”?

La cruz

Sobre la cabeza de los fieles se coloca una cruz con la ceniza. Esto simboliza nuestra conversión a Cristo y nuestro reconocimiento de la fragilidad de nuestra condición. Al respecto se ha dado una polémica sobre qué base bíblica tendría esto. Hay una cita que sirve de base para explicarlo en el Antiguo Testamento:

 

y Yahvé le dijo: «Recorre Jerusalén, y marca con una cruz la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen en ella.» (Ez 9, 4)

Dios ordena colocar una cruz en la frente a los verdaderos israelitas. Sin embargo, las traducciones protestantes colocan la palabra "señal":

 

Y le dijo Jehová: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella.

 

La palabra usada del texto hebreo original: Tav, es traducida como Thau, la última letra del alfabeto hebreo y que tenía forma de cruz. Incluso los protestantes primitivos tradujeron de esta forma la palabra Tav, como se evidencia aquí Forum Catholics:

1. John Wycliffe (the first English) Bible (1395) translated by a Protestant
2. Miles Coverdale Bible (1535) translated by a Protestant
3. Matthew's Bible (1537) translated by a Protestant
4. Matthew-Tyndale Bible (1549) translated by a Protestant
5. Taverner's Bible (1551) translated by a Protestant

El alfabeto hebreo hoy día difiere del antiguo, por ello es importante notar cómo se escribía la Thau en el alfabeto antiguo. Ver Alfabeto antiguo

Las palabras

Por último recordemos cuales son las palabras que nos dice el ministro al colocarnos la ceniza: “Conviértete y cree en el Evangelio” ¿No son parecidas a lo que predicaba Jesús cuando anunciaba la venida del Reino de Dios?  (Mc 1, 15; Mt 4, 17)

O la otra fórmula: “Acuérdate que polvo eres y al polvo haz de volver” tomada de (Gen 3, 19), no es un recuerdo de nuestra condición mortal, que nos debería hacer reflexionar sobre nuestra búsqueda de Dios?

El miércoles de ceniza es una oportunidad para renovar nuestro deseo de revisar nuestra conducta, nuestro caminar y tratar de prepararnos dignamente para recibir a Cristo Resucitado. Incluso es una oportunidad reconocida por un sitio protestante que expresó:

El Miércoles de Ceniza, así como la Cuaresma es observado por la mayoría de los católicos, las denominaciones ortodoxas y unas pocas denominaciones protestantes. Puesto que la Biblia en ninguna parte ordena o condena tal procedimiento, un cristiano tiene la libertad de decidir el observar el Miércoles de Ceniza o no. Si un cristiano se siente guiado por el Señor a observar el Miércoles de Ceniza y/o la Cuaresma – el punto importante es tener una perspectiva bíblica. Es bueno arrepentirse de actividades pecaminosas. Es bueno identificarte claramente como un cristiano. No es bíblico creer que Dios automáticamente te bendecirá en respuesta a la observancia de un ritual. Dios está interesado en nuestros corazones, no en nuestra observancia de rituales. Ver Mateo capítulo 6, versos 1-8.[5]

Amigo católico, recuerda que el miércoles de ceniza es el inicio del caminar, del paso de Jesús por el desierto, donde nosotros revisamos nuestra conducta interior y por medio de la ceniza reflejamos exteriormente ese deseo interno de querer recibir a Cristo resucitado, como decía San Pablo:

Así, que debemos celebrar nuestra Pascua con el pan sin levadura que es la sinceridad y la verdad, y no con la vieja levadura ni con la corrupción de la maldad y la perversidad” (1 Cor 5, 7b-8)


___________________________________
[1] FERNADEZ, Francsico. Hablar con Dios, meditaciones para cada día del año. Ediciones La Palabra 2203, pág 9
[2] La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto. (CIC 540)
[3] http://volviendoalabiblia.com.mx/PDF/Miercolesdeceniza.pdf
[4] http://www.mercaba.org/LITURGIA/Cuaresma/miercoles_ceniza.htm
[5] http://www.gotquestions.org/Espanol/Miercoles-Ceniza.html

 

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Por: José Miguel Arráiz Roberti

 

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En la medida en el protestantismo ha ido separándose de la Iglesia Católica, le ha resultado necesario encontrar razones históricas que justifiquen esa separación. Como consecuencia ha surgido una especie de historia alternativa que difiere de la realidad histórica aceptada. Esta historia alternativa ha escapado al control de sus creadores y ha ido evolucionando en su forma y aplicación. Se ha llegado al punto en que aun aquellos que distan mucho de ser cristianos, han aceptado estas revisiones de la historia y echan mano de ellas para atacar a toda la fe cristiana.

 

Tomemos por ejemplo las obras de Dawn Brown, que el mismo autor presenta como ficción mientras afirma que la narración tiene un fundamento histórico cierto. Para aquellos que conocen de historia, sus reclamos de historicidad pueden llegar a ser hilarantes. Sin embargo para quienes carecen de conocimiento histórico, dichas obras pueden conducir a serias confusiones.

 

Entre las distorsiones que promueve la historia alternativa, se suele presentar la tesis de que el Papado no existía al comienzo de la cristiandad. Ciertamente el ministerio del Obispo de Roma ha ido cambiando su estilo conforme la Iglesia ha enfrentado diferentes problemas y desafíos, pero el ministerio mismo del Papado como el pastor supremo con jurisdicción para mantener la unidad universal y la ortodoxia dentro de la Iglesia ha existido desde el momento que Cristo dijo a Pedro:

 

«Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»» Mateo 16, 18

 

En este artículo nos proponemos a analizar específicamente ciertos reclamos que se han hecho equivocadamente, queriendo usar el canon XXVIII del Concilio de Calcedonia para descalificar el primado del Obispo de Roma sobre toda la Iglesia.

 

El Canon XXVIII según la historia alternativa

 

el Canonconcilio-de-calcedonia XXVIII

 

César Vidal Manzanares en su Diccionario de Patrística escribe:

 

«…El canon XXVIII de este concilio concedía a Constantinopla el mismo rango que a Roma, lo que fue considerado inaceptable por León provocando que retrasara su adhesión a las decisiones finales del concilio y que negara legitimidad al mencionado canon.» [1]

 

En un reconocido foro de debates en el internet, he recibido el siguiente comentario:

 

«…El cuarto Concilio ecuménico, el de Calcedonia (año 451), puso al patriarca de Oriente, el obispo de Constantinopla, en pie de perfecta igualdad con su colega de Roma.» [2]

 

Otro participante en el mismo foro, citando al historiador protestante Justo González me comentó:

 

«hay que tener en cuenta que como dice el erudito protestante Justo L. González, de este obispo León, «se ha dicho que fue verdaderamente el primer ‘papa’ en el sentido corriente del término» ya que él realmente se creía sucesor de Pedro con autoridad legal y doctrinal sobre toda la iglesia, aunque el sector oriental del cristianismo nunca le reconoció en su plenitud semejantes aspiraciones» [3]

 

La misma persona también mencionó:

 

«Y en cuanto a la confirmación de las decisiones dogmáticas de estos primeros siete concilios, nunca se necesitó la ratificación oficial de Roma para que fuesen reconocidos como válidos« [4]

 

Resumiendo, vemos que hay protestantes que ven el canon XXVIII es una prueba contra la primacía del Obispo de Roma y su jurisdicción sobre la Iglesia entera. El error de la historia alternativa ya se encuentra en libros de referencia protestantes, como el de César Vidal Manzanares y con el tiempo se transmite a otras fuentes como ya hemos visto.

 

¿Qué dice el Canon XXVIII?

 

Para no entrar en polémica sobre la mejor traducción del canon, la he colocado tal como la transcribe el Padre Gorazd (ortodoxo) traductor de «El Status Canónico del Patriarca de Constantinopla en la Iglesia Ortodoxa» obra del Arzobispo Ortodoxo Gregory Afonsky.

 

«Siguiendo en todas las cosas las decisiones de los Santos Padres, y reconociendo el canon que simplemente se ha leído ante los Ciento Cincuenta Obispos -amados de Dios- (a quiénes congregó en la ciudad Imperial de Constantinopla, Nueva Roma, en tiempos del Emperador Teodosio de feliz memoria), nosotros promulgamos y decretamos también las mismas cosas acerca de los privilegios para la Iglesia más Santa de Constantinopla puesto que es la Nueva Roma, por la misma razón que los Padres debidamente concedieron los privilegios al trono de la Antigua Roma , porque era la ciudad real. Y la mayoría de los Ciento Cincuenta Obispos, actuando por la misma consideración, concedió iguales privilegios (isa presbeia) al trono Santo de la Nueva Roma, juzgando justamente que la ciudad que es honrada con la Soberanía y el Senado, disfruta de los mismos privilegios que la antigua Roma imperial, también deberá en las materias eclesiásticas magnificarse como ella, y alinearse detrás de ella; de modo que en el Póntico, Asia, y las diócesis de Tracia, los metropolitanos y obispos de las mencionadas Diócesis, así como las de aquellas que están entre los bárbaros, deberán ser ordenados por el antedicho Trono Santo de la Iglesia más Santa de Constantinopla; de modo que cada metropolitano de las diócesis mencionadas, junto con los obispos de su provincia, los cuales ordenan a sus propios obispos provinciales, como ha sido declarado por los divinos cánones; pero eso, como se ha dicho anteriormente, los metropolitanos de las Diócesis mencionadas deberán ser ordenados por el arzobispo de Constantinopla, después de que las elecciones se han realizado apropiadamente, según la costumbre, y tendrán que ser reportadas a él.»

 

Una traducción alternativa del texto que nos interesa dice:

 

«…Los padres han acordado que la nueva Roma, honrada (por la residencia) del emperador y del senado y gozando de los mismos privilegios que la antigua ciudad imperial, debe tener las mismas ventajas en el orden eclesiástico y ser la segunda después de ella.» [5]

 

Ninguna de estas fuentes protestantes especifica que Constantinopla intentaba obtener —no el mismo lugar de Roma—sino el segundo lugar, después de ella.

 

Cuando pregunté por qué pensaba él que el canon XXVIII otorgaba el mismo lugar a Constantinopla que a Roma, entre otros argumentos me citó el Diccionario Patrístico y de la Antigüedad Cristiana que reporta:

 

«…y se discutieron problemas relativos a las relaciones entre diversos patriarcados de oriente. En este contexto se aprobó el canon XXVIII que insistía en el segundo puesto de Constantinopla, la nueva Roma, detrás de Roma, a pesar de las protestas de los delegados romanos, para quienes esta graduación lesionaba la primacía efectiva romana; León no firmaría realmente este canon. Con estas discusiones se clausuró el concilio el 1 de noviembre, nuevamente en presencia del emperador.» [6]

 

Aun este diccionario—citado por mi interlocutor protestante—está reconociendo lo que el mismo texto del canon dice explícitamente: que Constantinopla buscaba el segundo lugar detrás de Roma.

 

Exposición del contexto canónico

 

Un punto importante y esencial para entender el contexto de la situación es que ya Bizancio se ha convertido en Constantinopla—la nueva capital del Imperio Romano—y surge el deseo por parte de algunos obispos de equiparar la nueva capital del Imperio con Roma. Esto ya se había intentado en el anterior Concilio de Constantinopla en el año 381 a. D. cuyo Canon III—que fue rechazado—decía: «El Obispo de Constantinopla, sin embargo, tendrá la prerrogativa de honor después del Obispo de Roma; porque Constantinopla es la Nueva Roma.» El problema surgió de la creencia errónea que el primado romano debía su origen a Roma como ciudad capital del Imperio y no al Obispo de Roma, el legítimo sucesor del Apóstol San Pedro. De esto último hay testimonios claros en los escritos de San Clemente Romano, Tertuliano, San Ireneo de Lyon, Eusebio, etc.

 

Así, a diferencia de la opinión protestante, se rechazó la pretensión de Constantinopla, que buscaba extender su jurisdicción sobre otros patriarcados colocándose detrás de Roma. Este Canon no fue aprobado, como bien reconocen los protestantes, pero eso no implica un rechazo de la primacía del Obispo de Roma.

 

Alguien podría preguntarse: ¿Por qué entonces el Papa rechazó un canon que no lesionaba la primacía del Obispo de Roma? La respuesta es simple. Aunque los padres de Calcedonia se contentaban con el segundo lugar, ostentando un primado sobre Oriente, esto lesionaba las prerrogativas de las sedes patriarcales de Antioquia y Alejandría. Es fácil comprender el rechazo de esta novedad por parte de los legados papales, ya que, adicionalmente, podía ser entendido como la confirmación de una tradición que daría a Constantinopla autonomía e independencia en el futuro. Es importante remarcar que el mismo Concilio en pleno pidió la aprobación del Papa para dicho canon:

 

«Nosotros te pedimos que te dignes dar tu confirmación a esta decisión y así como nosotros nos sometemos a ti, que eres la cabeza, tenemos confianza en que la cabeza consentirá a los hijos lo que conviene.» [7]«Para probar que no hemos actuado ni por parcialidad en favor de nadie, ni por espíritu de oposición contra quien sea, te damos a conocer toda nuestra conducta a fin de que la confirmes y des tu asentimiento.» [8]

 

El contexto histórico

 

Si no era necesaria la aprobación del Obispo de Roma para confirmar las decisiones de los concilios; tal como afirman ciertas fuentes protestantes; ¿por qué enviar esta misiva al Papa solicitándola? Especialmente cuando estamos hablando—nada menos—que de más de 520 obispos. Esta es la mayor participación hasta el momento en un concilio ecuménico. Para mayor énfasis debemos mencionar que, aparte de los delegados papales y de dos obispos de África, prácticamente todos eran orientales.

 

El historiador Pierre Batiffol dice a este respecto:

 

«Esta carta sinodal del concilio de Calcedonia es evidentemente muy sugestiva. Quiere representar el canon XXVIII de Calcedonia como una simple confirmación del canon III de Constantinopla y no hay que olvidar que los obispos del concilio del 381 han legislado para el oriente sin exigir nada al Papa Dámaso, ni colaboración ni confirmación. En el 451, por el contrario, el canon XXVIII, votado por el concilio, acordado por el emperador, por el senado, por la ciudad de Constantinopla es considerado un fracaso por los legados del Papa León, y el concilio escribe al Papa para exigirle que lo confirme en los términos de deferencia para con la autoridad que ya se han visto, y que dicha autoridad es verdaderamente una soberanía. Sin Roma nada se hace de cuanto debe hacerse para la fe y el orden. La sede de Constantinopla espera de la sede apostólica la confirmación de sus derechos, en reconocimiento del celo que siempre ha testimoniado en Roma por la causa de la religión y de la concordia. Por lo tanto, queremos recalcar que este primado—al que Constantinopla rinde homenaje—no está para nada basado en la consideración del rango histórico y político de la ciudad de Roma, sino solamente en el privilegio apostólico de la sede romana.» [9]

 

Otra evidencia a favor del reconocimiento de los obispos que participaron en el concilio lo tenemos en sus actas.

 

«¡Esta es la fe de los Padres! ¡Esta es la fe de los apóstoles! ¡Debemos creerla! ¡Anatemas a quien no la cree! Pedro nos ha hablado por medio de León… Esta es la verdadera Fe.» [10]«Por que el santísimo y bienaventurado León, arzobispo de la gran y antigua Roma, a través de nosotros, y a través del presente Sacrosanto Sínodo, junto con el tres veces bienaventurado y todo glorioso Pedro, el Apóstol que es la roca y fundación de la Iglesia Católica, y la fundación de la fe ortodoxa.. .» [11]

 

Por si fuera poco, el mismo Anatolio, Patriarca de Constantinopla, escribió al Papa León I disculpándose y explicando el canon XXVIII:

 

«En cuanto a esas cosas que el Concilio Universal de Calcedonia ordenó recientemente a favor de la iglesia de Constantinopla, permita Su Santidad estar seguro que no había ninguna falta en mí, quién desde mi juventud siempre he amado la paz y la quietud, manteniéndome en humildad. Fue el clero más reverendo de la Iglesia de Constantinopla quien estaba ávido de eso, y fueron ellos, apoyados igualmente por los sacerdotes de esos lugares quienes estuvieron de acuerdo con eso. Aun así la completa fuerza de confirmación de las actas estaba reservada para la autoridad de Su Beatitud. Por consiguiente, permita Su Santidad saber con toda seguridad que yo no hice nada que llevar más allá la situación…» (Patriarca Anatolio de Constantinopla al Papa León, Epístola 132)

 

Aquí tenemos por la misma mano del patriarca de Constantinopla un resumen de la situación—muy diferente a la percepción protestante que analizamos—y que confirma que era Constantinopla la que buscaba el segundo lugar. Dicho canon fue rechazado por el Papa y su dictamen fue aceptado.

 

Comenta a este respecto el apologista católico Mark Bonocore:

 

«De tal manera se asentó el asunto; y por los siguientes seis siglos todas las Iglesias de Oriente se refieren solamente a los 27 cánones del Concilio de Calcedonia—habiendo quedado el Canon XXVIII declarado nulo y sin efecto por el veto de Roma. Esto lo confirman todos los historiadores griegos: Teodoro el Lector (en el 551), Juan Escolástico (en el 550) y Dionisio el Exiguo (en el 550) y los papas romanos como San Gelasio (c. 495), Simacus (c. 500)—todos los cuales hablan de los 27 cánones del Concilio de Calcedonia. […] Fueron los herejes Monofisitas quienes intentaron explotar la situación del canon XXVIII alegando que el papa León había rechazado la autoridad del Concilio. […] 1600 años después se intenta hacer lo mismo…» [12]

 

Para terminar, quisiera examinar la afirmación del historiador protestante Justo González quien, hablando del Papa Leon I, dice «se ha dicho que fue verdaderamente el primer ‘papa’ en el sentido corriente del término«. Y aunque hay abundante evidencia que demuestra que esto es falso, bastarán unos pocos ejemplos afirmando la primacía del Obispo de Roma, escritos con mucha anterioridad al papado de Leon I.

 

Carta de Siricio «ad decessorem», a Himerio, obispo de Tarragona, de 10 de febrero de 385

 

«Osio obispo dijo: «También esto, que un obispo no pase de su provincia a otra provincia donde hay obispos, a no ser que fuere invitado por sus hermanos, no sea que parezca que cerramos la puerta de la caridad. También ha de, proveerse otro punto: Si acaso en alguna provincia un obispo tuviera pleito contra otro obispo hermano suyo, que ninguno de ellos llame obispos de otra provincia—Y si algún obispo hubiera sido juzgado en alguna causa y cree tener buena causa para que el juicio se renueve, si a vosotros place, honremos la memoria del santísimo Apóstol Pedro: por aquellos que examinaron la causa o por los obispos que moran en la provincia próxima, escríbase al Obispo de Roma; y si él juzgare que ha de renovarse el juicio, renuévese y señale jueces. Mas si probare que la causa es tal que no debe refrendarse lo que se ha hecho, lo que él decretare quedará confirmado. ¿Place esto a todos?» El Concilio respondió afirmativamente. El obispo Gaudencio dijo: «Si os place, a esta sentencia que habéis emitido, llena de santidad, hay que añadir: Cuando algún obispo hubiere sido depuesto por juicio de los obispos que moran en los lugares vecinos y proclamare que su negocio ha de tratarse en la ciudad de Roma, no se ordene en absoluto otro obispo en la misma cátedra después de la apelación de aquel cuya deposición está en entredicho, mientras la causa no hubiere sido determinada por el juicio del obispo de Roma». El obispo Osio dijo: «Plugo también que si un obispo hubiere sido acusado y le hubieren juzgado los obispos de su misma región reunidos y le hubieren depuesto de su dignidad y, al parecer, hubiere apelado y hubiere recurrido al beatísimo obispo de la Iglesia Romana, y éste le quisiere oír y juzgare justo que se renueve el examen; que se digne escribir a los obispos que están en la provincia limítrofe y cercana que ellos mismos lo investiguen todo diligentemente y definan conforme a la fe de la verdad. Y si el que ruega que su causa se oiga nuevamente y con sus ruegos moviere al obispo romano a que de su lado envíe un presbítero, estará en la potestad del obispo hacer lo que quiera o estime: y si decretare que deben ser enviados quienes juzguen presentes con los obispos, teniendo la autoridad de quien los envió, estará en su albedrío. Mas si creyere que bastan los obispos para poner término a un asunto, haga lo que en su consejo sapientísimo juzgare.»[13]

 

Epistolae Romanorum Pontificum 624

 

«No negamos la conveniente respuesta a tu consulta, pues en consideración de nuestro deber no tenemos posibilidad de desatender ni callar, nosotros a quienes incumbe celo mayor que a todos por la religión cristiana. Llevamos los pesos de todos los que están cargados; o, más bien, en nosotros los lleva el bienaventurado Pedro Apóstol que, como confiamos, nos protege y defiende en todo como herederos de su administración.»[14]

 

Carta In requirendis, a los obispos africanos, de 27 de enero de 417

 

«Al buscar las cosas de Dios… guardando los ejemplos de la antigua tradición… habéis fortalecido de modo verdadero… el vigor de vuestra religión, pues aprobasteis que debía el asunto remitirse a nuestro juicio, sabiendo qué es lo que se debe a la Sede Apostólica, como quiera que cuantos en este lugar estamos puestos, deseamos seguir al Apóstol de quien procede el episcopado mismo y toda la autoridad de este nombre. Siguiéndole a él, sabemos lo mismo condenar lo malo que aprobar lo laudable. Y, por lo menos, guardando por sacerdotal deber las instituciones de los Padres, no creéis deben ser conculcadas, pues ellos, no por humana, sino por divina sentencia decretaron que cualquier asunto que se tratara, aunque viniera de provincias separadas y remotas, no habían de considerarlo terminado hasta tanto llegara a noticia de esta Sede, a fin de que la decisión que fuere justa quedara confirmada con toda su autoridad y de aquí tomaran todas las Iglesias (como si las aguas todas vinieran de su fuente primera, y por las diversas regiones del mundo entero manaran los puros arroyos de una fuente incorrupta) qué deben mandar, a quiénes deben lavar, y a quiénes, como manchados de cieno no limpiable, ha de evitar el agua digna de cuerpos puros.» [15]

 

Carta Quamvis Patrum traditio a los obispos africanos, de 21 de marzo de 418

 

Aun cuando la tradición de los Padres ha concedido tan autorizada la Sede Apostólica que nadie se atrevió a discutir su juicio y sí lo observó siempre por medio de los cánones y reglas, y la disciplina eclesiástica que aun vige ha tributado en sus leyes al nombre de Pedro, del que ella misma también desciende, la reverencia que le debe;… así pues, siendo Pedro cabeza de tan grande autoridad y habiéndole confirmado la adhesión de todos los mayores que la han seguido, de modo que la Iglesia romana está confirmada tanto por leyes humanas como divinas– y no se os oculta que nosotros regimos su puesto y tenemos también la potestad de su nombre, sino que lo sabéis muy bien, hermanos carísimos, y como sacerdotes lo debéis saber —; no obstante, teniendo nosotros tanta autoridad que nadie puede apelar de nuestra sentencia, nada hemos hecho que no lo hayamos hecho espontáneamente llegar por nuestras cartas a vuestra noticia… no porque ignoráramos qué debía hacerse, o porque hiciéramos algo que yendo contra el bien de la Iglesia había de desagradar…[16]

 

Carta Manet Beatum de Bonifacio I a Rufo y demás obispos de Macedonia, etc., de 11 de marzo de 422

 

«Por disposición del Señor, es competencia del bienaventurado Apóstol Pedro la misión recibida de Aquél, de tener cuidado de la Iglesia Universal. Y en efecto, Pedro sabe, por testimonio del Evangelio (Mt. 16, 18), que la Iglesia ha sido fundada sobre él. Y jamás su honor puede sentirse libre de responsabilidades por ser cosa cierta que el gobierno de aquélla está pendiente de sus decisiones. Todo ello justifica que nuestra atención se extienda hasta estos lugares de Oriente, que, en virtud de la misión a Nos encomendada, se hallan en cierto modo ante nuestros ojos… Lejos esté de los sacerdotes del Señor incurrir en el reproche de ponerse en contradicción con la doctrina de nuestros mayores, por intentar una nueva usurpación, reconociendo tener de modo especial por competidor aquel en quien Cristo depositó la plenitud del sacerdocio, y contra quien nadie podrá levantarse, so pena de no poder habitar en el reino de los cielos. A ti, dijo, te daré las llaves del reino de los cielos [Mt. 16, 18] No entrará allí nadie sin la gracia de quien tiene las llaves. Tú eres Pedro, dijo, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia [Mt. 16, 18]. En consecuencia, quienquiera desee verse distinguido ante Dios con la dignidad sacerdotal – como a Dios se llega mediante la aceptación por parte de Pedro, en quien, es cierto, como antes hemos recordado, fué fundada la Iglesia de Dios—debe ser manso y humilde de corazón—[Mt. 11, 29], no sea que el discípulo contumaz empiece a sufrir la pena de aquel doctor cuya soberbia ha imitado..». [17]

 

Y particularmente llamativo es este último, ya que es un testimonio del anterior Concilio Ecuménico de Éfeso.

 

Concilio de Éfeso, 431. Discurso de Felipe, Legado del Romano Pontífice, en la sesión III:

 

«A nadie es dudoso, antes bien, por todos los siglos fue conocido que el santo y muy bienaventurado Pedro, príncipe y cabeza de los Apóstoles, columna de la fe y fundamento de la Iglesia Católica, recibió las llaves del reino de manos de nuestro Señor Jesucristo, salvador y redentor de género humano, y a él le ha sido dada potestad de atar y desatar los pecados; y él, en sus sucesores, vive y juzga hasta el presente y siempre» [18]

 

Es necesario entonces, destacar la importancia de estos antecedentes ya que constituyen testimonios reales e históricos confirmando que la primacía del Obispo de Roma era reconocida por toda la Iglesia.

 

El problema que la historia alternativa trae a la causa del cristianismo es evidente. Lo más doloso es el problema moral en que se incurre, usando información inexacta para avalar las propias doctrinas (Jn 8, 44; Jn 14, 6.) En segundo lugar la historia alternativa presenta a aquel que no es cristiano un panorama de desacuerdo y confusión que no favorece su aceptación del Evangelio. Con el tiempo, los diversos revisionismos han difundido esta versión errónea de la historia que ha promovido las divisiones entre los creyentes y el escándalo entre los que no son creyentes resultando en la ruina de muchas almas. El cristiano debe «permanecer en la verdad» tal como nos lo ha ordenado Jesús como condición ineludible para nuestra salvación, porque ¿Qué consorcio tienen la luz y la oscuridad, la verdad y la mentira? (2Cor. 6, 14) Quienes se sirven de la historia alternativa para afirmar doctrinas propias o para derribar las doctrinas originales de la fe, dejan en evidencia su propio error poniendo en peligro su propia salvación y la de otros.

 

Referencias

 

[1] Cesar Vidal Manzanares, Diccionario de Patrística publ. Editorial Verbo Divino, Navarra, España

[2] Roberto Islas Montes en labibliaweb.com

[3] Tomado del mismo foro en labibliaweb.com

[4] Ibid.

[5] Hefele-Leclerq «Histoire des Conciles» t. II b, p. 815

[6] Diccionario Patrístico y de la Antigüedad Cristiana Vol 1, pág. 347 Artículo: Calcedonia. Ed. A. Di Berardino, publ. Sígueme, Salamanca 1991-1992, citado en el mismo foro de discusión labibliaweb.com

[7] Inter Leonis Epist. XCVIII, PL LIV col. 960.

[8] Hefele-Leclerq «Histoire des Conciles» t. II b, p. 837

[9] Pierre Batiffol, Le Siège apostolique, 564-565.

[10] Actas del Concilio, Sesión 2.

[11] Actas del Concilio, Sesión 3.

[12] «So, the matter was settled; and, for the next six centuries, all Eastern churches speak of only 27 canons of Chalcedon—the 28th Canon being rendered null and void by Rome’s «line item veto.» This is supported by all the Greek historians, such as Theodore the Lector (writing in 551 AD), John Skolastikas (writing in 550 AD), Dionysius Exegius (also around 550 AD); and by Roman Popes like Pope St. Gelasius (c. 495) and Pope Symmachus (c. 500)—all of whom speak of only 27 Canons of Chalcedon.» The Council of Chalcedon and the Papacy por Mark Bonocore. […] However, when canon XXVIII was first rejected by Rome, the Monophysites tried to exploit the situation claiming that Leo had rejected the authority of the entire Council. Tomado de www.bringyou.to

[13] Eccl. Occid. Monumenta Iuris Antiquissima I, fasc. 2. pars 3. 492 ss Enchiridion Fontium Historiae Ecclesiasticae Antiquae, 550. Carta de Siricio «ad decessorem», a Himerio, Obispo de Tarragona, de 10 de febrero de 385.

[14] Epistolae Romanorum Pontificum 624. Regesta Pontificum Romanorum a Condita Ecclesia ad a. p. Chr. n. 1198, 2ª ed., 255. Patrologie Cursus Completus. Series Latina. 13, 1132 C Mansi III 655 . Conciliorum Collectio Regia Maxima (Labbei et Cossartii) sive: Acta Conciliorum et Epistolae Decretales ac Constitutiones Summorum Pontificum, 847 C.

[15] Epistolae Romanorum Pontificum 888 C. Regesta Pontificum Romanorum a condita Ecclesia, 321. Patrologie Cursus Completus, 20. Mansi III 1071.

[16] Epistolae Romanorum Pontificum a S. Clemente I Usque ad Innocentium III, 944. Regesta Pontificum Romanorum a Condita Ecclesia, 342. Patrologie Cursus Completus 20, 676 A – Mansi IV 366. Annales Ecclesiastici de Caesaris Baronii, 418 n. 4 [17] Epistolae Romanorum Pontificum a S. Clemente I usque ad Innocentium III, 1035. Patrologie Cursus Completus, 776. Das Apostolische Symbol, 363. Mansi VIII 754.

[18] Enchiridion Symbolorum (Dezinger), 112.

 

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