
Mito 1: Una persona puede comprar su salida del infierno mediante indulgencias.
Este es un error habitual, del cual se aprovechan muchos comentaristas anticatólicos, apoyándose en la ignorancia tanto de los católicos como de los no católicos. Pero el cargo no tiene fundamento. Como las indulgencias sólo remiten penas temporales, no pueden remitir la pena eterna del infierno. Una vez que alguien está en el infierno, ninguna cantidad de indulgencias cambiará jamás ese hecho. La única manera de evitar el infierno es apelando a la misericordia eterna de Dios mientras todavía estamos en vida. Luego de la muerte, el destino eterno queda fijado. (Hebreos 9, 27).
Read more
Introducción
Seguramente usted ha oído decir muchas veces: "Los católicos solían creer en las indulgencias, pero actualmente ya no creen en ellas." Esta afirmación se oye de labios de muchos católicos, incluso de algunos sacerdotes. Se dice con cierta incomodidad y como deseando cerrar un capítulo de la historia de la Iglesia, con el cual muchos católicos se sienten incómodos.
Los que alegan que las indulgencias ya no son parte de la enseñanza de la Iglesia tienen el admirable deseo de distanciarse de los abusos que ocurrieron alrededor de la época de la Reforma Protestante. También desean remover obstáculos que impiden a los no católicos tener una visión positiva de la Iglesia. Pese a lo admirable que puedan ser estos motivos, la afirmación de que las indulgencias no forman parte de la enseñanza actual de la Iglesia, es falsa.
Read more
Estructura del artículo:
I. CAUSAS DE LA REFORMA
II. MARTÍN LUTERO
III. EL PLEITO DE LAS INDULGENCIAS
IV. EL PROCESO ROMANO CONTRA LUTERO Y LA DISPUTA DE LEIPZIG
V. LOS ESCRITOS REFORMISTAS DE LUTERO DE 1520
VI. EL MONJE EXCOMULGADO ANTE LA DIETA DE WORMS
VII. LUTERO EN LA WARTBURG Y EL MOVIMIENTO REFORMISTA DE WITTENBERG
VIII. LOS REFORMADORES EN EL CONTORNO DE LUTERO
IX. EL PONTIFICADO DE ADRIANO VI
I. CAUSAS DE LA REFORMA
Read more
Nota previa a esta edición digital: La referencia frecuente a "WA" se refiere a "Weimarer Ausgabe" de "Lutherwerke" (Weimar 1883 hasta nuestros días). Son casi cien volúmenes. La importante obra de Nikolaus Paulus (1853-1930) citada frecuentemente es "Johann Tetzel der Ablassprediger", Mainz (1899).
* * *
Capítulo 11
EL TRUENO DE WITTENBERG. LAS 95 TESIS SOBRE LAS INDULGENCIAS. PRIMERAS POLEMICAS (1517-1518)
Hemos llegado en nuestra narración a una fecha de singular trascendencia y significación; una fecha simbólica que según la opinión corriente se alza como una piedra miliaria en la ruta histórica del cristianismo.
Read more
|
Estudio histórico-crítico sobre la autenticidad de la |
|
þ más de 150 páginas de información |
||
Þ Iniciar la lectura aquí Síntesis de los orígenes, desarrollo y conclusiones del estudio Breve antología de textos eclesiásticos y científicos Textos pontificios y tarifas auténticas |
![]() Lista de precios de 1516 |
Eco del trabajo en los lectores Aportes Reflexiones de un lector sobre la declaracion del Sr. Sapia Actualizaciones (desde Agosto 2002) |
Read more
Los artículos que se enlistan sirven de complemento al trabajo sobre las listas de precios, para tener una idea más amplia y documentada de la complicada situación eclesial durante los inicios de la reforma protestante. Garantizamos al lector que el material histórico científico es de lo mejor que puede encontrar en lengua hispana.
Read more
Desde mi sencillo ver y atender, aseguro que sea útil como obligatorio replicar a la declaración del Sr. don Daniel Sapia, acerca la «taxa camarae». El Sr. Sapia ha publicado durante unos diez (10) meses un texto fraudulento y simoníaco sin adverarlo. Expuso al mundo (en internet) con embozo, un insulto malicioso y calumnioso a S.S. León X y, tercamente con deshonor, no cumplió la obligación de presentar los documentos apodícticos que justificasen sin reproches, el texto. Ajeno al mínimo pudor y, evidentemente con el afán de deslizar escándalo y breña contra la Iglesia católica, apoyóse en una calumnia torpe, probablemente entre de cuántas fabrican los protestantes y no sólo ellos. Desde el momento en que el equipo de www.apologetica.org le informara sobre las serias dudas de la real existencia de dicha «taxa camarae», a sano juicio, una persona de bien, leal, equilibrada, noble y motivada por la verdad, se retraería –ipso facto- con palinodia, presentando excusas con exigencia moral de solicitar el perdón por el mal ya realizado, junto al propósito de reparación «ad valórem» a las partes lesas. Así no ha sucedido. Moléstanos ir a imaginar que cierto día, en que la pureza celosa protestante le exigía acción y bravura, el Sr. Sapia encontró en un libro del masón T. Gay, un texto ajustado a la perfidia y adapto a la calentura del momento, para ofender bien en lo hondo a la Iglesia católica y ¡qué mejor en la figura de un pontífice! Pensaría, además, si lo publicado no fuera cierto, tiempo y modo de escurrirse, habría. ¿Qué mofa escondía su publicación, Sr. Sapia?.
Read more
Síntesis
sobre los orígenes, desarrollo y conclusiones del debate.
En este escrito se resumen los distintos momentos de la investigación en torno a la autenticidad del documento conocido como "Taxa Camarae seu Cancelleriae Apostolicae". Alentamos al lector que desee estudiar el tema detenidamente, a ver en la página central un esquema detallando la estructura de todo el material disponible. En particular deberá leer los textos pontificios y los ejemplos de tarifas auténticas, o al menos la breve antología de textos allí presentada; los demás estudios , tomados de varios destacados autores que han investigado las listas de precios durante años en bibliotecas y archivos, explican los distintos aspectos de la cuestión. Un resumen en forma de preguntas y respuestas está también disponible. La galería fotográfica ilustra el trabajo exponiendo en parte la documentación estudiada.
Agradecemos toda observación, corrección o sugerencia que se nos quiera hacer. Con gusto responderemos las eventuales dudas de nuestros lectores y actualizaremos el estudio con tal información. Puede ponerse en contacto con los miembros del EIE enviándonos un mensaje.
Read more
Por Manuel Guerra
«La raíz principal de la difusión de las sectas radica en cada cristiano», alerta el especialista en historia de las religiones y sectas Manuel Guerra, autor de un nuevo libro en el que explica cuáles son las sectas y corrientes sectarias que acechan el mundo hispano. Guerra está convencido de que «sin una formación doctrinal, vibración interior y oración y dinamismo apostólico, el terreno puede quedar abonado para la penetración de las sectas». Manuel Guerra Gómez, experto en sectas, es el autor de un libro-guía para orientarse en este complejo mundo: «Las sectas y su invasión del mundo hispano: una guía», publicado por las Ediciones Universidad de Navarra (http://www.eunsa.es). Manuel Guerra es sacerdote de la diócesis de Burgos, profesor emérito en la Facultad de Teología del Norte de España, sede de Burgos, en la que sigue impartiendo Historia de las Religiones. --¿No es exagerado hablar de invasión del mundo hispano? ¿Se trata de un fenómeno tan alarmante?
Read more
Es flaqueza humana querer interpretar hechos históricos sin hacer un esfuerzo leal a fin de llegar a la mayor objetividad alcanzable con soluciones inteligentes y razonables. Aún haciéndolo con rigor, ánimo y vigor, nuestra percepción estará siempre condicionada en el marco de los actuales conocimientos y experiencias. Este condicionamiento propio de la aventura humana no nos exime de ser fidedignos, verídicos y fieles en el trato o en el desempeño con el estudio de hechos puntuales que la historia nos muestra. Comprender que otras culturas –en otras épocas, con otros lenguajes, delante de otras cuestiones de otros hombres- han hecho también sus propias afirmaciones. Cabe recordar la expresión de Montalembert, quien escribía: "Para juzgar el pasado deberíamos haberlo vivido; para condenarlo no deberíamos deberle nada". Todos, creyentes o no, católicos o no, nos guste o no, tenemos una deuda con el pasado y todos, en lo bueno y en lo malo, estamos comprometidos con él. Podemos hoy estar en desacuerdo con la ópera de Galeano (129-201- médico importante), que concebía la salud como el equilibrio de las cuatro cualidades «calor, frío, humedad y sequedad» e inicia a indagar las etiologías de las enfermedades y del contagio. Sin embargo fue útil y necesario para llegar al actual conocimiento de la medicina. Estamos todos endeudados con el pasado porque nadie escapa a la impresión de la historia. ¿Acaso algo de la humano no me pertenece?.
Read more
Noticias de ¡Impacto! (Chile)
Ojala y un ejemplo mas sirva para mostrar que la falsa idea de que entre los cristianos evangelicos no hay fallas es solamente un mito.
Read more
Apologetica.org se reserva el derecho de publicar o no las distintas opiniones recibidas acerca de esta investigación. Es nuestro deseo presentar estas opiniones, en pro o en contra de la autenticidad de las tarifas simoníacas, siempre y cuando no carezcan de un mínimo de seriedad. Puede enviarnos un mensaje con sus apreciaciones.
Publicamos los mensajes ubicando los más recientes más arriba. Los mensajes que pertenezcan al mismo autor se publican en orden inverso (los más antiguos más arriba) y todos juntos, de modo que se pueda seguir el desarrollo de esos mensajes naturalmente.
Read more
Política de respuesta
Desde el primer momento, la intención de este equipo de investigaciones fue la de arrojar alguna luz, en la medida de nuestras posibilidades, sobre la autenticidad de la lista de precios simoníaca publicada en nuestros días por el Sr. Pepe Rodríguez. Esperábamos de la otra parte del debate una respuesta que respetase el marco de una discusión académica, cosa a la que el Sr. Rodríguez, en un principio, pareció acceder.
Sin embargo hemos constatado -y lo puede hacer el lector visitando el sitio de Rodríguez en internet- que el periodista español parece no estar en condiciones de ningún debate serio. No está en los planes de ninguno de los miembros de este equipo entrar en las cuestiones totalmente ajenas al debate, con las que Rodríguez parecería querer abrir, día tras día, nuevos flancos.
Por este motivo queremos declarar cuál será nuestra política de respuesta ante eventuales manifestaciones del Sr. Rodríguez o de cualquier otra persona acerca de este debate, como bien nuestra actitud ante cualquier persona que quisiera contactar a los miembros de este equipo para expresar su opinión, obtener más información sobre algunos aspectos del debate, solicitar aclaraciones u obtener cualquier tipo de respuesta de parte nuestra. Por lo tanto:
Este equipo de investigaciones agradecerá cordialmente todo aporte serio por parte del lector (juicios críticos, sugerencias, correcciones, nueva bibliografía, observaciones, preguntas, etc.) en torno a la autenticidad de la lista de precios simoniaca que publica Rodríguez. Con mucho gusto haremos todo lo posible por aclarar dudas y brindar la información que el lector nos pida. Al mismo tiempo, declinamos absolutamente responder a cualquier reacción que implique ignorancia de los documentos y demás datos positivos que se presentan en este trabajo.
Read more
¡Vende milagros a los tijuanenses!
La Iglesia Universal de Dios cobra elevados diezmos. Los llamados pastores brasileños ofrecen objetos milagrosos que presuntamente son traídos de Tierra Santa para resolver problemas emocionales y económicos de las personas Venden 'milagros'a los tijuanenses. Una secta brasileña lucra con la fe de cientos de tijuanenses bajo la promesa de sacar a Satanás de sus cuerpos y traerles la prosperidad económica a cambio de elevados diezmos.
Por Daniel Salinas
Read more
Presentamos aquí fotografías de algunos documentos sobre los que hemos trabajado. Pulsar sobre la fotografía que se desea ver en tamaño más grande. Todas las fotografías han sido obtenidas por los miembros de este equipo de investigaciones, tomadas directamente de las obras mencionadas, y son propiedad de Apologetica.org. Para la reproducción de las mismas en cualquier medio se requiere el permiso de la redacción. Puede enviarnos un mensaje solicitándolo. Acompañamos las fotografías con una breve explicación.
Los documentos originales que se presentan aquí fueron consultados en la Biblioteca Vaticana (Ciudad del Vaticano), la Biblioteca de la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma), la Biblioteca del Pontificio Instituto Bíblico (Roma), la Biblioteca Casanatense (Roma), la Biblioteca Nacional de España (Madrid), la British Library (Londres) y la Librería del Congreso (Washington D.C.).
Constitución de Alejandro IV sobre las tarifas de la cancillería (1254-1256).
Read more
La bibliografía que se presenta a continuación recoge sólo las obras más importantes que han sido consultadas y citadas, directa o indirectamente, en la elaboración de nuestro trabajo. Hay muchas otras referencias bibliográficas en notas al pie de página de los artículos y traducciones que presentamos. Acompañamos los títulos con la traducción de los mismos y algún comentario sobre la obra, para que el lector pueda tener una mejor idea del material sobre el que se trabajó.
1. Fuentes usadas para los documentos eclesiásticos antiguos con relación a la administración económica de la curia (s. XIII-XVIII).
Flavio Cherubini, Compendium Bullarii, Roma (1623), tres volúmenes.
Franco (editor), Bullarium, Diplomatum et Privilegiorum Sanctorum Romanorum Pontificum, Turín (1857-1882); veinticuatro volúmenes; los documentos citados en nuestro estudio están en los volúmenes IV y V.
Philippe Labbe, SJ - Gabriel Cossart, SJ (editores), Sacrosancta Concilia, Paris (1671-1672), diesiséis volúmenes. Los textos de los concilios universales, nacionales, provinciales y diocesanos hasta 1664.
G. Alberigo - G. Dossetti - P. Joannou - C. Leonardi - P. Prodi (editores); H. Jedin (colaborador), Conciliorum Oecumenicorum Decreta, Bologna (1996). Los documentos de todos los Concilios Ecumenicos de la Iglesia, en el idioma original (latín, griego, armenio, árabe) y su traducción al italiano.
E. Fridberg (editor), Corpus Iuris Canonici, dos volúmenes, Graz (1955). Colección de documentos canónicos de los papas y la curia romana. Se puede ver una reseña biográfica y literaria del autor en el Biographisch-Bibliographisches Kirchenlexicon (en alemán).
Read more
Presentamos al lector la traducción de los pasajes más pertinentes de algunas obras que han estudiado el tema antes que nosotros. Hemos traducido solamente obras serias, dejando la literatura anticlerical para quienes tengan interés en perder su tiempo; la misma, en efecto, carece absolutamente del mínimo rigor científico, y por tanto no tiene cabida en esta investigación. Los autores que presentamos son especialistas que han dedicado buena parte de su vida a la investigación de archivos y tratan de leer la realidad histórica a la luz de los documentos.
Hasta el día de la fecha, según nuestro mejor conocimiento, no se ha publicado ninguna obra específica sobre el tema en español. En este sentido Apologetica.org se complace en presentar algunas traducciones para la recta y documentada inteligencia del tema que nos ocupa por parte del lector hispano. Quienes tengan un buen conocimiento de la lengua alemana y quieran ayudar en la traducción de artículos, mándenos un mensaje y con gusto se lo haremos llegar, de modo que podamos ofrecer más material en menos tiempo (los especialistas alemanes han escrito libros enteros sobre las finanzas de la curia romana).
Estudios traducidos
Read more
A continuación presentamos una colección de textos pontificios y conciliares acerca de la disciplina administrativa de la Curia Romana en relación a los bienes espirituales (dispensa o conmutación de penas canónicas, perdón de los pecados, indulgencias, etc.). El objetivo de la presente colección de textos es conocer lo que los pontífices, y en particular León X, verdaderamente publicaron y promulgaron acerca de las tarifas o estipendios que los oficiales de curia debían recibir a cambio de sus servicios, y cuál era el auténtico significado de estas tarifas. No pretende ser una colección exhaustiva, por cierto, pero creemos que es lo suficientemente amplia como para que el lector pueda formarse una buena idea de los hechos y su contexto, y en particular de cuál era la mente de los papas al tratar estos asuntos; el lector compare luego estos textos auténticos con los textos que, sin ningún fundamento de ningún tipo, se les quiere atribuir.
Read more
Y ANTE TODO...
¿Qué es la
Taxa Camarae?
Taxa Camarae (o en su forma completa: Taxa Camarae seu Cancellariae Apostolicae) es el nombre latino de un supuesto documento pontificio, atribuido al Papa León X (1513-1521), en el cual se formula una lista detallada de pecados graves, a la vez que se estipula una tarifa determinada para poder recibir la absolución de cada uno de esos pecados. Se trataría de una simple venta de absoluciones sacramentales, es decir, de una burda simonía. El dinero establecido varía según el pecado, y debe pagarse al tesoro pontificio. El documento -hecho público en nuestros días por el periodista español Pepe Rodríguez- consta de treinta y cinco ítems (unas tres páginas). El supuesto documento se cataloga como "punto culminante de la corrupción humana", cuyo autor -se dice- fue León X y otros papas de la época.
Read more
En este artículo presentamos una breve antología de textos, en primer lugar pertenecientes a los documentos pontificios que mencionan las listas de precios o algún tema con ellas relacionado, y en segundo lugar textos de estudiosos especializados; con ello pretendemos dar una somera visión tanto de la mente de los pontífices, como de las conclusiones a las que llegan los estudiosos. Estos últimos -no será en vano recordarlo- son históricos profesionales, que han estudiado las finanzas de la Santa Sede durante años, en base exclusivamente a documentos. El lector puede ver los textos pontificios in extenso en este archivo (allí también la referencia bibliográfica completa) y puede ver algunos de los estudios especializados que hemos traducido aquí . El resaltado es siempre nuestro.
Read more
Por: Richbell Meléndez
Escuela de Apologética:
https://dasm.defiendetufe.com/inicio-r/
Para conocer las creencias y prácticas de la Iglesia Primitiva, debemos de dirigirnos a los escritos de los Padres de la Iglesia (Patrística) ya que debemos recordar que la Biblia se terminó de escribir en el siglo I y solo nos relata parte de lo que era la Iglesia del siglo I, para conocer a la Iglesia de los siglos posteriores es necesario ir a la historia y conocer los escritos de los Padres de la Iglesia. Quiero aclarar que Padres de la Iglesia no tiene nada que ver con nuestros sacerdotes parroquiales. Los Padres de la Iglesia fueron cristianos distinguidos de la Iglesia Primitiva, de los primeros siglos del cristianismo.
Ellos fueron grandes líderes, muy estudiosos y profundamente espirituales. Muchos fueron torturados y murieron en el martirio. Los Padres de la Iglesia escribieron prédicas, cartas, enseñanzas que nos han llegado hasta hoy en día. La era Patrística comienza inmediatamente después del período apostólico, y abarca los 8 primeros siglos de la era Cristiana.
Cabe señalar que la Iglesia no toma en cuenta los testimonios de los Padres de la Iglesia por separado, sino a lo que llamamos consenso unánime de los padres. El Consenso Unánime de los Padres (unanimis consensum Patrum) se refiere a la enseñanza unánime de los Padres de la Iglesia en ciertas doctrinas como reveladas por Dios e interpretaciones de la Escritura como recibida por la Iglesia universal. Los Padres no son infalibles individualmente, y la discrepancia de algunos testimonios patrísticos no daña el testimonio patrístico colectivo.
El protestantismo pretende hacer creer que el movimiento conocido como “Reforma Protestante” fue un movimiento para volver a las creencias de la Iglesia Primitiva como lo afirma José Antonio Flaquer López, presidente de Acción Cristiana.
“La Reforma fue un movimiento que hizo regresar a la iglesia a su esencia y misión, una idea que había sido totalmente pervertida y deformada. La iglesia se reenfocó en la misión de ser la luz del mundo y sal de la tierra, de defender la verdad y la doctrina, y de repetir el modelo de la iglesia primitiva.” (La influencia de la Reforma: Un modelo para la Iglesia de hoy, por Tony Flaquer)
En este artículo quiero presentar testimonios de varios Padres de la Iglesia para que veamos qué tan cierta es la afirmación protestante de que los protestantes regresaron a las creencias de la Iglesia Primitiva.
LA NECESIDAD DE ESTAR EN ARMONIA CON LA IGLESIA DE ROMA
Si el protestantismo es un regreso a las creencias de la Iglesia Primitiva ¿por qué no aceptan la necesidad de estar en armonía con la Iglesia de Roma?, si esta creencia estuvo siempre en el pensamiento de los Padres de la Iglesia Primitiva. Esto es negado por la mayoría de los protestantes y no por la Iglesia Católica.
San Ireneo de Lyon (130 - 202 DC)
"Pero como sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias en este volumen, indicaremos sobre todo las de las más antiguas y de todos conocidas, la de la Iglesia fundada y constituida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo, la que desde los Apóstoles conserva la Tradición y «la fe anunciada» (Rom 1,8) a los hombres por los sucesores de los Apóstoles que llegan hasta nosotros. Así confundimos a todos aquellos que de un modo o de otro, o por agradarse a sí mismos o por vanagloria o por ceguera o por una falsa opinión, acumulan falsos conocimientos. Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con esta Iglesia, cuya fundación es la más garantizada -me refiero a todos los fieles de cualquier lugar-, porque en ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición apostólica. " (Contra las herejías III, 3,2)
PRIMADO DE SAN PEDRO
Si el protestantismo es un regreso a las creencias de la Iglesia Primitiva ¿por qué no aceptan el Primado de Pedro? si esta creencia estuvo siempre en el pensamiento de los Padres de la Iglesia Primitiva. Esto es negado por la mayoría de los protestantes y no por la Iglesia Católica.
Afraates el Sirio (270 - 345 DC)
"Simón, mi discípulo, Yo te he hecho la fundación de la santa Iglesia. Yo te he llamado Pedro porque soportaras todas las construcciones. Tú eres el inspector de aquellos que construirán en la tierra la Iglesia para mí. Si ellos desean construir algo falso, tú, la fundación, los condenarás. Tú eres la cabeza de la fuente donde mi enseñanza fluye, tú eres el jefe de los discípulos. A través de ti daré de beber a todas las naciones...Yo te he elegido a ti para ser el primer nacido en mi institución...Yo te he dado a ti las llaves de mi reino y autoridad sobre todos mis tesoros” (Homilies 4,1)
VENERACIÓN DE IMÁGENES SAGRADAS
Si el protestantismo es un regreso a las creencias de la Iglesia Primitiva ¿por qué no saben diferenciar entre una imagen representativa y un ídolo pagano?, ni entender que las imágenes son creadas en honor a los santos que representan y a los cuales veneramos por medio de sus imágenes, si esta creencia estuvo en el pensamiento de los Padres de la Iglesia Primitiva. Esto es negado por la mayoría de los protestantes y no por la Iglesia Católica.
San Basilio El Grande (330-379 dC)
«Reconozco también a los santos apóstoles, profetas y mártires.; y los invoco para suplicar a Dios, que, a través de ellos, es decir, a través de su mediación, el Dios misericordioso pueda ser propicio para mí, y que se pueda hacer un rescate y darme por mis pecados. Por lo tanto, TAMBIÉN HONRO Y BESO LOS RASGOS DE SUS IMÁGENES, en la medida en que han sido transmitidas por los santos apóstoles, y no están prohibidas, sino que están en todas nuestras iglesias.» (Epístola 360)
CULTO DE VENERACIÓN DE LOS SANTOS
Si el protestantismo es un regreso a las creencias de la Iglesia Primitiva ¿por qué no creen en la veneración a los santos y confunden la adoración a Dios con la veneración a sus santos? si esta creencia siempre estuvo clara en el pensamiento de los Padres de la Iglesia Primitiva. Esto es negado por la mayoría de los protestantes y no por la Iglesia Católica.
San Agustín de Hipona (354-430 dC)
«Veneramos, pues, a los mártires con el culto del amor y de la compañía, que en esta vida se tributa también a los santos hombres de Dios, cuyo corazón percibimos que está dispuesto a sufrir el martirio por la verdad del evangelio. Pero a aquellos con tanta mayor devoción, cuanta mayores la seguridad, una vez que han vencido en los combates, y cuanto más confiada es la alabanza con que proclamamos ya a los vencedores en aquella vida más feliz sobre los que aún luchan en ésta. Con aquel culto que en griego se llama latría, pero en latín no puede expresarse con una única palabra, puesto que significa propiamente cierta servidumbre debida únicamente a la divinidad, sólo rendimos culto, y enseñamos que deba rendirse, al único Dios.» (Contra Fausto el maniqueo XX, 21)
PRACTICA DEL BAUTISMO INFANTIL
Si el protestantismo es un regreso a las creencias de la Iglesia Primitiva ¿por qué no creen (los que se oponen al bautismo infantil) en el bautismo de infantes? si esta práctica siempre estuvo presente en el pensamiento de los Padres de la Iglesia Primitiva. Esto es negado por la mayoría de los protestantes y no por la Iglesia Católica.
San Cipriano de Cartago (200 - 258 DC)
“Pero en relación con el caso de los niños, en el cual dices que no deben ser bautizados en el segundo o tercer día después de su nacimiento, y que la antigua ley de la circuncisión debe considerarse, por lo cual piensas que alguien que acaba de nacer debe no ser bautizado y santificado dentro de los ocho días, todos nosotros pensamos de manera muy diferente en nuestro Concilio. Porque en este curso que pensabas tomar, nadie está de acuerdo, sino que todos juzgamos que la misericordia y gracia de Dios no debe ser negada a ningún nacido de hombre. (A Fido sobre el bautismo de infantes, Carta 58)
Se tiene evidencia de que durante su vida hubo quien pretendió retrasar el bautismo de infantes hasta luego del octavo día de nacido, en semejanza de la circuncisión, por lo que se hace necesario que Cipriano, a su nombre y al de 66 obispos, le envíe una carta a Fido testimoniando la fe de la Iglesia acerca de que el bautismo de niños no tiene que ser retrasado y que los infantes pueden ser bautizados en cualquier momento.
Es importante notar que aquí lo que Fido y posiblemente otros presbíteros pretendían hacer no es negar el bautismo a los niños, tal como un gran sector del protestantismo hace hoy, sino simplemente retrasarlo para luego del octavo día de nacido.
PRESENCIA REAL DE CRISTO EN LA EUCARISTIA
Si el protestantismo es un regreso a las creencias de la Iglesia Primitiva ¿por qué no creen en la Eucaristía como la presencia real de Cristo? si esta creencia siempre estuvo presente en el pensamiento de los Padres de la Iglesia Primitiva. Esto es negado por los protestantes y no por la Iglesia Católica.
San Clemente de Alejandría (202 DC)
"Yo [el Salvador] soy tu sustentador, que me he dado a mí mismo [como] pan, del cual quien ha gustado no hace ya más experiencia de la muerte, y que me he dado a mí mismo [como] bebida de inmortalidad." (¿Qué rico se salvará? XXIII)
Clemente de Alejandría es testigo de la práctica litúrgica de eucaristizar” según una norma fija de la Iglesia, el pan, y la mezcla de vino y agua, pero combate a las herejes encratitas que eucaristizaban el agua sola. Llama a la Eucaristía “oblación”, afirma fue figurada en el alimento santificado de vino y pan que dio Melquisedec. Afirma que hay un alimento de pan que es Jesús mismo, y el que come de ese pan no muere. Afirma que Jesús se da también en bebida de inmortalidad.
CONCLUSIÓN
Se podrían mencionar más textos de los Padres de la Iglesia Primitiva, pero estos solo demostrarían que los protestantes no regresaron a las creencias de la Iglesia Primitiva, sino que más bien rechazaron las creencias que el Cristianismo del primer milenio creía y enseñaba. Es por eso que cuando un protestante sincero comienza a estudiar a los Padres de la Iglesia, deja el protestantismo al darse cuenta que los Padres de la Iglesia confirman la doctrina católica, no las creencias protestantes.
Esto es lo que le sucedió a Isaac Kreft educado en una familia luterana, quien cuenta en su testimonio de conversión lo siguiente:
“Lo peor que puede hacer alguien que quiere evitar a la Iglesia Católica: leer las fuentes primarias y secundarias de los Padres de la Iglesia para ver qué creían, eran distintivamente católicos”. (Luterano, le educaron contra lo católico: desear comulgar con su novia le llevó a profundizar)
Hasta el apologista anticatólico David Cloud reconoce que “Los “padres de la iglesia" son en realidad los padres de la Iglesia Católica Romana” esto debido a que cuando se estudia a los Padres de la Iglesia Primitiva encontramos las creencias católicas no las protestantes.
EVANGELIZA Y COMPARTE.
Si te quieres formar fuerte en la fe católica de una manera orgánica, inscríbete en la escuela de apologética online. Inscríbete en este momento en: https://dasm.defiendetufe.com/inicio-r/
Richbell Meléndez, estudiante de teología en la EATEL, colaborador asiduo de distintas páginas de apologética católica y tutor de la escuela de apologética online DASM.
Read more
Por: Richbell Meléndez
Escuela de Apologética:
https://dasm.defiendetufe.com/inicio-r/
En el Cristianismo de los primeros siglos, podemos encontrar defensores de la fe cuyos escritos han sido de gran importancia para la Iglesia, entre ellos tenemos los escritos de San Ireneo de Lyon, quien vivió por el siglo II y ha sido reconocido como el teólogo más importante de su siglo, sabemos que fue discípulo de Policarpo de Esmirna, quien a su vez fue discípulo del apóstol San Juan. Por lo que podemos garantizar que estuvo en conexión con la era apostólica.
El teólogo protestante Alfonso Ropero se refiere a Ireneo con las siguientes palabras:
“Ireneo es el teólogo más importante de su siglo. Su libro contra los gnósticos y los marcionitas es una obra imprescindible para los estudiantes de historia y de los primeros siglos del cristianismo (…) Después de Pablo es uno de los teólogos que más influyó en la teología posterior.” (Obras escogidas de Ireneo de Lyon. p. 17)
Lo anterior es importante tenerlo presente al momento de estudiar los escritos de este Padre de la Iglesia, destacado apologista del siglo II, cuyos escritos influyeron en la teología posterior, en otras palabras, sus escritos contribuyeron a lo que fue el desarrollo de la doctrina cristiana. Desarrollo que permite comprender muchas doctrinas cristianas que el Cristianismo fue enseñando y transmitiendo a través de los siglos.
Los católicos reconocemos la importancia de los escritos de este Padre de la Iglesia para confirmar muchas de las enseñanzas católicas, sin embargo, existen algunos protestantes que quieren hacer creer que este Padre de la Iglesia, enseñaba y defendía las doctrinas protestantes y rechazaba las doctrinas católicas.
En este artículo presentare diversos textos de este Padre Apologista donde confirma la enseñanza católica y a su vez refuta las creencias protestantes.
EL BAUTISMO INFANTIL
San Ireneo nos presenta testimonio de que el bautismo era para todos, no solo para los adultos. Sino también para los bebes.
“Porque vino a salvar a todos: y digo a todos, es decir a cuantos por él renacen para Dios, sean bebés, niños, adolescentes, jóvenes o adultos. Por eso quiso pasar por todas las edades: para hacerse bebé con los bebés a fin de santificar a los bebés; niño con los niños, a fin de santificar a los de su edad, dándoles ejemplo de piedad, y siendo para ellos modelo de justicia y obediencia; se hizo joven con los jóvenes, para dar a los jóvenes ejemplo y santificarlos para el Señor; y creció con los adultos hasta la edad adulta, para ser el Maestro perfecto de todos, no sólo mediante la enseñanza de la verdad, sino también asumiendo su edad para santificar también a los adultos y convertirse en ejemplo para ellos.” (Contra las herejías. Libro II, 22, 4)
LA NECESIDAD DEL BAUTISMO COMO MEDIO REGENERADOR PARA PERDON DE LOS PECADOS
“El bautismo del Jesús visible sería para la remisión de los pecados; en cambio la redención del Cristo que descendió sobre él sería para lograr la perfección. El bautismo sería para los psíquicos, en cambio la redención para los pneumáticos. Juan predicó un bautismo de penitencia, en cambio Cristo trajo la redención para hacernos perfectos.” (Contra las herejías. Libro I, 21, 2)
El erudito protestante Phillip Schaff referente al pensamiento de San Ireneo sobre el bautismo menciona lo siguiente:
“Parece implicar un reconocimiento no sólo de la idea del bautismo infantil, sino también de su práctica; porque en la mente de Ireneo y la iglesia antigua, el bautismo y la regeneración estaban íntimamente conectados y casi identificados.” (History of the Christian Church. Vol II. p. 260)
EL ORDEN SACERDOTAL
San Ireneo dio testimonio de que los Apóstoles fueron reconocidos como “sacerdotes”, del mismo modo por eso la Iglesia Católica cree y enseña el sacerdocio ministerial, que se ejerce cuando se recibe el sacramento del orden sacerdotal.
"Y todos los apóstoles del Señor son sacerdotes, que no heredan aquí ni tierras ni casas, sino que sirven a Dios y al altar continuamente. " (Contra las herejías. Libro IV, 8, 3)
LA SUCESIÓN APOSTOLICA O EPISCOPAL
Esta es la enseñanza más clara en los escritos de San Ireneo, ya que deja ver que los apóstoles tuvieron sus sucesores quienes continuarían con la misión de la Iglesia conformando el Magisterio de la Iglesia.
“Para todos aquellos que quieran ver la verdad, la Tradición de los Apóstoles ha sido manifestada al universo mundo en toda la Iglesia, y podemos enumerar a aquellos que en la Iglesia han sido constituidos obispos y sucesores de los Apóstoles hasta nosotros, los cuales ni enseñaron ni conocieron las cosas que aquéllos deliran. Pues, si los Apóstoles hubiesen conocido desde arriba <<misterios recónditos>>, en oculto se los hubiesen enseñado a los perfectos, sobre todo los habrían confiado a aquellos a quienes encargaban las Iglesias mismas. Porque querían que aquellos a quienes dejaban como sucesores fuesen en todo <<perfectos e irreprochables>> (1 Tim 3,2; Tt 1,6-7), para encomendarles el magisterio en lugar suyo: si obraban correctamente se seguiría grande utilidad, pero, si hubiesen caído, la mayor calamidad.” (Contra las herejías. Libro III, 3, 1)
Phillip Schaff también confirma la clara creencia de Ireneo en la sucesión episcopal, cuando nos dice que Ireneo “da más cuenta que Juan o Pablo de la iglesia visible exterior, la sucesión episcopal y los sacramentos” (History of the Christian Church. Vol II. p. 751)
LA PRESENCIA REAL DE CRISTO EN LAS ESPECIES DE PAN Y VINO
Es innegable la certeza con la que San Ireneo ve claramente la presencia real de Cristo en el pan y el vino consagrados.
“En consecuencia, si el cáliz mezclado y el pan fabricado reciben la palabra de Dios para convertirse en Eucaristía de la sangre y el cuerpo de Cristo, y por medio de éstos crece y se desarrolla la carne de nuestro ser, ¿cómo pueden ellos negar que la carne sea capaz de recibir el don de Dios que es la vida eterna, ya que se ha nutrido con la sangre y el cuerpo de Cristo, y se ha convertido en miembro suyo? Cuando escribe el Apóstol en su Carta a los Efesios: <<Somos miembros de su cuerpo>> (Ef 5,30), de su carne y de sus huesos, no lo dice de algún hombre espiritual e invisible -pues <<un espíritu no tiene carne ni huesos>> (Lc 24,39)- sino de aquel ser que es verdadero hombre, que está formado por carne, huesos y nervios, el cual se nutre de la sangre del Señor y se desarrolla con el pan de su cuerpo.” (Contra las herejías. Libro V, 2, 3)
El erudito católico José Antonio Sayes, comentando este pasaje nos dice que Ireneo “no se limita a confesar que la Eucaristía es la carne del Señor, pues alude a la transformación (gínetai) que el pan y el vino experimentan bajo la invocación de la palabra de Dios” (El Misterio Eucarístico. p. 119)
LA EUCARISTIA COMO SACRIFICIO
Ireneo muestra que la Iglesia del siglo II consideraba la Eucaristía como un sacrificio que cumplía la profecía de Malaquías 1:11 de una oblación y ofrenda nuevas y puras que serían ofrecidas en todo el mundo.
“Dando consejo a sus discípulos de ofrecer las primicias de sus creaturas a Dios, no porque éste las necesitase, sino para que no fuesen infructuosos e ingratos, tomó el pan creatural y, dando gracias, dijo: <<Esto es mi cuerpo>> (Mt 26,26). Y del mismo modo, el cáliz, también tomado de entre las creaturas como nosotros, confesó ser su sangre, y enseñó que era la oblación del Nuevo Testamento. La Iglesia, recibiéndolo de los Apóstoles, en todo el mundo ofrece a Dios, que nos da el alimento, las primicias de sus dones en el Nuevo Testamento.
Con estas palabras lo preanunció Malaquías, uno de los doce profetas: <<No me complazco en vosotros, dice el Señor omnipotente, y no recibiré el sacrificio de vuestras manos. Porque desde el oriente hasta el occidente mi nombre es glorificado en las naciones, y en todas partes se ofrece a mi nombre incienso y un sacrificio puro: porque grande es mi nombre en las naciones, dice el Señor omnipotente>> (Mal 1,10-11). Con estas palabras indicó claramente que el pueblo antiguo dejaría de ofrecer a Dios; y que en todo lugar se le habría de ofrecer el sacrificio puro; y su nombre es glorificado en los pueblos.” (Contra las herejías. Libro IV, 17, 5)
El erudito en patrística J. N. D. Kelly nos dice que:
“Para Ireneo [Haer. 4,17,5] la eucaristía es 'la nueva oblación de la nueva alianza' (...) Era natural que los primeros cristianos pensaran en la eucaristía como un sacrificio. El cumplimiento de la profecía exigió una ofrenda cristiana solemne, y el rito mismo se envolvió en la atmósfera de sacrificio con la que nuestro Señor invistió la Última Cena. Las palabras de institución, "Haz esto" (touto poieite), deben haber sido cargadas con connotaciones sacrificiales para los oídos del siglo II” (Early Christian Doctrines. p. 196)
AUTORIDAD DE LA IGLESIA DE ROMA
El reconocimiento de Ireneo hacia la Iglesia de Roma como la mas antigua y conocida por todos es indudable, también habla de la necesidad de que cualquier iglesia (comunidad) debe de estar en armonía con esta porque es la Iglesia cuya fundación esta mas garantizada y conserva la Tradición apostólica.
“Pero como sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias en este volumen, indicaremos sobre todo las de las más antiguas y de todos conocidas, la de la Iglesia fundada y constituida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo, la que desde los Apóstoles conserva la Tradición y <<la fe anunciada>> (Rom 1,8) a los hombres por los sucesores de los Apóstoles que llegan hasta nosotros. Así confundimos a todos aquellos que de un modo o de otro, o por agradarse a sí mismos o por vanagloria o por ceguera o por una falsa opinión, acumulan falsos conocimientos. Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con esta Iglesia, cuya fundación es la más garantizada -me refiero a todos los fieles de cualquier lugar-, porque en ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición apostólica” (Contra las herejías. Libro III, 3, 2)
Como efectivamente comenta el erudito en patrística Johannes Quasten: “Ireneo asignaría a la Iglesia de Roma un lugar más elevado por razón de su "origen superior," o sea, por haber sido fundada por los dos Príncipes de los Apóstoles.” (Patrología I. p. 303)
IMPORTANCIA DE LA TRADICIÓN, RECHAZO DE LA SOLA ESCRITURA PROTESTANTE
Ireneo presenta un argumento que muchas veces es presentado por los apologetas católicos a los apologistas protestantes, que ante alguna divergencia en la Iglesia debemos de recurrir a las iglesias más antiguas siguiendo el orden de la Tradición. No se ve por ningún lado que recurramos a solo la Escritura.
“Entonces, si se halla alguna divergencia aun en alguna cosa mínima, ¿no sería conveniente volver los ojos a las Iglesias más antiguas, en las cuales los Apóstoles vivieron, a fin de tomar de ellas la doctrina para resolver la cuestión, lo que es más claro y seguro? Incluso si los Apóstoles no nos hubiesen dejado sus escritos, ¿no hubiera sido necesario seguir el orden de la Tradición que ellos legaron a aquellos a quienes confiaron las Iglesias?” (Contra las herejías. Libro III, 4, 1)
El erudito Jaroslak Pelikan comentando el pensamiento de Ireneo, nos da las siguientes observaciones:
“Su argumento [es decir, el de Ireneo] de que la tradición apostólica proporcionó la interpretación correcta del Antiguo y Nuevo Testamento, y que las Escrituras demostraron la exactitud de la tradición apostólica fue, de alguna manera, un argumento en círculo. Pero al menos de dos formas se salió del círculo. Uno fue la identificación de la tradición con "el evangelio", que sirvió como norma de la enseñanza apostólica. El otro fue el llamado a las iglesias de fundación apostólica como garantes de la continuidad con los apóstoles. . . El principal de ellos en autoridad y prestigio era la iglesia de Roma, en la que se había conservado la tradición apostólica compartida por todas las iglesias en todas partes. La fundación apostólica y la sucesión apostólica fueron otro criterio de continuidad apostólica.” (The Christian Tradition: A History of the Development of Doctrine: Vol. 1. p. 115)
NATURALEZA DE LA JUSTIFICACIÓN, RECHAZO DE LA SOLA FIDE PROTESTANTE
San Ireneo enseña que el hombre se justifica no solo por la fe, sino también guardando los preceptos naturales de la ley sólo cuando lo hace por fe viva.
“El Señor no abolió los preceptos naturales de la Ley, por los cuales se justifica el ser humano, los cuales incluso guardaban antes de la Ley aquellos que fueron justificados por la fe y agradaban a Dios; por el contrario, los amplió y llevó a la perfección (Mt 5,17)” (Contra las herejías. Libro IV, 13, 1)
El apologeta católico Bryan Cross, menciona que esta idea no tiene sentido desde el punto de vista protestante.
“Desde el punto de vista protestante, nadie se justifica guardando los preceptos naturales de la ley, ni nadie agrada a Dios guardando los preceptos de la ley. En el sistema protestante, nuestra observancia de los preceptos naturales equivaldría a "trapos de inmundicia".” (St. Irenaeus on Justification)
MATERNIDAD DIVINA
El Cristianismo reconoce a María como madre de Dios, esto no era novedad para San Ireneo quien se refirió a María como la “portadora de Dios”
“Manifiestamente, pues, el Señor vino a lo que era suyo, y llevó sobre sí la propia creación que sobre sí lo lleva, y recapituló por la obediencia en el árbol (de la cruz) la desobediencia en el árbol; fue disuelta la seducción por la cual había sido mal seducida la virgen Eva destinada a su marido, por la verdad en la cual fue bien evangelizada por el ángel la Virgen María ya desposada: así como aquélla fue seducida por la palabra del ángel para que huyese de Dios prevaricando de su palabra, así ésta por la palabra del ángel fue evangelizada para que portase a Dios por la obediencia a su palabra, a fin de que la Virgen María fuese abogada de la virgen Eva; y para que, así como el género humano había sido atado a la muerte por una virgen, así también fuese desatado de ella por la Virgen, y que la desobediencia de una virgen fuese compensada por la obediencia de otra virgen” (Contra las herejías. Libro V, 19, 1)
Tim Staples reconocido apologeta católico hace la siguiente observación: “Muchos cristianos fundamentalistas afirman que la Virgen María no llevó a Dios en su vientre. En cambio, afirman, María llevaba solo la naturaleza humana de Jesús. Pero esto no es lo que creían los primeros cristianos.” (Apologetics with St. Irenaeus)
TOBIAS (LIBRO DEUTEROCANONICO) RECONOCIDO COMO PROFETA
San Ireneo de Lyon en el siglo II menciona a Tobías entre los profetas. Esto no seria aceptado por los protestantes actualmente que consideran a Tobías un libro apócrifo y piensan que no es inspirado por Dios a pesar que el Cristianismo lo reconoció oficialmente como Sagrada Escritura en diversas oportunidades.
“Se distribuyen los profetas de la siguiente manera: Moisés, Josué hijo de Nun, Amós y Habacuc son los de Jaldabaoth; Samuel, Natán, Jonás y Miqueas sirven a Jao; Elías, Joel y Zacarías anuncian a Sabaoth; Isaías, Ezequiel, Jeremías y Daniel pertenecen a Adonai; Tobías y Ageo hablan de Elohím; Miqueas y Naúm son los profetas de Hor; Esdras y Sofonías lo son de Astafé.” (Contra las herejías. Libro I, 30,11)
Lo anterior se comprende cuando tenemos presente lo que nos dice el erudito protestante F.F. Bruce respecto a San Ireneo y la Septuaginta:
“Ireneo es muy capaz de diferenciar los escritos de la verdad de la multitud de escritos apócrifos y espurios. Los escritos del Antiguo Testamento son testigos indispensables de la historia de la salvación; la versión Septuaginta había sido inspirada por Dios, mientras que a los escritos que denominamos apócrifos se les había otorgado la misma autoridad que a aquellos traducidos de la Biblia hebrea.” (El Canon de la Escritura. pp. 175-176)
CONCLUSIÓN
Hasta aquí he podido presentar parte de lo que fue el pensamiento de este Padre Apologista, cada quien puede sacar sus conclusiones referentes a San Ireneo si su enseñanza era mas cercana a la católica o a la protestante. Pero ante todo lo anterior, solo puedo concluir con las palabras del erudito protestante Phillip Schaff “Ireneo es el principal representante del cristianismo católico en el último cuarto del siglo II, el campeón de la ortodoxia” (History of the Christian Church. Vol II. p. 750)
Teniendo presente que los eruditos protestantes que se han citado, no concluyen que San Ireneo defendiera todas las enseñanzas católicas, sin embargo, son tomados como referencia para conocer un poco mejor el pensamiento de este Padre de la Iglesia.
EVANGELIZA Y COMPARTE.
Si te quieres formar fuerte en la fe católica de una manera orgánica, inscríbete en la escuela de apologética online. Inscríbete en este momento en: https://dasm.defiendetufe.com/inicio-r/
Richbell Meléndez, estudiante de teología en la EATEL, colaborador asiduo de distintas páginas de apologética católica y tutor de la escuela de apologética online DASM.
Read more
Por: Richbell Meléndez
Escuela de Apologética Online DASM ¡INSCRIBETE YA MISMO!
https://dasm.defiendetufe.com/inicio-r/
Siguen circulando relatos sobre cómo la iglesia católica se opuso a la traducción de la Biblia a la lengua vernácula. Pero la iglesia nunca desaprobó eso. Cualquiera que esté familiarizado con la historia de la Iglesia católica, se dará cuenta que durante 2.000 años ella ha sido la preservadora y protectora de la palabra de Dios, es ridículo señalar lo contrario. Fue sólo por la autoridad de la Iglesia Católica, que se recogieron los diversos libros de la Escritura en el siglo IV, es por ello que tenemos una Biblia cristiana en absoluto.
Y es sólo a causa de la Iglesia que la Biblia sobrevivió y fue enseñada por los muchos siglos antes de la imprenta. Todos los cristianos de todo el mundo le deben una gran deuda a la Iglesia Católica. Después de todo, la Vulgata fue originariamente traducida por San Jerónimo para que la Biblia estuviera disponible en la lengua vernácula de entonces, el latín, que siguió siendo la lengua franca de la gente educada de Europa hasta finales del siglo XVIII y más. No fueron los reformadores protestantes los primeros en traducirla a lenguas europeas más modernas. La iglesia católica aprobó la Biblia de Gutemberg en alemán en 1455.
La primera edición en flamenco apareció en 1478. Dos versiones italianas fueron impresas en 1471 y una catalana fue publicada en 1478. Una Biblia polaca fue traducida en 1516, y la primera versión inglesa es del 1525. Muchas de estas ediciones eran de toda la Biblia. Siglos antes habían aparecido libros individuales en lengua vernácula. Por ejemplo, el primer Evangelio de San Juan en inglés, fue traducido al anglo-sajón en el año 735 por el Venerable Beda.
Entonces, ¿cuál era la verdadera razón por la que William Tyndale fue condenado? En 1408 el Sínodo de Oxford aprobó una ley que impedía cualquier traducción no autorizada de la Biblia al inglés y también prohibió la lectura de estas traducciones no autorizadas.
También seria legal cualquier traducción legal en un futuro. Y, ciertamente, la lectura de estas traducciones no sólo era legal, pero animó. Toda esta ley lo que hizo fue evitar que cualquier individuo privado publicara su propia traducción de las Escrituras sin la aprobación de la Iglesia.
Lo cual, como resulta, es justo lo que William Tyndale hizo. Tyndale era un sacerdote inglés no tiene gran fama que deseaba desesperadamente de hacer su propia traducción al Inglés de la Biblia. La Iglesia le negó por varias razones.
En primer lugar, no veía la necesidad real para una nueva traducción al Inglés de la Escritura en ese momento. De hecho, los libreros estaban teniendo dificultades para la venta de las ediciones impresas de la Biblia que ya tenían. La ley tenía que ser promulgada para obligar a la gente a comprarlos.
En segundo lugar, hay que recordar que esta fue una época de gran contienda y confusión para la Iglesia en Europa. La Reforma se había convertido al continente en un lugar inestable. Hasta el momento, Inglaterra había logrado mantenerse relativamente indemne, y la Iglesia quería que siga siendo así. Se pensaba que la adición de una nueva traducción inglés solamente añadiría confusión y distracción, donde se necesitaba atención.
Por último, si la Iglesia había decidido ofrecer una nueva traducción al Inglés de la Escritura, Tyndale no habría sido el hombre elegido para hacerlo. Era conocido como sólo un estudioso mediocre y había ganado una reputación como un sacerdote de opiniones poco ortodoxas y un temperamento violento.
Él era famoso por insultar al clero, desde el Papa hasta los frailes y monjes, y tenía un desprecio genuino por autoridad de la Iglesia. De hecho, fue juzgado primero por herejía en 1522, tres años antes de su traducción del Nuevo Testamento fue impresa. Su propio obispo en Londres no le apoyaría en esta causa.
Al no encontrar apoyo para su traducción de su obispo, abandonó Inglaterra y se fue a Worms, donde cayó bajo la influencia de Martín Lutero. Allí, en 1525 se produjo una traducción del Nuevo Testamento que fue un hervidero de corrupción textual. Él deliberadamente mal traducidos pasajes enteros de la Sagrada Escritura con el fin de condenar la doctrina católica ortodoxa y apoyar las nuevas ideas luteranas.
Es un hecho generalmente ignorado por los historiadores protestantes que muchas versiones en inglés de las Escrituras existían antes de Wycliff y Tyndale, y estas fueron autorizados y perfectamente legales (ver el libro " ¿De dónde obtuvimos la Biblia?: Nuestra deuda con la Iglesia Católica." por Henry Graham, capítulo 11, "Escrituras vernáculas antes de Wycliff").
Monjes católicos habían traducido la Biblia al inglés siglos antes que ellos y su trabajo fue bien recibido por la Iglesia. El venerable Beda (672-735 dC) había traducido el Evangelio en inglés, y antes de él Caedmon (c. 670 dC) y Aldhelm (m. 709) había trabajado en la traducción del Antiguo Testamento al inglés. El Lindisfarne Evangelios, en la que los cuatro Evangelios habían sido traducidos al inglés alrededor de 950 dC por un sacerdote católico llamado Aldred, se encuentra en el Museo Británico.
La Biblia de Tyndale fue inaceptable para la Iglesia Católica pero no porque fuera una traducción al inglés. La iglesia no objetó la traducción de la Biblia al inglés de William Tyndale. Antes bien, objetó las anotaciones y prejuicios protestantes que la acompañaron.
La traducción de Tyndale fue completada con prólogo y notas al pie condenando la doctrina y las enseñanzas de la iglesia. Incluso Enrique VIII, rey de Inglaterra, la reprobó en 1531 por ser una corrupción de la Escritura. En palabras de los consejeros del rey: "la corrupta traducción de la Escritura hecha por William Tyndale debe ser completamente desechada, rechazada, y puesta lejos del alcance de la gente…".
El obispo protestante Tunstall de Londres declaró que en la Biblia de Tyndale había más de 2.000 errores (y esto fue sólo el Nuevo Testamento). Tyndale tradujo el término bautismo como "limpieza", escritura como "escrito", Espíritu Santo como "Aliento Sagrado", obispo como "supervisor", sacerdote como "anciano", diácono como "ministro", herejía como "opción", martirio como "testimonio", etc.
En sus notas al pie, Tyndale se refirió al ocupante de la silla de San Pedro como "ese gran ídolo, la ramera de Babilonia, el anti Cristo de Roma".
La respuesta católica no fue quemar la Biblia, sino quemar la Biblia de Tyndale. Fue ésta una época en la que, según parece, hacía furor de hacer su propia versión de la Biblia. Los reformadores suprimieron los libros del Deuteronomio, Lutero quería deshacerse de la epístola de Juan, así como de hebreos, Judas y la Revelación porque no estaban de acuerdo con su doctrina de la justificación. Se peleaban entre sí sobre cuál era la mejor versión de la Biblia.
De la versión alemana hecha por Lutero, Zwinglio decía: "¡Oh, Lutero, tú has corrompido la palabra de Dios; tu eres visto como un manifiesto corruptor de la sagrada escritura; cómo nos avergonzamos de ti…!". A lo que Lutero respondió cortésmente: "Los seguidores de Zwinglio son tontos, burros e impostores". Al mismo tiempo, el francés teólogo reformador Juan Calvino "violenta la letra del evangelio y hace, además de esto, agregados al texto".
¿La Iglesia Católica condena esta versión de la Biblia? Por supuesto que sí.
Los reformadores protestantes pueden haber sido revolucionarios pero su revolución fue extremista, no poco parecida a la de los talibanes. Esto está ejemplificado en su celo para destruir. Los católicos quemaron algunas Biblias, pero los protestantes incineraron libros en tal escala que hacen que los fuegos católicos parezcan la llamita de una vela.
En Inglaterra, al ser suprimidos los monasterios, sus bibliotecas también fueron, la mayoría de las veces, destruidas. De modo que vastas bibliotecas monásticas integradas por textos religiosos que comprendían Biblias católicas antiguas, raras, y manuscritas fueron entregadas a las llamas.
En 1544, en las regiones de Irlanda controladas por el anglicanismo, al saquear monasterios y bibliotecas, los reformadores arrojaron al fuego un inmenso número de libros antiguos, incluidos Vulgatas. En un esfuerzo por reducir a los irlandeses católicos a la ignorancia, el rey Enrique VIII decretó que la posesión en Irlanda de manuscritos sobre cualquier tema (incluidas las Sagradas Escrituras) podría conllevar la pena de muerte.
Incluso Enrique VIII quemó las Biblias protestantes de Tyndale, Coverdale y Matthew, con la Vulgata latina ayudando a alimentar el fuego.
Las autoridades seculares condenaron también. Anglicanos están entre los muchos hoy que alaban Tyndale como el "padre de la Biblia en inglés." Pero fue su propio fundador, el rey Enrique VIII, quien en 1531 declaró que, "la traducción de la Biblia corrompida por William Tyndale debe ser expulsado completamente, rechazada y repudiada fuera de las manos de la gente."
Así problemático hicieron Biblia de Tyndale resultar que en 1543 - después de su ruptura con Roma - Enrique VIII decretó nuevamente que "toda clase de libros del Antiguo y Nuevo Testamento en inglés, siendo de la traducción astuta, falsa, y falsa de Tyndale. será clara y completamente abolida, extinguido, y prohibido mantener o utilizar en este reino. "
En última instancia, fueron las autoridades seculares que resultó ser el final de Tyndale. Él fue arrestado y juzgado (y condenado a morir) en la corte del emperador del Sacro Imperio en 1536. Su traducción de la Biblia era herética porque contenía ideas heréticas - no porque el acto de traducción era herética en sí mismo.
De hecho, la Iglesia Católica produciría una traducción de la Biblia al inglés, en 1582 apareció el Nuevo Testamento católico de Reims, en inglés. (la versión Reina-Valera, cuya Nuevo Testamento se publicó en 1582 y cuyo Antiguo Testamento fue lanzado en 1609).
Esta versión, con sus notas aclaratorias, despertó en la protestante Inglaterra la más violenta oposición. La reina Isabel ordenó la búsqueda, confiscación y destrucción de todas las copias.
Si un sacerdote era hallado en posesión de ella, era apresado. La quema de Biblias no se limitó a Inglaterra. En 1522 Calvino quemó todas las copias que pudieron encontrarse de la Biblia de Miguel Servet y más adelante el propio Servet fue quemado en la hoguera por ser unitario.
Cuando se habla de la historia de las traducciones bíblicas, es común que las personas arrojan alrededor de nombres como Tyndale y Wycliff. Pero la historia rara vez se da. El presente caso de una edición no sexista de la Biblia es una oportunidad maravillosa para los fundamentalistas para reflexionar y darse cuenta de que la razón por la que no aprueban esta nueva traducción es la misma razón por la que la Iglesia Católica no aprobaba las traducciones de Tyndale o Wycliff ' ss. Estas eran traducciones corruptas, hechos con un orden del día, y representaciones no precisas de la Sagrada Escritura.
Aquí, al menos, los fundamentalistas y los católicos estamos en algo de acuerdo: no te metas con la Palabra de Dios.
EVANGELIZA Y COMPARTE.
Si te quieres formar fuerte en la fe católica de una manera orgánica, inscríbete en la escuela de apologética online. Inscríbete en este momento en: https://dasm.defiendetufe.com/inicio-r/
Richbell Meléndez, laico católico dedicado a la apologética, colaborador asiduo de distintas páginas de apologética católica y subdirector de la escuela de apologética online DASM.
Read more
Por: Jesús Urones
Escuela de Apologética Online DASM ¡INSCRIBETE YA MISMO!
https://dasm.defiendetufe.com/inicio-r/
Creo debe aclararse este tema de manera que aquellos que están empezando a conocer la fe católica no tengan dudas de cual es la postura de la Iglesia al respecto.
Para empezar debo aclarar que los evangelios apócrifos no son canónicos, pueden contener errores, e incluso muchas veces sus narraciones tienen rasgos mitológicos o incluso legendarios, pese a ello no debemos verlos como literatura herética pues NO TODOS LO SON. La gran mayoria si fueron escritos por herejes, gnósticos sobre todos, y en ellos se tergiversan y añaden leyendas sobre la vida y milagros de Jesús, sin embargo cabe mencionar que existen ciertos apócrifos que se les autodenominan católicos y estos no tienen contenido herético, si pueden tener leyendas sobre ciertos sucesos, por ello digo estos evangelios no son canónicos, ni inspirados. Sirven pues estos evangelios para entender mejor la historia del cristianismo, para el desarrollo litúrgico y doctrinal de la Iglesia, incluso en la arquitectura y el arte cristiano tienen un papel importante.
1.-MAGISTERIO DE LA IGLESIA SOBRE LOS APÓCRIFOS:
Aun cuando no son mencionados en el documento, cabe destacar que la referencia es general para todos aquellos libros prohibidos en algún momento, por ende, también le aplica a todos los apócrifos:
SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE NOTIFICACIÓN SOBRE LA ABOLICIÓN DEL ÍNDICE DE LIBROS PROHIBIDOS
Para responder a las citadas peticiones, esta Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, después de tratar la cuestión con el Santo Padre, declara que el índice conserva su vigor moral, en cuanto que orienta la conciencia de los fieles, para que, por exigencias del mismo derecho natural, tengan precaución ante los escritos que puedan poner en peligro la fe y las buenas costumbres; sin embargo, deja de tener la fuerza de ley eclesiástica con las censuras anejas.
Dado en Roma, en la Sede del Santo Oficio, el 14 de junio de 1966.
Es necesario aclarar que el indice conserva el vigor moral, es decir orienta a la conciencia justa y recta de los fieles, aquellos pues que tengan una fe básica y corran riesgo de confundirse es mejor no leerlos. Es algo que va relacionado con la virtud de la prudencia. Quizás moralmente no es aceptable leer este tipo de literatura pues puede generar confusión o ser piedra de tropiezo para otros hermanos (1Cor8:9) , pero también es cierto que a veces se necesito conocerlos para exponer ciertos temas y saber refutar los errores que de estos emanan ( pasa lo mismo con un apologista que lee un libro hereje para ver sus errores y luego refutarlo, no hay mal moral en ello).
Lo realmente importante es que la notificación dice que ya no hay censura eclesiástica sobre ellos, o sea no quedas excomulgado, ni anatemizado ni nada por el estilo.
Esto es de 1966 desde entonces podemos entender y comprender que todas las condenas hacia los libros prohibidos han sido levantadas en el orden eclesiástico, por ello nadie ca en herejia, ni en cisma, ni en apostasía ni en excomunión citando, leyendo, libros apócrifos.
Para dar prueba más veridica de esto, voy a citar como los últimos Papas se han referido a ciertos evangelios apócrifos en sus enseñanzas diarias, angelus, audiencias etc.
JUAN PABLO II CITANDO APOCRIFOS:
Angelus Domingo 05 de Julio de 1987:
Hoy nos dirigimos en peregrinación espiritual a un santuario ligado a la memoria delNacimiento de la Virgen Santísima. Una antigua tradición, a la cual se hace referencia en un apócrifo del siglo II, el Protoevangelio de Santiago, sitúa en Jerusalén, junto al templo, la casa en que nació la Virgen. Los cristianos, desde el siglo V en adelante, han celebrado la memoria de la Natividad de María en la gran iglesia construida frente al templo, sobre la Piscina Probática, donde Jesús curó al paralítico (cf. Jn 5, 1-9).
Audiencia General Miercoles 15 de octubre de 1997
Además, bajo el influjo del «Protoevangelio de Santiago», se instituyeron las fiestas de la Natividad, la Concepción y la Presentación, que contribuyeron notablemente a destacar algunos aspectos importantes del misterio de María.
Audiencia General del 02 de julio de 1997:
El primer testimonio de la fe en la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos, titulados «Transitus Mariae », cuyo núcleo originario se remonta a los siglos II-III. Se trata de representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de fe del pueblo de Dios.
BENEDICTO XVI CITANDO APOCRIFOS:
Audicencia General Miercoles 28 de Junio del 2006:
Además del apócrifo Protoevangelio de Santiago, que exalta la santidad y la virginidad de María, la Madre de Jesús, está unida a este Santiago en especial la Carta que lleva su nombre.
Audiencia general Miercoles 27 de Septiembre de 2006:
El cuarto evangelio nos ha conservado una última referencia a Tomás, al presentarlo como testigo del Resucitado en el momento sucesivo de la pesca milagrosa en el lago de Tiberíades (cf. Jn 21, 2). En esa ocasión, es mencionado incluso inmediatamente después de Simón Pedro: signo evidente de la notable importancia de que gozaba en el ámbito de las primeras comunidades cristianas. De hecho, en su nombre fueron escritos después los Hechos y el Evangelio de Tomás, ambos apócrifos, pero en cualquier caso importantes para el estudio de los orígenes cristianos.
Es fundamental destacar que el Papa Benedicto XVI habla de que los apócrifos son importantes para estudiar el origen del cristianismo, y eso que lo dice hablando de un evangelio apócrifo, no católico, como es el de Tomás.
El Papa Benedicto XVI sabe de la importancia que han tenido algunos apocrifos en la liturgia, arte y enseñanzas de la fe, pues de ellos salieron ciertas tradicciones litúrgicas, ciertas fiestas marianas, e incluso son apreciados en otros ritos de la Iglesia como el copto, sirio, armenio o griego.
Por ello es que para conocer la historia del cristianismo es necesario conocer los apócrifos y su lugar dentro de la Iglesia ( podemos decir que su lugar es puramente informativo y a veces piadoso).
2.-DIFERENTES TIPOS DE APOCRIFOS:
No podemos meter a todos los apócrifos en el mismo saco, ni verlos todos por igual, pues aun cuando no son libros canónicos, algunos de ellos ofrecen datos valiosos para la piedad popular o para la liturgia de la Iglesia. Creo es buena referencia citar la Enciclopedia Católica en este tema y ver la clasificación que ella realiza:
APÓCRIFOS DE ORIGEN CRISTIANO
El término cristiano se usa aquí en un sentido comprehensivo y abarca obras producidas tanto por católicos como por herejes, éstos últimos son principalmente los miembros de las varias ramas o escuelas de Gnosticismo que florecieron en los siglos segundo y tercero. Los escritos apócrifos cristianos en general, imitan a los libros del Nuevo Testamento y, por consiguiente, con pocas excepciones, caen bajo la descripción de Evangelios, Hechos, Epístolas y Apocalipsis.
Conforme a esto, sabemos entonces que hay unos evangelios que son apócrifos, escritos por católicos, y otros evangelios apócrifos escritos por herejes, fundamentalmente gnósticos del siglo II al III.
Posteriormente la enciclopedia católica pasa a enumerar el listado de evangelios apócrifos católicos:
Evangelios apócrifos de origen católico
Protoevangelium Jacobi, o Evangelio de la infancia de Santiago.
Evangelio de S. Mateo.
Evangelio árabe del la Infancia
Evangelio de Gamaliel
El Transitus Mariæ o Evangelium Joannis
APOCRIFOS HERETICOS:
Evangelios apócrifos heréticos o judíos:
Evangelio según los Hebreos
Evangelio según los Egipcios
Evangelio de S. Pedro
Evangelio de S. Felipe
Evangelio de Sto. Tomás
Evangelio de S. Bartolomé
Evangelio de los Doce Apóstoles
Otros Evangelios
Es suficiente con anotar la existencia de otros Pseudos-Evangelios de los que aparte de los nombre, poco se conoce. Hubo un Evangelio de S. Andrés, probablemente idéntico al Gnóstico “Hechos de Andrés”; un Evangelio de Bernabé, un Evangelio de Tadeo, un Evangelio de Eva y hasta uno de Judas Iscariote, utilizado por los gnósticos Cainitas, que glorificaba al traidor.
Vemos entonces como el protoevangelio de Santiago, el Transitus Mariae, son evangelios apocrifos cristianos, y son los que anteriormente han citado los papas Benedicto XVI y Juan Pablo II. Ciertamente existe otro grupo de evangelios APOCRIFOS HERÉTICOS, que son en su mayoria gnosticos escritos entre los siglos II AL IV dC de los cuales nada bueno podemos sacar.
Sin embargo eso no podemos decirlo de aquellos evangelios apocrifos cristianos que en su momento fueron usados por padres de la Iglesia y que de ellos se han sacado elementos liturgicos importantes e incluso nombres para el martiriologico ( nombres de santos). Como he dicho, estos apocrifos cristianos son escritos piadosos, nadie esta obligado a creer en ELLOS!!! pero tampoco debemos condenar a aquel que crea en ellos....
3.- DATOS SACADOS DE LOS APOCRIFOS:
-Voy a intentar hacer un breve resumen de los datos que la Iglesia ha sacado de los apocrifos y que son usados en el martiriológico romano/liturgia/festividades/himnos etc, pero antes considero necesario que esta idea sea apoyada por otros teologos de renombre y especialistas en la materia, para que nadie pueda acusarme de inventarme cosas......( mis comentarios iran en azul)
LOS PADRES DE LA IGLESIA UNA GUIA INTRODUCTORIA—ENRIQUE MOLINE:
Cuando nos habla del Pseudo Evangelio de Mateo y Protoevangelio de Santiago dice:
(Este fragmento refleja a la vez una gran admiración por la virgen Maria y una mentalidad monacal con otros análogos, influyo mucho en obras posteriores como las de Sor Maria Agreda y la madre Emmerich).
Parece ser que ciertos evangelios apocrifos influyeron en misticos ilustres del cristianismo como Sor Maria Agreda o la beata Emmerich ( fundamentalmente en sus visiones y obras). También podriamos citar aqui las Revelaciones de Santa Brigida que tienen elementos tomados de estos apócrifos.
PATROLOGIA- JOHANNES QUASTEN:
El Evangelio de Nicodemo.
Los Hechos de Pilatos del Evangelium Nicodemi, que se conservan en griego y en traducciones siríaca, armenia, copla, árabe y latina, tuvieron consecuencias muy curiosas. Los cristianos de Siria y Egipto veneraron a Pilatos como santo y mártir, y aun hoy día sigue en el calendario litúrgico de la iglesia copta. Durante la Edad Media, la influencia de los Hechos en la literatura y en el arte fue enorme.
Debemos saber que el nombre de San Dimas y el del segundo ladron Gestas han sido sacado de esta obra. La festividad de san Dimas es el 25 de marzo, es el único canonizado por Jesucristo. Como enseña la Enciclopedia catolica este escrito no lo escribio ningun hereje ni gnostico.
El Protoevangelio de Santiago.
La primera referencia al Libro de Santiago la encontramos en Orígenes; dice que este libro hace de "los hermanos del Señor" hijos de José habidos de una primera mujer. Pero ya antes de Orígenes, Clemente de Alejandría, su maestro, y Justino Mártir refieren incidentes relativos al nacimiento de Jesús que también se relatan en el Protoevangelio.
El libro es, probablemente, de mediados del siglo II; en todo caso, es cierto que existía al finalizar el siglo. Contiene la narración más antigua del nacimiento milagroso y de la infancia y adolescencia de la Virgen María. En él aparecen por vez primera los nombres de los padres de María, Joaquín y Ana.
Datos importantes de este apocrifo:
Usado por Origenes, Clemente de Alejandria, Justino Martir, San Epifanio también lo uso.
Primero en hablarnos de San Joaquin y Santa Ana, los padres de Maria y abuelos de Cristo.
La forma actual del texto griego data del siglo IV, pues lo utilizó Epifanio a fines del mismo siglo. El Protoevangelio alcanzó una gran difusión, como lo demuestra el hecho de que se conserven unos treinta manuscritos del texto griego. Poseemos, además, antiguas traducciones en siríaco, armenio, copto y eslavo. Con todo, no ha aparecido todavía ningún manuscrito latino de este evangelio.
Otro dato importante es la gran difusión pues esta escrito en los principales idiomas antiguos de la fe cristiana: el armenio, el copto, el sirio, el eslavo. Con razón esta asociado muy extrechamente a estas Iglesias. Tanto este escrito como el Pseudo Mateo nos hablan de la mula y el buey en el gruta o cueva donde nacio Cristo. Por ello se adquirio la tradicción de poner una mula y un buey en el pesebre ( este evangelio hace referencia a Habacuc 3:2 e Isaias 1:3-4 ). La idea de gruta o cueva donde nació Cristo es usada también por San Justino martir (Dialogo 78).
El Decretum Gelasianum de libris recipiendis et non recipiendis, del siglo VI, condena el escrito como herético. No obstante, no cabe exagerar al hablar de la influencia que este evangelio de la Natividad ha ejercido en el campo de la liturgia, de la literatura y del arte.
Sin embargo cabe decir que actualmente es dudosa la autoria del Papa Gelasio con respecto a este Decreto. Como bien indica Quasten, este evangelio fue fundamental en la literatura, el arte y liturgia, posteriormente lo veremos.
El culto de Santa Ana y la fiesta eclesiástica de la Presentación de la Virgen en el templo deben su origen a las tradiciones de este libro. Muchas de las encantadoras leyendas de Nuestra Señora se basan en historias del Protoevangelio. Los artistas no se han cansado de inspirarse en él.
La festividad de Santa Ana y San Joaquin y su inclusión en el martiriologico asi como la fiesta de la Natividad de nuestra Señor se basan en este protoevangelio.
PATROLOGIA RAMON TREVIJANO-ECHEVARRIA:
A partir del S. II (Protoevangelio de Santiago, Protoev) comienza la producción de textos que tratan de colmar las lagunas dejadas por las narraciones canónicas. El centro de interés puede ser la infancia de Jesús (Evangelio Eclesiástico de Tomás) o la pasión y resurrección (literatura de Pilato, Evangelio de Nicodemo, Evangelio de Bartolomé).
Evangelios legendarios.
En este grupo se integran tanto los Evangelios de la Infancia como la Literatura de Pilato. Nos vamos a detener sólo en el Protoevangelio de Santiago. Por su género literario corresponde a la literatura narrativa popular; pero por el trasfondo bíblico y una serie de motivos judeocristianos podemos clasificarlo como un midrás cristiano de tipo hagádico. Aunque el relato desemboca en la historia del nacimiento de Jesús y episodios posteriores (los Magos, matanza de los Inocentes, muerte de Zacarías en el santuario por orden de Herodes), es, más bien, una narración del nacimiento milagroso de María, hija del rico Joaquín y de su mujer Ana, de su crecimiento en el Templo y de su virginidad (confiada mediante una elección por sorteo al viudo con hijos José), que no quedó rota por el nacimiento virginal de Jesús. El autor pretende ser Santiago; lo que se ha entendido desde antiguo de Santiago, el hermano del Señor, hijo de un primer matrimonio de S. José. En realidad el libro no es anterior al 150. Presupone la historia canónica de la Infancia, aunque utiliza con mucha libertad tanto a Mt. como a Lc. Es probable que siga también tradiciones orales (nacimiento en una gruta de Belén). Orígenes, y probablemente Clemente Alejandrino, conocen ya la obra y Justino toca de cerca alguno de sus temas (nacimiento en la gruta, filiación davídica de María). Su objetivo es la glorificación de María y anuncia ya una serie de temas de la mariología. Su explicación de los "hermanos del Señor" fue considerada plausible hasta san Jerónimo. La explicación de tales "hermanos" como "primos" no sólo la desplazó, sino que motivó luego en Occidente una reacción polémica contra el Protoev. En Oriente fue una obra muy estimada, tanto por los ebionitas como por los Padres griegos. Por su exaltación de la virginidad es obra muy considerada por las iglesias siria, copta y armenia. Muestra esta obra la antigüedad del culto de María, ya muy avanzado en tiempo de la redacción. Tuvo gran influjo en el desarrollo de la mariología y significó mucho tanto para la liturgia y la piedad católica como para el arte.
Este autor vuelve nuevamente a insistir en el influjo e importancia de este apocrifo en mariologia ,liturgia y piedad catolica.....
HISTORIA DE LA LITURGIA-TOMO I MARIO RIGHETTI:
EVANGELIO APOCRIFO TRANSITUS MARIAE:
. Quizá con el difundirse la narración maravillosa del Transitus Mariae, que coincide con los primeros años del siglo VI, y con la afluencia de peregrinaciones a la tumba de la Virgen, en Jerusalén, se creyó oportuno recordar el suceso en la liturgia, dedicando particularmente a este misterio la fiesta genérica más solemne que ya se celebraba en su honor.
Es precisamente en el De transitu Mariae donde se encuentran las primeras memorias de una fiesta mariana el 15 de agosto, si bien sin ninguna relación con la dormición. El texto siríaco del Transitus narra que los apóstoles establecieron durante el año tres días conmemorativos de la Virgen: el 25 de enero (de seminibus), por el buen éxito de la sementera; el 15 de mayo (ad aristas), por la cosecha inminente, y el 15 de agosto (pro vitibus), para una vendimia próspera.
Vemos pues con la difusión de este apocrifo a partir del siglo VI la fiesta de la asunción empezo a adquirir mas fuerza y mas solemnidad.
SOBRE LA NATIVIDAD DICE:
Como primer documento de esta fiesta, tenemos un himno de San Romano, el famoso himnógrafo griego, compuesto por él entre el 536-556, y en el cual es puesta en bellos versos la narración del Proto-evangelio de Santiago. En Occidente, la Natividad de María no fue probablemente introducida antes del siglo Vil, si bien ya fuese solemnizada la de San Juan Bautista.
Gracias a un himno compuesto por San Romano melode, la fiesta de la Natividad empezo a cobrar fuerza, y este himno se basa en el protoevangelio de Santiago. Tenemos que este evangelio entonces ayudo a difundir la fiesta de la Natividad de Maria, o sea, tuvo papel importante en la liturgia de la Iglesia.
Creo que con esto es suficiente para demostrar claramente como no todos los apocrifos son condenados por la Iglesia, libros de patrologia, de liturgia, de historia de la Iglesia nos enseñan la importancia de estos apócrifos cristianos en la piedad, liturgia y el santoral de la Iglesia.
Espero entonces haber dejado claro el lugar de estos escritos dentro de la fe católica, son NO CANONICOS, nadie esta obligado a creer en ellos pero sus enseñanzas son utiles para compreder la historia del cristianismo y de la liturgia de la Iglesia.
FUENTES BIBLIOGRAFICAS:
PATROLOGIA-I. JOHANNEN QUASTEN.
LOS PADRES DE LA IGLESIA UNA GUIA INTRODUCTORIA- ENRIQUE MOLINE.
A. DE SANTOS OTERO, Los Evangelios apócrifos, BAC 148, Madrid 1993;
PATROLOGIA RAMON TREVIJANO-ECHEVARRIA.
HISTORIA DE LA LITURGIA-MARIO RIGHETTI.
Paginas webs:
http://ec.aciprensa.com/wiki/Ap%C3%B3crifo
http://ec.aciprensa.com/wiki/ActaPilati
http://www.vatican.va/romancuria/congregations/cfaith/documents/rcconcfaithdoc19660614de-indicis-libr-prohibsp.html.
http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/angelus/1987/documents/hfjp-iiang19870705.html
https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1997/documents/hfjp-iiaud15101997.pdf
http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2006/documents/hfben-xviaud20060628.html
https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1997/documents/hfjp-iiaud02071997.html
https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2006/documents/hfben-xviaud20060927.html
EVANGELIZA Y COMPARTE.
Si te quieres formar fuerte en la fe católica de una manera orgánica, inscríbete en la escuela de apologética online. Inscríbete en este momento en: https://dasm.defiendetufe.com/inicio-r/
Read more
Por: Jesús Urones
Escuela de Apologética Online DASM ¡INSCRIBETE YA MISMO!
https://dasm.defiendetufe.com/inicio-r/
Creo debe aclararse este tema de manera que aquellos que están empezando a conocer la fe católica no tengan dudas de cual es la postura de la Iglesia al respecto.
Para empezar debo aclarar que los evangelios apócrifos no son canónicos, pueden contener errores, e incluso muchas veces sus narraciones tienen rasgos mitológicos o incluso legendarios, pese a ello no debemos verlos como literatura herética pues NO TODOS LO SON. La gran mayoria si fueron escritos por herejes, gnósticos sobre todos, y en ellos se tergiversan y añaden leyendas sobre la vida y milagros de Jesús, sin embargo cabe mencionar que existen ciertos apócrifos que se les autodenominan católicos y estos no tienen contenido herético, si pueden tener leyendas sobre ciertos sucesos, por ello digo estos evangelios no son canónicos, ni inspirados. Sirven pues estos evangelios para entender mejor la historia del cristianismo, para el desarrollo litúrgico y doctrinal de la Iglesia, incluso en la arquitectura y el arte cristiano tienen un papel importante.
1.-MAGISTERIO DE LA IGLESIA SOBRE LOS APÓCRIFOS:
Aun cuando no son mencionados en el documento, cabe destacar que la referencia es general para todos aquellos libros prohibidos en algún momento, por ende, también le aplica a todos los apócrifos:
SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE NOTIFICACIÓN SOBRE LA ABOLICIÓN DEL ÍNDICE DE LIBROS PROHIBIDOS
Para responder a las citadas peticiones, esta Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, después de tratar la cuestión con el Santo Padre, declara que el índice conserva su vigor moral, en cuanto que orienta la conciencia de los fieles, para que, por exigencias del mismo derecho natural, tengan precaución ante los escritos que puedan poner en peligro la fe y las buenas costumbres; sin embargo, deja de tener la fuerza de ley eclesiástica con las censuras anejas.
Dado en Roma, en la Sede del Santo Oficio, el 14 de junio de 1966.
Es necesario aclarar que el indice conserva el vigor moral, es decir orienta a la conciencia justa y recta de los fieles, aquellos pues que tengan una fe básica y corran riesgo de confundirse es mejor no leerlos. Es algo que va relacionado con la virtud de la prudencia. Quizás moralmente no es aceptable leer este tipo de literatura pues puede generar confusión o ser piedra de tropiezo para otros hermanos (1Cor8:9) , pero también es cierto que a veces se necesito conocerlos para exponer ciertos temas y saber refutar los errores que de estos emanan ( pasa lo mismo con un apologista que lee un libro hereje para ver sus errores y luego refutarlo, no hay mal moral en ello).
Lo realmente importante es que la notificación dice que ya no hay censura eclesiástica sobre ellos, o sea no quedas excomulgado, ni anatemizado ni nada por el estilo.
Esto es de 1966 desde entonces podemos entender y comprender que todas las condenas hacia los libros prohibidos han sido levantadas en el orden eclesiástico, por ello nadie ca en herejia, ni en cisma, ni en apostasía ni en excomunión citando, leyendo, libros apócrifos.
Para dar prueba más veridica de esto, voy a citar como los últimos Papas se han referido a ciertos evangelios apócrifos en sus enseñanzas diarias, angelus, audiencias etc.
JUAN PABLO II CITANDO APOCRIFOS:
Angelus Domingo 05 de Julio de 1987:
Hoy nos dirigimos en peregrinación espiritual a un santuario ligado a la memoria delNacimiento de la Virgen Santísima. Una antigua tradición, a la cual se hace referencia en un apócrifo del siglo II, el Protoevangelio de Santiago, sitúa en Jerusalén, junto al templo, la casa en que nació la Virgen. Los cristianos, desde el siglo V en adelante, han celebrado la memoria de la Natividad de María en la gran iglesia construida frente al templo, sobre la Piscina Probática, donde Jesús curó al paralítico (cf. Jn 5, 1-9).
Audiencia General Miercoles 15 de octubre de 1997
Además, bajo el influjo del «Protoevangelio de Santiago», se instituyeron las fiestas de la Natividad, la Concepción y la Presentación, que contribuyeron notablemente a destacar algunos aspectos importantes del misterio de María.
Audiencia General del 02 de julio de 1997:
El primer testimonio de la fe en la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos, titulados «Transitus Mariae », cuyo núcleo originario se remonta a los siglos II-III. Se trata de representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de fe del pueblo de Dios.
BENEDICTO XVI CITANDO APOCRIFOS:
Audicencia General Miercoles 28 de Junio del 2006:
Además del apócrifo Protoevangelio de Santiago, que exalta la santidad y la virginidad de María, la Madre de Jesús, está unida a este Santiago en especial la Carta que lleva su nombre.
Audiencia general Miercoles 27 de Septiembre de 2006:
El cuarto evangelio nos ha conservado una última referencia a Tomás, al presentarlo como testigo del Resucitado en el momento sucesivo de la pesca milagrosa en el lago de Tiberíades (cf. Jn 21, 2). En esa ocasión, es mencionado incluso inmediatamente después de Simón Pedro: signo evidente de la notable importancia de que gozaba en el ámbito de las primeras comunidades cristianas. De hecho, en su nombre fueron escritos después los Hechos y el Evangelio de Tomás, ambos apócrifos, pero en cualquier caso importantes para el estudio de los orígenes cristianos.
Es fundamental destacar que el Papa Benedicto XVI habla de que los apócrifos son importantes para estudiar el origen del cristianismo, y eso que lo dice hablando de un evangelio apócrifo, no católico, como es el de Tomás.
El Papa Benedicto XVI sabe de la importancia que han tenido algunos apocrifos en la liturgia, arte y enseñanzas de la fe, pues de ellos salieron ciertas tradicciones litúrgicas, ciertas fiestas marianas, e incluso son apreciados en otros ritos de la Iglesia como el copto, sirio, armenio o griego.
Por ello es que para conocer la historia del cristianismo es necesario conocer los apócrifos y su lugar dentro de la Iglesia ( podemos decir que su lugar es puramente informativo y a veces piadoso).
2.-DIFERENTES TIPOS DE APOCRIFOS:
No podemos meter a todos los apócrifos en el mismo saco, ni verlos todos por igual, pues aun cuando no son libros canónicos, algunos de ellos ofrecen datos valiosos para la piedad popular o para la liturgia de la Iglesia. Creo es buena referencia citar la Enciclopedia Católica en este tema y ver la clasificación que ella realiza:
APÓCRIFOS DE ORIGEN CRISTIANO
El término cristiano se usa aquí en un sentido comprehensivo y abarca obras producidas tanto por católicos como por herejes, éstos últimos son principalmente los miembros de las varias ramas o escuelas de Gnosticismo que florecieron en los siglos segundo y tercero. Los escritos apócrifos cristianos en general, imitan a los libros del Nuevo Testamento y, por consiguiente, con pocas excepciones, caen bajo la descripción de Evangelios, Hechos, Epístolas y Apocalipsis.
Conforme a esto, sabemos entonces que hay unos evangelios que son apócrifos, escritos por católicos, y otros evangelios apócrifos escritos por herejes, fundamentalmente gnósticos del siglo II al III.
Posteriormente la enciclopedia católica pasa a enumerar el listado de evangelios apócrifos católicos:
Evangelios apócrifos de origen católico
Protoevangelium Jacobi, o Evangelio de la infancia de Santiago.
Evangelio de S. Mateo.
Evangelio árabe del la Infancia
Evangelio de Gamaliel
El Transitus Mariæ o Evangelium Joannis
APOCRIFOS HERETICOS:
Evangelios apócrifos heréticos o judíos:
Evangelio según los Hebreos
Evangelio según los Egipcios
Evangelio de S. Pedro
Evangelio de S. Felipe
Evangelio de Sto. Tomás
Evangelio de S. Bartolomé
Evangelio de los Doce Apóstoles
Otros Evangelios
Es suficiente con anotar la existencia de otros Pseudos-Evangelios de los que aparte de los nombre, poco se conoce. Hubo un Evangelio de S. Andrés, probablemente idéntico al Gnóstico “Hechos de Andrés”; un Evangelio de Bernabé, un Evangelio de Tadeo, un Evangelio de Eva y hasta uno de Judas Iscariote, utilizado por los gnósticos Cainitas, que glorificaba al traidor.
Vemos entonces como el protoevangelio de Santiago, el Transitus Mariae, son evangelios apocrifos cristianos, y son los que anteriormente han citado los papas Benedicto XVI y Juan Pablo II. Ciertamente existe otro grupo de evangelios APOCRIFOS HERÉTICOS, que son en su mayoria gnosticos escritos entre los siglos II AL IV dC de los cuales nada bueno podemos sacar.
Sin embargo eso no podemos decirlo de aquellos evangelios apocrifos cristianos que en su momento fueron usados por padres de la Iglesia y que de ellos se han sacado elementos liturgicos importantes e incluso nombres para el martiriologico ( nombres de santos). Como he dicho, estos apocrifos cristianos son escritos piadosos, nadie esta obligado a creer en ELLOS!!! pero tampoco debemos condenar a aquel que crea en ellos....
3.- DATOS SACADOS DE LOS APOCRIFOS:
-Voy a intentar hacer un breve resumen de los datos que la Iglesia ha sacado de los apocrifos y que son usados en el martiriológico romano/liturgia/festividades/himnos etc, pero antes considero necesario que esta idea sea apoyada por otros teologos de renombre y especialistas en la materia, para que nadie pueda acusarme de inventarme cosas......( mis comentarios iran en azul)
LOS PADRES DE LA IGLESIA UNA GUIA INTRODUCTORIA—ENRIQUE MOLINE:
Cuando nos habla del Pseudo Evangelio de Mateo y Protoevangelio de Santiago dice:
(Este fragmento refleja a la vez una gran admiración por la virgen Maria y una mentalidad monacal con otros análogos, influyo mucho en obras posteriores como las de Sor Maria Agreda y la madre Emmerich).
Parece ser que ciertos evangelios apocrifos influyeron en misticos ilustres del cristianismo como Sor Maria Agreda o la beata Emmerich ( fundamentalmente en sus visiones y obras). También podriamos citar aqui las Revelaciones de Santa Brigida que tienen elementos tomados de estos apócrifos.
PATROLOGIA- JOHANNES QUASTEN:
El Evangelio de Nicodemo.
Los Hechos de Pilatos del Evangelium Nicodemi, que se conservan en griego y en traducciones siríaca, armenia, copla, árabe y latina, tuvieron consecuencias muy curiosas. Los cristianos de Siria y Egipto veneraron a Pilatos como santo y mártir, y aun hoy día sigue en el calendario litúrgico de la iglesia copta. Durante la Edad Media, la influencia de los Hechos en la literatura y en el arte fue enorme.
Debemos saber que el nombre de San Dimas y el del segundo ladron Gestas han sido sacado de esta obra. La festividad de san Dimas es el 25 de marzo, es el único canonizado por Jesucristo. Como enseña la Enciclopedia catolica este escrito no lo escribio ningun hereje ni gnostico.
El Protoevangelio de Santiago.
La primera referencia al Libro de Santiago la encontramos en Orígenes; dice que este libro hace de "los hermanos del Señor" hijos de José habidos de una primera mujer. Pero ya antes de Orígenes, Clemente de Alejandría, su maestro, y Justino Mártir refieren incidentes relativos al nacimiento de Jesús que también se relatan en el Protoevangelio.
El libro es, probablemente, de mediados del siglo II; en todo caso, es cierto que existía al finalizar el siglo. Contiene la narración más antigua del nacimiento milagroso y de la infancia y adolescencia de la Virgen María. En él aparecen por vez primera los nombres de los padres de María, Joaquín y Ana.
Datos importantes de este apocrifo:
Usado por Origenes, Clemente de Alejandria, Justino Martir, San Epifanio también lo uso.
Primero en hablarnos de San Joaquin y Santa Ana, los padres de Maria y abuelos de Cristo.
La forma actual del texto griego data del siglo IV, pues lo utilizó Epifanio a fines del mismo siglo. El Protoevangelio alcanzó una gran difusión, como lo demuestra el hecho de que se conserven unos treinta manuscritos del texto griego. Poseemos, además, antiguas traducciones en siríaco, armenio, copto y eslavo. Con todo, no ha aparecido todavía ningún manuscrito latino de este evangelio.
Otro dato importante es la gran difusión pues esta escrito en los principales idiomas antiguos de la fe cristiana: el armenio, el copto, el sirio, el eslavo. Con razón esta asociado muy extrechamente a estas Iglesias. Tanto este escrito como el Pseudo Mateo nos hablan de la mula y el buey en el gruta o cueva donde nacio Cristo. Por ello se adquirio la tradicción de poner una mula y un buey en el pesebre ( este evangelio hace referencia a Habacuc 3:2 e Isaias 1:3-4 ). La idea de gruta o cueva donde nació Cristo es usada también por San Justino martir (Dialogo 78).
El Decretum Gelasianum de libris recipiendis et non recipiendis, del siglo VI, condena el escrito como herético. No obstante, no cabe exagerar al hablar de la influencia que este evangelio de la Natividad ha ejercido en el campo de la liturgia, de la literatura y del arte.
Sin embargo cabe decir que actualmente es dudosa la autoria del Papa Gelasio con respecto a este Decreto. Como bien indica Quasten, este evangelio fue fundamental en la literatura, el arte y liturgia, posteriormente lo veremos.
El culto de Santa Ana y la fiesta eclesiástica de la Presentación de la Virgen en el templo deben su origen a las tradiciones de este libro. Muchas de las encantadoras leyendas de Nuestra Señora se basan en historias del Protoevangelio. Los artistas no se han cansado de inspirarse en él.
La festividad de Santa Ana y San Joaquin y su inclusión en el martiriologico asi como la fiesta de la Natividad de nuestra Señor se basan en este protoevangelio.
PATROLOGIA RAMON TREVIJANO-ECHEVARRIA:
A partir del S. II (Protoevangelio de Santiago, Protoev) comienza la producción de textos que tratan de colmar las lagunas dejadas por las narraciones canónicas. El centro de interés puede ser la infancia de Jesús (Evangelio Eclesiástico de Tomás) o la pasión y resurrección (literatura de Pilato, Evangelio de Nicodemo, Evangelio de Bartolomé).
Evangelios legendarios.
En este grupo se integran tanto los Evangelios de la Infancia como la Literatura de Pilato. Nos vamos a detener sólo en el Protoevangelio de Santiago. Por su género literario corresponde a la literatura narrativa popular; pero por el trasfondo bíblico y una serie de motivos judeocristianos podemos clasificarlo como un midrás cristiano de tipo hagádico. Aunque el relato desemboca en la historia del nacimiento de Jesús y episodios posteriores (los Magos, matanza de los Inocentes, muerte de Zacarías en el santuario por orden de Herodes), es, más bien, una narración del nacimiento milagroso de María, hija del rico Joaquín y de su mujer Ana, de su crecimiento en el Templo y de su virginidad (confiada mediante una elección por sorteo al viudo con hijos José), que no quedó rota por el nacimiento virginal de Jesús. El autor pretende ser Santiago; lo que se ha entendido desde antiguo de Santiago, el hermano del Señor, hijo de un primer matrimonio de S. José. En realidad el libro no es anterior al 150. Presupone la historia canónica de la Infancia, aunque utiliza con mucha libertad tanto a Mt. como a Lc. Es probable que siga también tradiciones orales (nacimiento en una gruta de Belén). Orígenes, y probablemente Clemente Alejandrino, conocen ya la obra y Justino toca de cerca alguno de sus temas (nacimiento en la gruta, filiación davídica de María). Su objetivo es la glorificación de María y anuncia ya una serie de temas de la mariología. Su explicación de los "hermanos del Señor" fue considerada plausible hasta san Jerónimo. La explicación de tales "hermanos" como "primos" no sólo la desplazó, sino que motivó luego en Occidente una reacción polémica contra el Protoev. En Oriente fue una obra muy estimada, tanto por los ebionitas como por los Padres griegos. Por su exaltación de la virginidad es obra muy considerada por las iglesias siria, copta y armenia. Muestra esta obra la antigüedad del culto de María, ya muy avanzado en tiempo de la redacción. Tuvo gran influjo en el desarrollo de la mariología y significó mucho tanto para la liturgia y la piedad católica como para el arte.
Este autor vuelve nuevamente a insistir en el influjo e importancia de este apocrifo en mariologia ,liturgia y piedad catolica.....
HISTORIA DE LA LITURGIA-TOMO I MARIO RIGHETTI:
EVANGELIO APOCRIFO TRANSITUS MARIAE:
. Quizá con el difundirse la narración maravillosa del Transitus Mariae, que coincide con los primeros años del siglo VI, y con la afluencia de peregrinaciones a la tumba de la Virgen, en Jerusalén, se creyó oportuno recordar el suceso en la liturgia, dedicando particularmente a este misterio la fiesta genérica más solemne que ya se celebraba en su honor.
Es precisamente en el De transitu Mariae donde se encuentran las primeras memorias de una fiesta mariana el 15 de agosto, si bien sin ninguna relación con la dormición. El texto siríaco del Transitus narra que los apóstoles establecieron durante el año tres días conmemorativos de la Virgen: el 25 de enero (de seminibus), por el buen éxito de la sementera; el 15 de mayo (ad aristas), por la cosecha inminente, y el 15 de agosto (pro vitibus), para una vendimia próspera.
Vemos pues con la difusión de este apocrifo a partir del siglo VI la fiesta de la asunción empezo a adquirir mas fuerza y mas solemnidad.
SOBRE LA NATIVIDAD DICE:
Como primer documento de esta fiesta, tenemos un himno de San Romano, el famoso himnógrafo griego, compuesto por él entre el 536-556, y en el cual es puesta en bellos versos la narración del Proto-evangelio de Santiago. En Occidente, la Natividad de María no fue probablemente introducida antes del siglo Vil, si bien ya fuese solemnizada la de San Juan Bautista.
Gracias a un himno compuesto por San Romano melode, la fiesta de la Natividad empezo a cobrar fuerza, y este himno se basa en el protoevangelio de Santiago. Tenemos que este evangelio entonces ayudo a difundir la fiesta de la Natividad de Maria, o sea, tuvo papel importante en la liturgia de la Iglesia.
Creo que con esto es suficiente para demostrar claramente como no todos los apocrifos son condenados por la Iglesia, libros de patrologia, de liturgia, de historia de la Iglesia nos enseñan la importancia de estos apócrifos cristianos en la piedad, liturgia y el santoral de la Iglesia.
Espero entonces haber dejado claro el lugar de estos escritos dentro de la fe católica, son NO CANONICOS, nadie esta obligado a creer en ellos pero sus enseñanzas son utiles para compreder la historia del cristianismo y de la liturgia de la Iglesia.
FUENTES BIBLIOGRAFICAS:
PATROLOGIA-I. JOHANNEN QUASTEN.
LOS PADRES DE LA IGLESIA UNA GUIA INTRODUCTORIA- ENRIQUE MOLINE.
A. DE SANTOS OTERO, Los Evangelios apócrifos, BAC 148, Madrid 1993;
PATROLOGIA RAMON TREVIJANO-ECHEVARRIA.
HISTORIA DE LA LITURGIA-MARIO RIGHETTI.
Paginas webs:
http://ec.aciprensa.com/wiki/Ap%C3%B3crifo
http://ec.aciprensa.com/wiki/ActaPilati
http://www.vatican.va/romancuria/congregations/cfaith/documents/rcconcfaithdoc19660614de-indicis-libr-prohibsp.html.
http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/angelus/1987/documents/hfjp-iiang19870705.html
https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1997/documents/hfjp-iiaud15101997.pdf
http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2006/documents/hfben-xviaud20060628.html
https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1997/documents/hfjp-iiaud02071997.html
https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2006/documents/hfben-xviaud20060927.html
EVANGELIZA Y COMPARTE.
Si te quieres formar fuerte en la fe católica de una manera orgánica, inscríbete en la escuela de apologética online. Inscríbete en este momento en: https://dasm.defiendetufe.com/inicio-r/
Read more
Por: José Miguel Arráiz
Escuela de Apologética Online DASM ¡INSCRIBETE YA MISMO! Contáctanos por WhatsApp al + 1 602-295-9407 o visita nuestra página web: https://dasm.defiendetufe.com/inicio-r/
Recientemente estaba platicando con un pastor evangélico (Fernando García Sotomayor quien es rector del Seminario Teológico Rhema Internacional de Colombia) y el tema bifurcó en la típica apología fundamentalista donde se acusa a la Iglesia Católica (y a las iglesias evangélicas que participan del movimiento ecuménico) de ser la “ramera de Babilonia".
Entre los comentarios que salieron a resucir mi amigo pastor me comentó que esto lo reconocían inclusive los padres de la Iglesia, entre ellos San Agustín, para lo cual escribió:
“San Agustín en su libro La Ciudad de Dios llama a Roma una segunda Babilonia “Babilonia, es una Roma anterior y Roma una Babilonia posterior. Roma es Hija de babilonia””
Ahora bien, San Agustín efectivamente vió en la Roma pagana (no la cristiana) una segunda Babilonia, y así se lo hice notar, por eso enfaticé la pregunta y le pedi especificar si creía que cuando San Agustín hablaba de Roma se refería a la Iglesia Católica. Entre otras cosas respondió:
“La diferencia entre la Roma pagana y la Roma cristiana la haces tu. No estos insignes hombres de fe”
Suministró también la siguiente fuente: “Frank M Boyd. La biblia a su alcance. Ed. Vida. Pags. 200-229.
En este estudio haré un breve análisis de la obra de San Agustín Ciudad de Dios, así como de algunos de sus otros escritos, para así dilusidar si es “cosa mía” y no del insigne San Agustín el diferenciar entre la Roma pagana y la Iglesia Católica Romana. Esto permitirá conocer mejor el pensamiento Agustiniano y evitar que para futuras ocasiones este pueda ser descontextualizado de esta manera.
Los textos de la obra Ciudad de Dios se tomarán integramente del sitio protestante:
http://www.iglesiareformada.com/Agustin_Ciudad.html
Contexto y finalidad de la obra.
En el proemio del libro I San Agustín habla de la finalidad por la cual la ha escrito. En resumen las razones son dos:
1) Para defender la gloria de la ciudad de Dios. Respecto a esto escribe:
“En esta obra, que va dirigida a ti, y te es debida mediante mi palabra, Marcelino, hijo carísimo, pretendo defender la gloriosa Ciudad de Dios” Proemio. Libro I
2) Para denunciar el destino de la ciudad terrena.
“Y así, tampoco pasaremos en silencio acerca de la Ciudad terrena (que mientras más ambiciosamente pretende reinar con despotismo; por, más que las naciones oprimidas con su insoportable yugo la rindan obediencia y vasallaje, el mismo apetito de dominar viene a reinar sobre ella) nada de cuanto pide la naturaleza de esta obra, y lo que yo penetro con mis luces intelectuales.” Proemio, Libro I
¿Pero que eran para San Agustín la ciudad de Dios y la ciudad terrena?. El mismo lo explica en el libro décimoquinto (XV) de la obra.
“Sin embargo, soy de sentir que quedan plenamente satisfechas y comprobadas las cuestiones más arduas, espinosas y dificultosas que se citan acerca del principio o fin del mundo o del alma, o del mismo linaje humano, al cual hemos distribuido en dos géneros: el uno de los que viven según el hombre, y el otro, según, Dios; y a esto llamamos también místicamente dos ciudades, es decir, dos sociedades o congregaciones de hombres de las cuales la una está predestinada para reinar eternamente con Dios, y la otra para padecer eterno tormento con el demonio”
En el pensamiento de Agustín, conviven en la tierra dos ciudades, una terrena, y la otra celestial que es la Iglesia peregrina compuesta por los cristianos.
Parte de aquí para hacer frente a los partidarios del paganismo que atribuían a ellos y al nombre de Cristo las calamidades acaecidas a Roma. San Agustín para quien la Iglesia es la ciudad de Dios sobre la tierra, realiza esta defenza apologética para combatir estas acusasiones y en virtud de eso titula el primer libro de la obra “La devastación de Roma no fue castigo de los dioses debido al cristianismo”.
San Agustín habla de como los paganos se refugiaron en los sagrados Templos Católicos durante la destrucción de Roma.
En el capítulo I del libro I San Agustín comienza por hablar como estos enemigos de la Iglesia Católica deberían estar agradecidos, ya que muchos salvaron sus vidas en la destrucción de la ciudad al guarecerse en los templos católicos de la ciudad de Roma. Así, titula el capítulo primero “de los enemigos del nombre cristiano; y de cómo éstos fueron perdonados por los bárbaros, por reverencia de Cristo, después de haber sido vencidos, en el saqueo y, destrucción de la ciudad”.
A este respecto escribe:
“…muchos, abjurando sus errores, vienen a ser buenos ciudadanos; pero la mayor parte la manifiestan un odio inexorable y eficaz, mostrándose tan ingratos y desconocidos a los evidentes beneficios del Redentor, que en la actualidad no podrían mover contra ella sus maldicientes lenguas si cuando huían el cuello de la segura vengadora de su contrario no hallaran la vida, con que tanto se ensoberbecen, en sus sagrados templos. Por ventura, ¿no persiguen el nombre de Cristo los mismos romanos a quienes, por respeto y reverencia a este gran Dios, perdonaron la vida los bárbaros? Testigos son de esta verdad las capillas de los mártires y las basílicas de los Apóstoles, que en la devastación de Roma acogieron dentro, de sí, a los que precipitadamente, y temerosos de perder sus vidas, en la fuga ponían sus esperanzas, en cuyo numero se compren dieron no sólo los gentiles, sino también los cristianos: Hasta estos lugares sagrados venía ejecutando su furor el enemigo, pero allí mismos amortiguaba o apagaba el furor de encarnizado asesino, y, al fin, a esto sagrados lugares conducían los piadosos enemigos a los que, hallados fuera de los santos asilos, habían perdonado las vidas, para que no cayese en las manos de los que no usaba ejercitar semejante piedad, por lo que es muy digno de notar que una nación tan feroz, que en todas parte se manifestaba cruel y sanguinaria, haciendo crueles estragos, luego que se aproximó a los templos y capillas, donde la estaba prohibida su profanación, así como el ejercer las violencias que en otras partes la fuera permitido por derecho de la guerra, refrenaba del todo el ímpetu furioso de su espada, desprendiéndose, igualmente del afecto de codicia que la poseía de hacer una gran presa en ciudad tan rica y abastecida. De esta manera libertaron sus vidas muchos que al presente infaman y murmuran de los tiempos cristianos, imputando a Cristo los trabajos y penalidades que Roma padeció, y no atribuyendo a este gran Dios el beneficio incomparable que consiguieron por respeto a su santo nombre de conservarles las vidas;” Libro I Capítulo I
Ya cualquiera que hubiera aunque sea leido el comienzo de la obra podido notar “curioso” que San Agustín se refiriera a la Iglesia Católica como “la ramera” mientras se refería a sus templos en Roma y a “las capillas de los mártires y basílicas de los apóstoles” como “lugares sagrados“. Más adelante continúa.
“Deberían, por la misma causa, estos vanos impugnadores atribuir a los tiempos en que florecía el dogma católico la particular gracia de haberles hecho merced de sus vidas los bárbaros, contra el estilo observado en la guerra, sin otro, respeto que por indicar su, sumisión y reverencia a Jesucristo, concediéndoles este singular favor en cualquier lugar que los hallaban, y con especialidad a los que se acogían al sagrado de los templos, dedicados al augusto nombre de nuestro Dios” Libro I Capítulo I
Finaliza echándoles en cara como muchos de los que en ese momento atacaban a la Iglesia, habían llegado al extremo de fingir abrazar la fe católica. Sin embargo, una vez salvados ahora se comportaban con desagradecimiento atacando a la Iglesia, y demostrando que su confesión de fe no fue de corazón:
“…porque, muchos de estos que veis que con, tanta libertad y desacato hacen escarnio de los siervos de Jesucristo no hubieran huido de su ruina y muerte si no fingiesen que eran católicos; y ahora su desagradecimiento, soberbia y sacrílega demencia, con dañado corazón se opone a aquel santo nombre; que, en el tiempo de sus infortunios le sirvió de antemural, irritando de este modo la divina justicia y dando motivo a que su ingratitud sea castigada con aquel abismo de males y dolores, que están preparados perpetuamente a los malos, pues su confesión, creencia y gratitud fue no de corazón, sino con la boca, por poder disfrutar más tiempo de las felicidades momentáneas y caducas de esta vida.”
Posteriormente en el capítulo III del mismo libro habla de “Cuán imprudentes fueron los romanos en creer que los dioses Penates, que no pudieron guardar a Troya, les habían de aprovechar a ellos”. Cuestionaba así no a la Iglesia de Roma, quien no fue precisamente quien encomendó el cuidado la ciudad a los dioses de Troya, sino a los partidarios del romanos paganos enemigos de la Iglesia en la ciudad.
Como se refiere San Agustín a quienes abandonan la Iglesia Católica
En el capítulo XXV del libro XXI, habla de como los herejes y hereciarcas pertinaces que abandonan la Iglesia Católica no se librarán del tormento eterno aunque hayan sido bautizados en ella y recibieron el sacramento de la Eucaristía, ya que su estado de apostasía le hace ser peor que un infiel.
“Por otra parte, tampoco éstos, que entienden bien que no debe decir que come el cuerpo de Cristo el que no está en el cuerpo de Cristo, prometen erróneamente a los que de la unidad de aquel cuerpo caen en la herejía o en la superstición de los gentiles, la liberación del fuego eterno. Lo primero, porque deben considerar cuán intolerable cosa sea y cuán por extremo ajena y descaminada de la doctrina sana que los más o casi todos los que salen del gremio de la Iglesia católica siendo autores de herejías y haciéndose heresiarcas sean mejores que los que nunca fueron católicos o cayeron en los lazos de ellos, casó de que a los tales heresiarcas se les librara del tormento eterno porque fueron bautizados en la Iglesia católica y recibieron al principio, estando en la unión del verdadero cuerpo de Cristo, el Sacramento del sacrosanto cuerpo de Cristo; pues sin duda es peor el que apostató y desamparó la fe, y de apóstata se hizo cruel combatidor de la fe, que aque que no dejó ni desamparó la que nunca tuvo; Lo segundo, porque tambiéi a éstos los ataja el Apóstol, después de haber insinuado las obras de la carne, amenazándoles con la misma verdad: «que los que hacen semejantes obras no poseerán el reino de Dios»” Libro XXI Capítulo XXV
Sin embargo en el capítulo segundo del libro decimo sexto agrega que el surgimiento de herejías fortalece la fe católica, ya que da ocasión de predicar la verdad con mayor vigor y da la oportunidad para aprender:
“Aunque todo esto, viene a redundar en utilidad de los proficientes, conforme a la expresión del Apóstol: «Que conviene que haya herejías para que los buenos se echen de ver entre vosotros»; y por eso mismo dice la Escritura: «El hijo atribulado y ejercitado en las penalidades será sabio, y del Imprudente y malo se servirá como de ministro y siervo. »
Porque muchas cosas que pertenecen a la fe católica, cuando los herejes, con su cautelosa y astuta inquietud, las turban y desasosiegan, entonces, para poderlas defender de ellos, se consideran con más escrupulosidad y atención, se perciben con mayor claridad, se predican con mayor vigor y constancia, y la duda o controversia que excita el contrario sirve de ocasión propicia para aprender.” Capítulo II Libro XVI
Así mismo en el capítulo LI del libro XVIII habla de “Cómo por las disensiones de los herejes se confirma también y corrobora la fe católica”.
Habla aquí refiriendose a estos herejes que abandonan la Iglesia Católica y que rechazan de forma pertinaz la corrección perseverando en la herejía son causa de se desacredite el nombre cristiano. Aunque se digan cristianos (comenta), y cuenten con la Escritura y los sacramentos con sus continuas divisiones y disensiones son causa de que se blasfeme el nombre de Cristo.
“Los que en la Iglesia de Cristo están imbuidos en algún contagioso error, habiéndoles corregido y advertido para que sepan lo que es sano y recto, sin embargo, resisten vigorosamente y no quieren enmendar sus pestilentes y mortíferas opiniones, sino que obstinada mente las defienden, éstos se hacen herejes, y saliendo del gremio de la Iglesia son tenidos en el número de lo enemigos que la ejercitan y afligen. Porque aun de este modo con su mal aprovechan también a los verdaderos católicos que son miembros de Cristo, usando Dios bien aun de los malos…”
“pues por ellos se desacredita y blasfema el nombre cristiano y católico; el cual, cuanto más le aman y estiman los que quieren vivir santamente en Cristo, tanto más les duele lo que practican los malos que están dentro y que no sea tan amado y apreciado como desean de las almas pías. Los mismos herejes, cuando se considera que tienen el nombre cristiano, los Sacramentos cristianos, las Escrituras y profesión, causan gran dolor en los corazones de los piadosos, porque a muchos que quieren ser también cristianos estas discordias y disensiones les obligan a dudar, y muchos maldicientes hallan también en ellos materia proporcionada y ocasión para blasfemar el nombre cristiano, puesto que se llaman cristianos, cualquiera que sea la denominación que quiera dárseles.” Capítulo I Libro XVI
También habla de como los profetas vaticinaron a Cristo y a su Iglesia, la cual ya no está cautiva sino que ahora pueden todas las gentes acogerse a la protección de la fe católica:
“Réstanos, pues, tres profetas de los doce menores que profetizaron en lo últimos años de la cautividad: Ageo. Zacarías y Malaquías. Entre éstos, Ageo con toda claridad, nos vaticina a Cristo y a su Iglesia en estas breves y compendiosas palabras.: «Esto dice el Señor de los ejércitos: de aquí a poco tiempo moveré el cielo y la tierra, el mar y la tierra firme; moveré todas las naciones y vendrá el deseado por todas las gentes.» Esta profecía en parte la vemos cumplida, y lo que de ella resta esperamos ha de cumplirse al fin del mundo. Porque ya movió el cielo con el testimonio de los ángeles y de las estrellas cuando encarnó Cristo; movió la tierra con el estupendo milagro del mismo parto de la Virgen; movió el mar y la tierra firme, puesto que en las islas y en todo el mundo se predica el nombre de Jesucristo, y así vemos venir todas las gentes a acogerse bajo la protección de la fe católica.” Libro XVIII Capítulo XXXV
Roma, una segunda Babilonia, bajo su verdadero contexto.
En varias ocasiones de la obra San Agustín se refiere a la Roma pagana (no cristiana) como una segunda Babilonia, veamoslas una por una para analizar su verdadero contexto. Una de ellas es en el capítulo XVII del libro XVI.
“En Asia prevaleció imperio y dominio de la ciudad impía, cuya cabeza era Babilonia, nombre muy acomodado a esta ciudad terrena, porque Babilonia es lo mismo que confusión. En ella reinaba Nino después de la muerte de su padre Belo, que fue el primero que allí reinó sesenta y cinco años; y su hijo Nino, que, muerto el padre, sucedió en el reino, reinó cincuenta y dos años, y corría el año 43 de su reinado cuando nació Abraham, que seria el año de 1200, poco más o menos, antes de la fundación de Roma, que fue como otra segunda Babilonia en el Occidente.” Capítulo XVII Libro XVI
Aquí Agustín habla de Roma en “pasado” como una segunda Babilonia, cuando esta fue fundada y vino a ser en el pasado como una segunda Babilonia. Notese que se refiere a la Ciudad de Roma, no a la Iglesia cristiana que nisiquiera existía en ese entonces.
Lo hace en el capítulo II del libro XVIII:
“Pero los asuntos que hubiéramos de insertar en esta obra, para comparar entre sí ambas Ciudades, es a saber, la terrena y la celestial, los iremos tornando mejor de los griegos y latinos, entre los cuales se halla la misma Roma como otra segunda Babilonia. ” Capítulo II, Libro XVIII
Y en el capítulo XXII del libro XVIII:
“Por no detenerme demasiado, diré que se fundó la ciudad de Roma como otra segunda Babilonia, y como una hija de la primera Babilonia, por medio de la cual fue Dios servido conquistar todo el ámbito de la tierra, y ponerle en paz, reduciéndole todo bajo el gobierno de una sola república y bajo unas mismas leyes. ” Capítulo XXII libro XVIII
En estas tres ocasiones San Agustín no habla de la Iglesia de allí, sino de la ciudad que luego de su fundación llegó a ser una segunda Babilonia. En todos estos textos hace referencia a la Roma pagana y no cristiana. Esto concuerda perfectamente con la interpretación tradicional católica donde la Roma pagana perseguidora y opresora de los cristianos vendría representando lo que en otros tiempos representó Babilonia para el pueblo judío. Nosotros los católicos creemos inclusive que cuando San Pedro en su epístola saluda desde “Babilonia” lo hace en clave para indicar que está en Roma, más sería absurdo pensar que creía que la Iglesia de Roma (para la cual el mismo apostol Pablo no escatima elogios en sus epistolas) como “la ramera".
Es por eso que asumir de buenas a primeras ignorando el contexto que San Agustín se refería a la Iglesia de Roma más que simplista es una descontextualización tremenda de su pensamiento, el cual si conociera aunque fuera un poco podría haber deducido que este razonamiento no es coherente ni tiene sentido. Pero para profundizar sobre esto pasemos al siguiente punto:
¿Cual era la posición de San Agustín respecto a la Iglesia de Roma?
Para San Agustín en Roma también está la sede de Pedro confirmada por la sucesión de obispos, por eso se refiere a ella frecuentemente como la “Sede apostólica”. Así, a los maniqueos que se habían apartado de la Iglesia Católica escribe:
“Aún prescindiendo de la sincera y genuina sabiduría…, que en vuestra opinión no se halla en la Iglesia Católica, muchas otras razones me mantienen en su seno: el consentimiento de los pueblos y de las gentes; la autoridad, erigida con milagros, nutrida con la esperanza, aumentada con la caridad, confirmada por la antigüedad; la sucesión de los obispos desde la sede misma del apóstol Pedro, a quien el Señor encomendó, después de la resurrección, apacentar sus ovejas, hasta el episcopado de hoy; y en fin, el apelativo mismo de Católica, que son sin razón sólo la Iglesia ha alcanzado….Estos vínculos del nombre cristiano – tantos, tan grandes y dulcísimos- mantienen al creyente en el seno de la Iglesia católica, a pesar de que la verdad, a causa de la torpeza de nuestra mente e indignidad de nuestra vida, aún no se muestra”. San Agustín. C. ep. Man. 4,5.
En su epístola 53 escribe:
“Si la sucesión de obispos es tomada en cuenta, cuanto más cierta y beneficiosa la Iglesia que nosotros reconocemos llega hasta Pedro mismo, aquel quien portó la figura de la Iglesia entera, el Señor le dijo: “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella!”. El sucesor de Pedro fue Linus, y sus sucesores en orden de sucesión ininterrumpida fueron estos: Clemente, Anacleto, Evaristo, Alejandro, Sixto, Telesforo, Higinio, Aniceto, Pío, Sotero, Eleuterio, Victor, Ceferino, Calixto, Urbano, Ponciano, Antero, Fabián, Cornelio, Licio, Esteban, Sixto, Dionisio, Felix, Eutiquiano, Cayo, Marcelino, Marcelo, Eusebio, Miltiades, Silvestre, Marcos, Julio, Liberio, Damaso, y Siricius, cuyo sucesor es el presente obispo Anastasio. En esta orden de sucesión, ningún obispo donatista es encontrado”. San Agustín. Ep. 53,2
En esta epístola San Agustín es particularmente claro porque refiriendose a la Iglesia de Roma la señala como la que llega hasta Pedro mismo y menciona uno por uno los obispos de Roma.
Pero si todavía quedasen dudas sobre el pensamiento de Agustín nada más claro que las siguientes palabras:
No puede creerse que guardáis la fe católica los que no enseñáis que se debe guardar la fe romana. San Agustín, Serm.120 n.13
Para San Agustín, la primacía de la cátedra apostólica residió siempre en la Iglesia de Roma:
“…Veínan que Ceciliano estaba unido por cartas de comunión a la Iglesia romana, en la que siempre residió la primacía de la cátedra apostólica….” “San Agustín, Ep 43,3,7
Adicionalmente a esto, no hay que pasar por alto que en los conflictos con los pelagianos San Agustín recurre a la autoridad de la sede apostólica (Roma) para confirmar los concilios de Cártago y Milevis (411, 412 y 416) condenando el pelagianismo. Anexo un extracto de la carta que enviaron 61 obispos (incluyendo a San Agustín) al Papa Inocencio:
“Dado que Dios por un don especial de Su gracia lo ha colocado a usted en la Sede Apostólica, y nos ha dado alguien como usted en nuestros tiempos, para que pueda mas bien ser imputada a nosotros como una falta de negligencia si fallamos en mostrar a su Reverencia lo que se sugiere para la Iglesia, que a usted haber podido recibir las mismas con desprecio o negligencia le rogamos que involucre su diligencia pastoral hacia el gran peligro de los miembros débiles de Cristo.”
“Al insinuar estas cosas a su pecho Apostólico no necesitamos decir mucho, y apilar palabras acerca de esta impiedad, debido a que sin duda moverá en usted tal sabiduría que no podrá abstenerse de corregirlas, para que no puedan seguir infiltrándose más…Se dice que los autores de esta perniciosa herejía son Pelagio y Celestino, quienes en verdad, deberían preferir ser curados con la Iglesia, en lugar de ser separados de la Iglesia sin necesidad. Se dice que uno de ellos, Celestino, incluso ha llegado al sacerdocio en Asia. Su Santidad esta mejor informado por el Concilio de Cartago acerca de lo que se hizo en contra suya hace algunos años. Pelagio, nos informan las cartas de algunos de nuestros hermanos, está en Jerusalén, y se dice que ha engañado a muchos allí. Muchos más, sin embargo, que han podido examinar más de cerca sus puntos de vista, están combatiéndolo en nombre de la Fe Católica, pero específicamente su santo hijo, nuestro hermano y compañero sacerdote, Jerónimo. Pero nosotros consideramos que con la ayuda de la misericordia de nuestro Dios, a quien rezamos para que lo aconseje y que escuche sus plegarias, aquellos que mantienen estas perversas y banales opiniones cederán más fácilmente a la autoridad de su Santidad, que ha sido tomada de la autoridad de las Santas Escrituras , para que podamos regocijarnos en su corrección en lugar de entristecernos por su destrucción. Pero sea lo que sea que ellos mismos escojan, su Reverencia percibe que al menos se debe cuidar a esos muchos que pueden ser enredados en sus redes si ellos no se someten honradamente. Escribimos esto a su Santidad desde el Concilio de Numidia, imitando a nuestros compañeros obispos de la Iglesia y provincia de Cartago, que entendemos han escrito acerca de este tema a la Sede Apostólica que su Gracia adorna.” Concilo de Milevis al Papa Inocencio I
Aquí fue donde el Papa Inocencio confirmó las decisiones de los concilios reservándose el deber de citar a Pelagio y Celestio, y de reformar, si era necesario, la sentencia de Dióspolis, donde condenó la doctrina incriminada en una carta conocida como “In requirendis” dirigida a los obispos que se reunieron en Cartago y de Milevi.
San Agustín escribe entonces para dar finalizada la causa ya que se ha pronunciado la “sede apostólica”
“Iam de hac causa duo concilia missa sunt ad sedem apostolicam: inde etiam rescripta venerunt. Causa finita est, utinam aliquando finiatur error”
La cual podría traducirse como:
“Ya por este motivo se han enviado dos misivas a la sede apostólica y también de allí han venido dos rescriptos. La causa ha terminado para que finalmente termine el error” . Sermo 131,10,10; Ep 1507.
Conclusión
Cualquier vestigio de sentido común debería hacer preguntarse a los fundamentalistas partidarios de este argumento como podría ser posible que San Agustín -de considerar a la Iglesia de Roma como “Babilobia"- iba a apelar a ella en cuestiones tan importantes en materia de fe. ¿Estaría demente quizá? ¿Como dice entonces que sobre la Iglesia de Roma siempre residió el principado de la cátedra apostólica, y que no guarda la fe católica quien no guarda la fe romana? ¿Está recomendando acaso guardar la fe babilónica y abrazar el paganismo? ¿Por qué no solo él, sino el resto de obispos de los concilios africanos apelan al Papa con un lenguaje tan sumiso y obediente? Por qué escribe a los donatistas invitandolos a volver a la Iglesia Católica lo siguiente?
“Vengan, hermanos donatistas, si desean ser unidos a la vid. Es penoso cuando les vemos así cortados. Numere a sacerdotes incluso desde la silla de Pedro. Y en ese orden de padres vea quien les sucedió: Esa es a roca en la cual las puertas del infierno no pueden conquistar. Todos los que se regocijan en la paz solo juzgan verdaderamente”. San Agustín, Psalm against the Donatist Party, 2 (A.D. 393), in GILES, 182
Por qué luego de que los decretos de la Iglesia de Roma sobre los pelagianos fueron emitidos no perdía oportunidad San Agustín de recordar a los pelagianos y a los fieles los decretos emanados de esta autoridad?
“[Celestio] debería mantener su asentimiento al decreto de la silla apostólica el cual había publicado por su predecesor de sagrada memoria. El acusado, sin embargo, rechazó condenar las objeciones realizadas por el diácono, con todo él no se atrevió a sostener abiertamente la carta del bendito Papa Inocencio” San Agustín, On Original Sin,7:8(A.D. 418),in NPNF1,V:239
“…él contestó que él consintió a las letras de papa Inocencio de bendita memoria, en quien toda la duda sobre esta materia fue removida” San Agustín, Against Two Letter of the Pelagians, 3:5 (A.D. 420), in NPNF1, V:393
¿Por qué las letras de Papa inocencio según San Agustín removieron toda duda entre los herejes, cuando estos ya habían sido condenados por varios concilios africanos repletos de obispos? De ver San Agustín a la Iglesia Romana como Babilonia ¿Será que tenian más autoridad los decretos de Babilonia que el de todos los obispos reunidos en los concilios de Milevis y Cártago?
“Las palabras del venerable obispo Inocencio referentes a esta materia al Concilio Cartaginense.¿Que podría ser más claro o manifiesto que el juicio de la silla apostólica?” San Agustín, Against Two Letter of the Pelagians, 4:6 (A.D. 420), in NPNF1, V:394
He allí los interrogantes que deben responder quienes no pretenden dar su brazo a torcer.
Espero con estas breves reflexiones haber contribuido a conocer el verdadero contexto de las palabras de San Agustín, y demostrar que cuando se refería a Roma como una segunda Babilonia se refería a la ciudad Roma (la Roma pagana) y no a la Iglesia Católica Romana. Presentar fragmentos aislados de su pensamiento sin el texto en su contexto para insinuar que tenía posturas que jamás tuvo, no puede ser menos que caracterizado de deshonesto. Sin embargo a pesar de haber presentado estas pruebas al pastor en detalle, no quizo reconocer su error, y escuché un:
“En fin si mi respuesta sobre San Agustín y su obra no te satisfizo, disculpame. Por eso es que me he especializado en la Biblia y no en la patrística, porque no baso mi fe en lo que otros eminentes cristianos han dicho”
Aquí es donde uno tiene que resistir la tentación de contestar: ¿¿Entonces pa’ que abres la boca?? o con la frase que se ha hecho tan popular en mi pais…
PORQUE NO TE CALLAS!!!!
EVANGELIZA Y COMPARTE.
Si te quieres formar fuerte en la fe católica de una manera orgánica, inscríbete en la escuela de apologética online DASM. Para más información comunícate por privado o por WhatsApp +1 602-295-9407 con uno de nuestros representantes quien te brindara toda la información que necesites al respecto, o visita nuestra página web: https://dasm.defiendetufe.com/inicio-r/
Richbell Meléndez. Laico católico dedicado tiempo completo al apostolado de la Apologética y subdirector de la Escuela de Apologética Online DASM.
Read more
Alberto Rivera, el supuesto Sacerdote Católico, Obispo y héroe anti-católico de la revista comic de Jack Chick fue expuesto como un fraude total por un No-Católico (protestante evangélico) Gary Metz, en dos artículos que aparecieron en publicaciones evangélicas:
1) "La Historia de Alberto" en la revista: Piedra Angular, Vol. 9, no. 53, año 1981, Pág. 29-31.
2) Cristiandad Hoy, Marzo 13, 1981
El Instituto Cristiano de Investigación (CRI), fundado por el fallecido Dr. Walter Martín, ampliamente conocido como el evangelista más sobresaliente especialista en sectas, también hizo un trabajo de exposición sobre Rivera. Aquí, algunos extractos del primer artículo mencionado arriba. No olvides que lo mencionado aquí es fruto de una investigación realizada y publicada por protestantes que descubrieron la falsedad del testimonio de Alberto Rivera:
Read more
Ver del mismo autor la primera parte: Orígenes y desarrollo del cisma; la cristiandad dividida
Fuentes. - Una enorme colección, aunque desordenada, de documentos para el concilio de Constanza nos da Hermann Von Der Hardt, Magnum oecumenicum Constantiense concilium (Francfort-Leipzig 1692-1700) 6 vols. más un séptimo (1742) de índices. Nuevas fuentes en H. Finke, Acta Concilii Constantiensis (Münster 1906-1928) 4 vols., más que actas, son diarios, cartas y documentos relativos a las principales cuestiones allí tratadas; Id., Forschungen und Quellen zur Geschichte des Konstanzer Konzils (Paderborn 1889); Mansi, Sacrorum conciliorum nova et amplissima collectio vol.28; J. Tejada v Ramiro, Colección de cánones y de todos los concilios de la Iglesia de España (Madrid 1859-62) 7 vols.; A. Mercati, Raccolta di concordati in materie ecclesiastiche tra la Santa Sede e le autoritá civil¡ vol. I (Roma 1919); Ulrico de Richenthal, Das Concilium so zu Constenz ist gehalten worden (Leipzig 1913) ed. de E. H. Brandt; Chronique du religieux de St. Denys, publ. por Bellaguet (Paris 1839-52) «Coll. doc. inéd. sur l'hist. de France» J, Gersón, Gersonii opera ed. Dupin 6 vols. (Amberes 1706); Acta ad Concilium Constantiense pertinentia ex documentas hispanis: Doellinger, Beiträge zur politischen... und Kultur-Geschichte 11,344-392. Otros muchos documentos en las obras de Marténe, D'Achery, Muratori y Rainaldi, que luego se citarán.
Bibliografía. -Para los concilios de Pisa y de Constanza, lo mismo que para el cisma, es fundamental la obra de Noel Valois y tiene capítulos muy bien pensados la de Víctor Martin, ambas citadas en el capitulo anterior. Compendioso y claro el libro de Salembier sobre el cisma. Protestante, pero bien documentado y amplio, el de J. Lenfant, Histoire du concile de Constante (Amsterdam 1714-27) 2 vols. Narración cronológica de los sucesos siguiendo las actas, Hefele-Leclercq, Histoire des conciles t.7 (Paris 1916); H. Finke, Bilder vom Konstanzer Konzil (Heidelberg 1903); Id., Die Nation in den spätmittelalterlichen allgemeinen Konzilien: «Historisches Jahrbuch» 57 (1937) 323-338; B. Fromme, Die spanische Nation und das Konstanzer Konzil (Münster 1896); P. Arendt, Die Predigten des Konstanzer Konzils (Friburgo de Br. 1926); K. Dieterle, Die Stellung Neapels und der grossen italienischen Kommunen zum Konstanzer Konzil: «Römische Quartalschrift» 29 (1915) 3-21.45-72; W. Foke, Studien zur Geschichte der englischen Politik auf dem Konstanzer Konzil (Friburgo de Br. 1919); H. Belleé, Polen und die römische Kurie in den Jahren 1414-24 (Berlín 1919); K. A. Fink, Martin V und Aragon (Berlín 1938); J. P. Mac-Gowam, Pierre d'Ailly and the Council of Constance (Wáshington 1936); M. Creighton, A History of the Papacy. Vol.I, The Great Schisme. The Council of Constance 1378-1418 (Londres 1882) p.261-420; O. Buonocore, Un papa ¡solano, Giovanni XXIII (Porto d'lschia 1931); J. Vincke, Zu den Konzilien van Perpignan und Pisa: «Rómische Quartalschrift» 50 (1955) 89-94; J. Asch-Bach, Geschichte Kaiser Sigmunds (Hamburgo 1838-1845) 4 vols. con documentos; el vol.2 está dedicado a Constanza; O Schiff, König Sigmunds italienische Politik bis zur Romfahrt 1410-1431 (Francfort 1909); J. Guiraud, L'État pontifical aprés le Grand Schisme (París 1906).
I. "VIA CONCILII". PISA.
Ni el intrépido Benedicto XIII, en su avanzada costera de Porto Venere, ni el bueno de Gregorio XII, entre los muros de Lucra, dieron un paso más para encontrarse y dar al problema angustioso del cisma la solución que todos deseaban. Ni el papa aviñonés ni el romano tenían ánimo de abdicar, lo cual entorpecía toda negociación. En pro de Benedicto hay que decir que externamente dio mayores muestras de prontitud y buena voluntad, maniobrando muy hábilmente para que toda la odiosidad del fracaso recayese en su adversario. No por eso consiguió que el reino de Francia se dejase convencer y tornase a su obediencia. Uno que bien conocía sus astucias escribió: «Del mismo modo que un diablo es más malicioso que otro y, aunque sean compañeros, se engañan mutuamente, nuestro papa Luna supo guardar tal modo y manera, que toda la culpa del desacuerdo se la echó al de Roma al decir de todos» 1 .
Ya nadie alimentó la ilusión de que el cisma terminaría por la doble cesión, o renuncia de ambos contendientes. Mucho menos por un acuerdo entre ellos. Faltaba por ensayar la vía conciliar, aunque a no pocos les pareciese anticanónica. Las esperanzas se pusieron en el concilio universal, única salida de aquel bosque enmarañado (nemus unionis que diría Teodorico de Niem), en cuyo laberinto andaba desorientada la cristiandad.
1. Defección de los cardenales.
-Hemos visto a Francia declararse neutral entre las dos obediencias. La Universidad de París escribió al colegio cardenalicio de Roma invitándolo a unirse con el de su rival a fin de trabajar juntos por la extinción del cisma y la unión de la Iglesia. Nueve cardenales de Gregorio XII, apartándose de su señor, escribieron a Benedicto XIII rogándole que se llegara hasta Livorno. Aceptó gustoso la invitación el papa Luna, y, como surgiesen dificultades para el viaje de parte de Florencia, envió en mayo de 1408 varios representantes suyos, entre ellos cuatro purpurados, que conferenciasen con los secesionistas, confiando en que los ganarían para su partido. La cosa sucedió muy diversamente, pues en la conferencia los cardenales urbanistas propusieron a los de Luna convocar un concilio independiente de ambos papas. Reaccionaron en un principio con escándalo los partidarios de Benedicto, mas pronto empezaron a ceder y acabaron por entrar en la vía del concilio.
Mal informado Benedicto XIII por sus plenipotenciarios, los alentó en sus negociaciones, hasta que, barruntando algo de lo que se tramaba en Livorno y temiendo que el gobernador de Génova, Boucicaut, le echase mano en nombre del rey de Francia, huyó de Porto Venere el 16 de junio de 1408 con sólo cuatro cardenales fieles. La víspera redactó una encíclica exponiendo hermosamente todos sus afanes, esfuerzos y fatigas en pro de la unión de la Iglesia y anunciando a los arzobispos, obispos, abades y demás prelados eclesiásticos que convocaba un concilio para la fiesta de Todos los Santos «in loco Perpiniani dioecesis Elnensis» 2 .
Rechazado de todos los puertos de Provenza, desembarcó por fin en Port Vendres, lugar del Rosellón, el 1 de julio. Allí podía permanecer tranquilo, pues se hallaba en tierra sometida al rey aragonés. Entre tanto, seis cardenales de un bando y seis del otro, reunidos en Livorno, declaraban el 29 de junio que por el bien de la Iglesia se veían forzados a separarse de sus respectivos pontífices, constituyendo un colegio cardenalicio acéfalo y anulando desde ahora cualquier promoción de cardenales que hicieran Benedicto o Gregorio; y dos meses después escribían a todos los príncipes y obispos de la cristiandad convocando un concilio universal para el 25 de marzo de 1409 en la ciudad de Pisa. No se había quedado atrás Gregorio XII, pues también él desde la ciudad de Siena, adonde se había retirado, convocó el 2 de julio de 1408 un concilio para la fiesta de Pentecostés del año siguiente, concilio que debería celebrarse en la provincia de Aquilea y exarcado de Ravena 3 .
De hecho, tal concilio, reunido en Cividale, fue tan insignificante, que no merece tenerse en cuenta. El de Perpignan se abrió en noviembre. Para ello Pedro de Luna se preparó nombrando cinco nuevos cardenales y abriendo proceso contra la Universidad de París y contra sus principales adversarios franceses, a comenzar por Simón de Cramaud, quien por aquellos días presidía en París una asamblea general de la iglesia de Francia, declarando a Pedro de Luna herético, cismático y perturbador de la paz. En uno de sus discursos, retórico como suyo, Benedicto XIII saludaba en este concilio de Perpignan el comienzo de una era nueva que prepararía la unión de los cristianos y la reforma de la Iglesia. Un total de siete cardenales, tres patriarcas, ocho arzobispos, 33 obispos, 83 abades, cuatro superiores religiosos y otros representantes de diversas entidades deliberaron, no siempre con calma, hasta el 26 de marzo de 1409, alabaron el celo de Benedicto XIII y sus muchos trabajos por la unión, pero insistieron en que debía continuar en la vía cessionis, renunciando a la tiara en caso que su rival hiciese lo mismo, y le exhortaron a que no dejase de mandar plenipotenciarios al concilio que se iba a celebrar en Pisa 4
.
2. Concilio de Pisa.
-No todos los príncipes de la cristiandad respondieron igualmente a la invitación de aquel híbrido colegio cardenalicio reunido en Livorno. Toda Francia, a excepción de algunos prelados, aplaudió la idea del concilio y se dispuso a participar en la asamblea. A Francia se agregó Navarra con su rey Carlos III el Noble, fidelísimo hasta entonces al papa aragonés, y Milán, con su duque Juan Visconti. También la Gran Bretaña, que hasta entonces seguía a Gregorio XII, adoptó la neutralidad para atenerse a las decisiones que se tomasen en Pisa.
Negáronse, en cambio, a acudir al concilio el rey Ladislao de Nápoles y la república de Venecia, el reino de Escocia, el de Aragón y también el de Castilla, cuyo regente D. Fernando de Antequera adoptó una actitud expectante. En Alemania la situación era muy confusa. El rey Wenceslao de Bohemia, al perder la corona imperial, destituido por los príncipes en 1400, se había enajenado la voluntad del papa romano, y ahora prometió a los cardenales que enviaría representantes a Pisa con tal que éstos fuesen tratados como del legítimo rey de romanos. El actual emperador Roberto de Baviera, que había sido confirmado en su alta dignidad por Bonifacio IX en 1403, se mantuvo fiel a Gregorio XII, y, por lo tanto, adverso al concilio pisano, a pesar de que la dieta imperial de Francfurt en 1409 se adhirió a los cardenales disidentes. Segismundo, rey de Hungría, siguió más bien al emperador que a su hermano Wenceslao 5 .
dad de un concilio universal convocado sin el papa y contra el papa. Jamás se había visto tal cosa en la historia de la Iglesia. Era un concilio que nacía acéfalo. Todos se daban cuenta de la audacia de este paso; pero era tan grande el dolor que sentían en sus almas por la división de la Iglesia y se hallaban tan desesperanzados después del fracaso durante treinta años de tantas tentativas de unión, que cualquier medio les parecía licito, y se persuadían que la comunidad cristiana tiene que encontrar en sí misma un remedio de tan grave enfermedad cuando los papas, como en este caso, se muestran incapaces 6 . Los teólogos y canonistas más eminentes, con las Universidades de París, Bolonia y Oxford, sostenían que en casos semejantes la plenitud de la potestad reside en el cuerpo total de la Iglesia o en el concilio, que la representa, no en su cabeza, que es el papa.
Con gran pompa y apariencia de universalidad se inició el concilio en la catedral de Pisa el 25 de marzo de 1409, fiesta de la Anunciación. Reina gran diversidad en el cómputo de los asistentes, sin duda porque de un día para otro oscilaba mucho la concurrencia. Cuando más, parece que se hallaron 24 cardenales, cuatro patriarcas, 80 obispos, más los procuradores de otros 102 ausentes; 87 abades, más los procuradores de otros 200 ausentes; 41 priores, los generales de los dominicos, franciscanos, carmelitas y agustinos, más de 300 doctores, diputados de muchas universidades, de 100 cabildos catedrales, embajadores de los príncipes, etc.
Propiamente, nadie. En el puesto más honorífico sentábase al principio el más antiguo de los cardenales, Guido de Malesset, y después el influyente patriarca de Alejandría, Simón de Cramaud. Hubo 23 sesiones, en las cuales no se discutió nada; se echaban discursos y se votaba luego con perfecta unanimidad, como si las decisiones se hubiesen tomado de antemano. La oposición vino de fuera. En la cuarta sesión, día 15 de abril, fueron admitidos los embajadores imperiales, los cuales paladinamente hicieron constar que aquel concilio era ilegítimo, porque no los cardenales, sino sólo el papa Gregorio XII, tenía el poder de convocarlo. Si Gregorio no era verdadero papa, tampoco los cardenales por él creados eran verdaderos cardenales. En consecuencia, propusieron que se suplicase al papa Gregorio la designación de otra ciudad donde se celebrase el concilio. Sin aguardar la respuesta oficial de los padres conciliares, se partieron los embajadores el 21 de abril, apelando a Cristo y al sumo pontífice y echando a Francia toda la culpa del cisma.
Mejor impresión causó la protesta de Carlos Malatesta, príncipe de Rímini, varón integérrimo, elocuente, dotado de eximias cualidades naturales y amante como pocos de la santa Iglesia y del pontífice romano. Malatesta, que se había mostrado siempre fiel abogado y protector de Gregorio XII, peroró en nombre del mismo, no reconociendo a esta asamblea como legítima, pero asegurando que, si el concilio se trasladaba a otra ciudad que no estuviese bajo el señorío de Florencia, el papa Gregorio renunciaría a la tiara aunque no lo hiciese su rival. Ni siquiera con tan generosa promesa pudo obtener nada el noble príncipe, que el 26 de abril se retiró a su ciudad de Rímini para dar cuenta al papa de sus vanos esfuerzos.
Ya desde los primeros días del concilio se había entablado el proceso contra Gregorio XII y Benedicto XIII. A los dos papas se los declaró contumaces en la sesión IV, ya que, citados públicamente, no habían querido presentarse; y en la sesión XV (5 de junio) fueron condenados como cismáticos notorios, herejes y perjuros, que escandalizaban la Iglesia de Dios, y; consiguientemente, se los deponía del pontificado 7 .
Poco antes, en la sesión VIII (10 de mayo), el concilio había querido definir su propia legitimidad y su potestad suprema en la Iglesia para decidir la cuestión de los dos pontífices. Al abrirse la sesión XVIII, el 14 de junio, se presentaron los embajadores del rey de Aragón. No intentaban adherirse al supuesto concilio; sólo pedían ser informados de las decisiones de la asamblea y que se otorgase audiencia a los embajadores de Benedicto XIII, recién llegados a Pisa. El concilio deputó una comisión que recibiera aparte, en la iglesia de San Martín, a los representantes de Pedro de Luna, uno de los cuales era Fr. Bonifacio Ferrer, prior general de la Cartuja y tan fervoroso aviñonista como su hermano San Vicente.
«Somos los nuncios del santísimo Padre el papa Benedicto XIII», empezó diciendo el arzobispo de Tarragona. El público rompió a gritar escandalosamente, llamándoles «nuncios de un hereje y de un cismático». Quisieron hablar con libertad, mas no les fue permitido criticar lo más mínimo las decisiones del concilio contra su señor. Salieron de la iglesia sin exponer siquiera el objeto de su misión, y, como en las calles de la ciudad arremetiese el populacho contra ellos con insultos y aun con amenazas de muerte, tuvieron que escapar poco menos que huyendo. Bonifacio Ferrer nos ha dejado el relato de las injurias y descortesías con que fueron tratados 8 .
3. La Iglesia tricéfala. -
Declarada vacante la sede pontificia, los cardenales entraron en conclave en el palacio arzobispal a fin de elegir un nuevo papa en cuanto delegados del concilio, y al cabo de once días, el cardenal de Milán, Pedro Philargis (o Philaretus), fue elegido por unanimidad (26 de junio de 1409). Griego de origen, como nacido en Creta; de humildísima familia, franciscano desde muy joven, había descollado como gran teólogo en las Universidades de Oxford y de París y últimamente se había movido mucho por la convocación del concilio pisano. Llamóse Alejandro V (1409-10) y reinó menos de un año 9 . Coronado el 7 de julio, confirmó las decisiones del concilio, presidió las últimas sesiones y declaró que deseaba trabajar por la reforma eclesiástica. Lo único que se hizo conciliarmente en este punto fue que en la sesión XXII se estableció la reunión de otro concilio general en el término de tres años, o sea en abril de 1412, y en la última (XXIII) se ordenó que antes de esa fecha los metropolitanos debían celebrar concilios provinciales, y los obispos sufragáneos, sínodos diocesanos. El 7 de agosto se clausuraba este concilio de Pisa, que era el primer paso serio y grave en orden a la extinción del cisma 10
Pero ¿se había conseguido el fin suspirado? Así debió de creerlo la Universidad de París cuando escribía a sus delegados de Pisa: «¡Oh dichosa elección y afortunada concordia! ¡Oh pacífica unión, que será celebrada por los siglos futuros! Este es el momento de repetir con el poeta mantuano: Magnus ab integro saeclorum nascitur ordo» 11 . La realidad era que la confusión se había aumentado, puesto que, si antes había dos papas, ahora eran tres los que luchaban entre sí, llevándose cada uno parte de la cristiandad. Benedicto XIII, bajo la protección de su amigo el rey D. Martín el Humano y acompañado de San Vicente Ferrer, se retiró a Barcelona, de donde en 1414 pasó a Valencia, fulminando tremendos anatemas contra los cardenales que le habían traicionado, contra la Universidad de París, «esa reunión de malvados que con loca temeridad usurpa el nombre de Universidad», y contra todos sus enemigos.
Gregorio XII, interrumpiendo su concilio de Cividale por temor de los venecianos, que habían aceptado la elección de Alejandro V, corrió a guarecerse, a la sombra de Ladislao Durazzo, en Gaeta. Este rey de Nápoles, hijo de Carlos Durazzo y pretendiente de Hungría, era su más poderoso auxiliar. Y no sin motivo. Con la connivencia más o menos forzada de Gregorio había conquistado Ladislao la ciudad de Roma, la Romagna y parte de la Toscana, y ambicionaba mucho más, que sólo con el favor de un papa débil como Gregorio podría obtener. Ladislao tenía un fuerte enemigo político en Luis II de Anjou, que años antes había ocupado la capital y otras ciudades del reino napolitano, y renovaba ahora sus pretensiones al trono con el apoyo decidido de Alejandro V.
Este nuevo papa reconoció a Luis de Anjou el título de rey de Nápoles que un tiempo le había otorgado Clemente VII y lo nombró gonfaloniero de la Iglesia (19 agosto de 1409). Con 500 lanceros que trajo de Francia, otros tantos que le prestaron los florentinos y 1000 que acaudillaba su aliado el cardenal de Bolonia, Baltasar Cossa, bajó Luis II a los Estados pontificios y entró victorioso en Orvieto, Viterbo y en la misma Roma, de donde tuvo que huir Ladislao. Cansadas las tropas de Anjou, no pudieron continuar hacia Nápoles, y Luis se retiró hacia el norte, sin haber ultimado la conquista de la Ciudad Eterna, que sólo algunos meses más tarde cayó en manos de sus lugartenientes (febrero de 1410). Alejandro V podía estar contento. Los Estados pontificios estaban bajo su obediencia. Era el momento de trasladarse desde Bolonia, donde había puesto temporalmente su sede, a Roma, con lo que aumentaría su prestigio de papa verdaderamente romano. Pero la muerte le cortó los pasos. Murió en Bolonia en la noche del 3 de mayo.
¿Quién sería su sucesor? Había un cardenal que había influido anteriormente en la elección de Alejandro V, desempeñaba ahora la legación de Bolonia, se había distinguido en la conquista de los Estados pontificios y gozaba del favor de los florentinos. Era Baltasar Cossa. Luis II de Anjou escribió a los cardenales reunidos en conclave recomendándolo. La elección, pues, no era dudosa; recayó sobre este belicoso cardenal, que se llamó Juan XXIII (17 de mayo 1410).
4. Juan XXIII, papa de transición.
Lo mismo que de Alejandro V, podemos decir de Juan XXIII: que fue papa de transición. Disputen otros acerca de su legitimidad o ilegitimidad; ciertamente, estos dos pontífices constituyen el puente que condujo a la Iglesia a la otra orilla del cisma, a la tierra firme en que se alzó un papa cierto e indubitable.
¿Quién era este personaje circundado de leyendas? Difícil es caracterizar y enjuiciar a aquel napolitano que se llamó Baltasar Cossa, hombre de guerra, que pirateó en el mar de Sicilia cuando las luchas entre Ladislao y Luis de Anjou, según cuenta Teodorico de Niem; que llevó una vida brutal e incontinente, si hemos de creer a este mismo publicista, despiadado y acerbo, y que en Bolonia logró conquistar la tiara con el nombre de Juan XXIII 12 . Según Platina, había hecho estudios jurídicos en la Universidad de Bolonia. Todos reconocían en él dotes no vulgares de condottiero militar y no menos de político y administrador, como lo demostró en su oficio de camarlengo que le otorgó Bonifacio IX. San Antonino de Florencia lo caracterizó en estas concisas palabras: «In temporalibus quidem magnus, in spiritualibus vero nullus omnino» 13 . Aun en las cosas temporales y humanas hay que confesar que no brilló mucho durante el pontificado. Y bien pronto perdió todo su prestigio.
Apenas elegido, envió una embajada a los reyes de Aragón, Navarra y Castilla instándoles a que abandonasen la causa de Benedicto XIII y le reconociesen a él. Con el mismo objeto entró en negociaciones con Carlos Malatesta de Rímini, siempre fiel a Gregorio XII. Todo fue inútil. De Bolonia salió Juan XXIII, en compañía de Luis II de Anjou, camino de Roma. Entraron juntos en la Ciudad Eterna el 12 de abril de 1411. Mientras el anjevino luchaba contra el rey de Nápoles, el papa excomulgó a Ladislao. Pronto cambió la situación, pues cuando Luis se volvió a Francia y el pérfido napolitano prometió abandonar al anciano Gregorio XII, que tuvo que buscar refugio en Rímini, Juan XXIII se apresuró a restituir a Ladislao el título de rey de Nápoles, nombrándole además gonfaloniero de la Iglesia.
Conforme al decreto de Pisa, que ordenaba celebrar nuevo concilio al cabo de un trienio, lo convocó en Roma para el I de abril de 1412. Con esta ocasión creó 14 cardenales, entre los que figuraban Pedro d'Ailly, Francisco Zabarella y Guillermo Fillastre. La apertura del concilio romano no pudo tenerse hasta principios de 1413, y con escasa afluencia de italianos, franceses, ingleses y bohemios. El único decreto de importancia fue el que condenó los escritos de Wiclef, que por aquellos días causaban graves daños en Bohemia 14 . El programa de reformas propuesto por la Universidad de París, y particularmente por Pedro d'Ailly en su Capita agendorum, no se tuvo en cuenta, porque el concilio se disolvió, o, mejor, se aplazó para otra fecha y otro lugar. Bien hicieron los Padres en marcharse a tiempo, porque el ambicioso Ladislao, que había roto las paces con Juan XXIII, invadió el territorio pontificio y asaltó la Ciudad Eterna el 7 de junio, poniendo al papa en precipitada fuga 15 .
II. EL CONCILIO DE CONSTANZA
1. Segismundo, emperador.- ¿A dónde dirigiría sus pasos el papa fugitivo? Buscó refugio en Florencia; pero ésta, su antigua aliada, le cerró ahora las puertas, temerosa de indisponerse con el rey Ladislao. En el norte de Italia se hallaba entonces el nuevo emperador Segismundo. A él, como a defensor oficial de la Iglesia, se volvió el desamparado Juan XXIII pidiendo ayuda y protección. No se la negó el emperador, pero arrastrándolo por un camino que no era el deseado por el pontífice. Desde este momento; el monarca germánico vuelve a ser el primer actor en los negocios eclesiásticos de Europa. El rey de Francia, que tan preponderante papel ha jugado hasta ahora en la cuestión del cisma, se retira, cediendo su puesto al emperador.
Segismundo, hijo de Carlos IV y hermano de Wenceslao, reinaba en Hungría desde 1387. A la muerte de Roberto de Baviera, acaecida en 1410, fue elegido para sucederle en el trono imperial, aunque aún vivía su hermano Wenceslao de Bohemia, depuesto por los príncipes. Adornado de egregias dotes, caballeresco, instruido, fastuoso, de altos pensamientos y deseoso de servir a la Iglesia y a la cristiandad, Segismundo valía más para la paz que para la guerra.
Ya vimos que no había querido adherirse al concilio de Pisa; por lo tanto, no obedecía a Juan XXIII y esperaba aún la solución del cisma por medio de otro concilio verdaderamente universal. Así que, cuando vio que Juan XXIII se ponía en sus manos, se alegró de poder tomarlo como instrumento para sus planes. Sabía por informes de Malatesta que el anciano Gregorio XII aceptaría un concilio convocado a instancias del emperador y aun abdicaría, si fuera necesario para la paz de la Iglesia.
Entrevistóse, pues, con Juan XXIII en Lodi (diciembre de 1413), compeliéndole buenamente a convocar el concilio general en una ciudad alemana como Constanza 16 . La bula de indicción lleva la fecha del 9 de diciembre de 1413 y la apertura del concilio se señala para el 1 de noviembre del siguiente año. Segismundo anunció que asistiría personalmente a la gran asamblea, la cual, además de tratar de la extinción del cisma y de la reforma de la Iglesia, resolvería otro problema que le preocupaba al emperador: el de la herejía de Hus.
2. Solemne apertura. -Constanza, la vieja ciudad imperial, asentada a la orilla del gran lago que lleva su nombre, vio entrar en su recinto el 28 de octubre de 1414, por la histórica puerta de Kreuzlingen, una brillante cabalgata, a cuya cabeza iba Juan XXIII escoltado por nueve cardenales y gran número de prelados. El príncipe Orsini y el conde Montfort tiraban de las riendas de la blanca hacanea pontificia. Cumplimentado el papa por el burgomaestre y aclamado por el pueblo, fue conducido bajo palio a la catedral y luego al palacio del obispo. Empezaba para aquella ciudad una maravillosa fiesta que duraría tres años y medio.
El 5 de noviembre, tras una solemne procesión y una misa pontifical, Juan XXIII declaró abierto el concilio, cuya primera sesión se tendría el 16 en la iglesia catedral. Cada día iban llegando más prelados. El cardenal Pedro d'Ailly, que tan relevante papel desempeñará en esta ecuménica asamblea, hizo su entrada el 17 de noviembre con un séquito de 44 personas. No menos de 500 formaban la comitiva del arzobispo de Maguncia. Y así otros muchos. En los días de más concurrencia llegó a haber en Constanza 29 cardenales, tres patriarcas, 33 arzobispos, cerca de 150 obispos, más de 100 abades, 300 doctores y 18.000 eclesiásticos 17 . Pocas veces se habrá dado en la historia una asamblea más autorizada. Además del emperador, que vino con gran número de príncipes alemanes, estaban representados casi todos los reyes cristianos: de Inglaterra y Escocia, de Francia, de Nápoles, de Dinamarca y reinos escandinavos, de Polonia, del basileus Miguel Paleólogo, de los reinos españoles. Las principales universidades enviaron sus delegados. Los teólogos y canonistas más eminentes participaron en el concilio.
El 24 de diciembre, bien entrada la noche, llegó por el lago iluminado el cortejo del emperador Segismundo con su esposa y una escolta de mil caballeros. Esperábale el papa en la catedral para empezar los maitines y la misa de Navidad. Segismundo ocupó un magnífico sitial rodeado de los príncipes y altos dignatarios del imperio, y, según antigua costumbre, cantó el evangelio de la fiesta: Exiit edictum a Caesare, revestido de dalmática diaconal de brocado rojo y con la corona en la cabeza. Terminado el oficio, el papa le entregó una espada bendita, que él juró emplearla en servicio de la santa Iglesia. Todavía tardaron en venir otras personalidades, como el elector palatino, duque Luis de Baviera, que llegó un mes más tarde con 500 caballeros y fue elegido protector del concilio.
3. Fermentación democrática y nacionalista. Orden conciliar. -Juan XXIII había hecho su viaje a Constanza acompañado de largo séquito de prelados, partidarios fieles de su causa, y bien provisto de dinero con que comprar voluntades. Algún recelo tenía de que en aquel concilio, donde predominaba el emperador, se alzasen voces contrarias al concilio de Pisa y, consiguientemente, a su pontificado. El iba dispuesto a que no se discutiese el punto de su elección o a que se confirmase, ya que el concilio de Constanza no debería ser sino la continuación del de Pisa. Ahora bien, el concilio pisano había anatematizado tanto a Gregorio XII como a Benedicto XIII. ¿Y cómo no había de ser preferido él antes que un viejo caduco de ochenta y siete años, o de otro de ochenta y seis, ya casi olvidado de todos y confinado en un rincón de Cataluña? Juan XXIII contaba con el favor del arzobispo de Maguncia, del margrave de Baden y del duque de Borgoña. De todos modos había que asegurar la libertad y la vida para cualquier contingencia, y a este fin no se contentó con exigir garantías al emperador, sino que, al pasar por el Tirol camino de Constanza, nombró al duque Federico de Austria capitán general de la Iglesia romana a condición de que él se comprometiese a tomar al papa bajo su patrocinio y a facilitarle la evasión, si era preciso.
Al concilio habían sido invitados todos los prelados, príncipes y representantes de las tres obediencias. No faltarían, pues, asistentes que defendieran la causa de Gregorio XII y de Benedicto XIII. Si se planteaba el problema de la legitimidad o se trataba de una nueva elección pontificia, Juan XXIII confiaba en la legión de prelados italianos que había traído consigo. El número de sus votos sería superior al de sus rivales. Pero estos cálculos le salieron fallidos, porque, a propuesta de los cardenales Pedro d'Ailly y Guillermo Fillastre, determinó el concilio que tuviesen voto en las congregaciones no sólo los obispos y abades, sino también todos los doctores en teología o en derecho canónico, como había ocurrido en los concilios de Pisa y de Roma; más aún, los mismos príncipes y sus delegados tendrían voz activa 18 . Otra decisión más grave todavía y contraria a toda la tradición de la Iglesia se agregó el 7 de febrero de 1415: la votación no sería por cabezas, individualmente, sino por naciones, colectivamente; cada nación, estuviese integrada por muchos o por pocos individuos, no tendría más que un voto. Con esto los prelados y doctores italianos, que constituían casi la mitad del concilio, perdieron su ventaja 19 .
El sistema de votación que por fin se adoptó fue el siguiente: todos los asistentes al concilio se dividían en tantos grupos cuantas eran las naciones reconocidas. Al principio eran cuatro: la nación italiana, la alemana (que incluía a Bohemia, Hungría, Polonia y Escandinavia), la francesa y la inglesa; después vino también la española (de Castilla, Aragón, Navarra y Portugal). Una comisión organizadora señalaba los temas que debían discutirse en todas las reuniones separadas que celebraban las cuatro o cinco naciones. En estas reuniones de cada nación tenían voto todos los participantes, lo mismo un obispo que un embajador, un doctor o el delegado de un cabildo, fuesen clérigos o laicos. El voto de la mayoría se consideraba voto o decreto de la nación. Cuando todas las naciones habían deliberado separadamente sobre un punto, se comunicaban mutuamente los decretos para ver si coincidían y estaban de acuerdo. Esto lo hacían los delegados oficiales de cada nación, presididos por un obispo que se cambiaba cada mes. Si había discrepancias, discutían entre sí hasta que se preveía una concordia posible, y entonces, consultada de nuevo cada nación particular, tenía lugar la congregación general de las naciones, en la que cada nación no tenía más que un voto. Cuando un artículo se aprobaba allí por unanimidad, se decía aprobado nationaliter, después de lo cual se llevaba a la sesión general, pública y solemne, donde todo el concilio lo aprobaba conciliariter 20 . Así, la Iglesia representada en las votaciones de Constanza no era la Iglesia católica unida, sino la Iglesia dividida en naciones. Cada voto no expresaba sino lo que cada nación sentía.
El sacro colegio cardenalicio no era en un principio reconocido como corporación distinta de las naciones; cada cual votaba dentro de su nación. Repetidas veces protestaron los cardenales contra este desprecio de su autoridad y pidieron se les concediera un voto colectivo, pues no debían ser menos-decían-que la nación inglesa, la cual se componía de 20 miembros, de los cuales sólo tres eran obispos, mientras que el colegio cardenalicio constaba de 16 purpurados y otros más que vendrían, entre los cuales había muchos y muy insignes doctores. Mas nada consiguieron hasta la sesión XI (25 de mayo 1415), en que se les permitió nombrar una comisión de seis miembros que deliberase con los delegados de las naciones 21 .
4. Fuga de Juan XXIII. -La segunda sesión pública y solemne, anunciada para el 17 de, diciembre de 1414, se fue difiriendo hasta el 2 de marzo del 1415. En las congregaciones precedentes, el asunto principal sometido al juicio de las naciones fue la herejía de Wiclef y de Hus. Juan Hus se hallaba en Constanza desde el 3 de noviembre; a fines de mes se le encarceló y poco después se inició formalmente el proceso, que duró hasta el 6 de julio de 1415. Otra cuestión que no se agitaba aún en las reuniones, pero que flotaba en el ambiente desde el primer día, era la manera de solucionar definitivamente el cisma. En una congregación general del 4 de enero con ocasión de la llegada del cardenal Juan Dominici de Ragusa con otros delegados de Gregorio XII, se acordó por influjo del emperador, allí presente, que los cardenales partidarios de cualquiera de los antipapas podrían ostentar en el concilio el capelo rojo y demás insignias cardenalicias. Tal decisión no pudo menos de dolerle a Juan XXIII, pues era dar beligerancia a sus dos rivales, ya condenados en el concilio de Pisa.
Corría el rumor insistente de que la solución más sencilla del problema sería la cesión o abdicación de los tres papas. Ese era el parecer del cardenal Fillastre, de Pedro d'Ailly y del mismo emperador Segismundo. El temor de Juan XXIII se convirtió en consternación cuando se enteró de un libelo anónimo que circulaba por la ciudad con las más horrendas acusaciones contra él. No había delito que no se le imputase: avaricia, fornicación, herejía, fraude, mendacidad, perjurio, simonía, violencia, etc. El autor del libelo pedía al concilio que iniciase una investigación jurídica sobre estos crímenes. Pensó Juan XXIII que conmovería a la asamblea en su favor y alcanzaría la absolución si, refutando las acusaciones calumniosas, confesara sinceramente sus verdaderas culpas; pero sus partidarios le aconsejaron que no procediese con precipitación ni disputase con sus enemigos. Estos, sin embargo, persistieron en la demanda de una información jurídica y en pedir para el reo la deposición.
Entonces Juan XXIII el 16 de febrero hizo leer al cardenal Zabarella un documento de abdicación voluntaria por el bien de la Iglesia. Pareció la fórmula demasiado vaga e injuriosa para los otros dos pretendientes al papado, y, finalmente, en la congregación del 1 de marzo y en la sesión solemne del día siguiente leyó la nueva fórmula que se le impuso, y que decía así: «Ego Ioannes papa XXIII, propter quietem totius populi christiani, profiteor, spondeo, promitto, voveo et iuro Deo et Ecciesiae et huic sacro Concilio, sponte et libere dare pacem ipsi Ecclesiae per viam meae simplicis cessionis papatus, et eam facere et adimplere cum effectu... si et quando Petrus de Luna Benedictus XIII et Angelus Corrario Gregorius XII in suis obedientús nuncupati, papatui quem praetendunt... simpliciter cedant, et etiam in quocumque casu... in quo per meam cessionem poterit dar¡ unio Ecclesiae De¡ ad exstirpationem praesentis schismatis» 22 .
Agradecido el emperador, se levantó del trono y fue a besarle el pie. Un patriarca, en nombre de todo el concilio, «pasó a darle las gracias de aquel acto, que fue de los señalados que ha habido en la Iglesia» 23 , según nota Zurita, y con razón, porque entonces se empezó a ver que alboreaba el día de la unión. Pero ni Juan XXIII ni sus partidarios estaban contentos. Había que procurar de cualquier modo la disolución del concilio antes que diera algún decreto fatal. Si el papa huyera de Constanza, tal vez el desconcierto cundiría entre los conciliares, y, viéndose sin cabeza y desunidos entre sí, no tendrían ánimo ni autoridad para continuar deliberando y se volverían a sus tierras.
Muy difícil era la fuga, porque a lo largo de las murallas y sobre el lago vigilaban continuamente centinelas. Juan XXIII se apalabró con su protector el duque Federico de Austria, el cual organizó un espléndido torneo, y mientras el emperador, los príncipes y los caballeros, con infinita multitud de gentes, se agolpaban en torno del palenque, al atardecer del 20 de marzo, un desconocido con hábito pardo de palafrenero, armado de ballesta y montado en viejo caballo, cruzó la puerta de Kreuzlingen acompañado de un fámulo. Nadie advirtió que aquel hombre era el papa. En la ribera del lago le aguardaba una barca, que lo transportó a Schaffhausen, ciudad perteneciente al duque de Austria.
5. El concilio sobre el papa. -La fuga de Juan XXIII sembró la confusión, el desorden y la perplejidad en todos, especialmente cuando vieron que tras él se iban el duque Federico con muchos austríacos y muchísimos italianos, entre ellos cinco cardenales y varios embajadores. Sólo la voluntad y el imperio de Segismundo, empeñado en que su obra no fracasara vergonzosamente, impidió que el concilio se disolviera. El en persona salió a caballo para evitar en las calles tumultos populares y en seguida convocó a las cuatro naciones en congregación general (21 ó 22 de marzo), donde declaró que estaba resuelto a mantener el concilio aun con peligro de su vida y exhortó a todos a proseguir tranquilamente sus tareas. Tres cardenales con un arzobispo fueron enviados a Schaffhausen para preguntar al fugitivo sus propósitos e intenciones.
Esta escapada de Juan XXIII contribuyó a que las doctrinas conciliaristas se difundiesen públicamente y se propugnase sin miedo la superioridad del concilio sobre el papa. No pocos de la Universidad de París allí presentes hablaron contra la plenitud de la potestad pontificia, y el canciller Juan Gersón, en nombre de toda la embajada francesa, predicó el día 23, delante del emperador, doce proposiciones que él llamó «rayos de la verdad», magnificando al concilio y empequeñeciendo la autoridad papal. Todos los cristianos, incluso el pontífice, tienen que obedecer al concilio, asistido por el Espíritu Santo; siendo el papado esencial a la Iglesia, no puede el concilio destruir la potestad pontificia, establecida por Jesucristo, pero sí puede regular y moderar su ejercicio para el mayor bien de la Iglesia; en su convocación es independiente del pontífice romano y tiene derecho a imponer a éste cualquier medida que sea necesaria para la extinción del cisma 24 .
La tercera sesión solemne tuvo lugar el 26 de marzo de 1415. Sólo una hora antes de la apertura fueron comunicadas al sacro colegio las decisiones que se debían promulgar, y que precedentemente habían sido adoptadas por las naciones. Por eso, los cardenales se negaron a asistir. Sólo Zabarella y Pedro d'Ailly, éste como presidente, autorizaron con su presencia la sesión, a la que no asistieron más que 70 prelados, la tercera parte, y en la que se publicaron decretos sobre la legitimidad de este concilio constanciense, la plenitud de sus poderes aun sin el papa y el absoluto deber de continuarlo hasta la plena extinción del cisma y reforma de la Iglesia en su cabeza y en sus miembros.
6. Sesiones IV y V (30 de marzo y 5 de abril 1415).-Pedro de Ailly y Zabarella pueden contarse entre los moderados, pues todavía al final de la sesión tercera declararon que seguían fieles a Juan XXIII mientras éste perseverase en su voluntad de abdicar espontáneamente por el bien de la Iglesia. En el resto de los conciliares, exceptuando los italianos, iba creciendo cada día la aversión a Juan XXIII y el deseo de proceder independientemente del papa. Se ha hecho célebre la congregación que el Viernes Santo (29 de marzo) tuvieron en el convento de los franciscanos las naciones de Francia, Alemania e Inglaterra sin la participación de Italia ni del colegio cardenalicio. Allí se redactaron cuatro artículos, aprobando resueltamente el conciliarismo, amenazando con graves castigos a cualquiera que no obedeciese a los decretos del concilio, declarando que la fuga de Juan XXIII era un escándalo manifiesto, que le hacía sospechoso de cisma y herejía, y atestiguando que el papa fugitivo, contrariamente a lo que él decía, había gozado en Constanza de plena libertad.
Estos artículos les parecieron a los cardenales inadmisibles, porque ofendían el honor y la dignidad del pontífice, por lo cual suplicaron a Segismundo no permitiese que se promulgasen en la próxima sesión. Dijéronle que Juan XXIII estaba dispuesto a poner el negocio de la abdicación en manos del emperador y de algunos cardenales, que no retiraría de Constanza la curia y sus oficiales, por más que hubiese dado órdenes en ese sentido, y que el colegio cardenalicio sólo asistiría a la sesión solemne en caso que esos cuatro artículos se modificasen en la forma que le indicarían. Temeroso el emperador de una ruptura entre los cardenales y el concilio, corrió a la congregación de las naciones y les rogó que atenuasen los cuatro artículos, y, aunque encontró resistencia en muchos, maniobró con tanta rapidez y habilidad aquella noche y la mañanita del día siguiente, que, al abrirse el Sábado Santo la sesión general, ya los delegados de las naciones habían consentido en la propuesta de los cardenales.
Era el 30 de marzo. La cuarta sesión solemne, a la que asistían más de 200 prelados y muchísimos doctores, se iniciaba muy inquieta, pues aun después de empezada la misa, el emperador iba de unos a otros y llamó a los cardenales a una capilla de la catedral para los últimos acuerdos. Concluido el santo sacrificio y el rezo de las letanías, alzóse el cardenal Zabarella para dar lectura a los artículos convenidos. El primero era el mismo que habían aprobado las naciones, y sonaba así: «Este santo sínodo constanciense..., congregado legítimamente en el Espíritu Santo, formando concilio ecuménico y representando a la Iglesia católica militante, tiene su autoridad inmediatamente de Dios, y cualquier persona, de cualquier dignidad que sea, incluso papal, está obligada a obedecer al concilio en todo cuanto se refiere a la fe y extirpación del cisma» 25 .
El segundo, tercer y cuarto artículos de las naciones fueron sustituidos por otros que decían: «2. Item: que el santísimo Padre Juan XXIII no cambie ni traslade a otro lugar la curia romana y sus oficinas con los funcionarios... sin consentimiento del santo sínodo. Y, si hiciere lo contrario y fulminase censuras para que los oficiales le sigan..., todo sea írrito y nulo». «3. Item: que cualquier traslación de prelados o privación de beneficios en perjuicio del concilio... sea jurídicamente inválida, írrita, nula y vana». «4. Item: que por bien de la unión no se creen nuevos cardenales» 26 .
No pocos de los asistentes al concilio se sorprendieron del tenor de aquellos artículos, pues ignoraban las negociaciones del emperador con los delegados y con los cardenales. Saliendo de la sesión, algunos quisieron protestar irritados, mas pronto se hubieran calmado si un nuevo incidente no hubiera venido a exasperarlos. Corría por todas partes la noticia de que Juan XXIII, conducido por el duque Federico, había huido también de Schaffhausen, dirigiéndose a Laufenburg, catorce leguas al oeste. La indignación de todos, empezando por Segismundo, fue grande, y creció mucho más cuando vieron que, sin permiso del concilio, varios cardenales, prelados, curiales y otros eclesiásticos italianos abandonaban la ciudad de Constanza para seguir a su pontífice 27 . En aquel ambiente turbado de ira y resentimiento se reunió la sesión general quinta precipitadamente el sábado 6 de abril con objeto de publicar ahora parte al menos de aquellos artículos suprimidos en la sesión anterior.
La mayoría de los cardenales se negaba a asistir; mas, a fin de evitar un escándalo, ocho de ellos hicieron acto de presencia, aunque desaprobando dichos artículos. El obispo de Posen los leyó, por haberlo rehusado Zabarella. Decía el primero: «Este santo sínodo... tiene su autoridad inmediatamente de Dios, y cualquier persona, de cualquier dignidad que sea, incluso papal, está obligada a obedecer al concilio en todo cuanto se refiere a la fe y extirpación del cisma y reforma de la Iglesia tanto en la cabeza como en los miembros». El segundo declaraba «que quien no obedezca a los decretos de este santo sínodo o de cualquier otro concilio general y persista en su contumacia..., aunque sea de dignidad papal, sea debidamente castigado, aplicando, si es preciso, otras medidas jurídicas». El tercero prohibía la traslación de la curia y el cuarto anulaba las condenaciones y censuras de Juan XXIII, como los artículos tercero y cuarto de la sesión anterior. El quinto, finalmente, testificaba que el papa fugitivo, contrariamente a lo que él decía, había gozado en Constanza de plena libertad 28 .
Tales son los famosos artículos del concilio de Constanza, base del conciliarismo doctrinal, que, renovados en el concilio de Basilea con gesto más revolucionario y ratificados en la pragmática sanción de Bourges, fueron abrazados como un dogma por la iglesia galicana en 1682.
7. Valor de los cinco artículos. -Aquí es necesario preguntarnos: ¿Tienen esos artículos, particularmente los dos primeros, validez universal? ¿Y son de carácter dogmático? Creemos que a las dos interrogaciones se puede responder negativamente. Téngase en cuenta que fueron sancionados por un concilio que no puede con certeza llamarse legítimo, ya que la legitimidad del papa que lo convocó no es cierta, ni mucho menos, y en el momento de promulgarse dichos artículos era un concilio acéfalo y sin autoridad. Y con dificultad podrá decirse ecuménico o representante de la Iglesia universal un concilio al que faltaban los obispos de los otros dos papas contrincantes. También el modo de votar por naciones parece ilegitimar sus decretos, puesto que no eran los cardenales y obispos-a los cuales con el papa corresponde el gobierno y la administración de la Iglesia-los que decidían, sino la masa mucho mayor de doctores, simples clérigos y aun laicos presentes a las congregaciones de las naciones. Una especial irregularidad se advierte precisamente en los decretos de las sesiones IV y V, en cuya discusión no estuvo presente la nación italiana, ni menos los cardenales representantes de la iglesia particular de Roma.
Aunque se demostrase que el concilio de Constanza fue siempre legítimo, diríamos que los susodichos artículos tenían a lo sumo un valor circunstancial y en ningún modo carácter dogmático. No intentaban definir una doctrina, sino imponer una ley, establecer autoritativamente una norma para el buen régimen de la Iglesia: que el papa se someta al concilio en los casos dudosos, oscuros y excepcionales, como eran los de entonces 29 . Que el concilio de Constanza no pretendió pronunciar una definición dogmática, se evidencia claramente: primero, por su modo de expresarse; segundo, por su modo de obrar. Si examinamos las fórmulas que usa, veremos que no emplea las frases clásicas y consagradas para las definiciones, v.gr., diffinimus, condemnamus et anathematizamus tamquam haereticos, u otras equivalentes (de las que el mismo concilio se vale contra los errores de Wiclef, Hus y Jerónimo de Praga), sino que se expresa así: «Ipsa sancta synodus... declarar, quod (papa) obedire tenetur... Declarat, quod quicumque... obedire contumaciter contempserit... paenitentiae subiiciatur». Repetimos que no son éstas las fórmulas que usa la Iglesia en sus definiciones de un dogma de fe. Y, aunque poco antes ha dicho: «Ordinat, diffinit, decernit et declarat», el sentido del segundo verbo está determinado por el de los concomitantes.
Lo mismo viene a demostrar su actitud ante los que no aceptaban la doctrina del conciliarismo. Sabemos de algunos miembros del concilio que siguieron defendiendo la supremacía pontificia e impugnando la doctrina contraria, sin que el concilio los condenase ni se inquietase por ello; v.gr., el general de los dominicos, Leonardo Statius 30 . El conciliarista Fillastre nos dice que había en Constanza «diversas opiniones de potestate concilii supra papam, maxime in iis quae pertinent ad reformationem Ecclesiae» 31 . Y Martín V, recién elegido papa en Constanza, condenó el conciliarismo por estas palabras: Nulli fas est a Supremo Iudice, videlicet Apostolica Sede, seu Romano Pontífice lesu Christi Vicario in terris, appellare, aut illius iudicium in causis fidei... declinare» 32 .
Suele objetarse que, al fin y al cabo, el papa Martín V sanó in radice la ilegitimidad del concilio de Constanza, y, por tanto, son valederos universalmente aquellos decretos. Conviene explicar en qué consistió tal aprobación. Al fin de la última sesión, cuando ya el cardenal Rainaldo de San Vito había pronunciado, de orden del papa, Domini ite in pace!, y todos habían respondido Amen, se levantaron los embajadores de Polonia y de Lituania pidiendo fuese condenado en sesión solemne un escrito del dominico Fr. Juan Falkenberg que, según ellos, contenía varias herejías y había sido reprobado en la congregación general de las naciones. Respondieron los patriarcas constantinopolitano y antioqueno y un dominico español que no todas las naciones lo habían reprobado. Y como se armase un alboroto, intervino el papa, diciendo que él aprobaba todo cuanto el concilio había determinado «conciliariter» en materia de fe, mas no lo que de otra manera se hubiera decidido 33 . Ahora bien, según hemos demostrado arriba, los cinco artículos de las sesiones IV y V no son materia de fe (de rebus fidei). Y aun podríamos, aunque con menos seguridad, añadir que tampoco fueron determinados «conciliariter» ; se requería que antes de promulgarse en la sesión solemne llevase el voto unánime de todas las naciones, y, según pensaban muchos, también el voto de los cardenales, representantes de la Iglesia romana. Pues bien, sabemos que los cardenales no aprobaron dichos artículos. Que fuese necesario este voto parece deducirse del empeño que siempre mostraba el emperador y las naciones por obtener la aprobación del colegio cardenalicio 34 . Y por lo menos parece que ésa era la opinión de los cardenales, particularmente de Pedro de Ailly 35 . Cardenal era entonces Martín V, y por eso podemos creer que, cuando puso como condición para aprobar los decretos constancienses que hubieran sido determinados «conciliariter», se refería a los que llevaban la aprobación de los cardenales.
8. Deposición de Juan XXIII. -Veamos ya cómo el concilio de Constanza alcanzó su primer objetivo, que era el de dar la paz y unión a la Iglesia. Como medida previa, optó por deponer a dos papas y aceptar la dimisión del tercero. Juan XXIII había huido de Constanza alegando, en cartas que escribió al emperador, a los cardenales, a la corte de Francia, etc., diversos pretextos: la insalubridad del aire, la falta de libertad. Como Federico, su protector, no se sintiese seguro en el castillo de Schaffhausen por miedo de Segismundo, que lo había proscrito del imperio, llevó al papa consigo a Laufenburg ; de allí, a Friburgo de Brisgovia, y luego a su fuerte castillo de Breisach. Los cardenales Fillastre y Zabarella vinieron a comunicarle que el concilio de Constanza en la sesión VI, del 17 abril, le citaba a comparecer ante la asamblea y le ofrecía la fórmula de abdicación. Duro golpe para el papa y no menos duro el cambio que se obró en su protector Federico de Austria. Abandonado éste por los suizos y por otros partidarios, aceptó la mediación del duque Luis de Baviera para reconciliarse con el emperador, el cual le puso como condición la entrega del pontífice fugitivo. Federico, aunque con dolor, hubo de prometerlo, volviendo a Constanza el 30 de abril.
Soñó entonces Juan XXIII en pasar hasta Avignon y encerrarse en el inexpugnable palacio de los papas; mas como el duque de Borgoña no accediese a franquearle el camino, tornó a Friburgo los últimos días de abril. Mal cariz tomaban en Constanza sus asuntos, pues en la sesión VII (2 de mayo) se determinó entablar proceso contra él, y se le citó a comparecer en el término de nueve días, tratándolo de hereje, simoníaco, escandaloso e incorregible. En las sesiones IX, X y XI (13, 14 y 25 de mayo) se pidió oficialmente su deposición, se oyeron las acusaciones de los testigos y se le declaró contumaz y privado de todo gobierno eclesiástico 36 . Por fin, en la sesión XII, del 29 de mayo, y sin que nadie le defendiera, se procedió a su pública deposición y privación del papado, declarándolo notorio simoníaco, dilapidador de los bienes y derechos de muchas iglesias, escandaloso por sus detestables y deshonestas costumbres, pertinaz, incorregible y reo de otros muchos crímenes. Quiso protestar el cardenal Zabarella, mas un confuso griterío de Placet ahogó su voz y ratificó la sentencia.
Aquel «monstruo de iniquidades» se reveló en la adversidad mejor que muchos de sus enemigos. Con una debilidad que nadie sospechara en él, Baltasar Cossa, ya antes de la condena, se dejó conducir el 17 de mayo al castillo de Radolfzell, cerca de Constanza, donde permaneció bajo la custodia de cuatro miembros del concilio y de 300 caballeros húngaros. Cuando le mostraron el primer decreto de suspensión, no quiso defenderse, deploró su fuga, dijo que el concilio era infalible, se excusó humildemente de sus faltas y entregó el anillo papal y el sello de las bulas. Y, cuando le participaron la sentencia de deposición, se confió resignado a las órdenes del emperador y del concilio. El 3 de junio fue llevado prisionero al castillo de Gottlieben; de aquí, a Heidelberg, y poco después a Mannheim bajo la vigilancia del duque de Baviera. Cuatro años más tarde, por unas disensiones que Luis de Baviera tuvo con el emperador, pudo Baltasar Cossa comprar su libertad a precio de 30.000 florines. Bajó a Italia y se postró a los pies del nuevo papa Martín V, el cual, compadeciéndose de su infortunio, le restituyó la dignidad cardenalicia. Pocos meses después, en diciembre de 1419, falleció en Florencia oscuramente Baltasar Cossa 37 .
9. Abdicación de Gregorio XII. -Parecía que con la deposición de Juan XXIII estaba resuelto el nudo más difícil de la tarea conciliar. ¿Cómo acabar ahora con los otros dos papas? El anciano Gregorio XII facilitó cuanto pudo la cuestión. El 25 de enero de 1415, sus embajadores, el cardenal arzobispo de Ragusa, Juan Dominici, y los obispos de Worms, Spira y Verdun, recibidos por el concilio, declararon que Gregorio abdicaría con tal que los otros dos hiciesen lo mismo y no presidiese Baltasar Cossa la sesión. Esto no era mucho prometer, pero el día de la sesión XIII, 15 de junio, cuando ya Juan XXIII había sido depuesto, vino a Constanza Carlos Malatesta como plenipotenciario de Gregorio ante el emperador. Sus propuestas fueron examinadas y, finalmente, aceptadas. En la sesión XIV (4 de julio 1415), Juan Dominici, en nombre de Gregorio XII, legitimó el concilio, convocándolo de nuevo, y autorizó y confirmó cuanto él hiciera en adelante por la unión y reforma de la Iglesia y por la extirpación de la herejía; Carlos Malatesta leyó la fórmula de renuncia al papado. El cardenal Dominici fue recibido en el sacro colegio y Gregorio XII (ahora Angelo Corrario) fue nombrado decano del colegio cardenalicio, obispo de Porto y legado perpetuo en Ancona. Murió en Recanati el 18 de octubre de 1417, antes de terminarse el concilio y antes de la elección del nuevo pontífice. Tenía noventa años. ¡Lástima que este acto de humildad y de amor a la Iglesia no lo hiciera diez años antes!
10. Deposición de Benedicto XIII. -Faltaba lo más duro, la eliminación del papa aragonés, único sobreviviente de los autores del cisma. «Mientras esta luna no se eclipse-decía Gersón-, no lucirá el sol de la paz y la concordia». Sus embajadores habían venido a Constanza a primeros de marzo de 1415, siendo recibidos en audiencia el día 4. Lo que propusieron fue que el emperador se trasladase a Niza para deliberar con Benedicto XIII y con el rey Fernando I de Aragón. Segismundo prometió hacerlo. La ocasión no se presentó hasta el momento de la abdicación de Gregorio XII. El lugar señalado para la entrevista fue, finalmente, Perpignan, no Niza. Benedicto XIII, que desde el año anterior se hallaba en Valencia, vino a la cita en junio de 1415 y aguardó impaciente la tardía llegada de Segismundo. Este no pudo salir de Constanza hasta el 18 de julio ni entrar en Perpignan hasta el 17 de septiembre. También el rey de Aragón, retenido por una grave enfermedad, llegó con retraso. Todos vinieron con lujosas comitivas. Escoltaban al emperador algunos príncipes alemanes, prelados, doctores y hasta 4.000 jinetes. Como si Benedicto quisiera deslumbrarlo con toda la pompa de una verdadera corte pontificia, se vistió su mejor manto de púrpura para darle audiencia en el gran salón del castillo de Perpignan. La entrevista fue cordial; se abrazaron y besaron efusivamente, mas en las consultas y negociaciones el papa aragonés se oponía tenazmente a la via cessionis, proponiendo por su parte la via iustitiae, es decir, que se averiguase jurídicamente en una discusión cuál era el papa legítimo. Con todo, si el emperador prefería la vía de cesión, él ponía tres condiciones: que se anulasen todas las sentencias dadas contra él en Pisa, que el nuevo papa fuese aceptado por todos los príncipes y fieles y que la elección fuese conforme a los cánones. Al decir esto pensaba que sólo él podría ser elegido canónicamente, ya que Pedro de Luna era el único cardenal incontestable, como anterior al cisma.
Segismundo no podía aceptar tales condiciones. Entonces Benedicto propuso otro plan: que los cardenales por él nombrados y los de Constanza eligiesen un número de árbitros, los cuales nombrarían el nuevo papa. Tampoco este proyecto pareció aceptable. Cansado el emperador de tantos esfuerzos inútiles, decidió salir de Perpignan a principios de noviembre. Apenas llegado a Narbona, le alcanzó una embajada del rey de Aragón con representantes de Escocia y de los otros príncipes que obedecían a Benedicto XIII rogándole retrasara su viaje, pues estaban dispuestos a adherirse al concilio de Constanza, abandonando a Benedicto. Detúvose Segismundo y envió a Perpignan sus delegados. Ya para entonces había salido el pontífice de la ciudad, dirigiéndose a Colliure, donde se embarcó para Peñíscola, fuerte ciudadela sobre el mar Mediterráneo, en la provincia de Castellón38 .
Esta fuga precipitada, sin prestar atención a las nuevas súplicas que le dirigió el rey de Aragón, indignó a los que hasta entonces eran sus partidarios. Y, juntándose con el emperador y con los delegados del concilio constanciense en Narbona, los representantes de Aragón, Castilla, Navarra, Escocia y los condes de Foix y de Armagnac firmaron el 13 de diciembre de 1415 un tratado en el que se estipuló que así los Padres de Constanza como los prelados y cardenales de Benedicto se invitasen recíprocamente a un concilio general, donde, disfrutando todos de iguales privilegios, procederían de común acuerdo a la deposición de Benedicto XIII (si éste no renunciaba espontáneamente) y al nombramiento de un nuevo papa; todas las penas y censuras de una y otra parte serían anuladas. Con gran júbilo se recibió en Constanza la noticia de este convenio, que fue ratificado solemnemente en una congregación general del 4 de febrero de 141639 .
Ya para entonces el reino de Aragón se había separado oficialmente del papa Luna (6 de enero 1416). Y fue San Vicente Ferrer, el que había sido su confesor y consejero, quien en la fiesta de la Epifanía leyó desde el púlpito de Perpignan la fórmula de substracción de la obediencia a Benedicto XIII. Aquel santo predicador y taumaturgo, de tanto prestigio popular, había rogado los últimos días muy insistentemente a Pedro de Luna que abdicase por el bien de la Iglesia. Su elocuencia ardorosa no hizo mella en el testarudo aragonés. Y Vicente Ferrer, aunque internamente persuadido de que la justicia y el derecho estaban con Pedro de Luna, se apartó de él para adherirse al concilio de Constanza 40 . En la sesión XXII (1 5 de octubre 1416), los delegados de Aragón y de Portugal, tras varios días de discusión, se incorporaron al concilio; los de Navarra, en la sesión XXVI (24 de diciembre), y los de Castilla, en la sesión XXXV (18 de junio 1417) aunque se hallaban en Constanza desde marzo 41 .
Así la Natio hispanica se agregó a las otras cuatro que constituían el concilio.Desde la sesión XXIII (5 de noviembre 1416) hasta la XXXVII (26 de julio 1417) duró el proceso que se instituyó contra Pedro de Luna, con citaciones del acusado, audiencia de testigos, etc. Cuando en enero de 1417 llegaron a Peñíscola los diputados del concilio invitándole a comparecer ante sus jueces, el viejo papa protestó contra tanta avilantez, ya que la verdadera Iglesia no estaba en Constanza, sino en Peñíscola, como en tiempo del diluvio se hallaba solamente en el arca de Noé. Dada la vida pura e íntegra del reo, nadie se atrevió a insinuar contra él aquellas acusaciones de simonía, inmoralidad, avaricia, trato con el demonio, etc., que no faltaban nunca en semejantes procesos. Le acusaron, con verdadero fundamento, de contumacia; le acusaron también de perjurio, por no haber cumplido su palabra de abdicar, aunque él lo había prometido sólo después de empleados todos los otros medios; le acusaron de fautor del cisma, y fue el propio Gersón el encargado de probar que también había incurrido en herejía, porque obraba contra el artículo del símbolo que dice: «Credo in unam sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam». Consiguientemente, el concilio en la sesión del 26 de julio lo privó y depuso de su dignidad papal, lo cortó de la Iglesia, como ramo seco, y prohibió a todos los cristianos, bajo las más severas penas, que le prestasen obediencia o favor 42 .
El canto del Te Deum bajo los arcos de la románica catedral, el vuelo de las campanas en las torres y el resonar de las trompetas imperiales por las calles de Constanza anunciaron al mundo que el último obstáculo para la unión había sido vencido. Mientras tanto, en la remota Peñíscola, en aquel promontorio que se interna en el mar coronado de murallas, Benedicto XIII seguía protestando que la Iglesia estaba con él, que los herejes cismáticos eran los de Constanza; todos los años el día de Jueves Santo pronunciaba el anatema contra el rey de Aragón y contra los cardenales que le habían abandonado. En aquel castillo solitario batido por el mar murió Pedro de Luna el 29 de noviembre de 1422 a la edad de noventa y cuatro años 43 .
III. Elección de Martín V. Reforma y concordatos
1. El papa Colonna. -Eliminados los tres pontífices que dividían la cristiandad, parecía llegado el momento de elegir uno nuevo que fuese cabeza de todos los fieles. En junio de 1417 se empezó a discutir seriamente sobre ello. Existía desde mucho antes una comisión para la reforma de la Iglesia, y sus proyectos se entorpecieron y enredaron ahora con la cuestión de la elección pontificia. Cuando el sacro colegio, y principalmente Pedro de Ailly, trazó las normas que se debían seguir en la elección del nuevo papa, opúsose decididamente Segismundo, diciendo que la nación alemana y la inglesa exigían que la reforma eclesiástica había que emprenderla antes que se nombrase el pontífice; de lo contrario, se corría el riesgo de que no se hiciese nunca. Al partido de los cardenales se juntaron los italianos, franceses y españoles, y respondieron por boca de Pedro de Ailly el 25 de agosto que la más importante reforma era la de proveer al cuerpo de la Iglesia de su verdadera cabeza, porque un cuerpo sin cabeza es la mayor de las deformaciones.
Llegó a tal punto la discordia, confusión y efervescencia de los ánimos, que corrió la voz de que Segismundo iba a arrestar a los cardenales. Muchos se quejaban de que se entrometía demasiado en los asuntos eclesiásticos, coartando la libertad del concilio. Ingleses y alemanes, unidos y concordes desde que Segismundo, volviendo de Perpignan, había ido hasta Inglaterra para negociar con Enrique V, insistían en que se hiciese la reforma antes que la elección, porque buena parte de la reforma había de consistir en limitar la potestad del futuro papa, quitándole la facultad de disponer de los beneficios eclesiásticos, anatas, etc. No faltó quien los tachó de husitas y herejes («recedant haeretici»), sin que la voz moribunda de Zabarella, que falleció el 26 de septiembre, pudiera calmarlos. Protestaron indignados los alemanes que ellos amaban a la Iglesia con su cabeza el papa, pero que los romanos pontífices desde hacía ciento cincuenta años venían cometiendo infinitos abusos, invadiendo los derechos de las iglesias particulares con sus reservaciones, expectativas, anatas, servicios comunes, espolios, dispensaciones simoníacas, etc., etc. ; de donde se originaba la corrupción del clero, la ruina de los estudios y la decadencia de las iglesias v monasterios. La nación alemana desconfía de promesas para el futuro, pues ha visto que las que se dieron en Pisa no se han cumplido 44 .
La muerte del obispo Roberto de Salisbury contribuyó a que los ingleses dejasen de hacer causa común con los alemanes, y poco después la llegada del obispo de Winchester, Enrique de Beaufort, tío del rey Enrique V, facilitó la concordia al proponer que se empezasepor la elección del papa, pero que antes un decreto conciliar impusiese la obligación de emprenderse la reforma inmediatamente después de la elección pontificia; además, podríanse publicar, aun antes de la elección, aquellos decretos de reforma en los que todas las naciones estaban de acuerdo. Así se hizo en la sesión XXXIX, del 9 de octubre, en la que se promulgaron cinco. El primero es el célebre decreto Frequens, que ordenaba la periodicidad de los concilios generales, confirmando así el triunfo del conciliarismo. Cinco años después del de Constanza se celebraría un nuevo concilio; siete años después de éste, tendría lugar el tercero, y, en adelante, cada diez años se convocaría concilio general. Los cuatro decretos siguientes trataban de impedir la posibilidad de un nuevo cisma y prohibían los espolios y procuraciones. En la sesión XL (30 de octubre) se anunció el programa reformatorio en 18 puntos, que debería ejecutar el futuro papa antes de clausurar el concilio.
Los cardenales que iban a entrar en conclave eran 23; como todos ellos habían sido creados por los papas depuestos, hubo algún extremista que propuso fueran excluidos totalmente; no fue así, pero sí se pensó que convenía reforzar su autoridad agregándoles 30 prelados (seis por cada nación). Estos 53 electores se congregaron el 8 de noviembre, y al cabo de cuatro días, por unanimidad, dieron su voto al cardenal Odón Colonna, de cuarenta y nueve años, que en honor de San Martín, cuya fiesta se celebraba aquel día, llamóse Martín V (1417-1431). La Iglesia universal celebró el acontecimiento con gran alegría, y motivos tenía para ello, pues había alcanzado la unión y la paz bajo una sola cabeza, un pontífice, un pastor, un padre. El gran cisma de Occidente podía darse por terminado.
Martín V, que era diácono, fue consagrado el día 13 presbítero y el 14 obispo. El día 21 tuvo lugar la coronación. El escogido para predicar delante del nuevo papa, del emperador y del concilio en pleno fue Felipe de Malla, de quien escribe Jerónimo Zurita: «Fue loada aquel día por todas las naciones la plática que hizo al papa el maestro Felipe Malla con una divina elocuencia, fundándola en la autoridad de San Juan, que dice en el Apocalipsis: Al que venciere haré columna en el templo de Dios; y en la de la mujer vestida de sol, que tenía la luna debaxo los pies, y en la cabeza corona de doce estrellas; declarando con maravilloso artificio entenderse por la Iglesia, que estaba vestida del sol de la justicia, y por la luna, el abatimiento del cismático, y por las doce estrellas, doce reyes que concurrieron a la obediencia del concilio: los cuatro de España y otros tantos de Alemania, y los de Francia e, Inglaterra, y en Italia dos, y eran Nápoles y Chipre, porque el de Escocia no quiso enviar embajadores» 45 .
Desde que el concilio tiene una cabeza, la figura del emperador empieza a esfumarse y las mismas naciones pierden mucho de su significación política en sus actuaciones conciliares; es el papa quien toma las riendas de los negocios, quien condena, como hemos visto, la superioridad del concilio y quien determina y dirige lo que en adelante se hace.
2. Decretos de reforma eclesiástica. -A la comisión de reforma, ya existente desde 1415 y renovada ahora por las cinco naciones, añadió el papa, el día mismo de su coronación, seis cardenales. Su tarea resultó muy dificultosa, porque, a pesar del deseo universal de una reforma «in capite et in membris» (antes en la cabeza que en los miembros), era casi imposible ponerse de acuerdo las diversas naciones entre sí. Lo que proponían los franceses era rechazado por los ingleses; lo que querían los alemanes, lo rehusaban los italianos; los españoles iban poco unidos, y entre los mismos franceses se dibujaban las dos tendencias políticas de borgoñones y armagnacs. También obispos y doctores andaban en desacuerdo. Muchos obispos entendían la reforma en el sentido de substraer al romano pontífice la facultad de conferir los beneficios eclesiásticos; en cambio, los doctores universitarios preferían que la colación de los mismos siguiese en manos del papa, pues era costumbre que todas las universidades le enviasen el «rótulo» de sus maestros y laureados, a quienes el papa otorgaba siempre canonjías, parroquias u otras prebendas. El colegio cardenalicio no mostraba gran interés por la reforma, pues temía que resultarían muy mermados sus ingresos si se reformaba la curia
Casi todos, especialmente entre los alemanes e ingleses, declamaban contra las exacciones y censos que imponía la curia pontificia. Los más exigentes eran los de la nación germánica, que en enero de 1418 presentaron al papa un memorial con las reformas que instantemente reclamaban 46 . En respuesta, Martín V comunicó a las naciones en 20 de enero de 1418 un proyecto de reforma que contenía en menos puntos casi todo lo que proponían los alemanes. Sólo omitía dos artículos: el de las excesivas apelaciones a la curia romana y el de las causas por las cuales el papa puede ser juzgado.
Discutieron el proyecto las naciones, y por fin se formuló en siete decretos de reforma general, que ordenaba: suprimir todas las exenciones de monasterios concedidas por los papas después de Gregorio XI; revocar, a partir de la misma fecha, las uniones o incorporaciones de varios beneficios bajo un solo título; renunciar de parte del papa a las rentas o frutos intercalares de los beneficios vacantes; declarar suspensos a todos los ordenados simoníacamente y anular todas las elecciones contaminadas de este vicio; imponer la residencia a los beneficiarios, porque el beneficio se concede por razón del oficio, por lo cual los obispos deberán hacerse consagrar para poder cumplir sus deberes; si no, serán privados de su cargo; prohibir a cualquier persona inferior al papa exigir diezmos, y el papa no los impondrá a todo el cuerpo eclesiástico, sino en casos graves de interés general; corregir los abusos que prelados y clérigos cometían en el vestir y en el porte de la persona 47 . A esto se redujo la reforma general. ¡Y si aun esto poco se hubiera urgido eficazmente! Otros puntos que no parecían tan universales se determinaron en la reforma particular, o relativa a cada nación, que se estableció en los concordatos
3. Concordatos con las naciones -De acuerdo con el concilio, el papa Martín V estipuló una serie de concordatos con Alemania, España, Francia e Inglaterra, haciendo a las iglesias nacionales y a los príncipes algunas concesiones, especialmente en el orden fiscal y beneficial, que podían haber inaugurado una era nueva en la historia eclesiástica si les hubiera precedido una madura deliberación entre las dos partes y si después se hubieran llevado a la práctica rigurosamente. El concordato con España, firmado el 13 de mayo de 1418, comprendía seis puntos: 1.° Sobre el número y cualidades de los cardenales (que no fuesen más de 24, que estuviesen dotados de egregias cualidades y proporcionalmente se escogiesen entre todas las naciones cristianas). 2.° De las reservaciones y colación de beneficios (con restricciones para la Santa Sede). 3.° De las anatas y servicios comunes (limitando su abuso, aunque sin suprimirlo). 4.° De las causas judiciales que se deben llevar a la curia romana (solamente las señaladas por el derecho o la costumbre). 5.° De las encomiendas de monasterios y obras pías (solamente en caso de necesidad urgente). 6.° Sobre las indulgencias (no innovar nada; Alemania pedía en este punto que no se multiplicasen demasiado). El concordato francés, que valía igualmente para Italia, agregaba al español dos artículos: uno sobre la simonía y otro sobre las dispensas.
El concordato con Alemania, válido también para Hungría, Polonia y países escandinavos, abarcaba diez puntos, añadiendo a los referidos otros dos sobre los excomulgados vitandos y los beneficios conferidles por el papa y los cardenales, limitándolos. Estos tres concordatos eran ad quinquennium, es decir, válidos tan sólo hasta el nuevo concilio, en que volvería a tratarse de la reforma. En cambio, el concordato con Inglaterra era perpetuo y comprendía sólo seis puntos: sobre el número de cardenales, sobre las indulgencias, sobre las uniones o incorporaciones, sobre el no conceder insignias pontificales a prelados inferiores, sobre las dispensas y el escoger personas inglesas para los oficios de la curia romana. De los beneficios eclesiásticos nada se decía en el concordato inglés. Era inútil, porque el Parlamento de 1390 había ratificado el Statute of Provisors de 1351 48.
De hecho, todos estos concordatos, incluso el inglés, cayeron muy pronto en olvido, tal vez porque se habían pactado con las iglesias, no con los príncipes. Cuando el concordato francés fue presentado al Parlamento de París, éste rehusó registrarlo; el 9 de septiembre de 1418 fue aceptado en aquella parte del reino que obedecía al duque de Borgoña. La elección de Martín V había sido recibida en Francia con poca simpatía; en parte, porque los armagnacs no habían conseguido del concilio la condenación de Juan Petit, y en parte, porque el galicanismo exacerbado de aquellos días no podía estar satisfecho de las escasas concesiones del concordato.
Y ton esto queda indicado todo lo que el concilio de Constanza hizo por la reforma de la Iglesia «en la cabeza y en los miembros». En realidad, poca cosa. Era necesaria la reforma de la curia especialmente en materia fiscal, restringiendo las múltiples exacciones pecuniarias y corrigiendo los innumerables abusos en la colación de los beneficios; era urgente la reforma del clero, atendiendo mejor a su formación y obligando a obispos y párrocos a la residencia y al cumplimiento de sus deberes pastorales. Lo que prácticamente se hizo fue casi nada para un plazo corto, y en algunos decretos se emplearon fórmulas vagas, detrás de las cuales podían agazaparse los antiguos abusos. La principal tarea reformatoria se confió, por medio del decreto Frequens, a los futuros concilios. El concilio era para aquellos hombres la panacea universal, que, sin embargo, durante más de un siglo veremos que no aportó ningún remedio a los males de la Iglesia. El problema de la reforma siguió vivo, abierto y doloroso, como una herida sangrante, que se encanceró con el protestantismo, y que sólo el concilio de Trento logró curar con ayuda de los papas de la Contrarreforma.
4. El tiranicidio. -Una de las cuestiones que más tempestuosamente agitó los ánimos de los Padres constancienses fue la concerniente al tiranicidio. Ya dijimos en el capítulo precedente cómo el libertino duque de Orleáns, hermano de Carlos VI, cayó asesinado en las calles de París, el 29 de noviembre de 1407, por orden de su primo Juan Sin Miedo, duque de Borgoña. Este halló abogado en el maestro de teología Juan Petit 49, que defendió su causa ante el rey el 8 de marzo de 1408, haciendo la apología del tiranicidio. Si un vasallo -vino a decir- atenta a la salud del rey con fraudes y sortilegios o trata de derribarle del trono, es lícito a cualquier persona privada, y aun meritorio y conforme a las leyes natural, moral y divina, asesinar a semejante traidor y tirano. Tal era el duque de Orleáns. En consecuencia, el rey debe amar ahora más que antes al duque de Borgoña 50 .
Contra doctrina tan subversiva alzó su voz autorizada Juan Gersón, y, a sus instancias, el obispo de París la condenó el 23 de febrero de 1414. Pero el duque de Borgoña había apelado al papa Juan XXIII, prometiendo justificarse ante el concilio general. Llevada la cuestión a Constanza, se nombró una comisión de teólogos que la examinase, en la que entraban Pedro de Ailly y Zabarella. No le costó mucho trabajo a Gersón demostrar que las doctrinas de Juan Petit coincidían con el artículo de Wiclef, condenado en la sesión VIII (4 de mayo 1415): «Populares possunt ad arbitrium dominos delinquentes corrigere». Pero en aquellas circunstancias, en que la política francesa, agitada por bandos irreconciliables, tanto podía influir en el éxito bueno o malo del concilio, se decidió, tras violentas disputas, que Juan Petit no fuese nombrado en la condenación y que la doctrina del tiranicidio fuese anatematizada solamente en su expresión más aguda y extrema. Así se hizo en la sesión XVI (6 de julio 1415) 51 . El enérgico discurso que pronunció Gersón el 5 de mayo de 1416 exigiendo una condenación más precisa y explícita del tiranicidio y de Juan Petit le acarreó grandes odios y enemistades entre los borgoñones. No por eso se cambió la sentencia.
Suscitóse la polémica con ocasión de un panfleto, verdaderamente homicida, de Juan de Falkenberg contra el rey de Polonia y el duque de Lituania. El rector de la Universidad de Cracovia, Pablo Wladimiri, por encargo de su rey, había presentado al concilio un tratado De' potestate papae et imperatoris (5 de julio 1415), dirigido contra los Caballeros de la Orden Teutónica, acusándolos de que, bajo pretexto de convertir a los infieles, trataban de conquistar el territorio de Lituania, haciendo la guerra a los neófitos y a la católica Polonia. En dicho tratado se negaba al papa y al emperador, y, en general, a los cristianos, el derecho de arrebatar sus tierras y posesiones a los infieles por el solo hecho de ser infieles 52 .
Juan de Falkenberg era un fraile dominico pugnaz y reñidor que, inducido por los Caballeros Teutónicos, salió a defenderlos, atacando con violencia salvaje a los polacos. Su Liber de doctrina potestatis papae et imperatoris es una defensa del imperialismo germánico y una virulenta sátira contra el rey Wradislao V Jagellón y contra todos los polacos, en la que afirmaba, entre otras cosas, que los polacos son idólatras, porque adoran a su rey, que es un ídolo; son herejes, aborrecibles a Dios, perros impúdicos y están dispuestos a derramar la sangre de los cristianos y a inficionar los miembros de la Iglesia con los venenos de su herejía; por lo cual no solamente los príncipes, sino también los particulares que se decidan a matarlos y exterminarlos a todos juntamente con su rey, merecerán el reino celeste y la vida sempiterna.
El arzobispo de Gnesen denunció al concilio este escrito, que naturalmente fue condenado por los cardenales y por las naciones y finalmente entregado a las llamas. Consideraciones políticas, y especialmente la intervención de los Caballeros Teutónicos, impidieron que la condenación se hiciese en sesión solemne. Elegido papa Martín V, tanto los polacos como los franceses le rogaron en la última sesión anatematizara conciliarmente a Falkenberg y a Petit, mas ya vimos la respuesta que recibieron, y como los embajadores de Polonia apelaron al futuro concilio, el papa condenó severamente tales apelaciones.
5. Otras cuestiones secundarias. -No consideramos entre los problemas secundarios la condenación de los errores wiclefitas y husitas, cuya importancia puede decirse transcendental, tanto que ése era uno de los tres fines o causas (causa fidei) del concilio constanciense. Pero de Wyclif y de Hus trataremos en capítulo aparte. El problema de la unión de la Iglesia griega con la latina ni siquiera se tocó, si bien allí estaban algunos representantes del emperador bizantino, expresamente invitado al concilio por Segismundo. Suele decirse que en Constanza fueron condenados los flagelantes. En realidad, las actas del concilio no presentan indicios de tal condenación. Si la hubo, ¿en qué consistió? Llegó a Constanza la noticia de que los sermones de San Vicente Ferrer en Aragón excitaban los ánimos de las multitudes con tal fervor, que éstas se daban a la práctica de la flagelación pública. Temiendo Gersón resurgiese la antigua secta de los flagelantes, cuyos abusos y errores hemos descrito en el capítulo tercero de este libro, escribió al santo predicador en julio de 1417 avisándole del peligro de esta sangrienta penitencia multitudinaria, al mismo tiempo que le invitaba a venir al concilio
No en Aragón, sino en otros países norteños, principalmente en Alemania, asumía caracteres morbosos y heréticos esa forma de penitencia. Autorizándose con la famosa carta que un ángel -según decían- había depositado en el altar de San Pedro en Jerusalén el 25 de diciembre de 1348, y en la que la Virgen María aseguraba el perdón de todos los pecados a los que recibiesen este bautismo de sangre, más agradable a Dios que el bautismo de agua, sostenían los flagelantes que éste era el único verdadero sacramento, que reemplazaba y hacía inútiles a todos los demás e incluso abolía el sacerdocio de la ley evangélica. No admitían las indulgencias, ni el purgatorio, ni el culto de los santos, y criticaban ásperamente a todos los sacerdotes y eclesiásticos. En Turingia intervino el inquisidor Enrique Schönfeld, O.P., entregando a varios obstinados al brazo secular y a la hoguera, aunque en vano.
Había, pues, motivos más que suficientes para un decreto conciliar. ¿Por qué no se tomó ninguna decisión? Lo ignoramos. ¿Acaso para no molestar a San Vicente Ferrer, que agrupaba en torno de sí a muchos penitentes que se disciplinaban las espaldas hasta derramar sangre, pero con verdadero espíritu de compunción y sin incurrir en errores? De todos modos, hubiera sido fácil condenar las herejías sin desacreditar la práctica de la flagelación. Entonces fue cuando Gersón redactó y dio a leer su Tractatus contra sectam flagellantium, que, sin duda, fue aprobado por los Padres constancienses, aunque no dictaran sentencia particular sobre ello 53 .
Una nueva forma de vida religiosa fue sometida en 1418 al juicio del concilio. Sabido es cómo los hermanos de la vida común, nacidos en Deventer por obra de Gerardo Groote y Florencio Radewijns, se propagaron rápidamente por los Países Bajos y por Alemania. Constituían una asociación o hermandad intermedia entre la vida de los seglares y la de los religiosos: vida de perfección en comunidad, pero sin votos. El fraile dominico Mateo Grabow, que los conoció en Groninga, se persuadió que tal género de vida era inadmisible, contrario al derecho canónico y a la doctrina de Santo Tomás, y los acusó ante el obispo de Utrecht. Absueltos allí judicialmente, su causa fue llevada al concilio de Constanza. Martín V señaló una comisión, en la que entraban el cardenal De Ailly y Juan Gersón, con orden de examinar y juzgar un opúsculo de Grabow que contenía proposiciones como éstas: es imposible practicar lícita y meritoriamente los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia fuera de las religiones aprobadas (extra veras religiones); los presbíteros y clérigos que llevan vida común fuera de las religiones incurren en pecado mortal y todos cuantos los aprueban y favorecen están excomulgados; los que viven en el mundo no pueden renunciar a los bienes del mundo viviendo en pobreza, porque la propiedad de las cosas temporales está esencialmente unida al estado seglar, y quien lo intenta peca mortalmente; las matronas que se dicen beguinas, aunque no incurran en errores, se hallan en estado de eterna condenación.
Varios representantes de la «devotio moderna», como el prior de Windesheim, Juan Vos de Heusden, y el hermano de la vida común Enrique de Ahaus, el introductor de la hermandad en Alemania, vinieron a Constanza en plan de defensa. Pedro de Ailly y Gersón se pusieron en seguida de su parte y en contra de Mateo Grabow. Estigmatizaron algunas proposiciones del dominico y exaltaron la vida común de los hermanos como una admirable imitación de la vida de los primitivos cristianos. El tribunal conciliar condenó el 3 de abril de 1418 la doctrina de Grabow como errónea, temeraria y escandalosa y obligó a su autor a pronunciar una abjuración 54 .
6. Conclusión del concilio y despedida del papa. -El 22 de abril de 1418 se celebró la sesión general XLV, que fue la última. El papa declaró clausurado y disuelto aquel concilio, el más solemne y el más largo de cuantos hasta entonces se habían celebrado. Segismundo, cuya figura había dominado la ecuménica asamblea con no menos brillantez y eficacia que la del emperador Constantino en Nicea, recordó, por boca de un abogado consistorial, sus esfuerzos y sacrificios en pro de la unión, dio gracias a todos los presentes por su fiel perseverancia en medio de tantas dificultades y testimonió, una vez más, su sincera devoción a la Iglesia y al romano pontífice. Hubiera querido Segismundo detener al papa en Alemania por más tiempo, y así le ofreció las ciudades de Basilea, Estrasburgo o Maguncia. Los franceses insistieron por que retornase a Avignon, ciudad pontificia. Desatendiendo tales ofertas, Martín V, romano de nacimiento y convencido de que sólo Roma era la sede del Pontificado, se dispuso a partir para Italia.
El domingo de Pentecostés (15 de mayo 1418) ofició pontificalmente en Constanza por última vez. Al día siguiente, poco después de las siete de la mañana, toda la ciudad, acostumbrada a festejos, procesiones, torneos y cabalgatas durante tres años y medio, se echó a la calle para presenciar el último y más vistoso espectáculo. Precedían la comitiva papal doce caballos sin jinetes con gualdrapas de púrpura. Detrás iban cuatro caballeros armados de lanzas, de las que colgaban rojos capelos cardenalicios. A continuación un sacerdote alzaba una cruz de oro. Otro, montado en caballo blanco gualdrapado de púrpura, ostentaba el Santísimo Sacramento. Seguíanlo doce cardenales a caballo, un jinete en caballo blanco con el Santísimo Sacramento cubierto y numerosas personas con cirios encendidos. Venían luego los canónigos y el concejo de la ciudad, también con cirios. El papa, con ínfulas adornadas de perlas y vestimenta de oro, bajo un palio sostenido por cuatro condes, montaba una hacanea blanca, de cuyas riendas tiraban, con el emperador, varios príncipes del imperio. Después hacían séquito los obispos, los duques y muchísimos eclesiásticos. Espléndida pompa matutina bajo un sonoro y jubiloso vuelo de campanas. Se calcularon cerca de 40.000 caballeros los que acompañaron al pontífice hasta el próximo castillo de Gottlieben. Allí donde habían estado poco antes el hereje Juan Hus y el papa fugitivo Juan XXIII le aguardaban a Martín V unas barcas. Dada la bendición al emperador, embocó la corriente del Rin hacia Schaffhausen, mientras los cardenales y oficiales de la curia bordeaban el río. Luego bajó por tierra a Berna y Ginebra, de donde pasó a Milán. Aquí consagró el altar mayor de la grandiosa catedral, entonces en construcción, y se dirigió a Mantua y Florencia. En estas dos ciudades residió largo tiempo antes de hacer su entrada triunfal en Roma el 28 de septiembre de 1420. Montones de ruinas encontró en su patria. Al papa Colonna le tocaba ser el restaurador de Roma.
NOTAS
[1] Livre des faicts du mareschal de Boucicaut (París 1620) p.164.
[2] Esta encíclica Caelestis altitudo consilii sería en sí muy hermosa si no contuviera las ordinarias injurias y desprecios del papa y de los cardenales contrarios (Mansi, Concilia XXVI,1103-1109; Marténe-Durand, Veterum scriptorum... amplissima collectio [París 1724-33] VII,781-87).
[3] Las letras apostólicas en T. de Niem, De schismate III,36. Anota este publicista que, al salir de Lucca, Gregorio parecía «multum extenuatus in facie et lividi coloris, ac si iam in puncto mortis existeret». Usamos la edición Historiae Theodorici de Niem... de Schismate Ecclesiae (Basilea 1566). Sobre el autor véase H. Heimpel, Dietrich von Niem 1340-1418 (Ratisbona 1932)
[4] La Forma celebrationis concilii papalis Perpiniani, con descripción de las sesiones, nos la ha transmitido M. DE Alpartil, Chronica actitatorum temporibus domini Benedicti XIII ed. de F. Ehrle (Paderborn 1906) 173-187. Otra documentación en Mansi, Concilia XXVI,1103-1122. La publicación de F. Ehrle Aus den Acten des Afterkonzils von Perpignan 1408: «Archiv für Lit. und KG" 5 (1889) 387-492; 7 (1900) 576-694, trata muy brevemente del concilio de Perpignan en las últimas páginas; el resto son documentos anteriores relativos a las andanzas de Benedicto XIII.
[5]Los embajadores de Wenceslao llevaron al concilio una carta de Segismundo en que éste decía: "Quod propter nonnullas causas ambaxiatores suos ad dictum concilium generale mittere non poterat, sed quod frater suus rex Romanorum et Bohemiae suos mittebat solemnes ambaxiatores, et quod ipse a voluntate dicti fratris su¡ deviare non intendebat" (Mansi, Concilia XXVII 353). De Portugal fueron embajadores a Pisa, mas anunciaron que no consentirían en la elección de un nuevo papa (P. De Bofarull, Colección de documentos inéditos del Archivo de la Corona de Aragón t.1 [Barcelona 1847] 133 y 157).
[6] Juan de Varennes había escrito tiempo atrás a Benedicto XIII: «Crudeliorem enim plagam schismate Deus in orbem non potest transmittere» (Martẻne-Durand, Veterum script. VII,568). Los argumentos con que la Universidad de Bolonia trataba de justificar el concilio de Pisa, desatendiendo a los dos papas, en Martène-Durand, Veterum script VII,894-97. Sobre eso mismo escribió Gersón en Pisa su libro De auferibilitate papae ab Ecclesia (Opera II,209-24). queriendo demostrar que la Iglesia podía divorciarse del papa, aunque fuese legitimo, por conservar su unidad esencial. Ideas semejantes defendían P. de Ailly (Valois, IV,84-87) y F. Zabarella, que escribía: «Potestas est in ipsa universitate tanquam in fundamento, sed in papa tanquam in principali ministro» (G. Zonta, Francesco Zabarella 1360-1417 [Padua 1915) p.59). Así pensaban también Clemanges y Simón de Cramaud (A. Coville, Le traité de la ruine de l'Église de Nicolas de Clenianges [París 1936], y H. Finke, Acta concilii Const. 1,281).
[7] La sentencia en Mansi, Concilia XXVI, 1146-48, y en Hefele-Leclercq, Histoire des conciles VII,46-48. En la citación a comparecer ante el concilio, el oficial que leía el documento llamó a los dos papas, irónica y despectivamente, Errorius (en vez de Gregorius) y Benefictus (en lugar de Benedictus). Poco después de su condenación, el día del Corpus, se quemaron en la plaza dos maniquíes con mitra papal en la cabeza para regocijo del pueblo. Nótese aquí, que el concilio de Pisa no abraza claramente la doctrina conciliarista. Al deponer a los dos papas, no se funda en la superioridad del concilio sobre el pontífice, sino en la vieja teoría medieval, usada por Nogaret contra Bonifacio VIII y generalmente admitida entonces. Léanse las oportunas advertencias de V. Martin, Les origines du Gallicanisme 11,73-74 y 84-89.
[8] En su Tractatus pro defensione Benedicti XIII publ. en Martène, Thesaurus novus anecdotorum 11,1435-1529.
[9] Su comentario a Pedro Lombardo ha sido magníficamente estudiado por F. Ehrle, Der Sentenzenkommentar Peters von Candia, des Pisaner Päpst Alexanders V (Münster 1925). Noticias de Alejandro V, en T. de Niem, De schismate III,51.
[10] Las actas del concilio de Pisa se conservaban, con variantes, en cuatro diversas colecciones, publicadas por Hardouin, D'Achery, Von der Hardt y Martène, recogidas luego en Mansi, Concilia vol.26 y 27. Posteriormente ha editado otras críticamente J. Vincke, Acta concilii Pisan¡: «Römische Quartalschrift» 46 (1936) 81-337. Martène publicó además cartas y documentos previos, Acta varia praevia ad concilium Pisanum (Veterum script. V11,425-1079).
[11] Manuscrito citado por Valois Le France et le Grand Schisme IV,110. La legitimidad del concilio de Pisa y de Alejandro V es negada por la mayoría de los autores modernos. Sin embargo, el jesuita O. Pfülf, en una recensión de la obra de N. Valois, opina que la convocación del concilio de Pisa por los cardenales en aquellas circunstancias estaba bien justificada: «Das Verfahrena der Kardin le schien durch den Ausnahmezustand und die himmelsschreiende Not der Kirche gerechtfertigt» (en «Stimmen aus María Laach» 64 [1903] 327-35). San Roberto Belarmino dice que el de Pisa fue un concilio general «nec approbatum nec reprobatum» y tiene a Alejandro V por verdadero papa (De conciliis I,8). De hecho, el Alejandro que vino después del pisano se llamó Alejandro VI. No se siguió esta norma con Clemente VII, ni con Benedicto XIII, ni con Juan XXIII.
[12] No se prueba que su elección fuese simoníaca, como se dijo luego siguiendo al maldiciente Teodorico de Niem. De su incontinencia antes del sacerdocio hay algunas pruebas (Rainaldi, Annales a.1409 n.86; H. Blumenthal, Johann XXIII, seine Wahl und seine Persönlichkeit: «Zeitschrift für KG» 21 [1900] 488-S16). Teodorico de Niem nos ha transmitido sus noticias y juicios en dos tratados: Invectiva contra Iohannem y De vita ac fatis constantiensibus Iohannis papae XXIII, publ. en Hardt, Magnum oecum. Constant. concilium II,296-329.335-459
[13] Summa historialis p.3.a tít.22 c.6.
[14] F. Palacki, Documenta M. Ioannis Hus (Praga 1869) p.467; Mansi, Concilia XXVII,506. El programa de reformas propuesto por la Universidad de París, en Finke, Acta const. I,132-48.
[15] Antonio Petri, Diarium romanum; Muratori, Rerum ¡tal. script. XXIV,1033-40. Según este cronista, Ladislao arrasó la ciudad y profanó la misma basílica de San Pedro, «ubi fiebat concilium». No disfrutó mucho del triunfo, pues murió en Nápoles al año siguiente, agosto de 1414, dejando el trono a su hermana Juana de Durazzo.
[16] El autor del tratado De modis uniendi ac reformandi Ecclesiam, atribuido un tiempo a Gersón (Opera II,161-201) o al benedictino portugués Andrés de Escobar, hoy más probablemente a T. de Niem, insistía por aquellos días en que al emperador compete el derecho de convocar los concilios; antes había defendido lo mismo F. Zabarella. Los planes de Segismundo sobre el concilio pueden estudiarse en Finke, Acta conc. Constant. I,88-92; y las relaciones del emperador con Gregorio XII y Juan XXIII, ibid., 93-107. Escobar abandonó posteriormente las ideas conciliaristas. Véase la introducción de M. Candal a su edición crítica de Andreas de Escobar, Tractatus polemico-theologicus de graecis errantibus (Roma, Madrid 1952): «Concilium Florentinum» vol.4 ser.B.
[17] El constanciense Ulrico de Richenthal nos dejó una famosa descripción del concilio tal como él lo vio (Das Concilium so zu Constenz ist gehalten worden ed. fotográfica, Leipzig 1895). Tenemos también muchas noticias en los diarios publicados por Finke, especialmente en el de Fillastre.
18 Mansi, Concilia XXVII,560-61; Von der Hardt, Magnum oecum. conc. II,224-26; Hefele-Leclercq, Histoire des conciles VII,186-87.
19 Pedro de Ailly demostró inútilmente que tal modo de votar por naciones era contra la costumbre multisecular de la Iglesia. Añadía, con razón, que de este modo salía perjudicado el derecho de los obispos y cardenales, equiparados a cualquier clérigo y aun laico. «Expediens videtur redire ad ius commune et ad antiquum modum procedendi et concludendi in conciliis generalibus, ubi non legitur facta talis nationum distinctio» (Von der Hardt, VI,42; P. Tschakert, Peter von Ailly [Gotha 1877] p.25I; Finke, Forschungen 29). Tal sistema introducía en el concilio un fermento nacionalístico, contrario a la naturaleza católica de la Iglesia, del mismo modo que el voto de simples clérigos y laicos introducía un elemento democrático, contrario al carácter jerárquico de la misma.
[20] De forma et ordine concilii: Finke Acta II,742-58; J. Hollnsteiner, Studien zur Geschäftsordnung am Konstanzer Konzil: «Festschrift zum 70. Geburtstag Dr. H. Finke» (Münster 1925) 240-56.
[21] Escribe el cardenal Fillastre en su Gesta concilii: «Quibus tamen fuit dictum, quod constituerent ex se sex deputatis, qui starent et agerent cum aliis deputatis nacionum» (Finke, Acta II,34). Esto equivalía a concederles un voto colectivo como a cada nación en las sesiones generales. No dice la fecha, pero se colige de las actas de la sesión XI (25 de mayo 1514), en donde actúa el cardenal Ostiense, dando su placet en representación del colegio cardenalicio, «pro Collegio» (Hardt, IV,235-36); y lo mismo en otras sesiones posteriores (Finke, Acta II,80.147, etc.; K. Zahringer, Das Kardinalskollegium auf dem Konstanzer Konzil bis zur Absetzung Papst Johannes XXIII [Münster 1935]; E. Schekestrate, Tractatus de sensu et auctoritate decretorum Constantiensis concilii [Roma 1686] p.104; Hollnsteiner, Studien p.250).
[22] La trae Fillastre en Finke, Acta II,21; Mansi, Concilia XXVII,567.
[23] J. Zurita, Los anales de la Corona de Aragón (Zaragoza 1562-80) l.12 c.47.
[24] Mansi, Concilia XXV111,535-40; ]. B. Schwab, Iohannes Gerson (Würzburgo 1858) p. 506-8. Los cardenales, aunque invitados por Segismundo, no asistieron al sermón, porque preveían los ataques contra el poder papal.
[25] El art.I de las naciones añadía: «y reforma de la Iglesia tanto en la cabeza como en los miembros», pero estas palabras fueron suprimidas en la lectura por Zabarella, según refiere Fillastre, quia cardinalis Florentinus sustinebat, quod ille articulus non erat verus de iure», y lo mismo opinaban otros muchos (Finke, Acta II,28).
[26] Mansi, Concilia XXVII,585. 27
[27] Hardt, IV,93-94.
28 Mansi, Concilia XXVII,590-91.
29 Escribe B. Jungmann: «Animadvertendum est ea [decreta] non habita fuisse ut deffinitiones dogmatices circa materiam fidei; sed erant capitula quaedam per modum constitutionum synodalium, ut ab ipsis constantiensibus appellantur (Dissertationes selectae in Historiam ecclesiasticam t.6 [Ratisbona 1886] p.319). El mismo autor aduce serios argumentos para demostrar el valor puramente circunstancial de aquellos artículos en la mente del concilio (ibid., p.318-321). Así piensa también Hollsteiner, Studien p.249.
[30] Los textos en Finke, Acta II,705 y 712.
[31] Finke, Acta II,27-28. Y consta que en otras sesiones, v.gr., en abril de 1415 y en diciembre de 1416, disputaban los teólogos constancienses sobre si la plenitud del poder reside en el concilio o en el papa (Hefele-Leclercq, VII,218-19.415-16).
[32] Mansi, Concilia XXVIII,200. Gersón (Opera II,303-308) cita esas mismas palabras del papa contra el conciliarismo, y, aunque no piensa como él, no se atreve en modo alguno a condenarlo. Martín V condenó el conciliarismo, estando aún en el concilio de Constanza, en el siguiente artículo que se debía proponer a los sospechosos de husitismo: «An credat, quod papa canonice.electus... sit successor Petri, habensque supremam auctoritatem in Ecclesia Dei» (Mansi, Concilia XXVII,1212). Luego la autoridad del concilio no está sobre la del papa.
[33] Mansi, Concilia XXVII,1201.
[34] Aparece en las actas muchas veces (Finke, Acta II,73.80.233.743-45).
[35] Como aquel régimen conciliar dejase perplejos a muchos, Pedro de Ailly propuso algunas dudas muy serias.: «Primum dubium. An quattuor Nationes... excluso Cardinalium Collegio, faciant generale concilium, cum sint plura concilia particularia... ad partem deliberantia; quae deliberatio, exclusa deliberatione dicti Collegii... videtur multis non esse censenda deliberatio concilii generalis conciliariter facta. Secundum dubium. An dictae Nationes... habuerint a iure divino vel humano auctoritatem privandi Romanam Ecclesiam et Sacrum Collegium ipsam repraesentans... iure suo, habendi videlicet vocem in sacro concilio» (Gersonii opera II,940).
[36] En la sesión VIII (4 de mayo) sólo se trató de los errores de Wyclif. Las acusaciones contra Juan XXIII fueron 70 (72 o bien 74, según la manera de numerarlas) y luego se redujeron a 54 (Hardt, IV, 196-208.230-55; Hefele-Leclercq, Hist. des conciles VII,234-39; Finke, Acta III,157-209). Apenas hay crimen que no se le achaque: «A tempore iuventutis suae, dum Balthasar Cossa appellabatur, fuit malae indolis, inverecundus, impudicus, mendax, parentibus suis rebellis.-Pro quo (cardinalatu) solvit magnam summam pecuniarum. -Exactiones, extorsioimperavit... per tyrannidem... Terras Ecclesiae ac cives depauperavit et depopulavit. -Ad papatum illicitis mediis anhelans... extitit machinatus. -Velut paganus, divina officia contempsit. Missis et vesperis papalibus interesse non curavit; horas canonicas dicere, ieiunia. abstinentias... sprevit. Et si aliquoties celebravit, hoc fuit currens more venatorum. -Cum uxore fratris su¡, curo sanctis monialibus incestum, curo virginibus stuprum, et curo coniugatis terium commisit». Añádanse toda clase de simonías, fraudes, violencias, etc., testificadas por los más autorizados personajes, que aseguran ser todo esto público y notorio, y se tendrá de la rapidez con que una invención absurda y calumniosa resulta demostrada y de la fe que merecen ciertos procesos históricos.
[37] Leonardi Aretini Commentarius: Muratori, Rerum ¡tal. script. XIX,930. Mientras se hallaba preso en Alemania, sólo por señas se entendía con sus carceleros. Y desengañado, él, que no era poeta escribió siete dípticos latinos De varietate fortunae. He aquí el primero y el último:
«Qui modo summus eram gaudens et nomine praes
tristis et abiectus nunc mea fata gemo...
Cedat in exemplum cunctis quos gloria tollit,
vertice de summo mox ego papa cado»
(P. Albert Wo wurde Päpst Johann XXIII nach seiner Absetzung gefangen gehalten?: «Zeitschrift für kathol. Theologie 22 [18981 403).
[38] Los antiguos cronistas refieren que, al embarcarse en Colliure, mandó decir al rey D. Fernando, elegido en el compromiso de Caspe: "Me, qui te feci, misisti in desertum" (Puig y Puig, Pedro de Luna [Barcelona 1920] p.298-99). Las negociaciones, en Alpartil, Chronica 203-206. Abundante documentación sobre el viaje de Segismundo y sobre el convenio de Perpignan en Finke, Acta III,427-509.
[39] Mansi, Concilia XXVIII,905 y 949; Hefele-Leclerq, Hist. des conciles VII,368-371. No se celebró para eso una sesión solemne, porque los españoles no habían reconocido aún como legítimo el concilio.
[40] En el reino de Aragón hubo muchos que se resistieron al decreto real de substracción de la obediencia. Mucho trabajó en favor de la substracción el elocuentísimo Felipe de Malla, teólogo, jurisconsulto y poeta, "el más señalado predicador de aquellos tiempos" (Zurita), que en seguida brillará entre los Padres de Constanza (F. de Bofarull, Felipe de Malla y el concilio de Constanza, documentos justificativos y correspondientes de los embajadores aragoneses, Barcelona 1883. En Castilla se aceptó el tratado de Narbona el día 1 de abril de 1416, no sin fuerte resistencia de los arzobispos de Toledo y Sevilla. En Navarra y el condado de Foix, el 16 de julio. Los procuradores del rey Carlos de Navarra, del clero de aquel reino, del deán de Santa María de Tudela, del abad de la Oliva, del de Tarazona, del de Iranzu, del de Leire, del de Irache, presentaron al concilio su reconocimiento el 24 de diciembre (Mansi, Concilia XXVII,993-1011).
[41] B. Fromme, Die spanische Nation und das Konstanzer Konzil (Münster 1896) p.41-47; Hardt, IV,1194; Finke, Forschungen und Quellen 190. Noticias de los embajadores, en Finke, Acta III,1-9; V. La Fuente, Historia eclesiástica de España IV,433-444; de los aragoneses, Puig y Puig, Pedro de Luna 318-20. Sobre las discusiones entre los embajadores castellanos y aragoneses trata largamente Fromme, Die spanische Nation 80-101 ; Suárez Fernández, Castilla, el cisma y la crisis conciliar p.96-100.
[42] Mansi, Concilia XXVILI140-46; Hefele-Leclercq, Hist. des conciles VII 440-42.
[43] Sobre la fecha de la muerte véase N. Valois, La France et le Grand Schisma IV,450-52; Puig y Puig, Pedro de Luna 374 n.2. Se ha exagerado a veces el abandono del solitario de Peñiscola. En el mediodía de Francia, especialmente en el condado de Armagnac, tuvo siempre muchos adictos. Tampoco le faltaron en Escocia y en algunas diócesis de España hasta el momento de su muerte. El rey Alfonso de Aragón, a ruegos de la familia Luna (D. Alvaro de Luna, sobrino papa, empezaba a ser condestable y ministro omnipotente de Castilla), hizo trasladar a Illueca el cadáver incorrupto. «Su momia se conservó sin enterrar en un salón del palacio [paterno] hasta al año 1811, en que los franceses le cortaron la cabeza y tiraron sus restos mortales por las ventanas» (V. La Fuente, Historia eclesiástica de España IV,441). Antes de morir, Benedicto XIII hizo jurar a los tres cardenales que le rodeaban que elegirían un nuevo papa. En efecto, el canónigo de Barcelona Gil Muñoz tomó el nombre de Clemente VIII (10 de junio 1423); se reconcilió con Martín V en 1429 (M. García Miralles, La personalidad de Gil Sánchez Muñoz y la solución del cisma de Occidente: «Teruel» [1954] 63-122; Tejada y Ramiro, Colección de cánones III, 737).
[44] Mansi, Concilia XXVII,1154-56; Hardt, IV,1419-20.
[45] Zurita, Anales de la Corona de Aragón p.3.a l.24 c.67; J. Goñi, Recompensas de Martin V a sus electores españoles: «Hispania sacra» II (1958) 259-297. Sobre F. de Malla, que había estudiado derecho canónico, no civil, en Paris, véase J. Goñi, Los españoles en el concilio de Constanza (Madrid 1966) 79-92.
[46] Avisamenta Nationis Germanicae, en 18 artículos, basados en los que se habían anunciado en la sesión XL (Mansi, XXVIII,362-70; Hefele-Leclercq, VII,486-87). Entre los tratados de reforma entonces escritos o publicados es importante el de P. de Ailly, De reformatione Ecclesiae (1416), que se añadió como parte tercera al tratado que el mismo autor había escrito en 1403, De materia concilii generalis, y que fue muy leído hasta el concilio de Trento (Gersonii opera II, 903-913; Hardt, IV, 403-33); también el de T. de Niem, De necessitate reformationis Ecclesiae in capite et in membris, publ. por Hardt, y mejor por Finke, Acta IV,591-636, bajo el título Avisameta edita in concilio Constantiensi (1414). Los españoles hicieron correr de mano en mano una sátira contra la simonía romana, parodiando una misa «quae cantar¡ debet immediate post festum cathedrae Sancti Petri». Véase como muestra el Introitus: «Lugeamus omnes in Domino, dies maestos lamentantes super horrore simoniae procacis. De cuius fornicatione lugent miseri», etcetera. Por lo demás, no es de gran ingenio (Hardt, IV,1503-5).
[47] Mansi, Concilia XXVII,1174-76; Hefele-Leclercq, Hist. des conciles VII,530-34.
[48] El concordato español, en Tejada y Ramiro, Colección de cánones VII,9-16, y mejor en G. Mercati, Raccolta di concordati I,144-150. A continuación los de las otras naciones. Cf. C. Calisse, I concordati del secolo XV:
«Chiesa e Stato. Studi storici e giuridici» I, 115-145, vol.65 (Milán 1939) de «Pubblicazioni della Universitá cattolica del Sacro Cuore».
[49] Juan Petit, natural de Normandía, murió en 1411. Suele frecuentemente llamársele cordelero o franciscano, pero era sacerdote secular, como puede verse en A. Coville, Jean Petit. La question du tyrannicide au commencement du XVe siècle (París 1932) p.8-9.
[50] El discurso de Juan Petit, en Gersonii opera V,15-42. Amplia documentación sobre el asunto Petit en Finke, Acta IV,237-432; Mansi, XXVIII,740-870.
[51] La proposición, condenada como errónea, herética y escandalosa, suena así: «Quilibet tyrannus potest et debet licite et meritorie occidi per quemcumque vasallum suum vel subditum, etiam per clanculares insidias... non expectata sententia vel mandato iudicis cuiuscumque» (Mansi, XXVII,765; Hardt, IV,440; Hefele- Leclercq, VII,296).
[52] Con ese objeto refuta la opinión del célebre cardenal Ostiense, Enrique de Susa (†1271). El tratado ha sido publicado recientemente con introducción y notas críticas por Estanislao Belch, Tractatus «Opinio Hostiensis» (at the Council of Constance by Paul Vladimiri) (Roma 1956): «Sacrum Poloniae Millennium». La documentación sobre el proceso Falkenberg, en Finke, IV 352-432. Otros documentos en B. Bess, Johannes Falkenberg, O.P., und der preussisch-polonische Strit, voy dem Konstanzer Konzil: «Zeitschrift für KG» 16 (1896) 385-464.
[53] La carta y el tratado de Gersón, con un billete de P. de Ailly a San Vicente Ferrer, en Gersonii opera II,658-60; Hardt, III,92-104.
[54] Hardt, III,107-121; Mansi, Concilia XXVIII,386-94; Gersonii opera I,467-74.
Historia de la Iglesia | ![]() |
Respuestas Catolicas Inmediatas | ![]() |
Read more
El gran cisma de Occidente (I) Orígenes y desarrollo; la cristiandad dividida.
Ver del mismo autor la segunda parte: Pisa y Constanza. Fin del cisma
Fuentes. -Entre las fuentes narrativas descuella por su importancia para toda esta época la Chronica Carol¡ VI, escrita por un religioso de Saint-Denys y editada por L. Bellaguet, 6 vols. (París 1839-1852), la más preciosa fuente histórica para los años 1380-1422. Entre los escritores de aquel tiempo que escribieron sobre el cisma hay que citar a los siguientes: Teodorico de Niem, De schiamate libri tres, ed. G. Erler (Leipzig I890) ID., De modo uniendi ac reformandi Ecclesiam (publicado entre las Opera de Gersón, II,161-201); ID., Nemus unionis (Basilea 1566); Niem, escritor de la cancillería bajo Urbano VI, mordaz y apasionado, pero riquísimo de noticias, ha sido caracterizado por Finke como «el mayor periodista de la tardía Edad Media».
Read more
MADRID, 5 ago 1999 (ZENIT).- «El Misterio del Santo Grial. Tradición y leyenda del Santo Cáliz», es el título del último libro publicado sobre la reliquia a la que se le atribuye su utilización por Jesucristo en la Ultima Cena y que se conserva en la Catedral de Valencia. El autor de la obra, es Salvador Antuñano Alea, de 33 años, profesor de Ética y Sagrada Escritura en el Centro Universitario Francisco de Vitoria en Madrid.
«Si Indiana Jones hubiera visitado Valencia, no hubiera hecho caso de vetustas leyendas medievales, y se hubiera ahorrado todos los peligros de "la Ultima Cruzada"», asegura Antuñano con humor en las primeras palabras del libro. A través de 220 páginas realiza un recorrido por la tradición que envuelve el Santo Cáliz, con las averiguaciones arqueológicas sobre su utilización en la Ultima Cena, el uso que de él hicieron los primeros Papas de la cristiandad, su traslado a España, las leyendas medievales, su estancia en el monasterio oscense de San Juan de la Peña y su primera entrada en la historia documentada a finales del siglo XIV.
Read more
LA EUCARISTIA
TEMAS VARIOS
LA BIBLIA
LAS IMAGENES
Dos vecinas se encuentran en la calle:
-¡Hola Juana! ¿Adónde vas?
-Hola Luisa, a la parroquia, estamos orando a Dios por la Patria. ¿Querés venir?
L -Imposible... bueno quisiera orar con vos, pero a tu Templo no entro ni mareada.
J -No te entiendo Luisa... ¿porqué decís eso?
L -¡¿Y por que lo voy a decir?! ¡¿No viste que en tu Iglesia hay muchas imágenes?!
J -...Sí.... Y eso ¿Qué tiene que ver?
Read more
Una amiga que es cristiana evangélica me escribió un mensaje en el que me decía, refiriéndose al uso de las imágenes en la Iglesia, que la idolatría está claramente prohibida en Exodo 20 para todo creyente... e insistía en que nadie podría nunca convencerla de que las imágenes de María y demás santos no son idolatría. Añadía que si se ha entendido de verdad el mensaje de Cristo, nunca se podría doblar la rodilla delante de una imagen, " no te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra, no te inclinarás a ellas ni las honrarás...". He aquí mi respuesta. (JMR, Madrid)
Read more
Esquema del artículo: 1
INTRODUCCIÓNa
I. LA PRESENCIA REAL EN LOS PADRESb
II. LA PRESENCIA REAL EN LA PREESCOLASTICAc
III. LA EUCARISTIA EN EL SIGLO XIId
IV. LA EUCARISTÍA EN EL SIGLO XIIIe
V. FIN DE LA EDAD MEDIAf
VI. LA EUCARISTIA EN LA REFORMA Y TRENTOg
VII. DE TRENTO A NUESTROS DÍAS: PROBLEMÁTICA MODERNAh
VIII. REFLEXION TEOLOGICAi
IX. RESERVA Y CULTO EUCARÍSTICOj
Comenzamos el estudio de la Eucaristía en la tradición de la Iglesia. Siguiendo el método positivo o genético, tenemos que indagar paso a paso los datos de la fe. Hemos comenzado por la Sagrada Escritura y ahora entramos en la tradición de la Iglesia. El misterio eucarístico está ya básicamente descrito en la Biblia; pero, dada su enorme riqueza, se requerirá la continua reflexión de la Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, para ahondar poco a poco en todas sus dimensiones. La Iglesia misma no podía sospechar en un principio que en un poco de pan y vino se hallase concentrado todo el misterio redentor de Cristo. Lo tuvo que ir descubriendo poco a poco bajo la iluminación del Espíritu Santo.
Los Padres, la liturgia, los concilios, la teología, el sentido de los fieles, irán desvelando la profundidad de un misterio que la Iglesia ha tenido siempre en la mano, sin conocer a veces del todo la riqueza del mayor don que Cristo, su esposo, le dio. Si en algún misterio la iluminación del Espíritu Santo ha intervenido decisivamente para llevar a la Iglesia a la plenitud de conocimiento de lo que Cristo hizo y entregó, éste es la Eucaristía. La Iglesia descubrirá que la Eucaristía lo es todo: encarnación, sacrificio de Cristo en la cruz, fundamento de la Iglesia, prenda de la resurrección. Por ello, la Iglesia ha mimado la práctica y el estudio de la Eucaristía como el corazón de su misma vida.
Comenzamos el estudio de la Eucaristía en la tradición de la Iglesia abordando, en primer lugar, el tema de la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo en este sacramento, para pasar después a la Eucaristía como sacrificio y como banquete. Esta diferenciación de los diversos aspectos de la Eucaristía comenzó a hacerse ya en los primeros siglos, en los mismos Padres, que estudiaron ya por separado la presencia real y su modo de realización y el tema sacrificial.
Cada una de estas dimensiones eucarísticas exigió tal dedicación de estudio y reflexión, que en muchas ocasiones se abordaban por separado. Como decíamos, la misma riqueza de la Eucaristía exigía esta consideración distinta de sus diferentes dimensiones; distinción que en modo alguno significaba separación.
Abordamos en primer lugar, como hemos dicho, el tema de la presencia real del cuerpo y sangre de Cristo, y lo hacemos no basados en una consideración abstracta o apriorística, sino en algo que ya hemos considerado al hablar de la Eucaristía en la Sagrada Escritura: es la presencia de la víctima la que hace posible la presencia del sacrificio y lo que causa la unidad de la Iglesia. Es cierto que autores como K. Rahner han dicho al respecto que en la Eucaristía no ofrecemos a Cristo porque está presente, sino que está presente porque lo ofrecemos2. No son pocos los que pretenden explicar la presencia de Cristo en este sacrificio como resultado de su entrega sacrificial a la Iglesia3. Sin embargo, se impone comenzar por el tema de la presencia real, como veremos.
No cabe duda de que Cristo se hace presente en medio de nosotros durante la celebración del sacrificio. Es en el marco de la celebración de la Eucaristía como se hace presente Cristo entre nosotros. Ahora bien, resulta difícil, incluso imposible, explicar la presencia del cuerpo y de la sangre de Cristo en este sacramento a partir de su entrega sacrificial a la Iglesia en el pan y en el vino. Es ésta una presencia que se resiste, como veremos, a ser entendida en términos de acción, como es la presencia de Cristo en los demás sacramentos, en los que también se entrega Cristo a la Iglesia. Es un hecho que los Padres han afirmado desde un primer momento que la Eucaristía es la carne de nuestro Señor y que esto ha provocado una reflexión especial que va más allá de la perspectiva de la acción. Ningún problema habría surgido de haber reducido las palabras de Cristo «esto es mi cuerpo, esto es mi sangre» a un signo eficaz de su entrega, como no habría surgido de haber reducido a Cristo a mero signo eficaz del amor de Dios a los hombres. La verdadera magnitud de los primeros concilios cristológicos, que culminan en Calcedonia en la confesión de las dos naturalezas unidas en la única persona, consiste precisamente en haberse enfrentado con todas las implicaciones que nacían de confesar que Jesús de Nazaret es Dios. Esta es la razón de una reflexión continua y difícil en torno al misterio de Cristo. Pues lo mismo ha ocurrido con la Eucaristía desde el primer momento: la Iglesia ha afirmado en el sentido más propio que la eucaristía es la carne del Señor, y esto le ha llevado a la confesión de la conversión del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo.
La Eucaristía tiene implicaciones que la vinculan estrechamente al misterio de la encarnación como prolongación sacramental de la misma, y por ello no puede ser entendida la presencia de Cristo en este sacramento en términos de acción, sino en términos de ser. Es esto lo que la Iglesia vio desde un principio, y no es de extrañar que las palabras institucionales de Cristo «esto es mi cuerpo» hayan exigido una reflexión sólo comparable a la que exigió el misterio mismo de la encarnación.
La Iglesia dedicará la mejor y más profunda reflexión a la presencia real del cuerpo y de la sangre de Cristo, pues sabe también que sólo con la garantía de la presencia de la víctima se fundamentan las demás dimensiones de la Eucaristía. Como tendremos ocasión de ver más a fondo, el sacrificio eucarístico, que no es otro que el de la cruz, requiere la presencia de Cristo entre nosotros como víctima. Asimismo, lo hemos visto ya en las palabras de Pablo, la Iglesia en su unidad tiene su base en la presencia misma del cuerpo y sangre del Señor: porque nos alimentamos de un mismo pan, formamos un mismo cuerpo. Estos serán, pues, los temas que abordemos en esta parte, dedicada a la Eucaristía en la tradición de la Iglesia: a)b) la Eucaristía como sacrificio; c) la Eucaristía como banquete; d) elementos sacramentales de la Eucaristía. la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo;
I. LA PRESENCIA REAL EN LOS PADRES [a] [4]
La doctrina de los Padres sobre la presencia real no está desarrollada sistemáticamente por ellos. Debemos tener en cuenta que en su época no hubo ningún ataque a la presencia real. No hay que olvidar tampoco que existió la disciplina del arcano, según la cual la Eucaristía se ocultaba a los no creyentes. A pesar de ello, la confesión de la presencia real del cuerpo y sangre de Cristo en la Eucaristía es continua, clara y decidida, al tiempo que comienza en ellos un intento de reflexión sobre cómo tiene lugar esta presencia. El lenguaje y la terminología se van depurando poco a poco, y se irá preparando el terreno para síntesis posteriores.
1) Padres antenicenos
Ignacio de Antioquia 5
Ignacio de Antioquía escribe contra los docetas, los cuales no creen que Cristo haya tomado verdadera carne humana, y es en este contexto como escribe:
«De la Eucaristía y de la oración se apartan (los docetas), porque no confiesan que la Eucaristía es la carne de nuestro salvador Jesucristo, la que padeció por nuestros pecados, la que por su benignidad resucitó el Padre. Por lo tanto, los que contradicen al don de Dios litigando, se van muriendo. Mejor les fuera amar para que también resucitasen»6.
Esta es la primera afirmación categórica de que la Eucaristía es la carne de nuestro Señor, la misma que murió por nosotros y resucitó. Los docetas no pueden celebrar la Eucaristía, puesto que no creen en la carne de Cristo.
Dice también Ignacio que la Eucaristía es una, porque una es la carne de Cristo: «Procurad usar una misma Eucaristía. Porque una es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno el cáliz para unirnos con su sangre; un solo altar, como un solo obispo, junto con su presbiterio y con los diáconos, consiervos míos, a fin de que cuanto hagáis, todo lo hagáis según Dios»7.
Aquí Ignacio exhorta a la unidad con el obispo; unidad que se manifiesta en la Eucaristía. Pero la Eucaristía es una, porque una es la carne de Cristo. La Eucaristía no es otra cosa que la carne de Cristo.
Justino 8
Justino nos ofrece la primera descripción que tenemos de la Eucaristía. Aporta dos descripciones: la Eucaristía que sigue al bautismo (Apol. I 65-66) y la que tiene lugar en la liturgia del domingo (ibid., 67).
Es de notar en Justino que el verbo eucharisteîn, que en la Iglesia primitiva era el verbo que designaba a la Eucaristía toda, pasa con él a designar a los dones, a los elementos de pan y vino, «eucaristizados» por la oración. Este pan y este vino no son ya pan y vino normales, sino que son la carne y la sangre de Cristo. Dice así Justino en su Apología:
«Al terminar el presidente las oraciones y la acción de gracias, exclama todo el pueblo a una voz: ‘Amén, Amén’, palabra hebrea que significa ‘Así sea’. Después de que el que preside ha dado gracias y todo el pueblo ha aclamado, los que entre nosotros se llaman diáconos dan a cada uno de los presentes a participar del pan y del vino y del agua eucaristizados que también llevan a los ausentes.
Este alimento se llama entre nosotros Eucaristía, del cual a ningún otro es lícito participar sino al que cree que nuestra doctrina es verdadera, y que ha sido purificado por el bautismo para perdón de los pecados y para regeneración, y que vive como Cristo enseñó. Porque estas cosas no las tomamos como pan ordinario ni bebida ordinaria, sino que así como por el Verbo de Dios, habiéndose encarnado nuestro Salvador, tomó carne y sangre para nuestra salvación, así también se nos ha enseñado que el alimento eucaristizado mediante la palabra de oración procedente de él (alimento con el que nuestra carne y nuestra sangre se nutren con arreglo a nuestra transformación) es la carne y la sangre de aquel Jesús que se encarnó»9 .
La afirmación de Ignacio se repite en Justino: la Eucaristía es la carne y la sangre de Cristo. Justino aporta aquí como testimonio las palabras institucionales de Cristo y apela ya a la transformación que experimentan el pan y el vino, que ya no son pan y vino ordinarios, sino que por las palabras de Cristo están eucaristizados, de modo que son ya su cuerpo y su sangre10 .
Ireneo 11
Ireneo ofrece un testimonio de valor incalculable sobre la Eucaristía. Procedente de Oriente, discípulo de Policarpo, a vez discípulo de Juan, es también discípulo de Justino en Roma y finalmente es nombrado obispo de Lyón. Por ello su doctrina nos ofrece la fe eucarística tal como era confesada en su tiempo.
La doctrina que nos da sobre la Eucaristía es, más bien, directa, pues lo que Ireneo pretende es argumentar contra los errores de los gnósticos, basándose para ello en la Eucaristía. Los gnósticos de tendencia marcionita que Ireneo combate defendían, basándose en la maldad intrínseca del mundo hecho por el demiurgo, que:
— Cristo, nuestro Salvador, no puede ser hijo del Creador del mundo, pues éste es un artífice malo de cosas también malas. Distinguen entre el Creador malo del Antiguo Testamento y el Dios bueno del Nuevo.
— La resurrección de la carne es imposible, porque ésta es mala12 .
Ireneo partirá de la doctrina sobre la Eucaristía, admitida por sus adversarios, con el fin de argumentarles en contra de los principios arriba descritos.
Cristo, dice Ireneo, toma en sus manos las criaturas, que son el pan y el vino, para convertirlas en su cuerpo y sangre, en lo cual creen también los gnósticos; pues bien, Cristo no habría tomado en sus manos tales criaturas si fuera enemigo del Creador del mundo, y argumenta así: «¿Cómo, pues, les constará que este pan, en el que han sido dadas las gracias, es el cuerpo del Señor y el cáliz de su sangre, si no dicen que él es Hijo del hacedor del mundo, esto es, su Verbo, por el cual el leño fructifica y las fuentes manan, y la tierra da primero tallo, y después espiga y, finalmente, trigo pleno en la espiga?» 13
Aquí Ireneo confiesa, pues, en línea con Ignacio y Justino, que la Eucaristía es la carne del Señor, algo que también creen los gnósticos y que le sirve para argumentar contra ellos.
Por fin, argumenta también contra el segundo principio gnóstico: ¿cómo dicen que no hay resurrección de la carne, si en la Eucaristía nos alimentamos con la carne resucitada de Cristo?:
«¿Y cómo dicen también que la carne se corrompe y no participa de la vida (la carne) que es alimentada por el cuerpo y la sangre del Señor? Por lo tanto, o cambian de parecer o dejan de ofrecer las cosas dichas. Para nosotros, en cambio, lo que creemos concuerda con la Eucaristía, y la Eucaristía, a su vez, confirma lo que creemos. Pues le ofrecemos a El sus propias cosas proclamando concordemente la comunión y unión de la carne y del espíritu. Porque así como el pan, que es de la tierra, recibiendo la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos elementos terreno y celestial, así también nuestros cuerpos, recibiendo la Eucaristía, no son corruptibles, sino que poseen la esperanza de la resurrección para siempre»14 .
«Y son vanos por completo los que desprecian todo el orden divino y niegan la salvación de la carne y desdeñan su regeneración diciendo que no es capaz de incorruptibilidad. Pero si ésta no se salva, entonces ni el Señor nos ha redimido con su sangre ni el pan que partimos es participación de su cuerpo. Porque la sangre no procede sino de las venas y de la carne y de la restante sustancia humana, de la cual verdaderamente hecho el Verbo de Dios, nos redimió con su sangre. Como lo dice también su apóstol: en el cual tenemos, por su sangre, redención y remisión de los pecados (Ef 1,7). Porque somos miembros suyos y alimentados por medio de la creación y nos brinda la creación haciendo salir su sol y llover como quiere, aseguró que aquel cáliz de la creación es su propia sangre y reafirmó que aquel pan de la creación es su cuerpo, con el cual incrementaba nuestros cuerpos. Cuando, pues, el cáliz mezclado y el que ha llegado a ser pan reciben el Verbo de Dios 15 y se hacen Eucaristía, cuerpo de Cristo, con las cuales la substancia de nuestra carne se aumenta y se va constituyendo, ¿cómo dicen que la carne no es capaz del don de Dios, que es la vida eterna; la carne alimentada con el cuerpo y la sangre del Señor y hecha miembro de El?» 16
Ireneo toma aquí el procedimiento de argumentación de Pablo a los corintios que no creen en la resurrección de los muertos. Pablo dice: «Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo ha resucitado» (1 Cor 15,12); Ireneo: «Si no hay resurrección de la carne, tampoco la Eucaristía es la carne del Señor, tampoco Cristo nos ha redimido con su sangre, ni la Eucaristía es participación en su sangre». Se trata, por lo tanto, de la misma sangre con la que Cristo nos ha redimido.
Pero Ireneo da un paso más, no se limita a confesar que la Eucaristía es la carne del Señor, pues alude a la transformación (gínetai) que el pan y el vino experimentan bajo la invocación de la palabra de Dios 17 . Ya Justino había hablado del pan y del vino eucaristizados; Ireneo afirma que el pan y el vino se hacen (gínetai) cuerpo y sangre de Cristo. Se indica así la transformación que el pan y el vino experimentan al recibir la invocación.
En resumen, la doctrina de Ireneo es ésta: la Eucaristía es la carne de Cristo; carne vivificante del Dios Hijo de Dios, Creador y Padre, por la que nos hacemos partícipes del don de la resurrección. El pan y el vino llegan a ser el cuerpo y la sangre de Cristo mediante la invocación de su palabra. Su afirmación repetida es que la Eucaristía es la carne resucitada del Señor; sólo así puede ser carne vivificante. Comunica el don de la resurrección porque ella es carne resucitada y vivificada por el Espíritu.
Tertuliano 18
La Eucaristía es, para Tertuliano, algo que contiene la verdad del cuerpo y de la sangre de Cristo: «Por lo cual, por el sacramento del pan y del cáliz, ya hemos probado en el evangelio la verdad del cuerpo y la sangre del Señor en contra del fantasma (propagado) por Marción».19 20 Siendo la Eucaristía algo sagrado, se tiene cuidado, dice, de que nada caiga por tierra: «Sufrimos ansiedad si cae al suelo algo de nuestro cáliz o también de nuestro pan».
En su obra De oratione, Tertuliano es testigo de que en la Eucaristía se recibe el cuerpo del Señor. Para los cristianos, los días de estación eran días de ayuno y oración, y algunos pensaban que con la recepción del cuerpo del Señor se rompía el ayuno. Tertuliano les recomienda que asistan al sacrificio y se lleven a casa el cuerpo del Señor para comerlo a la tarde. Así cumplen con los dos preceptos 21 .
Encontramos también otro texto claro de Tertuliano en su De Idolatria 22 ; pero quizás el texto más expresivo aparece en De resurrectione, en el que recuerda que entre el cuerpo y el alma hay una solidaridad y que en dicha unión es la carne la mediadora de la salvación. Lavada la carne por el bautismo, queda el alma limpia, se imponen las manos a la carne para que el alma sea iluminada. Es en este contexto donde dice que «la carne es alimentada con el cuerpo y la sangre de Cristo para que también el alma se harte de Dios» 23
La presencia del cuerpo y de la sangre de Cristo en la Eucaristía están, por lo tanto, categóricamente afirmadas por Tertuliano 24 .
Cipriano 25
En la Iglesia de Cartago encontramos a Cipriano, discípulo de Tertuliano. Para Cipriano, la Eucaristía es una cosa secreta y santificante, pero en grado superior a los demás sacramentos, pues la Eucaristía es el cuerpo y la sangre de Cristo. Lo afirma claramente en su relación a los herejes y los lapsos. Los herejes no pueden recibir la comunión sin haber recibido antes el bautismo católico. Y a los lapsos les exige la penitencia adecuada antes de recibir la Eucaristía, pues, de no ser así, se hace violencia al cuerpo y a la sangre de nuestro Señor: «Desdeñadas y despreciadas todas estas cosas antes de expiar los delitos, antes de hacer la confesión del crimen, antes de purificar la conciencia con el sacrificio y la mano del sacerdote, antes de aplacar la ofensa del Señor que está indignado y amenaza... se hace violencia a su cuerpo y sangre, y pecan ahora más contra el Señor con las manos y la boca que cuando le negaron» 26 .
Sin embargo, ante la amenaza de una nueva persecución, Cipriano permite que los lapsos accedan a la Eucaristía para que no se vean separados de la fuerza del cuerpo y de la sangre de Cristo 27 .
Clemente de Alejandría 28
Con los alejandrinos pasamos a un mundo diferente, dada la concepción platónica que en ellos domina, la tendencia constante a primar lo doctrinal sobre lo corporal y la preferencia del sentido alegórico sobre el literal.
En Clemente encontramos una clara afirmación de la presencia real. En círculos católicos se designaba la Eucaristía, en conexión con I Cor 3,2, como «leche». Por ello, los gnósticos se vanaglorían de que su propia Eucaristía es «carne y sangre» del Señor en comparación con la «leche» de los católicos. En este contexto, Clemente viene a decir que la leche de los católicos no es otra cosa que el Verbo, que es todo para el niño: padre, madre, pedagogo, nodriza: «Comed, dice el Señor, mi carne y bebed mi sangre. El Señor nos proporciona estos alimentos caseros y nos da la carne y derrama la sangre, y nada falta para el crecimiento a los niños pequeños. ¡Oh admirables misterios!» 29
Usa también Clemente el lenguaje común de la Iglesia. Alude a los herejes, que, contrariamente a la regla de la Iglesia, usan sólo agua, y es testigo del uso litúrgico de la comunión. En Stromata afirma que la Eucaristía fue figurada en el «alimento santificado» de vino y pan que dio Melquisedec. Y confiesa que hay un alimento de pan que es el mismo Jesús:
«Yo (el Salvador) soy tu sustentador, que me he dado a mí mismo (como pan), del cual quien ha gustado no hace ya más la experiencia de la muerte, y que me he dado a mí mismo como medicina de inmortalidad» 30
Más difícil ha resultado siempre la interpretación de Paed. 2,2, que dice así: «Doble es la sangre del Señor: pues una es carnal, con la que fuimos redimidos de la muerte; otra espiritual, con la que fuimos ungidos. Y beber la sangre de Jesús es esto: ser hecho partícipe de la incorrupción del Señor. Pues la fuerza del Verbo es el Espíritu, como la sangre lo es de la carne. De donde así como el vino se mezcla con el agua, así el Espíritu con el hombre. Y aquello, a saber, la mezcla (de vino y agua), es un convite para la fe, y esto, a saber, el Espíritu, conduce a la incorrupción; y, a su vez, la mezcla de ambos, es decir, de la bebida y del Verbo, se llama Eucaristía, laudable y precaria gracia» 31 .
Para Clemente, que trata de ensalzar el cristianismo como la verdadera gnosis recogiendo los elementos positivos de la filosofía contemporánea, el Logos tiene la función primordial de maestro, y, en consecuencia, la Eucaristía, íntimamente unida a la encarnación, no puede ser vista independientemente del Logos. Por ello, para él la carne y la sangre eucarísticos son una objetivización del Logos, que es idéntico al Espíritu 32 . Para Clemente, la Eucaristía es una mezcla (krásis) del Logos/Pneuma y los elementos. Quizás, como dice Van Eynde, no satisfaga la perspectiva de Clemente, pero es claro que en todo caso no se puede poner en duda el realismo de su fe eucarística 33 .
Orígenes34
Orígenes, a pesar de la ley del arcano y de que da por conocida la doctrina eucarística entre los iniciados, es un claro exponente del uso y de la tradición litúrgica en este punto.
Sostiene Orígenes que lo que el Señor da en la Eucaristía es su cuerpo y su sangre 35 . Contra Celso dice categóricamente: «Nosotros, por el contrario, dando gracias al Señor de todo, comemos los panes ofrecidos por la acción de gracias y la oración (hecha) sobre los dones ofrecidos, que se hacen por la oración un cierto cuerpo santo y santificador» 36 .
La comunión con el cuerpo de Cristo exige una conciencia pura y, asimismo, una precaución extrema para que nada se pierda o caiga por el suelo:
«Conocéis vosotros, los que soléis asistir a los divinos misterios, cómo, cuando recibís el cuerpo del Señor, lo guardáis con toda cautela y veneración, para que no se caiga ni un poco de él, ni desaparezca algo del don consagrado. Pues os creéis reos, y rectamente por cierto, si se pierde algo de él por negligencia. Y si empleáis, y con razón, tanta cautela para conservar su cuerpo, ¿cómo juzgáis cosa menos impía haber descuidado su palabra que su cuerpo?» 37 .
A propósito de la Eucaristía, explica también Orígenes que lo que sucedió en el Antiguo Testamento en enigma, se verifica ahora en la realidad de la carne de Cristo 38 . Esta es, pues, la doctrina de Orígenes sobre la presencia real 39 .
Conclusión
Visto el período preniceno, podemos decir en resumen que la presencia real del cuerpo y de la sangre en la Eucaristía es afirmada de forma constante e ininterrumpida. De la Eucaristía se dice que es la carne del Señor en un sentido literal y propio (Ignacio, Ireneo, Justino).
Con la doctrina eucarística se combate fundamentalmente la teología doceta y gnóstica. En este último caso es significativo que se dé por supuesta la fe en la Eucaristía, para desde ella tratar de argumentar contra la doctrina de los gnósticos.
Esta presencia real está afirmada también por la escuela de Alejandría, a pesar de su tendencia a la alegoría y a ensalzar lo doctrinal sobre lo sacramental. Orígenes es testigo de la fe en la continuidad de la presencia real del cuerpo de Cristo después de la celebración.
Ireneo, sobre todo, comienza a hablar de la transformación del pan y del vino, que se hacen (gínetai) cuerpo y sangre de Cristo.
2) Padres griegos postnicenos
Atanasio
Comenzamos por la exposición de la doctrina de Atanasio, hombre clave en la lucha cristológica contra el arrianismo. Nos limitamos a traer un texto suyo de extraordinaria precisión, citado por Eutiquio, patriarca de Constantinopla, en el sermón De paschate:
«Verás a los levitas que llevan los panes y el cáliz con el vino y lo colocan sobre la mesa. Y mientras no terminan las preces e invocaciones, es pan solamente y cáliz; pero, una vez terminadas las grandes y admirables preces, entonces el pan se hace cuerpo, y el cáliz sangre de nuestro Señor Jesucristo. Y de nuevo vengamos a la realización de los misterios. Este pan y este cáliz, mientras todavía no se han hecho las preces e invocaciones, son sólo pan y cáliz; pero tan pronto como se emiten tan grandes preces y santas invocaciones, el Verbo desciende al pan y al cáliz y se hacen su cuerpo»40
Encontramos aquí una clara afirmación de la transformación del pan y del vino (gínetai) por la recitación de las preces. La fórmula de invocación para que descienda el Verbo y transforme el pan y el vino recuerda la anáfora de Serapión, en concreto, la epíclesis: «Venga de verdad, tu Verbo santo sobre este pan, a fin de que el pan llegue a ser (génetai) el cuerpo del Verbo, y sobre el cáliz, a fin de que el cáliz llegue a ser sangre de la Verdad» 41 .
Cirilo de Jerusalén 42
Cirilo de Jerusalén expone su doctrina eucarística en sus famosas Catequesis mistagógicas. Es un testigo de la fe en la transformación que experimentan el pan y el vino, los cuales, bajo la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo:
«El pan y el vino de la Eucaristía eran sólo pan y vino antes de la santa invocación de la adorable Trinidad; pero, después de la invocación, el pan se hace (gínetai) cuerpo y el vino sangre de Cristo» 43 . En la catequesis cuarta apela a la conversión del agua en vino y habla del cambio (metabalón) del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo 44 .
Claramente enseña que no se ha de juzgar por lo que dicen los sentidos, pues en este caso una cosa es lo que dicen los sentidos y otra la fe: «No los tengas, pues, por mero pan y mero vino, porque son cuerpo y sangre de Cristo, según la aseveración del Señor. Pues aunque lo sentidos te sugieran aquello, la fe debe convencerte. No juzgues en esto según el gusto, sino según la fe, que cree con firmeza, sin ninguna duda, que has sido hecho digno del cuerpo y de la sangre de Cristo» 45 . Es algo que repite frecuentemente 46 .
Cirilo se hace exponente claro de la epíclesis, en virtud de la cual el pan y el vino son cambiados en el cuerpo y la sangre de Cristo: «Después que nos hemos santificado a nosotros mismos con estos himnos espirituales, invocamos al Dios amador de los hombres para que envíe su santo Espíritu sobre la oblación, para que haga (poiése) a! pan cuerpo de Cristo, y al vino sangre de Cristo. Pues ciertamente cualquier cosa que tocare el Espíritu Santo queda santificada y cambiada (metabébletai)» 47 .
Gregorio de Nisa 48
Gregorio de Nisa presenta una doctrina según la cual el hombre, compuesto de alma y cuerpo, debe alcanzar aquel que da la vida. El alma lo alcanza por la fe, pero el cuerpo la tiene que alcanzar por la comida y la bebida. Es recibiendo el cuerpo de Cristo, como la carne alcanza la medicina necesaria.
Gregorio alude al pan que Cristo, Verbo divino, comió en la tierra, convirtiéndolo en la sustancia de su cuerpo. Ahora, en la Eucaristía, también el pan es transformado en el cuerpo de Cristo, si bien no se hace cuerpo por asimilación, sino por conversión inmediata: «Pues allí la gracia del Verbo santificó el cuerpo cuya consistencia provenía del pan; aquí, igualmente, el pan, como dice el Apóstol, es santificado por el Verbo de Dios y por la oración (1 Tim 4,5), no metiéndose por vía de alimento para llegar a ser el cuerpo del Verbo, sino transformándose (metapoioúmenos) instantáneamente en el cuerpo por el Verbo, como dijo el Verbo: «Esto es mi cuerpo» 49 .
El cuerpo de Cristo, que se alimentaba de pan, fue elevado a la dignidad divina mediante la inhabitación del Verbo de Dios. «Rectamente, por lo tanto, creemos que también ahora el pan, santificado por el Verbo de Dios, es transformado (metapoieszai) en el cuerpo del Verbo de Dios» 50 .
Juan Crisóstomo 51 .
San Juan Crisóstomo se extiende hablando de la presencia real, de la conversión y de los efectos de la Eucaristía, por lo que se ha ganado el título de «doctor eucarístico». Puesto que no podemos recoger aquí toda su doctrina, nos limitamos a los párrafos más significativos. Su exposición, por otro lado, es tan clara que no exige ningún esfuerzo de interpretación.
Según Crisóstomo, Cristo se ha dado a los suyos de una forma integral. No sólo se ha ofrecido a la vista de los que le amaban, sino que se ha entregado a sus manos y a su boca 52 .
La sangre que Cristo nos entrega es la misma que salió de su costado: «El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Lo ha dicho (Pablo) con mucha fe y con temor. Porque esto es lo que quiere significar: esto que está en el cáliz es aquello mismo que manó del costado y de que somos partícipes» 53 . El cuerpo que murió en la cruz y no lo llevó la muerte es el mismo que se nos da a comer 54 . El cuerpo que los magos adoraron en el pesebre está ahora en el altar; en brazos no de María, sino del sacerdote. Ahora este cuerpo de Cristo lo vemos en la tierra, lo tocamos, lo comemos, lo llevamos a casa 55 ; palabras estas de marcado realismo, no cafarnaítico, pues bien sabe Crisóstomo que a Cristo no le vemos en la Eucaristía, aunque diga que le vemos. Lo aclara cuando dice que a Cristo no lo contemplamos con los sentidos, sino con los ojos de la inteligencia. Los sentidos nos dicen una cosa, pero la inteligencia, iluminada por la fe, nos dice otra 56 .
Así, pues, presencia real, pero no sensible; presencia únicamente accesible a la fe. Pero ¿cómo tiene lugar esta presencia del cuerpo y de la sangre de Cristo? Por medio de la conversión del pan y del vino:
«Cristo está presente, y el mismo que preparó la mesa, ahora la adorna. Porque no es el hombre el que hace que las ofrendas lleguen a ser (genészai) el cuerpo y la sangre de Cristo, sino el mismo Cristo crucificado por nosotros. El sacerdote asiste llenando la figura de Cristo, pronunciando aquellas palabras, pero la virtud y la gracia es de Dios, ‘Este es mi cuerpo’, dice. Esta palabra transforma (metarizmisei) las cosas ofrecidas» 57 .
Es la conversión ya enseñada por sus antecesores y que afecta al ser mismo de los elementos eucarísticos.
Teodoro de Mopsuestia
Con Teodoro de Mopsuestia entramos en el clima de la escuela de Antioquía. En sus Homilías catequéticas usa con frecuencia la expresión de tipo o figura y viene a decir que la Eucaristía no es figura del cuerpo de Cristo, sino el propio cuerpo:
«Pero es notable que al dar el pan no dijera él: ‘Esto es la figura (týpos) de mi cuerpo’ (Mt 26,26); y de la misma manera el cáliz, no dice: ‘Esto es la figura (týpos) de mi sangre’, sino: ‘Esto es mi sangre’ (Mt 26,28); porque quiso él que, habiendo recibido éstos (el pan y el cáliz) la gracia y la venida del Espíritu Santo, no miremos a su naturaleza, sino que los tomemos como el cuerpo y la sangre que son de nuestro
Señor» 58 . Tenemos, pues, aquí un claro uso del verbo «ser» en su sentido literal. Esta presencia se debe a la transformación que experimentan el pan y el vino al convertirse en el cuerpo y la sangre de Cristo mediante la gracia del Espíritu Santo: «No miremos ya como pan y como cáliz lo que se nos presenta, sino que consideremos: que es el cuerpo y la sangre de Cristo, en que los transforma el descenso de la gracia del Espíritu Santo» 59 .
Cirilo de Alejandría 60
En Cirilo de Alejandría encontramos al gran luchador de la cristología, al defensor de la unidad de Cristo frente a la escuela de Antioquía.
La problemática cristológica repercute directamente en el tema eucarístico, y así ocurre que mientras Cirilo, siguiendo el esquema unitario de Logos-sarx. (El Verbo se hace carne) insiste en que en la Eucaristía comemos la carne del Verbo. Nestorio con su esquema Logos-anthropos (el Verbo se hace hombre) insiste en que comemos la carne del hombre, diferenciando y separando la humanidad y divinidad en Cristo, hasta el punto de caer en la defensa de dos sujetos. «Nosotros no comemos la divinidad del Verbo, dice Nestorio, sino la carne del hombre; comemos el cuerpo de Cristo, no el cuerpo del Verbo» 61 .
Nestorio quiere insistir en la humanidad de Cristo, recalcar que el cuerpo de Cristo en la Eucaristía tiene una ousía propia. Es claro que enseña que el pan se convierte en el cuerpo de Cristo, y no se le puede presentar como representante del diofisismo (presencia del cuerpo de Cristo y del pan según el modelo de las dos naturalezas en Cristo) 62 , propio de algunos autores de la escuela de Antioquía, como tendremos ocasión de ver.
Cirilo defiende la presencia real del cuerpo de Cristo y, asimismo, la conversión del pan y del vino en su cuerpo y sangre. Pero, para él, la Eucaristía es, ante todo, la carne del Verbo (Logos—sarx), de donde se sigue que sea una carne vivificante. El debate contra Nestorio no está en la presencia real del cuerpo, que ambos admiten, sino en el aspecto cristológìco en ella implicado: esa carne eucarística, ¿es o no es la carne del Verbo? Cirilo sostiene que, si no es la carne del Verbo, no puede ser una carne vivificante, y en esto lleva razón.
Es la carne vivificante del Verbo la que comemos en la Eucaristía. El Verbo la vivificó con la encarnación y así vivificará a los que la comen 63 . Esta es la idea que Cirilo repite constantemente 64 .
Esta presencia del cuerpo de Cristo en la Eucaristía se explica porque el pan y el vino han sido cambiados (metapoiészai) en el cuerpo y la sangre de Cristo 65 .
Teodoreto de Ciro
Teodoreto de Ciro, sumergido en la controversia cristológica, es el que defenderá el diofisismo según la imagen de las dos naturalezas en Cristo.
Teodoreto tiene delante el monofisismo como doctrina a combatir y, por ello, al defender la unión sin confusión de las dos naturalezas en Cristo, recurre a la Eucaristía para probar el mantenimiento de ambas naturalezas. El eutiquiano que él combatía defendía que, tras la ascensión, la humanidad de Cristo había quedado absorbida, como ocurre con el pan eucarístico, que es transformado en el cuerpo de Cristo 66 . Teodoreto, que nunca niega la presencia real del cuerpo de Cristo, acude, por su parte, también a la Eucaristía para salvar la permanencia de las dos naturalezas y, en este contexto explica que en la Eucaristía se mantiene la naturaleza de pan junto con la del cuerpo de Cristo 67 .
Teodoreto rompe, pues, la trayectoria seguida por los Padres. Si bien, según Bareille, no cabe interpretar la doctrina de Teodoreto sobre la inmutabilidad del pan en el sentido de una inmutabilidad de los accidentes 68 ‚ es preciso tener en cuenta el carácter circunstancial de sus escritos. Teodoreto está preocupado, sobre todo, por el mantenimiento de las dos naturalezas en Cristo. Esta es su finalidad primordial, a la cual ha subordinado la doctrina eucarística. De todos modos, esta perspectiva, presente en Teodoreto y en alguno más, no fue tal que impidiera la trayectoria de la doctrina tradicional, por lo que puede ser considerado como un intento aislado y de corto alcance 69 .
Juan Damasceno
Traigamos también aquí el testimonio de San Juan Damasceno, que tanto habría de influir en la fe de la Iglesia ortodoxa sobre la Eucaristía.
San Juan Damasceno apela al poder creador de la palabra de Dios para justificar la conversión del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo, y trae también la comparación de la asimilación alimenticia, que vimos ya en Gregorio de Nisa:
«Si preguntas la manera como se realiza esto, contestaré con oír que se realiza por medio del Espíritu Santo; del mismo modo que el Señor, por medio del Espíritu Santo, tomó carne para sí y en sí de la santa Madre de Dios, y no podemos saber nada más sino que la palabra de Dios es verdadera, y eficaz (Heb 4,12), y omnipotente, pero la manera de realizarla no es posible conocerla. No es, sin embargo, peor decir esto, a saber: que así como naturalmente el pan, por la manducación, y el vino y el agua, por la bebida, se convierten (metaballontai) en el cuerpo y sangre del que come y bebe, así el pan de la oblación y el vino y el agua, por medio de la epíclesis y de la venida del Espíritu Santo, se cambian (rnetapoiountai), de modo sobrenatural, en el cuerpo y la sangre de Cristo, y no son dos (cuerpos), sino uno y el mismo» 70 .
El pan y el vino no son figura del cuerpo y de la sangre de Cristo, sino el mismo cuerpo y sangre divinizados del Señor 71 .
3) Padres latinos postnicenos
Ambrosio 72
Ambrosio de Milán presenta una doctrina nítida sobre la Eucaristía. Pastor y catequeta, apoyado en la práctica litúrgica, nos enseña la doctrina de la Iglesia, lo que se predicaba y enseñaba en su tiempo, más que su propia opinión personal.
En su obra De mysteriis nos ofrece una clara exposición de la fe en la Eucaristía, en la presencia real del cuerpo y de la sangre de Cristo, afirmando que el cuerpo que consagramos es el que nació de la Virgen73 .
Ambrosio se da cuenta de la dificultad que implica el que los sentidos perciban una cosa y la fe asegure otra, y lo explica apelando al cambio de naturaleza:
«Demostremos que esto no es lo que formó la naturaleza, sino lo que la bendición consagró, y que es mayor la fuerza de la bendición que la de la naturaleza, porque por la bendición se cambia (mutatur) incluso la misma naturaleza» 74 .
Pone los ejemplos de Moisés y Eliseo, que con su palabra cambiaron la naturaleza de las cosas, y añade que, «si tanto pudo la bendición de un hombre que llegó a cambiar la naturaleza, ¿qué diremos de la consagración divina misma donde son las mismas palabras de nuestro Señor las que obran? Pues este sacramento que recibes se hace con las palabras de Cristo. Y si tanto pudo la palabra de Moisés, que hizo bajar fuego del cielo, ¿no podrá la palabra de Cristo cambiar la naturaleza de los elementos? De las obras del universo has oído que él dijo, y fueron creadas; él mandó, y fueron hechas (Sal 148,5). Pues la palabra de Cristo que pudo hacer de la nada lo que no era, ¿no puede cambiar las cosas que son en aquello que no eran? Ya que no es menor dar nueva naturaleza a las cosas que cambiar la misma naturaleza» 75 .
Apela, pues, Ambrosio a la fuerza creadora de Cristo. ¿Qué inconveniente hay en admitir un cambio de naturaleza por parte del que es autor de la misma? ¿Para qué más argumentos?, se pregunta. El misterio de la encarnación, ¿no se ejerció de forma sobrenatural? Pues no busquemos tampoco el orden natural cuando nos preguntamos cómo es posible la Eucaristía: «¿A qué buscamos el orden natural en el cuerpo de Cristo, siendo así que el mismo Señor Jesús nació de la Virgen fuera del orden natural? Verdaderamente, carne de Cristo era la que fue crucificada, la que fue sepultada; por consiguiente, verdaderamente es el sacramento de aquella carne» 76 .
Así, pues, después de la bendición podemos decir que la Eucaristía es, en verdad, el cuerpo de Cristo:
«El mismo Jesús clama: ‘Esto es mi cuerpo’. Antes de la bendición de las celestiales palabras, otra es la sustancia que se nombra; después de la consagración se significa el cuerpo. El mismo llama su sangre. Antes de la consagración, otra cosa es la que se dice; después de la consagración se llama sangre. Y tú dices: ‘Amén’, es decir, ‘Es verdad’. Lo que afirma la boca, confiéselo el entendimiento; lo que dice la palabra, siéntalo el afecto»77 .
Emplea, pues, aquí la palabra substancia para designar lo que existe antes de la consagración y cambia con ella. Después de la consagración es, en verdad, el cuerpo de Cristo.
En su obra De fide aparece la misma doctrina, si bien puede cambiar la terminología: «Oyes carne, oyes sangre, conoces los sacramentos de la muerte del Señor y ¿calumnias a la divinidad?... Nosotros, siempre que tomamos los sacramentos, que por el misterio de la oración sagrada se transfiguran (transfigurantur) en la carne y en la sangre, anunciamos la muerte del Señor» 78 .
Puede parecer impropio hablar de transfiguración después de haber hablado de cambio de naturaleza, pero el verbo «transfigurar» significa aquí lo mismo que cambio de naturaleza79 , pues es una transfiguración en virtud de la cual lo que era pan es ahora el cuerpo de Cristo. El lenguaje no ha sido todavía fijado.
La misma doctrina encontramos en su De sacramentis. Traigamos el texto más conocido: «Quizás me digas: ‘Mi pan es pan corriente’. Pero este pan es pan antes de las palabras sacramentales; mas, una vez que recibe la consagración, el pan se hace (fit) carne de Cristo. Vamos, pues, a demostrar esto. ¿Cómo puede el que es pan ser cuerpo de Cristo? Y la consagración, ¿con qué palabras se realiza y quién las dijo? Con las palabras que dijo el Señor Jesús. Porque todo lo que se hace antes son palabras del sacerdote, alabanzas a Dios, oraciones en las que se pide por el pueblo, por los reyes, por los demás; mas en cuanto llega el momento de que haga el sacramento venerable, ya el sacerdote no habla con sus palabras, sino que emplea las de Cristo. Luego es la palabra de Cristo la que hace este sacramento» 80 .
Agustín 81
La doctrina de Agustín sobre la Eucaristía fue calificada por algunos protestantes como una defensa del simbolismo frente al metabolismo, propio de Ambrosio. Según ellos, Agustín habría defendido la misma doctrina que Berengario de Tours. También en nuestros días se contrapone, a veces, el simbolismo o espiritualismo de Agustín al metabolismo de Ambrosio 82 . Esta interpretación se quiere basar en textos difíciles de Agustín. Sabido es que el Obispo de Hipona era amigo de la explicación alegórica, que le hacía pasar, sin transición, del signo al significado, de la causa a los efectos. Añadamos a esto la disciplina del arcano, a la que alude frecuentemente.
Creemos que en este punto se impone un método claro: presentar, en primer lugar, los textos inequívocos en los que Agustín trata de la presencia real. En ellos se afirma con tal contundencia el realismo de dicha presencia, que a su luz los textos difíciles no pueden ser ya interpretados como negación de la misma, sino explicados de otro modo.
Comencemos recordando la noción de sacramento en Agustín: el sacramento es un signo que al mismo tiempo encierra otra cosa, la gracia. En la Eucaristía, la consagración del pan y del vino hace de éstos una res sacra, un signo que encierra, a su vez, el cuerpo y la sangre de Cristo: «Este pan que veis en el altar santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de Cristo; ese cáliz, o más bien, lo que contiene ese cáliz, santificado por la palabra de Dios, es la sangre de Cristo» 83 .
Hablando de la Eucaristía, dice que estas cosas se llaman sacramentos, porque «una cosa dicen a los ojos y otra a la inteligencia» 84 .En efecto, para Agustín, una cosa es lo que se ve en la Eucaristía y otra lo que es: «Qué veis, pues? Pan y un cáliz, de lo cual salen fiadores vuestros mismos ojos. Empero, para ilustración de vuestra fe, os decimos que este pan es el cuerpo de Cristo y el cáliz su misma sangre» 85 .
Esta presencia tiene lugar por la santificación de la palabra de Dios que se pronuncia sobre el pan y el vino. El pan que recibe la bendición, se hace (fit) cuerpo de Cristo 86 . Es algo que tiene lugar por la operación invisible del Espíritu Santo 87 .
Esta doctrina, tan claramente afirmada por Agustín, la presupone constantemente. Así, a propósito del Sal 98,5 («adorad el escabel de sus pies, porque es santo»), y recordando que Dios llama a la tierra escabel de sus pies (Is 66,1), se pregunta Agustín cómo se puede adorar la tierra, y encuentra la solución recordando que Cristo es la tierra, es decir, la carne nacida de María: «Porque tomó de la tierra, tierra, y de la carne de María tomó carne. Y porque en esa misma carne anduvo abajo y esa misma carne os dio a comer para la salvación, y ninguno come esa carne sin que antes la adore, se ha encontrado el modo como se adore ese escabel de los pies del Señor, y no sólo no pequemos adorando, sino que pequemos no adorando» 88 .
Otro tanto ocurre con la explicación de las palabras del salmista («y era llevado en sus manos»: Sal 33). Agustín no comprende cómo un hombre puede llevarse en sus propias manos y lo entiende en cuanto que Cristo mismo llevó en sus manos su cuerpo en la consagración del pan y del vino 89 . Asimismo, a propósito de la comunión de los impíos, dice que comen la carne y la sangre de Cristo, pero no reciben el fruto: la inmanencia de Cristo en ellos y de ellos en Cristo: «¿Acaso Judas, el que traicionó al maestro vendiéndolo, permaneció en Cristo y fue merecedor de que Cristo permaneciera en él, cuando le recibió en el sacramento, como los demás discípulos, de la misma mano del Señor? ¿Acaso permanecen en Cristo y acaso permanece Cristo en aquellos que le reciben con un corazón fingido y con los que después de haberle recibido apostatan de él?» 90 . Dice Agustín que los que reciben indignamente el cuerpo de Cristo, mueren precisamente por haberle recibido91 . En el caso de Judas, lo que comió fue veneno para él. Todos reciben, pues, al Señor, pero unos lo reciben para su salvación y otros para su condenación.
Todos estos textos prueban, entre otros, la persistencia de la doctrina de Agustín sobre la presencia del cuerpo y la sangre de Cristo. Veamos, pues, ahora aquellos en los que se ha querido ver la doctrina del mero simbolismo.
Un texto controvertido es aquel en el que Agustín dice que Cristo entregó a sus discípulos la figura de su cuerpo y sangre 92 . Ahora bien, dice Bareille, no podemos olvidar la noción de sacramento en Agustín 93 . Para él no existe nunca un mero signo, vacío de realidad. Si tenemos en cuenta lo dicho por él del signo que se ve y del contenido invisible que la inteligencia, iluminada por la fe, capta en la Eucaristía, comprenderemos que llamar a la Eucaristía figura de su cuerpo y sangre es llamarla figura que contiene su cuerpo y sangre 94 .
También se alude, a veces, a que Agustín habla de manducación espiritual a propósito de la Eucaristía. Así, por ejemplo, en In Ioan. 26,11, dice: «Comed espiritualmente el pan celestial»; pero se entiende que aquí espiritualmente quiere decir dignamente, con una «conciencia pura», y no como Judas, del que acaba de hablar en este mismo texto. Cuando dice que el comulgante es el que «manducat in corde, non qui premit dente» (In Ioan. 26,12), hemos de entenderlo también en ese contexto. En efecto, está hablando aquí de los padres del desierto, que comieron el maná y bebieron de la roca, pero espiritualmente recibían lo mismo que nosotros, ya que la roca que les acompañaba era Cristo, dice. Pero especifica a continuación: la roca era el símbolo de Cristo; el verdadero Cristo está en el Verbo y en la carne, pan del cielo que baja para que el que lo coma no muera. Ahora bien, se entiende, dice, que no muere el que lo come «interiormente y no exteriormente», el que comulga «en el corazón, no el que lo parte con los dientes». La prueba de que es éste el pensamiento de Agustín es que antes, a propósito de los padres que comieron en el desierto, dice que murieron «porque lo comieron con mala disposición» 95 .
León Magno
Aportemos también un breve, pero interesante testimonio de León Magno, el defensor del misterio cristológico contra los monofisitas, contra los cuales argumenta precisamente partiendo de la Eucaristía: si negamos la verdadera humanidad de Cristo, negamos la verdad de la carne y de la sangre de Cristo, presentes en la Eucaristía:
«Porque se ha de creer que están fuera del don de la divina gracia y del sacramento de la salvación humana quienes, al negar la naturaleza de nuestra carne en Cristo, contradicen al Evangelio y se oponen al símbolo. Ni se dan cuenta de que por su ceguera son llevados a este abismo, de manera que no están seguros ni de la pasión del Señor ni de la verdad de la resurrección, porque ambas cosas fallan en nuestro Salvador si no se admite en él la carne de nuestra naturaleza. En qué tinieblas de ignorancia, en qué letargo de desidia no han estado hasta ahora postrados, de manera que ni por el oído aprendieren ni por la lectura conocieren lo que en la Iglesia de Dios corre de boca en boca con tal unanimidad, que ni las lenguas de los niños callan la verdad del cuerpo y de la sangre de Cristo en el sacramento de la comunión; esto es lo que se reparte, esto es lo que se recibe en esta distribución mística del alimento espiritual, para que, recibiendo la virtud del manjar celestial, nos transformemos en la carne de aquel que se hizo carne nuestra... »96
Fausto de Riez 97
Terminamos con la exposición de la homilía Magnitudo, de Fausto de Riez, que tanta repercusión habría de tener en la Edad Media y que ejerció un enorme influjo incluso en la terminología. Es del siglo V y está firmada con el nombre de Eusebio emiseno 98 . Es uno de los lazos de conexión de la época patrística con la Edad Media.
Esta homilía es citada en el siglo IX por Pascasio Radberto, en el XI por Guitmundo de Aversa y otros más; parte de ella está incluida en la colección canónica de Graciano y es enormemente alabada en la Sentencias de Pedro Lombardo. Por todo ello llegó a ser una autoridad para los teólogos escolásticos. Cada vez se reconoce más el influjo de esta homilía en la teología posterior.
En la homilía se especifica con claridad que el pan y el vino se convierten en la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo. La terminología que usa, tomada, en parte, de Ambrosio, es más precisa que la de éste. Como Ambrosio, apela también al poder creador de Dios para explicar la conversión del pan y del vino. Y se puede decir que la terminología eucarística adquiere, bajo la pluma de Fausto de Riez, los términos definitivos, como confiesa Bareille 99 .
Enseña Fausto de Riez que, puesto que el cuerpo de Cristo iba a ser apartado de nosotros por la ascensión, si había de ser adorado constantemente por nosotros, era necesario que él nos consagrara el sacramento de su cuerpo y sangre.
Nos pide Fausto que eliminemos toda duda, pues Cristo mismo es testigo de la verdad: «Pues como sacerdote visible, con su palabra convierte a criaturas visibles en la sustancia de su cuerpo y sangre con secreto poder, diciendo así: «Tomad y comed; esto es mi cuerpo» (Mt 26,26). Y, repitiendo la santificación, dice: «Tomad y bebed; ésta es mi sangre». Del mismo modo, pues, que a la señal de Dios, que mandaba, aparecieron de repente de la nada la altura de los cielos, la profundidad de las olas y la anchura de las tierras, así también la potencia otorga poder semejante a las palabras en los sacramentos espirituales y el efecto sirve a la realidad. Cuán grandes sean, pues, las cosas que produce la fuerza de la bendición divina y cuán dignas sean de ser ensalzadas y cómo no debe parecerte nuevo e imposible el que cosas mortales y terrenas se cambien (commutantur) en la sustancia de Cristo, pregúntatelo a ti mismo, que ya has sido regenerado en Cristo» 100 .
Habla, pues, de conversión del pan y del vino en la sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo, y apela para ello al poder creador de la palabra de Dios, poniendo por ejemplo la regeneración que el fiel tiene por la gracia (el fiel, sin cambiar exteriormente, es regenerado interiormente), y, en consecuencia, manda que, «cuando te acercas al venerado altar para ser saciado con los celestiales manjares, mira la sangre y el cuerpo sacrosanto de tu Dios; hónralos, admíralos, tócalos con tu mente; cógelos con la mano de tu corazón y, sobre todo, tómalos con deglución espiritual» 101 .
No puede expresarse con mayor claridad el realismo de la presencia del cuerpo y de la sangre de Cristo en este sacramento. Y al margen de toda concepción cafarnaítica, dice que hay que tocarlos con la mente, cogerlos con la mano del corazón. Dice también que es todo el cuerpo de Cristo el que recibe cada uno en la Eucaristía, sean muchos o pocos los que lo reciben 102 en un texto que será tomado, como veremos, al pie de la letra por San Isidoro.
Habla también de la formación del cuerpo de la Iglesia a partir de la Eucaristía y, después de acudir al ejemplo de la regeneración por la gracia, añade:
«Cuando las criaturas son colocadas sobre los santos altares para ser bendecidas por las palabras celestiales, antes de que sean consagradas con la invocación de su nombre, está ahí la sustancia del pan y del vino; después de las palabras están el cuerpo y la sangre de Cristo. ¿Qué tiene, pues, de maravillar el que pueda convertir con la palabra las cosas creadas, cuando con la palabra las creó? Más aún, menor milagro parece que lo que manifiestamente ha creado de la nada, una vez creado, pueda transformarlo en mejor. Imagina qué cosa le puede ser difícil a aquel a quien le fue fácil modelar de la materia el barro del hombre, revestirle además de la imagen de su divinidad; a quien es fácil volver de nuevo del reino de la muerte, rehabilitarle de su perdición, levantarle del polvo, de la tierra subirle hasta el cielo... » 103
Vemos aquí resumida la doctrina de Ambrosio, apelando, como él, al poder de la palabra divina. Tenemos con Fausto de Riez una doctrina que resume con precisión enorme los conceptos y puntos fundamentales de la teología de los Padres. Y como dijimos, Fausto de Riez, por el enorme influjo ejercido en la posteridad, es una piedra clave para entender la teología eucarística del Medievo.
Isidoro de Sevilla 104
Hablemos también del gran Isidoro. Sus Etimologías fueron libro de consulta en la Edad Media, y su influjo, decisivo.
Presenta Isidoro una definición de sacramento parecida a la de Agustín y que habrá de tener una gran influencia en la Edad Media: sacramento es un hecho que significa algo que ha de ser recibido santamente; bajo el velo de cosas corporales se esconde una virtud secreta o sagrada 105 .
Isidoro es testigo tanto de la presencia real como de la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo:
«Se llama sacrificio, dice, como hecho sagrado, porque se consagra con preces místicas en memoria para nosotros de la pasión del Señor; de donde, por mandato suyo, llamamos a esto cuerpo y sangre de Cristo. Siendo esto de los frutos de la tierra, se santifica y hace sacramento por medio de la acción invisible del Espíritu de Dios; a este sacramento del pan y del vino llaman los griegos Eucaristía, que en latín quiere decir ‘buena gracia‘, pues ¿qué cosa mejor que el cuerpo y la sangre de Cristo?» 106
Confiesa, pues, aquí la presencia del cuerpo y de la sangre de Cristo en virtud de la acción santificadora del Espíritu Santo.
También en su obra De ecclesiasticis officiis enseña la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo, viendo, al mismo tiempo, el significado que tienen el pan y el vino como alimento 107 .
Habla también explícitamente del cambio del pan y del vino en la sustancia de Cristo: «Y para que a ti no te parezca nuevo e imposible que se cambien en sustancia de Cristo cosas terrenas y mortales, pregúntate a ti mismo, que eres regenerado en Cristo» 108 ; repetición textual de las palabras de Fausto de Riez, como podemos ver. Y asimismo aporta la doctrina de Fausto al decir: «De este pan, cuando lo tomamos, no menos tiene cada uno que lo que tienen todos. Todo lo toma uno, sin disminuir; todo dos o muchos, porque la bendición de este sacramento sabe ser distribuido, no sabe ser consumido por distribución» 109 . Y, como Fausto, apela, para explicar el cambio, a la fuerza creadora de la palabra de Dios 110 .
4) El testimonio de la liturgia antigua
Aportamos también el testimonio de la liturgia antigua, fiel reflejo de la doctrina de los Padres sobre la presencia real y expresión de la fe de toda la Iglesia, por lo que constituye un auténtico locus theologicus de la fe de la misma.
a) Las plegarias antiguas 111
Las plegarias más antiguas que podemos encontrar en la liturgia de Adday Mari (llamada anáfora siria de los apóstoles, siglo III) y en la de Hipólito (también del siglo III) siguen el género bíblico de la berakkàh judía, bendición a Yahveh por sus beneficios. Siguen las tres bendiciones judías del final de la comida 112 . En ellas se alaba al Creador y al Redentor, pero pasando de la alabanza a la oración dentro del marco del memorial: para que los altos gestos de Dios, representados delante de él, tengan en nosotros toda su realización escatológica 113 .
El tema del memorial, ajeno a la mentalidad griega, tenía que ser traducido, y por ello tenía que dar origen a fórmulas explícitamente sacrificiales con la introducción de la «oblación», de la que habla por primera vez la anámnesis de la liturgia de Hipólito.
Al evocar las maravillas de Dios, se pide que nosotros tomemos parte en la consumación escatológica de su obra que es la Iglesia, obra del Espíritu Santo. Viene a continuación la epíclesis como segundo desarrollo. En una época en la que se cree necesario insistir en la divinidad del Espíritu Santo (siglo IV), se le invoca para que consume en nosotros su gracia, realizando particularmente la unidad de la Iglesia 114 .
Las anáforas primitivas son un testimonio claro de la fe de la Iglesia en la presencia real y en la transformación de los dones eucarísticos bajo la fuerza del Espíritu Santo.
En la anáfora de Adday Mari, que carece del relato de la institución, se pide el descenso del Espíritu Santo sobre la oblación, que la bendiga y santifique en orden a que se realicen los frutos del sacrificio:
«Y venga, Señor, tu Espíritu Santo y repose sobre esta oblación de tus siervos; bendígala y santifíquela, a fin de que sea para el perdón de las faltas y la remisión de los pecados, para la gran esperanza de la resurrección de tos muertos y la vida nueva en el reino de los cielos con todos los que fueron agradables a tus ojos» 115 .
En la Tradición apostólica de Hipólito, en la que se da el relato de la institución, viene la epíclesis del Espíritu Santo sobre la oblación de la Iglesia con el fin de que se realice la unidad de la misma 116 . En esta epíclesis, al igual que en la de Adday Mari, no se pide tampoco por la conversión de los elementos; pero más adelante, cuando se trata de la cena en común, se habla del respeto que hay que tener con la Eucaristía:
«Que se debe guardar diligentemente la Eucaristía. Cada uno tenga cuidado de que ningún infiel coma de la Eucaristía, ni tampoco un ratoncillo o cualquier animal; y que nada caiga de ella y se pierda. Es el cuerpo de Cristo, del que comen los creyentes y no debe ser menospreciado» 117 .
b) Liturgias alejandrinas
Liturgia de San Marcos. — La liturgia de San Marcos fue la liturgia clásica de la Iglesia alejandrina 118 . En ella hay una primera epíclesis, que viene antes del relato de la institución, en la que se pide por la conversión de los dones eucarísticos, y otra segunda, después de dicho relato. La primera dice así:
«Llena, Señor, este sacrificio tuyo con la bendición que viene de ti, haciendo que descienda tu Espíritu Santo»; y en la segunda leemos: «El Espíritu Santo descienda sobre los dones venerables propuestos ante ti para su purificación y transformación» 119 .
Liturgia Der Balizêh. — La epíclesis de la transformación de las ofrendas aparece en la liturgia alejandrina Der Balizêh. Encontrada en un papiro del siglo VI, tiene una laguna al final de la anámnesis y al principio de la epíclesis, pero puede ser completada, dice Bouyer 120 , con otro papiro del siglo IV.
La epíclesis transformadora de los dones viene antes del relato de la institución y, después de éste, viene una petición del don del Espíritu, de la que no se sabe si es una segunda epíclesis o una mera petición de unidad. He aquí el texto de la primera:
«Llénanos también a nosotros de tu gloria y dígnate enviar tu Espíritu Santo sobre estas ofrendas que tú creaste, y haz de este pan el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo y de este cáliz la sangre de la Nueva Alianza de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Y como este pan, disperso en otro tiempo por las alturas, las colinas y los valles, fue recogido de modo que no formara más que un solo cuerpo, como también este vino, brotado de la santa vid de David, y esta agua, brotada del cordero inmaculado, mezclados, vinieran a ser un solo misterio, así también reúne a la Iglesia católica de Jesucristo» 121 .
La epíclesis tiene el doble efecto de hacer del pan el cuerpo de Cristo, y del vino su sangre, al mismo modo que congrega a la Iglesia en la unidad.
Anáfora de Serapión. — Esta anáfora, de mediados del siglo IV, es atribuida a Serapión de Thumis, obispo y amigo de San Atanasio. Ya al hablar de éste, hicimos alusión a la semejanza de su doctrina con la anáfora de Serapión. La epíclesis va dirigida al Logos en estos términos:
«Dios de verdad, venga tu santo Logos sobre este pan, para que el pan se haga el cuerpo del Logos, y sobre este cáliz, para que el cáliz se haga la sangre de la verdad. Y haz que todos los que participen de él reciban el remedio de la vida para la curación de toda enfermedad... » 122
c) Liturgias antioquenas
«Constituciones apostólicas». — El libro octavo de las «Constituciones apostólicas» (año 380) es un fiel reflejo de la Iglesia antioquena en el siglo IV. Esta liturgia viene también descrita en las homilías catequéticas 15 y 16 de Teodoro de Mopsuestia, el cual profundiza en el contenido teológico de la liturgia de su tiempo.
En esta liturgia, la epíclesis viene inmediatamente después del relato de la institución y unida estrechamente a la anámnesis:
Te pedimos, dice, «envíes a tu Espíritu Santo sobre este sacrificio, testimonio de los padecimientos del Señor Jesús, para que muestre (apoféne) este pan, cuerpo de tu Cristo, y este cáliz, también sangre de tu Cristo; a fin de que los que hayan participado de él se afirmen en la piedad, consigan el perdón de los pecados, se defiendan del diablo y del engaño, se llenen del Espíritu Santo, se hagan dignos de tu Cristo, consigan la vida eterna, habiéndose reconciliado con ellos, Señor omnipotente» 123 .
Liturgia de Santiago. — Esta liturgia, procedente de Jerusalén, se estableció también en Antioquía. Por su origen palestino fue comentada en las Catequesis mistagógicas de San Cirilo de Jerusalén, como ya aludimos anteriormente. En la epíclesis se pide al Espíritu que santifique el pan y el vino y haga de ellos el cuerpo y la sangre de Cristo 124 .
d) Liturgias antiqueno-constantinopolitanas
La liturgia de Santiago fue muy popular en Oriente, pero habría de ser completada con otras emparentadas con ella. Son, sobre todo, las liturgias atribuidas a San Juan Crisóstomo y a San Basilio.
Liturgia de San Juan Crisóstomo. — Esta liturgia parece proceder de Antioquía, cuando San Juan ejerció allí su ministerio, y es posible que la transportara consigo a Constantinopla, de donde irradia a todo el mundo de lengua griega. No parece que fuera San Juan Crisóstomo el autor de la misma, sino su revisor 125 . Dice así la epíclesis:
«Te ofrecemos también este culto racional e incruento y te rogamos, te pedimos, te suplicamos, que envíes tu Espíritu Santo sobre nosotros y sobre estos dones propuestos; y hagas este pan el cuerpo precioso de Cristo, cambiándolo por tu santo Espíritu (Amén), y esta copa su sangre preciosa, cambiándola por tu Santo Espíritu (Amén), de modo que sean, para los que comulgan de ellos para la sobriedad del alma, la remisión de los pecados, la comunión del Espíritu Santo, la plenitud del reino, el libre acceso cerca de ti y no para el juicio o la condenación» 126 .
Liturgia de San Basilio. — Introducida en Constantinopla antes que la llamada de San Juan Crisóstomo, parece procedente de Antioquía y es atribuida a San Basilio de Antioquía.
También en la epíclesis se invoca al Espíritu Santo para que nos presente el cuerpo y la sangre preciosos de Cristo 127 .
5) Conclusión
Una vez visto el testimonio de la época patrística, incluida la liturgia, podemos hacer una reflexión sobre la misma.
a) Hay en los Padres una progresiva reflexión sobre el misterio eucarístico. En un primer momento se limitan a afirmar la presencia del cuerpo y de la sangre de Cristo. En los Padres prenicenos, en general, no se ha dado todavía el paso a la explicación de cómo se realiza la presencia, al menos de una forma explícita. Afirman sin ambages y en todo momento que la Eucaristía es la carne de nuestro Señor Jesucristo, dando a la cópula el sentido más pleno y literal. Cuando hablan de carne y sangre, los entienden en todo tiempo como elementos corporales del Señor y nunca como sinónimos de su persona.
Justino alude ya a que los elementos son eucaristizados por la palabra de oración, e Ireneo afirma que el pan se hace el cuerpo de Cristo.
Es, sobre todo, en el período postniceno cuando los Padres afirman de forma explícita, lo mismo que la liturgia, que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. En una clara evolución, pasan de la afirmación del hecho de la presencia al modo como se realiza la misma. Por haber afirmado que lo que parece pan es en realidad el cuerpo de Cristo, se han visto obligados a confesar un cambio en el pan y el vino operado por la palabra divina.
Este cambio es afirmado unánimamente tanto por los Padres como por la liturgia, si exceptuamos el testimonio de Teodoreto de Ciro y alguno más que defendió el diofisismo, si bien este dato es aislado y circunstancial y no tuvo repercusión en la marcha posterior de la doctrina.
b) Este cambio lo expresan los Padres con una variada terminología (gignomai, poiein, metapoiein, metasqueuazein, methistanai, metaballein, metarizrmisein, fieri, convertere, mutare, cotransiri, transmutare, transfigurare, consecrare, etc.). La terminología no está todavía fijada, pero todos estos términos tienen un mismo sentido. Lo que los Padres quieren decir con ellos es que el pan y el vino dejan de ser tales, pues son el cuerpo y la sangre de Cristo. Quieren expresar una transformación de tipo ontológico, sin que usen por ello una filosofía determinada. Se trata de una metafísica espontánea y de una primera y espontánea reflexión 128 . Lo que los Padres quieren decir y dicen constantemente es esto: mientras que lo que perciben los sentidos permanece inmutable, la inteligencia, iluminada por la fe, nos enseña que es una nueva realidad. Fausto de Riez usa el término de «sustancia», ya presente en Ambrosio, y que habría de ser recogido por la tradición posterior.
No encontramos, pues, aquí un concepto técnico de transustanciación como el que utilizará el siglo XIII mediante el hilemorfismo. El hilemorfismo está todavía muy lejos; pero ya se afirma que mientras lo que perciben los sentidos permanece, hay una conversión imperceptible de la realidad del pan y del vino en la del cuerpo y sangre de Cristo, de manera que se puede decir con toda propiedad que lo que parece pan y vino es, en realidad, el cuerpo y la sangre de Cristo. Esto es lo que los Padres quieren decir por medio de su múltiple terminología 129 .
Es curioso que la fe en la presencia real y el cambio del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo no es controvertida, y es usada como arma contra el docetismo (Ignacio de Antioquía), el gnosticismo (Ireneo), el nestorianismo (Cirilo de Alejandría) y el monofisismo (León Magno). La fe en la Eucaristía es tan inequívoca, que surge como argumento para afianzar la fe en los demás misterios.
c) Los Padres utilizan una variedad de imágenes y recursos para explicar la conversión eucarística. Aluden constantemente al poder creador de Dios, al poder taumatúrgico de Cristo; ¿por qué no aceptar este cambio sobrenatural, cuando aceptamos el nacimiento virginal de Jesús? Aluden también los Padres, sobre todo, al milagro de la conversión del agua en vino. Usan comparaciones menos apropiadas, como la asimilación del alimento, que el hombre convierte así en su cuerpo. Pero es curioso que el mismo Gregorio de Nisa, que usa esta comparación, advierte de la diferencia que hay de hecho entre ella y la conversión eucarística. Se apela también a la transformación que experimenta el hombre por la gracia. Precisamente es Fausto de Riez el que utiliza esta comparación, siendo él, más que nadie, el que advierte del cambio de la sustancia del pan y del vino en la sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo, cuando la transformación por la gracia, lo sabemos, no elimina nunca la sustancia del hombre. No siempre son adecuadas las comparaciones, pero siempre es unánime la afirmación de que, con la conversión eucarística, el pan deja de ser tal, para convertirse en el cuerpo de Cristo.
d) Se ha hablado mucho de que los Padres se mueven en un mundo de pensamiento platónico, y se ha dicho que es desde ahí desde donde hay que comprender su pensamiento sobre la Eucaristía 130 . La idea platónica de símbolo es diferente de la escolástica, se dice. Para el mundo platónico, el símbolo encierra por participación (deficiente) la realidad primordial, mientras que el signo escolástico remite a una realidad distinta y lejana. Según la concepción platónica, es Cristo glorificado (realidad primordial) el que se expresa en los dones de pan y vino al asumirlos con su poder. Gerken en concreto recuerda que los términos platónicos de imagen (eikón), símbolo (sýmbolon), figura (omoíoma) o copia (týpos, antýtipos) responden a la idea del símbolo platónico, que participa de la realidad que representa, de modo que, cuando los Padres hablan de símbolo, lo entienden en sentido pleno. Este concepto de símbolo, dice Gerken, se perdió en la Edad Media y no se supo interpretar a los Padres 131 .
Estas afirmaciones tienen que ser matizadas, pues puede ocurrir que los Padres, con una determinada terminología platónica, estén superando, sin decirlo, la misma concepción platónica de la realidad. Sencillamente, cuando los Padres dicen que eso que parece pan es en realidad el cuerpo de Cristo, están superando su propio platonismo. La imagen platónica es una realización imperfecta, débil y umbrátil de la realidad original. Por ello, ¿pueden ser platónicos los Padres cuando afirman que algo que es de este mundo, el pan y el vino que se ven materialmente, son en realidad la misma carne y la misma sangre que nació de María? ¿Cómo algo de este mundo puede encerrar la realidad original? Por supuesto que entienden el concepto de símbolo como algo en sentido pleno, pero pensamos que quizás es más pleno de lo que se piensa a primera vista, pues, en el sentido estrictamente platónico, no cabe decir que algo de este mundo, algo sensible, sea efectivamente la realidad original 132 .
Sucede aquí que los Padres se superan a sí mismos, como ocurre en cristología. Cuando se llega a la afirmación de Nicea de que el Verbo es consustancial al Padre, difícilmente se puede entender dicha afirmación desde un esquema neoplatónico, según el cual el nous es siempre una realidad de rango inferior. Con la afirmación de Nicea, lo que se hace es superar el platonismo de Arrio. Lo mismo ocurre cuando en Calcedonia se afirma la autonomía de la naturaleza humana, tan difícil de mantener en la escuela de Alejandría, la cual, precisamente por su inspiración platónica, tiende a supravalorar la naturaleza divina en detrimento de la humana, como se aprecia en el apolinarismo y en el monofisismo, provenientes de dicha escuela.
Existe la perspectiva (recordemos a Clemente de Alejandría) de que la persona del Verbo se hace presente mediante la reducción o asunción de los elementos eucarísticos a su persona, pero mayormente explican que la persona del Verbo se hace presente mediante su propia carne, como término directo de la conversión del pan en ella.
Cuando los Padres y la liturgia hablan de la intervención del Verbo o del Espíritu, no es en vistas a la encarnación de los mismos, sino para que transformen los dones eucarísticos (término a quo) en el cuerpo y la sangre de Cristo (término ad quem). En la epíclesis de Serapión, dirigida al Logos, se distingue el Logos, a quien va dirigida la oración, del cuerpo del Logos que se hace presente.
Los Padres afirman constantemente que se trata de la presencia de la misma carne y sangre que nacieron de María. Este es el primer testimonio de Ignacio de Antioquía: la Eucaristía «es la carne de nuestro Señor Jesucristo, la que padeció por nuestros pecados, la que por su benignidad resucitó el Padre». Es también el testimonio de Justino, Ireneo, Crisóstomo, Ambrosio y Agustín, entre otros. Y es esta identidad (es) establecida entre el pan y el vino de un lado, y el cuerpo y la sangre de Cristo de otro, lo que nos da la clave de la transformación que los Padres enseñan respecto del pan y del vino. Es una conversión según la cual el pan y el vino dejan de ser lo que eran, para no ser en realidad sino el cuerpo la sangre de Cristo.
II. LA PRESENCIA REAL EN LA PREESCOLASTICA [b]
Entramos en la preescolástica, que va a tener una importancia decisiva en lo que concierne a la evolución de la doctrina eucarística 134 . Estamos en la época carolingia, que es un período de reforma litúrgica iniciada por Pipino el Breve, y que Carlomagno propugna con la ayuda de su teólogo Alcuino.
El material de reflexión es, sobre todo, la misma liturgia, de modo que en esta época aparecen comentarios litúrgicos como la Expositio missae Dominus vobiscum, que es considerada como el prototipo de las exposiciones carolingias sobre la misa, y que sigue al canon, dando una simple interpretación literal 135 .
Los escritores de esta época tienen ciertamente como herencia toda la doctrina patrística y presentan una riqueza de temática a veces no reconocida por los intérpretes de esta época (presencia real, sacrificio-memorial, cuerpo místico de Cristo), si bien la atención se centra, sobre todo, en el tema de la presencia real y de la conversión eucarística 136 eacute;poca, un discípulo de Alcuino, Amalario de Metz, daría pie a toda una problemática posterior con su término de Corpus triforme.
Amalario de Metz
Hasta Amalario de Metz, el término de «cuerpo de Cristo» era el término con el que se designaba al cuerpo nacido de María, al cuerpo eucarístico y al cuerpo eclesial 137 .
Amalario va a introducir una variante en la terminología.
En su obra De ecclesiasticis officiis (año 823) 138 habla del cuerpo triforme de Cristo a propósito de las tres partes en que queda dividida la hostia de Cristo en el rito de la misa: la parte que se hecha en el cáliz, la que se come el sacerdote o el pueblo y la que queda en el altar para llevar a los enfermos.
Ciertamente, no hay unanimidad a la hora de interpretar el pensamiento de Amalario. Mientras M. R. Heurtevent, Gaudel, F. Vernet (con alguna diferencia respecto de los anteriores) y M. A. Michel 139 lo interpretan en un sentido individual —las tres partes de la hostia representarían, según Amalario, el cuerpo resucitado de Cristo, el que estuvo en Palestina y el que fue sepultado—, Don Ceillier y otros se inclinan por la interpretación colectiva: lo que Amalario quería dar a entender es que uno es el cuerpo natural de Cristo, otro el de la Iglesia militante y otro el de los muertos 140 . H. De Lubac se inclina por la interpretación colectiva 141 . Le induce a ello la relación que los autores del tiempo establecen entre el cuerpo de Cristo y el cuerpo eclesial, y argumentos de crítica literaria. Su juicio sobre Amalario es benigno cuando afirma que simplemente quiso usar del simbolismo para desarrollar la idea tradicional de la relación entre la Eucaristía y el cuerpo eclesial de Cristo. Lo cierto es que Floro, el diácono enfrentado a Amalario, lo entiende (De Lubac advierte de la mala intencionalidad de Floro 142 ) en sentido individual, acusándole de establecer en Cristo tres cuerpos 143 .
Amalario se preocupa también sobre la digestión del cuerpo de Cristo por parte del comulgante 144 , sin atreverse a responder. Plantea ya cuestiones sobre las propiedades el cuerpo eucarístico de Cristo. Pero la cuestión fundamental de esta época va a ser otra: el cuerpo eucarístico de Cristo, ¿e el mismo que nació de María, murió y resucitó? Esta es la cuestión que va a causar la primera polémica sobre la Eucaristía, la que tuvo lugar entre Pascasio Radberto y Ratramno.
1) Primera controversia sobre la eucaristía (siglo IX)
Pascasio Radberto
El abad de Corbie es el verdadero teólogo eucarístico de la época carolingia. Autor de la obra Liber de corpore et sanguine Christi (año 844), nos ofrece la primera síntesis sobre la Eucaristía.
Su pregunta fundamental es si en la Eucaristía se encuentra la «verdadera carne» de Cristo, la que «nació de María, padeció en la cruz y resucitó », y responde diciendo que ciertamente no es otra carne que ésa, «no es otra que la que nació de María y padeció en la cruz y resucitó del sepulcro» 145 . Apela para probarlo al poder milagroso de Dios.
Aunque las species nos muestren una cosa, ciertamente por la fe creemos otra, dice el abad de Corbie 146 . Esta presencia tiene lugar en virtud de la mutación interior del pan y del vino 147 , que se convierten (transferatur) en el cuerpo y la sangre de Cristo por la palabra 148 . Dice textualmente que «la sustancia del pan y del vino se cambia (commutatur) de forma eficaz interiormente en la carne y la sangre de Cristo, de tal modo que después de la consagración se cree que está presente la verdadera carne y sangre de Cristo» 149 .
Ahora bien, cuando Pascasio afirma que en la Eucaristía está presente la verdadera carne de Cristo, la que nació de María, padeció y resucitó, ¿lo entiende de forma cafarnaítica? Veamos, en primer lugar, lo que entiende por verdad y figura.
Si figura, dice, es igual a sombra o falsedad, como las figuras del Antiguo Testamento, que no contenían propiamente a Cristo entonces es claro que la Eucaristía posee la verdad del cuerpo de Cristo. Verdad es sinónimo de realidad 150 . Pero no toda figura es sombra, dice; la figura es también el signo que representa y contiene una realidad, y en este sentido podemos hablar de figura en la Eucaristía. Si pensamos bien, comenta, la Eucaristía es, a la vez, realidad y figura 151 .
En consecuencia, en la Eucaristía se encuentra la misma carne que nació de María, pero in misterio, spiritualiter; es decir, no podemos comer a Cristo con los dientes 152 ; su cuerpo está escondido bajo la figura de pan, de la misma manera que la muerte de Cristo, que tuvo lugar una vez de forma visible, se renueva (iteratur) místicamente en la Eucaristía 153 . Pascasio repite constantemente que en la Eucaristía se encuentra la vera et ipsa caro Christi, pero in mysterio. Repite que en la Eucaristía nos movemos en el plano de la fe y no en el de la visión. Si viéramos la carne de Cristo, ya no estaríamos en el plano de la fe ni del misterio, sino del milagro 154 .
No se le puede, pues, acusar a Pascasio de una fe cafarnaítica. Es cierto que en su obra trae ejemplos de milagros eucarísticos de hostias sangrantes, que cree concedidos por la gracia divina para fortalecer la fe de los incrédulos 155 . En este tiempo son frecuentes tales relatos. Ahora bien, no se puede decir que tales relatos se apoyen en la teología de Pascasio en el sentido de que se deban a una concepción cafarnaítica de la presencia real por su parte.
Ratramno
La teología de Pascasio provocó la intervención de Ratramno, también monje de Corbie, que dedicó su obra De corpore et sanguine Christi (año 859) a Carlos el Calvo.
En su obra, Ratramno se hace una doble pregunta: a) En la Eucaristía, ¿ocurre todo abiertamente o bajo el velo de los signos? b) ¿Tenemos en la Eucaristía el mismo cuerpo que nació de María, murió y resucitó, o se trata de otro diferente? 156 .
Para entender a Ratramno, al igual que hemos hecho con Pascasio, es preciso preguntarse qué es lo que entiende por verdad y por figura, y es decisivo observar que usa un concepto de verdad distinto del de Pascasio. Para él, verdad es sinómino de «manifiesta demonstratio» o de «nuda et aperta significatio» 157 . Verdad es lo que perciben los sentidos, lo que no está cubierto por el velo.
Ahora bien, es claro que en la Eucaristía una cosa es lo que se ve (se ve la figura de pan) y otra el cuerpo de Cristo, que en ningún modo lo vemos. La fe versa precisamente sobre lo que no se ve. Ni se ve el cuerpo ni se ve el cambio (permutatio) del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo 158 . Admite el cambio eucarístico, pero advierte que éste no es sensible 159 . Se trata de un cambio (commutatio) hecho no corporalmente, sino espiritualmente (spiritualiter). Para él, el término spiritualiter es sinónimo de invisiblemente, místicamente. Es una conversión de la sustancia del pan y del vino 160 que nos trae la presencia de la carne de Cristo, pero no de modo cafarnaítico
Lo mismo ocurre con la Eucaristía, en cuanto memoria de la pasión de Cristo, que ocurrió una vez en la cruz: la Eucaristía no es una representación cruda de la cruz, sino una representación in mysterio, sub figura 162. Cristo no padece físicamente de nuevo. Asimismo, el cuerpo de Cristo está en la Eucaristía sacramentalmente y no visiblemente.
Queda, pues, claro que Cristo está en la Eucaristía sub figura, in mysterio, spiritualiter (invisibiliter). El cuerpo de Cristo en la Eucaristía es invisible y espiritual; el cuerpo de Cristo en la cruz fue visible:
«Hay una gran diferencia entre el cuerpo en el que padeció Cristo, y la sangre que derramó colgado de la cruz y este cuerpo, que, como misterio de la pasión de Cristo, es celebrado a diario por los fieles, y asimismo la sangre, que los fieles comulgan como misterio de aquella sangre con la que se redimió el mundo todo. Pues este pan y esta bebida son el cuerpo y la sangre de Cristo no desde el punto de vista sensible, sino en cuanto espiritualmente suministran la sustancia de la vida» 163. Aquel cuerpo se manifiesta según su propia especie, y lo mismo la sangre; ahora, en la Eucaristía, en cambio, el cuerpo y la sangre ya no se manifiestan en la propia especie.
Ahora bien, dos cosas que difieren no son lo mismo, dice el monje de Corbie: «Las cosas que difieren entre sí no son lo mismo. El cuerpo de Cristo, que murió, y resucitó, y se hizo inmortal (no muere ya y la muerte no le domina: Rom 6,9) es eterno e impasible. El cuerpo, en cambio, que se celebra en la Iglesia es temporal y no eterno, corruptible y no incorrupto, camino y no término. Difieren entre sí, por lo tanto, no son el mismo. ¿Cómo se le puede llamar, pues, verdadero cuerpo y verdadera sangre de Cristo?» 164. Esto lo vuelve a repetir constantemente. La verdad sólo se da cuando aparece a los sentidos, cuando no tiene la mediación de la imagen 165. Hay, por tanto, una enorme diferencia del cuerpo eucarístico respecto del que nació de María, fue sepultado y resucitó166. Por lo tanto, no es el mismo.
Eco y significado de una controversia
La controversia tendría un eco inmediato y enorme. Hichmar de Reims y Haymon d‘Alberstadt, entre otros muchos, se colocaron del lado de Pascasio; Rabano Mauro, por el contrario, se puso al lado de Ratramno 167: una identidad pura y simple sería inaceptable e implicaría la reiteración de la muerte de Cristo, por lo que se puso decididamente en contra de tal identidad 168. También Escoto Eriúgena se colocó en la misma línea 169. Pero la influencia de Pascasio habría de ser enorme. La fundación de Cluny contribuyó a la divulgación de su pensamiento, y en él se inspirarían los futuros defensores de la ortodoxia contra la herejía de Berengario 170.
Pascasio, en su carta a Frudegardo, seguiría manteniendo la misma doctrina 171.
A decir verdad, esta controversia se originó, en gran parte, por la falta de una terminología depurada. En muchos casos, Pascasio y Ratramno están diciendo lo mismo: ninguno de los dos admite que el cuerpo y la sangre de Cristo puedan ser percibidos por los sentidos. Ambos confiesan que están presentes en la Eucaristía in mysterio, invisibiliter, spiritualiter; lo que les separa es una diferente concepción de la verdad: mientras, para Pascasio, veritas es igual a realitas, para Ratramno veritas es sólo aquello que se percibe con los sentidos. Están, pues, de acuerdo en que Cristo está presente en la Eucaristía de forma invisible.
Donde falla Ratramno es en la conclusión que saca: el cuerpo de Cristo en la Eucaristía es invisible, luego es otro y no el mismo de Palestina. Es mucho más lógica la conclusión de Pascasio: es el mismo, pero en forma diferente. Por ello, Pascasio hace progresar la doctrina eucarística, ya que viene a sintetizar el realismo con el simbolismo. Dice a este respecto Neunheuser: «Esta nueva definición del carácter propio de la Eucaristía, considerada como realidad «verdadera» y, sin embargo, igualmente simbólica (más exactamente, figurativa), representa un esfuerzo de conciliación respecto a la parte adversa y constituye en sí misma un resultado importante de la controversia» 172.
Es más, al hablar de sustancia que cambia y entenderla en sentido no físico (pues se trata de un cambio no experimentable), se está usando un concepto metafísico de sustancia. Y nótese también que se habla de species, como de aquello que se experimenta con los sentidos.
Por otra parte, pensamos que acusar a Pascasio y Ratramno de una concepción cosista de la realidad no se ajusta a la realidad de los hechos 173. La pregunta por la identidad entre el cuerpo eucarístico de Cristo y el cuerpo histórico es tan legítima como la pregunta por la identidad entre el sacrificio eucarístico y el de la cruz. Y no podemos aceptar que se diga que esta última tenga sentido y se prive de él a la primera, tanto más que son los mismos Padres (Ignacio de Antioquía, Justino, Ireneo, Crisóstomo, Ambrosio y Agustín, entre otros) los que afirmaron la identidad del cuerpo eucarístico de Cristo con el que nació de María. Que esta identidad haga pensar al teólogo y que de una identidad afirmada se pase a una identidad explicada, es algo no sólo legítimo, sino necesario en teología; de ahí que estemos con Neunheuser cuando dice que con Pascasio se da un auténtico paso en la teología eucarística al afirmar, a un tiempo, la realidad del mismo cuerpo bajo el símbolo del pan y del vino.
Cierto que Pascasio y Ratramno se centran, sobre todo, en el tema de la presencia real y en el problema de la identidad, pero no se olvide que son también exponente, como veremos más adelante, de una concepción del sacrificio eucarístico como actualización del de la cruz y, asimismo, desarrollan también el tema del cuerpo eucarístico de Cristo como fuente del cuerpo místico.
2) Segunda controversia eucarística 174
Berengario de Tours
Sería incorrecto acusar a Ratramno de puro simbolismo, pues jamás dice que en la Eucaristía encontremos una figura vacía, un signo que no contenga el cuerpo de Cristo. Sin embargo, al afirmar que el cuerpo eucarístico de Cristo no es el de María, abrió la vía para comprender en sentido meramente simbólico la presencia del cuerpo de Cristo en la Eucaristía.
Habría que esperar a que el problema se enconase. En ocasiones es así como progresa la teología, no sin pasar por momentos difíciles y por vacilaciones. Todo ocurrió cuando entró en escena Berengario, el canónigo de Tours.
Berengario presenta una mentalidad diferente a la de los monjes de Corbie. Aquellos reflexionaban sobre el dato de fe transmitido por los Padres y la liturgia. Berengario, en cambio, eleva la razón dialéctica a norma suprema. Dice claramente que la razón es la suprema guía en la percepción de la verdad [175]. Es de esto de lo que le acusará Lanfranco, de poner la razón por encima de la autoridad de los Padres 176.
Algo sumamente importante para la comprensión de su pensamiento es que reduce el conocimiento a la experiencia sensible, restringiendo la sustancia a algo sensible y perceptible por los sentidos 177. Es también determinante el que vea en la localización de Cristo en el cielo una dificultad para la presencia de Cristo en la Eucaristía 178.
Lo que está fuera de duda en su pensamiento es que niega la conversión eucarística. En la lucha que mantiene con sus condiscípulos de la escuela de Chartres, en la que había tenido como maestro a Fulberto, aparece su negación constante de la conversión. Así, Hugo de Langres le acusa de ello179, y en los fragmentos que poseemos de la respuesta de Berengario a la carta de Adelman 180 se percibe la defensa de una especie de impanación: el pan permanece, sin que su sustancia se convierta o destruya, pues antes de la conversión de una cosa en otra es necesario que ésta no exista todavía, lo que no es el caso de la Eucaristía 181. Esta concepción de la impanación la vemos expresada sin paliativos en su De sacra coena: «Consta que todo lo que es consagrado, todo lo que es bendecido por Dios, no es deshecho, no es eliminado, no es destruido, sino que permanece y es llevado a lo que no era» 182.
La negación clara de la transustanciación la encontramos también en su carta a Ascelino, en la que rechaza «que en el sacramento del cuerpo del Señor desaparezca por completo la sustancia de pan» 183.
Más complicado es conocer la verdadera postura de Berengario respecto a la presencia real. Lanfranco le acusó ciertamente de negar la carne y la sangre de Cristo 184 y de reducir la presencia a mero símbolo 185. También le acusa Lanfranco de defender que en la Eucaristía no se encuentra el mismo cuerpo histórico de Cristo 186; pero, como dice Vernet, en la disputa se atribuían doctrinas que no respondían a la realidad histórica de los hechos y a veces no se comprendían bien 187. Parece que Berengario no rechazó la presencia del cuerpo de Cristo antes del año 1059; pero, a partir de esta fecha, su pensamiento tiende a negar que en la Eucaristía pueda estar presente el cuerpo histórico de Cristo 188. Su pensamiento en este tiempo fue dubitativo, cambiante y contradictorio, y parece que no admitió más que una presencia dinámica y figurativa. En su De sacra coena existen pasajes en los que hace profesión de la presencia real y otros en los que parece inclinarse por una concepción espiritual.
De todos modos, partiendo de sus principios, resultaba difícil mantener la presencia real. Vernet expresa su juicio al respecto con estas palabras: «Trastornó el dogma de la presencia real, sin que, sin embargo, le podamos colocar en el número de los que simplemente la han negado» 189.
Intervención del Magisterio
Durante la controversia, el Magisterio salió al paso con dos intervenciones principales, que son las de los concilios Romanos de 1059 y 1079. Berengario tuvo que firmar las dos confesiones de fe.
La primera fue redactada por el cardenal Humberto, canciller y bibliotecario de la Iglesia romana, y Berengario tuvo que firmarla en 1059:
«Yo Berengario... anatematizo toda herejía, principalmente aquella de que ahora se me acusa, que pretende que el pan y el vino que están sobre el altar son simplemente, después de la consagración, un signo y no el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo... Confieso, por el contrario, que el pan y el vino que están sobre el altar son, después de la consagración, no sólo sacramento, sino también el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo, y que sensiblemente, no ya sólo sacramentalmente, sino con toda verdad, este cuerpo y esta sangre son tocados por el sacerdote y rotos y triturados por los dientes de los fieles» 190.
La fórmula tiene un claro sabor cafarnaítico y exagera en su realismo, como reconoce Geiselmann 191. Por el contrario, la fórmula que se le impondría en el concilio de 1079 está mucho mejor elaborada, y desaparece de ella toda connotación sensualista. Este concilio se hizo bajo el mandato de Gregorio VII, y dice así en lo tocante a la fórmula que Berengario tuvo que firmar:
«Yo Berengario creo sinceramente y confieso moralmente que el pan y el vino que están en el altar, por el misterio de la oración sagrada y las palabras de nuestro Redentor, se convierten sustancialmente (substantialiter converti) en la verdadera, propia y vivificante carne de nuestro Señor Jesucristo, y que después de la consagración son el verdadero cuerpo de Cristo que nació de la Virgen y que, ofrecido por la salud del mundo, pendió de la cruz y está sentado a la derecha del Padre, y la verdadera sangre de Cristo, que manó de su costado, no sólo en signo o por la virtud del sacramento, sino en la propiedad de la naturaleza y la verdad de la sustancia» 192.
Como vemos, se enseña aquí la identidad del cuerpo eucarístico con el cuerpo histórico de Cristo, presente en la Eucaristía no de forma sensible, sino en su propia naturaleza y en la verdad de su sustancia en virtud de una conversión sustancial del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Entra aquí por vez primera, en un concilio todavía no ecuménico, la terminología de la conversión sustancial (substantialiter converti). Ya Pascasio se había hecho eco de la terminología de Fausto de Riez con el converti ex substantia panis.
Fue Fulberto de Chartres el que utilizó la expresión de mutare in corporis substantiam, pero fueron, sobre todo, Lanfranco y Guitmundo de Aversa los que desarrollaron la terminología.
Berengario había puesto las cosas en un punto tal, que había que responder con sus mismas armas. No bastaba, como recuerda Geiselmann 1939, una respuesta que se limitara meramente a repetir la fe, como pretendía Pedro Damián, antidialéctico y no partidario del uso de la filosofía. De este modo, Lanfranco habla ya de un cambió sustancial: las sustancias terrenas se convierten en la esencia del cuerpo de Cristo 194,mientras que permanece la forma exterior, las especies 195. Lanfranco nos conduce, por tanto, a la terminología substantia-species. Por su parte, Guitmundo de Aversa habla también de substantialiter transmutari, y distingue claramente entre la sustancia, que cambia, y los accidentes (accidentia), que permanecen 196. Dice Neunheuser que aquí se encuentra, por vez primera, el término de conversión sustancial, aunque Guitmundo no lo habría conseguido sin el trabajo de Lanfranco 197. Guitmundo defiende también la presencia de la sustancia del cuerpo de Cristo en cada parte de los accidentes y en cada uno de los lugares.
Todo este esfuerzo de comprensión fue el que hizo posible el sínodo de Roma de 1079.
De este modo, las exigencias del metabolismo y del simbolismo quedan sintetizadas: la Eucaristía es signo, sacramento, figura, pero contiene en su sustancia el cuerpo histórico de Cristo. La presencia de Cristo en la Eucaristía es corporal, pero no en sentido cafarnaítico, sino en sentido sustancial; es también sacramental, pero no en sentido meramente simbólico, porque es sacramento de la sustancia del cuerpo de Cristo.
Se fija ya una terminología más precisa, que tiene mayor importancia, porque todavía estaba lejos el uso de las obras de Aristóteles. Como dice Chollet, fue la herejía de Berengario la que suscitó el estudio profundo del misterio eucarístico y el punto de partida de un brillante período dogmático 198.
III. LA EUCARISTIA EN EL SIGLO XII [c]
El siglo xii fue un siglo de consolidación de la doctrina adquirida y preparación de la gran síntesis que se daría en el siglo xiii.
En esta época todos los teólogos tienen que escribir sobre la Eucaristía, respondiendo así a la herejía de Berengario. Sobresale Algerio de Lieja, con sus tres libros De sacramento corporis et sanguinis Domini; Gregorio de Bérgamo, con su tratado De veritate corporis Christi, y Gilberto de Nogent. Pero sobre todo hay que señalar las obras de sistematización de Hugo de San Víctor, Pedro Lombardo, Rolando Bandinelli y los escritos de Lotario de Segni, futuro papa Inocencio III, que convoca el IV concilio de Letrán.
También las colecciones canónicas asumen la doctrina eucarística, desde la de Burchard de Worms hasta el Decreto de Graciano 200.
Por su lado, la piedad popular se concentra en la presencia real del cuerpo y de la sangre de Cristo como reacción a las tesis de Berengario. En los monasterios de Bec y de Cluny, que habían tomado parte tan decisiva en la defensa de la Eucaristía, se comienza a doblar la rodilla delante de la presencia eucarística de Cristo y a incensarle 201 . Se enciende también una lámpara ante las especies consagradas y a finales del siglo xii se comienza a elevar la hostia después de la consagración 202 . Es la profundización del tema de la presencia real lo que causa esta devoción popular, alimentada también por el sentimiento de contemplación 203.
La doctrina de la transustanciación adquiere carta de ciudadanía en las grandes síntesis teológicas del tiempo. El término de «transustanciación» aparece por vez primera en la pluma de Rolando de Bandinelli (futuro papa Alejandro III), que la utiliza en sus Sententiae, y que a partir de entonces tomará carta de ciudadanía entre los teólogos 204.
Pero veamos, al menos brevemente, la doctrina de la transustanción en las grandes síntesis del tiempo.
Hugo de San Víctor
Hugo de San Víctor, que desarrolla la dimensión sacramental de la Eucaristía, combate, apoyado en Ambrosio y Pascasio, la concepción puramente simbólica de Berengario, combinando perfectamente la realidad y la significación sacramental de la Eucaristía:
«Aquí hay tres cosas en una; en la primera (la especie de pan) encontramos el signo de la segunda; en la segunda (el cuerpo real), la causa de la tercera (la virtud y la eficacia); en la tercera se manifiesta la virtud de la segunda; en la segunda, la verdad de la primera; y estas tres cosas son una y constituyen un solo sacramento» 205. Como vemos, encontramos ya aquí esbozada la distinción que se hará clásica de sacramentum (signo), res et sacramentum (cuerpo de Cristo) y res (eficacia o gracia del sacramento).
Sobre la transustanciación nos dice Hugo de San Víctor:
«Por las palabras de la santificación, la verdadera sustancia del pan y del vino se convierte (convertitur) en el cuerpo y la sangre de Cristo, quedando sólo las especies de pan y vino y pasando la sustancia a la otra sustancia. La conversión no hay que entenderla como unión, sino como transición» 206.
Pedro Lombardo
Pedro Lombardo, después de apelar a Ambrosio y al Pseudo-Eusebio Emiseno (Fausto de Riez), confiesa:
«Por éstos y otros muchos, consta que están en el altar el verdadero cuerpo y sangre de Cristo; aún más, está Cristo entero en cada una de las especies, y se convierte la sustancia del pan en el cuerpo, y la sustancia del vino en la sangre» 207.
Se pregunta si la conversión es sólo formal (accidental) o sustancial, y se inclina por la sustancial 208, al tiempo que dice que la transustanciación es el término más apropiado, pues en la Eucaristía se da un tránsito de sustancia a sustancia, mientras permanecen las mismas propiedades 209.
Lotario de Segni (Inocencio III)
Lotario de Segni trató de la Eucaristía en su obra De sacro altaris mysterio, en la que presenta una explicación de la liturgia de la misa siguiendo la interpretación alegórica. Pero hagamos antes alusión a su carta Cum Marthae, dirigida en 1202 a Juan, obispo de Lyón, y en la que encontramos un texto de precisión innegable sobre la Eucaristía:
«Hay que distinguir tres cosas que son distintas en este sacramento, a saber, la forma visible, la verdad del cuerpo y la eficacia espiritual. La forma es la de pan y vino; la verdad, la de la carne y la sangre; la eficacia es la unidad y la caridad. La primera es sacramentum et non res. La segunda es sacramentum et res. La tercera es res et non sacramentum. El primero es signo de una doble realidad. La segunda, signo respecto a uno y realidad respecto a otro. La tercera es realidad de un doble signo» 210.
Respecto de la transustanciación, recogemos las palabras de su obra principal: «La carne y la sangre no se forman materialmente del pan y del vino, sino que la materia del pan y del vino se cambia en la sustancia de la carne y de la sangre; ni se añade nada al cuerpo, sino que se transustancia en el cuerpo» 211
Conclusión
Se puede decir que, como fruto de esta sistematización del siglo XII y antes del desarrollo teológico del siglo xiii, se encuentran sentados los siguientes puntos relativos a la Eucaristía 212:
— Que el cuerpo eucarístico de Cristo es su mismo cuerpo histórico.
—Se distingue entre las especies perceptibles por los sentidos y el cuerpo de Cristo presente bajo las mismas.
—Cristo está presente en la Eucaristía por la conversión del pan y del vino en su cuerpo y sangre.
—Esta conversión, llamada ya transustanciación, es el paso de la sustancia del pan y del vino a la sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo.
—La presencia de Cristo es, al mismo tiempo, corporal (no en sentido cafarnaítico) y sacramental (no en el sentido meramente simbólico).
—Cristo está presente bajo las especies y, por tanto, debe ser adorado.
Otras cuestiones, sin embargo, son objeto de discusión. Se pone la cuestión de la digestión del cuerpo de Cristo por parte del comulgante, de la duración de su presencia en el estómago, de la comunión por parte de los indignos, de la consagración por parte de sacerdotes indignos. Se da muchas veces, dentro del realismo de la presencia confesado en esta época, una tendencia a evitar a cualquier precio (recurriendo a milagros, si es preciso) que Cristo pueda ser de hecho profanado en el altar 213.
En cuanto a la duración de la presencia, resalta por su precisión la fórmula dada por Hugo de San Víctor: Cristo está corporalmente contigo; «pero, cuando los sentidos no distinguen ya (las especies), deja de existir la presencia corporal, para mantener la espiritual» 214; explicación que sigue Inocencio III.
Merece también la atención la solución de Rolando Bandinelli al problema de la comunión de los indignos: la manducación corporal la tienen, pero carecen de manducación espiritual, no reciben beneficio alguno 215; distinción que también se encuentra en Pedro Lombardo 216 y que en el fondo responde a lo dicho por San Agustín.
En cuanto a la fracción del pan (¿se rompe Cristo con ella?), se encuentran ya soluciones que tendrán eco en épocas posteriores: el cuerpo se rompe sacramentalmente en la especie (de pan y vino), pero no en la sustancia, dice Pedro Lombardo 217.
IV. LA EUCARISTÍA EN EL SIGLO XIII[d]
1) Concilio Lateranense IV
Al inicio del siglo XIII encontramos el testimonio del concilio Lateranense IV, convocado por Inocencio III, y que viene a ser el coronamiento en cuanto a la doctrina eucarística de la época.
Concilio convocado fundamentalmente para promover la recuperación de Tierra Santa y la reforma de la Iglesia, tiene una constitución (De fide Catholica) que, provocada por las herejías del tiempo (albigenses, cátaros y valdenses), ha sido considerada por muchos como un cuarto símbolo de fe 218ituciones de dicho concilio fueron introducidas en las Decretales de Gregorio IX, en las que se concibe el capítulo Firmiter como cuarto símbolo de la Iglesia católica, y sus proposiciones como artículos de fe 219.
La conversión eucarística había entrado en crisis en ciertos grupos de cátaros y valdenses. Algunos cátaros sostienen que Cristo cambió el pan en su cuerpo, pero sólo él; otros dicen que la Eucaristía no es nada. Al parecer, los valdenses de Lombardía negaban la competencia exclusiva del sacerdote para confeccionar la Eucaristía. Por ello, el concilio quiere enseñar la realidad del cambio eucarístico y la competencia exclusiva del sacerdote. Es la primera vez que el Magisterio asume el término de «transustanciación» (el concilio romano de 1079 hablaba de substantialiter converti: conversión sustancial):
«Sólo hay una Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie se puede salvar. En ella es, a la vez, sacerdote y sacrificio Jesucristo, cuyo cuerpo y sangre están verdaderamente contenidos en el sacramento del altar bajo las especies de pan y vino, siendo el pan transustanciado en el cuerpo y el vino en la sangre por la potencia divina, a fin de que, para consumar el misterio de la unidad, nosotros recibamos de él lo que él recibió de nosotros. Y este sacramento nadie lo puede confeccionar sino el sacerdote debidamente ordenado según las llaves de la Iglesia, que Cristo concedió a sus apóstoles y a sus sucesores» 220.
A la presentación de Cristo como sacerdote y sacrificio sigue la afirmación del contenido de la Eucaristía, pasando así del sacrificio al sacramento y afirmando la presencia real del cuerpo y de la sangre de Cristo, que se hacen presentes en el altar mediante la transustanciación. Lo que el concilio quiere enseñar y que, por lo tanto, constituye un artículo de fe, no es el término de «transustanciación», introducido recientemente en la teología, sino la conversión sustancial del pan y del vino, negada por grupos determinados de cátaros y mantenida en la fe de la Iglesia.
2) Hacia la gran síntesis: Santo Tomás 221
En el siglo XIII se llega a una mayor sistematización de la presencia real. Los escolásticos del siglo XIII, aparte de sus recursos escriturísticos y patrísticos, poseen la filosofía aristotélica, introducida ya en Occidente.
Aparecen las grandes obras de síntesis y de profundización teológica. Citemos a Guillermo de Auvergne, con su De sacramento Eucharistiae, la obra Liber de sacramento Eucharistiae de Alberto Magno; los Comentarios a las Sentencias de Pedro Lombardo, hechos por Buenaventura, Alberto Magno, Santo Tomás; la Summa theologica de Enrique de Gante; la Universae Theologiae Summa de Alejandro de Hales; la Summa Contra Gentiles de Santo Tomás, y su Summa Theologica. Asimismo, recordemos los himnos eucarísticos que se componen en este tiempo.
Como ejemplo de síntesis, nos limitamos a exponer la de Santo Tomás.
Santo Tomás, partiendo de la verdad de la presencia real, «que no puede ser conocida ni por los sentidos ni por el intelecto, sino por la sola fe que se funda en la autoridad divina» 222, concluye que la única vía para llegar a esta presencia es la conversión, pues el único y verdadero cuerpo de Cristo, preexistente y perfecto, no puede ser creado de nuevo, ni podría tampoco, mientras permanece glorioso en el cielo, ser bajado a la tierra por una especie de movimiento local. Incluso, aunque dejara el cielo, no podría ser conducido a los diversos lugares 223 . No es, pues, por movimiento local como Cristo se hace presente en la Eucaristía.
En virtud de las palabras de la consagración, se hace presente el mismo cuerpo que nació de María, sufrió en la cruz y está en el cielo, haciéndose presente en las especies de pan y vino, en las que antes no estaba. Ahora bien, esto ocurre o porque el cuerpo de Cristo recibe una nueva presencia por cambio de sí mismo, o por mutación del pan respecto de él. Puesto que por la consagración eucarística Cristo no se mueve ni se muda, no cabe otra posibilidad de hacerse sustancialmente presente en los diversos lugares de la tierra sino porque las diversas sustancias de los diferentes panes se convierten en el único cuerpo de Cristo, que tiene en el cielo su propia dimensión local. Y, por otra parte, se requiere que los accidentes de las diversas sustancias cambiadas, sustentados por la divina potencia, permanezcan en su lugar, de modo que, mediante la múltiple locación ajena, la única sustancia del cuerpo de Cristo, sin dejar su lugar propio en el cielo, se haga ahora presente en los diversos lugares de la tierra:
«El cuerpo de Cristo sólo existe en un lugar por sus propias dimensiones, pero, mediante las dimensiones de pan, que se convierten en él, está en tantos lugares en cuantos se realiza tal conversión; no ciertamente dividido por partes, sino que está íntegro en cada lugar, pues cualquier cuerpo consagrado se convierte en el cuerpo íntegro de Cristo» 224.
En la conversión eucarística podemos tener en cuenta el término a quo, que es la sustancia del pan y del vino. Naturalmente, esta sustancia cesa totalmente. Sólo así se puede decir con propiedad que lo que parece pan es el cuerpo de Cristo. Además, si quedase algo de la sustancia de pan que es criatura, no se podría adorar la Eucaristía 225
Ahora bien, esta sustancia de pan no cesa por aniquilación, porque una exigencia de la conversión consiste en que el punto de partida, al dejar de ser lo que es, no caiga en la nada, sino que se convierta en otro término positivo. En esto se distingue la conversión de la aniquilación. Con la aniquilación del pan ya no se podría hablar propiamente de conversión 226. La entidad del cuerpo de Cristo tiene ahora la función positiva que tenía la entidad del pan. Podríamos decir que hay una continuidad (en esto se diferencia la conversión de la aniquilación), en cuanto que sigue habiendo un ente, aunque de distinta naturaleza que el anterior. Ahora es la sustancia el cuerpo de Cristo.
Naturalmente, se trata de una conversión singular y misteriosa. En las conversiones naturales de tipo sustancial cambia la forma sustancial, pero permanece idéntica la materia prima; aquí, por el contrario, toda la entidad del pan se convierte en toda la entidad del cuerpo de Cristo. Se trata del poder divino, que llega a todos los entresijos del ente:
«Con el poder del agente infinito que actúa sobre todo el ente, puede hacerse tal conversión; porque a ambas materias y a ambas formas les es común la naturaleza entitativa, y lo que hay de entidad en una, el autor del ente puede convertirla en lo que hay de entidad en la otra quitando aquello por lo que se distinguía de ella» 227.
Esto quiere decir que, tras la transustanciación, sigue habiendo un ente, aunque de distinta naturaleza que el que estaba en el punto de partida.
Esta es una mutación misteriosa (mirabilis), porque es totalmente sobrenatural, posible sólo a la potencia divina. Santo Tomás apela aquí a la autoridad de Ambrosio y Crisóstomo, conscientes ambos de la absoluta trascendencia de la acción eucarística. Por ello se trata de un misterio estrictamente tal, algo que supera la posibilidad cognoscitiva de la razón, pero al mismo tiempo posible para Dios, pues, como ser infinito que es, extiende su acción a todo lo que es.
En la transustanciación permanece todo lo que pertenece al campo de los accidentes. Estas dimensiones accidentales son lo que permite a la sustancia del cuerpo de Cristo una nueva locación no natural, sino sobrenatural. Cristo está en el sacramento, dice Santo Tomás, per modum substantiae, es decir, no locativamente, como está una cosa física en otra física; ni con presencia definitiva, como la que tiene el alma en el cuerpo, sino al modo como una sustancia está presente en sus dimensiones accidentales. De este modo, de la misma manera que la sustancia de pan estaba allí en virtud de los accidentes, ahora podemos decir que la sustancia del cuerpo de Cristo está en dicho lugar, pues tiene una relación con él mediante las dimensiones ajenas (del pan). La sustancia, aunque no ocupa lugar, dice relación con los accidentes que la localizan. Ahora es la sustancia del cuerpo de Cristo la que está ahí, donde están los accidentes de pan:
«El cuerpo de Cristo no está en este sacramento como en un lugar, sino per modum substantiae, de la manera como la sustancia está en sus dimensiones. Pues en este sacramento la sustancia del cuerpo de Cristo sucede a la sustancia de pan, y así como la sustancia de pan no estaba en sus dimensiones ocupando un lugar (localiter), sino per modum substantiae, así tampoco la sustancia del cuerpo de Cristo.
Pero la sustancia del cuerpo de Cristo no es sujeto de inhesión de tales dimensiones como lo era la sustancia de pan. Y así la sustancia de pan, en virtud de sus dimensiones, estaba allí, puesto que decía relación al lugar mediante sus propias dimensiones, mientras que la sustancia del cuerpo de Cristo dice relación al lugar mediante las dimensiones ajenas» 228.
Así, pues, la sustancia del cuerpo de Cristo está ahí, porque dice relación a las dimensiones de pan, pero no está ahí ocupando un lugar ni sufre la acción o la pasión que proporcionan los accidentes. La sustancia del cuerpo de Cristo está ahí mientras duran los accidentes de pan; cuando éstos se corrompen, deja de estar presente la sustancia del cuerpo de Cristo, sin que por ello sufra menoscabo alguno.
Pero es el caso que los accidentes de pan permanecen ahora sin sujeto de inhesión, porque el cuerpo de Cristo no está sujeto a mutación alguna ni sustancial ni accidental, y no puede ser afectado de modo alguno. El cuerpo glorioso e impasible de Cristo no puede ser alterado por la recepción de otras cualidades y dimensiones. En este caso es Dios mismo el que mantiene milagrosamente a los accidentes, supliendo la acción de las causas segundas 229.
En la presencia del cuerpo de Cristo en la Eucaristía distingue también Santo Tomás el modo de presencia en virtud de la conversión y el modo de presencia en virtud de la concomitancia: por la fuerza de la conversión, bajo las especies de pan, se hace directamente presente la sustancia del cuerpo de Cristo; pero, por la fuerza de la concomitancia natural (Cristo glorioso es uno e indiviso), se hace también presente su sangre, alma y divinidad. Lo mismo ocurre en la consagración de la sangre 230. Asimismo, la cuantidad propia del cuerpo de Cristo (sus dimensiones corporales) está también presente en este sacramento ex vi concomitantiae y no ex vi consecrationis 231.
La sustancia del cuerpo de Cristo está entera en cada una de las dimensiones del pan. Cristo entero está presente en cada una de las especies y en cada una de sus partes.
Todos, dignos e indignos, reciben el cuerpo del Señor, si bien estos últimos lo reciben para su condenación 232 .
Santo Tomás contribuye así a profundizar en la doctrina eucarística. Su mayor aportación es la calificación de la presencia real como presencia per modum substantiae. Estaba dicho en realidad, pero queda más precisado y se satisfacen mejor las exigencias del realismo y del simbolismo. La presencia per modum substantiae contribuye a la depuración de toda concepción cafarnaítica y sensual de la presencia. La sustancia no ocupa lugar, no está presente como una cosa física en otra física de modo circunscriptivo, sino que está presente de manera metafísica. La corrupción de las especies no significa, por tanto, corrupción del cuerpo de Cristo, si bien éste deja de estar presente cuando las especies no son ya perceptibles. Al mismo tiempo, esta sustancia del cuerpo de Cristo tiene una relación con las dimensiones físicas de pan como la tenía su propia sustancia, de modo que podemos decir que la única sustancia del cuerpo de Cristo está entera en todas las dimensiones físicas de pan que hayan experimentado el cambio de sus propias sustancias. Todos los accidentes de los diferentes panes convertidos contienen la única sustancia metafísica del cuerpo de Cristo.
Se ha respetado así la exigencia del realismo y del simbolismo, explicando la múltiple presencia del cuerpo de Cristo (la multiplicidad viene del lado de los múltiples accidentes que quedan de los múltiples panes convertidos), sin que el cuerpo en sí mismo se multiplique.
3) Escoto 233 .
Escoto presenta algunas variantes respecto a la doctrina tomista de la transustanciación. Coincide con Santo Tomás en que la transustanciación es un misterio que trasciende las mutaciones que conocemos en este mundo. Dios solo la puede realizar 234 . A diferencia de Santo Tomás, dice que la transustanciación no se puede deducir sin más de las palabras de Cristo, independientemente de la tradición y de la enseñanza de la Iglesia 235 .. Resulta significativo que, para Escoto, la consustanciación sea, de suyo, más razonable 236 ., de modo que sólo por la autoridad de la Iglesia se ha de rechazar 237 ..
Sobre el contenido de la transustanciación, Escoto dudó en sus Comentarios de Oxford en apelar a la aniquilación para explicar la desaparición de la sustancia de pan, si bien se declara netamente contra la aniquilación en Reportata Parisiensia 238 ..
Escoto difiere también de Santo Tomás en su concepción de la presencia de la cuantidad, propia del cuerpo de Cristo en la Eucaristía. Cristo está presente en la hostia con la cuantidad interna de su cuerpo (ordo partium in toto), pero sin extensión local (ordo partium ad locum), debido a una intervención de Dios 239 ., con lo cual nos alejamos de la solución metafísica dada por Santo Tomás a este problema: el cuerpo está per modum substantiae, y la cuantidad por concomitancia. Escoto recurre, pues, a la intervención de Dios, que impide la extensión actual, y reconoce también que Dios puede hacer que un cuerpo con su extensión actual esté presente a la vez en lugares diversos 240 ..
Con Escoto, ciertamente se inicia una minusvaloración de la razón filosófica, que tendrá su repercusión en el siglo XIV.
4) La fiesta del Corpus Christi
La liturgia del Corpus Christi es una consecuencia del florecimiento del pensamiento eucarístico en el siglo XIII. Dijimos ya que en el siglo XII se introdujo la elevación de la hostia en el momento de la consagración. En el XIII comienza la adoración fuera de la misa, a partir, sobre todo, de la instauración de la fiesta del Corpus Christi, celebrada -por vez primera por la diócesis de Lieja e instituida para la Iglesia univesal por Urbano IV en su bula Transsiturus, del 11-10-1264 241 . Surge también en este tiempo la costumbre de la procesión eucarística, y en el siglo XIV comenzará también la costumbre de la exposición sacramental.
Nacen en esta época los himnos a la Eucaristía, que tanto habrían de fomentar la piedad popular. A Santo Tomás se atribuyen la secuencia Lauda Sion y el himno Pange lingua. Neunheuser hace mención también del Adoro te devote, diciendo que ha contribuido, mucho más que muchos libros, a la formación de la piedad católica sobre la Eucaristía 242 ..
5) Concilio II de Lyon (1274)
Pertenece también al siglo XIII la celebración del II Concilio de Lyon, convocado por Gregorio X con el fin de conseguir la unidad con la Iglesia griega, promocionar la cruzada y establecer la reforma de la Iglesia. Tomás de Aquino, como se sabe, murió en camino hacia dicho concilio.
En la sesión IV fue leída ante el Papa la profesión de fe de Miguel Paleólogo, emperador de Oriente, que le había sido propuesta para firmar en 1267 por Clemente IV. Por lo que se refiere a la transustanciación, se dice de ella que la Iglesia mantiene y enseña que en «este sacramento el pan se transustancia verdaderamente en el cuerpo, y el vino en la sangre de nuestro Señor Jesucristo» 243 ..
V. FIN DE LA EDAD MEDIA[e]
A las síntesis alcanzadas en el siglo XIII va a suceder con el nominalismo una concepción de la Eucaristía que no guarda la coherencia conocida, aunque se mantengan los datos de la fe de la Iglesia.
El nominalismo se centra, sobre todo, en la transustanciación y en los problemas específicos de la cuantidad del cuerpo de Cristo. Todo se concentra en una explicación que no sólo olvida las implicaciones metafísicas de la doctrina escolástica, sino que estudia la Eucaristía al margen de su significación salvífica. No se aborda el tema sacrificial. Se publican explicaciones detalladas de la misa, pero siguiendo todas ellas el método alegórico 245 . y perdiendo la verdadera perspectiva teológica. La predicación se resiente también de ser demasiado escolar y da pie a opiniones supersticiosas. La misa se convierte en la panacea para todas las necesidades del alma y del cuerpo y se insiste, sobre todo, en los frutos de la misma. La Eucaristía deja de ser tratada en su totalidad, para insistir en temas periféricos.
Por lo que hace al problema de la presencia real y transustanciación, se acude, más que a las razones intrínsecas de las cosas, al recurso fácil de la omnipotencia absoluta de Dios y de su voluntad.
Ockham
Dentro de la perspectiva nominalista, Ockham mantiene la doctrina de la transustanciación por la autoridad de la Iglesia, si bien está convencido de que la consustanciación es más razonable246 ..
Ockham no admite la distinción real entre la sustancia y la cuantidad. Esta distinción, según él, no puede ser probada ni por la razón 247 .ni por los principios de la fe 248 .. Cristo está en el cielo de manera circunscriptiva, según su propia cuantidad; pero en la Eucaristía no está según su propia cuantidad, sino de manera definitiva, como el alma en el cuerpo 249 .. El cuerpo de Cristo puede estar en todas partes, como lo está Dios.
En Ockham se puede ver ya una preparación de la doctrina de Lutero sobre la Eucaristía. El mero hecho de que la teoría de la consustanciación le parezca a Ockham más razonable, de modo que sólo la autoridad jurídica de la Iglesia le impida el aceptarla, es una preparación a la doctrina luterana. De hecho, Lutero apelará a la doctrina de Pedro d’Ailly, cardenal de Cambrai, nominalista, que en el libro IV de sus Sentencias había defendido, al igual que Ockham, que la consustanciación es mucho más lógica y fácil de explicar que la transustanciación, pero tiene en contra la determinación de la Iglesia 250 ..
Ockham representa una ruptura de método con el siglo XIII. Por lo que se refiere a la conversión eucarística, no la entiende como una implicación del verbo ser (esto es mi cuerpo). Para Ockham, el problema fundamental es el de la localización de Cristo en la Eucaristía. Como dice Jansen 251 ., la obra de Ockham De sacramento altaris no es otra cosa que el nominalismo de la cuantidad aplicado al dogma.
Durando de San Porciano
Durando de San Porciano se separa de la doctrina escolástica de la conversión total de la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo. Dentro del esquema hilemórfico, afirma que la forma del pan cambia en la forma del cuerpo, mientras que permanece la materia prima del pan 252 ., como ocurre en el alimento que asimilamos en la comida. Durando pretendía así descartar la teoría de la aniquilación y explicar mejor la conversión, pero su teoría no va más allá de una transformación sustancial como las que ocurren en la naturaleza.
2) Wiclef
Si los nominalistas mantienen todavía el dato de la fe eucarística a pesar de su especulación peculiar, Wiclef lo pondrá en cuestión, llevando al extremo planteamientos de su época.
Los primeros ataques de Wiclef a la doctrina tradicional aparecen en 1379 253 . Lo que Wiclef no puede aceptar es la desaparición (sea por aniquilación, sea por transustanciación) de la sustancia del pan y del vino, ni la permanencia de los accidentes sin sujeto ni inhesión. La razón de ello, dice Cristiani, radica en su concepción filosófica. Para él, los universales y los individuos son ideas de Dios y participan de la realidad absoluta que es Dios. Dios no puede, pues, negar nada, porque sería destruirse a sí mismo 254 .. Mantiene así la persistencia de la sustancia del pan y del vino.
En su obra De Eucharistia, publicada probablemente en 1379, rechaza la teoría de los accidentes sine subiecto de Santo Tomás, afirmando ser metafísicamente imposible, y llega incluso a decir, por respeto al Aquinate, que está convencido que tal teoría no proviene de él, sino de interpolaciones posteriores 255 ..
Si a la defensa de la persistencia de la sustancia de pan añadimos que sostiene que Cristo está en el cielo sustancial, corporal y dimensionalmente, la presencia de Cristo en la Eucaristía se reduce a una presencia sacramental y en signo. Según su sustancia, Cristo está en el cielo, dice; en la Eucaristía no está de tal forma, sino sólo «sacramentalmente o en signo», o de una manera virtual 256 .. Como dice Neunheuser, no sólo niega la transustanciación, sino que pone en peligro el mismo dogma de la presencia real 257 ..
La doctrina de Wiclef fue condenada por los concilios de Oxford, Canterbury y Londres de 1382. Este condena tres proposiciones atribuidas a Wiclef, que serían condenadas también más tarde por el concilio de Constanza.
3) Hus
Juan Hus no fue defensor de las ideas de Wiclef sobre la Eucaristía, si bien su nombre se puso en relación con él por la difusión de las ideas de Wiclef en Bohemia. Hus se hizo defensor del cáliz para los laicos, basándose en la Escritura y en la Tradición primitiva de la Iglesia (sólo en el siglo XIII dejó de existir el cáliz para los laicos no sólo en virtud de la doctrina de la presencia de Cristo entero en cada especie, sino por razones prácticas) 258 ..
Esta cuestión meramente disciplinar se convirtió, por el ardor de la polémica, en una cuestión fundamental, a la que respondería el concilio de Constanza.
4) El concilio de Constanza
En la sesión VIII (mayo de 1415) asume Constanza las conclusiones del concilio de Londres sobre Wiclef. Tres son las proposiciones de Wiclef que son condenadas:
— La sustancia del pan material e, igualmente, la sustancia del vino material permanece en el sacramento del altar.
— Los accidentes del pan no permanecen sin sujeto en este sacramento.
— Cristo no está en este sacramento idéntica y realmente con su propia presencia corporal 259 ..
Junto a la presencia real y la transustanciación, se enseña, pues, la doctrina de los accidentes sine subiecto. En otras palabras, a la doctrina tradicional de la presencia real y de la transustanciación parece añadirse la doctrina escolástica de los accidentes sine subiecto.
Las tres proposiciones, así como su terminología, están tomadas de Wiclef y quieren ser una cita de su doctrina, mientras que en la sesión XIII 260 . se emplea la terminología tradicional de species.
Por lo que respecta a la doctrina de las proposiciones condenadas, hemos de advertir que no todas son calificadas de heréticas, pues se las califica de heréticas, erróneas y escandalosas, sin especificar qué nota corresponde a cada proposición 261 ..
En la sesión XIII responde el concilio a la problemática de Hus. El concilio defiende la introducción de la costumbre de la comunión de los laicos bajo una especie como una costumbre laudable por razones de tipo práctico (evitar peligros, etc.) y mantiene que en cada una de las especies se encuentra íntegramente el cuerpo y la sangre de Cristo 262 .. En otros términos, la doctrina de la Iglesia es que Cristo entero está en cada especie. Mantenido esto, cabe la introducción de la práctica de las dos especies, pero bajo la autoridad de la Iglesia.
5) El concilio de Florencia
El concilio de Ferrara-Florencia tuvo que plantearse de nuevo el problema de la unión. El intento con los griegos en el II concilio de Lyon no alcanzó los efectos previstos.
De los decretos del concilio de Florencia nos interesa, sobre todo, el Decreto pro armenis (1439).
El Decreto pro armenis no es una definición de todas las proposiciones que contiene, pero indica lo que los armenios deben creer y practicar para estar en comunión con la Iglesia 263 ..
La relación sobre los sacramentos está prácticamente tomada de Santo Tomás, de su opúsculo De articulis fidei et ecclesiae sacramentis 264 ., pero es significativo que no vengan las palabras de Santo Tomás sub speciebus quae remanent sine subiecto, sino simplemente sub specie panis.
Dice así el concilio sobre la presencia real y la transustanciación:
«Pues, en virtud de la mismas palabras, la sustancia de pan se convierte en el cuerpo de Cristo, y la sustancia de vino en su sangre, de modo que Cristo entero se contiene bajo la especie de pan y bajo la especie de vino. Bajo cualquier parte de la hostia consagrada y del vino consagrado, después de la separación, se halla Cristo entero» 265 ..
VI. LA EUCARISTIA EN LA REFORMA Y TRENTO[g]
1) La posición de la Reforma 266 .
Vista la teología de la época nominalista, conocemos ya, en parte, los antecedentes de la reforma protestante por lo que se refiere a la doctrina eucarística. Con el nominalismo se ha perdido ya la visión integral de la Eucaristía. Por otra parte, el clima de la práctica religiosa no es tampoco edificante. De todos modos, serán sobre todo los principios específicos de la teología de la Reforma los que van a propiciar una crisis profunda de la fe tradicional sobre la presencia real y el sacrificio. Como tendremos ocasión de ver, aún admitidos los abusos que sobre la celebración de la misa tenían lugar en esta época, el determinante fundamental de la crisis tiene su raíz en los principios fundamentales de la Reforma.
Lutero
Lutero comenzó confesando la fe tradicional en la Eucaristía. En su Sermón sobre la digna preparación para recibir el sacramento eucarístico (1518) y en su Sermón sobre el sacramento sublime del santo y verdadero cuerpo de Cristo y sobre las cofradías (1559) mantiene la doctrina tradicional.
Es a partir de 1520, en su Sermón sobre el Nuevo Testamento y, sobre todo, en su De captivitate babylonica, cuando se separa de la doctrina hasta entonces profesada. Se encontrará entre dos frentes: entre el frente católico y el de los sacramentarios. Contra los primeros va a impugnar la transustanciación y contra los segundos defenderá ardientemente la presencia real.
En su De captivitate habla de las tres cautividades de Babilonia: —el rechazo de la comunión bajo las dos especies a los laicos, —la doctrina de la transustanciación y permanencia de los accidentes sine subiecto, —y la mayor de todas las cautividades, que es considerar a la misa como una obra buena, como un sacrificio.
Respecto al primer punto, da la razón a los bohemios y defiende que todos los laicos tienen derecho a la integridad de la Eucaristía, prohibida no por la Iglesia, sino por los tiranos de la Iglesia 267 ..
Respecto al segundo punto, la doctrina de la transustanciación, se declara abiertamente a favor de la doctrina de Wiclef y de los que defienden la permanencia de la sustancia del pan y del vino después de la consagración junto con el cuerpo y la sangre de Cristo. Refiere la postura del nominalista Pedro de Ailly, el cual, como decíamos, mantenía la transustanciación sólo por la autoridad de la Iglesia, argumento que ya no vale para Lutero 268 ..
«Cuando me di cuenta, dice, de que la Iglesia, que en realidad había determinado eso, había sido la Iglesia tomista, es decir, la aristotélica, mi audacia tomó aliento, y viéndome entre Scila y Caribdis, mi conciencia se afirmó en la primera sentencia: que subsistían el pan y el vino verdaderos, sin que por ello disminuyesen o se alterasen la carne y la sangre más que en esos accidentes que ellos aducen» 269 ..
En aras a la persistencia de la sustancia de pan, aduce Lutero que es preciso tomar las palabras de Cristo en su sentido obvio: Cristo tomó pan en sus manos 270 .. Además, la doctrina de la transustanciación fue introducida en la Iglesia tardíamente 271 .. La distinción entre sustancia y accidentes le parece a Lutero inapropiada y no acepta el argumento de Santo Tomás, según el cual la permanencia de la sustancia del pan haría ilegítima la adoración, pues también los accidentes pueden ser adorados 272 .. Apela también Lutero al misterio de la encarnación, en el que se mantienen juntas la divinidad y la humanidad de Cristo: de la misma manera que puedo decir «este hombre es Dios», sin que transustancie la humanidad, cabe decir «este pan es Cristo», sin que cambie nada del pan 273 ..
En la controversia contra los sacramentarios defiende la presencia real, verdadera y sustancial del cuerpo de Cristo en la Eucaristía, particularmente contra Karldstadt, Ecolampadio y Zuinglio, que defendían una presencia meramente simbólica274 .. Los sacramentarios se apoyaban frecuentemente en una dificultad de orden especulativo: Cristo no puede estar a la vez en diferentes lugares, en el cielo y en el altar. Lutero responde diciendo que Dios tiene la posibilidad de dar al cuerpo de Cristo una presencia diferente de la local. Además, la naturaleza divina de Cristo comunica (según una incorrecta aplicación del principio de comunicación de idiomas) su ubicuidad a la naturaleza humana. Cristo, presente en todas partes, nos está presente en la Eucaristía como alimento y bebida. Esta presencia dura cuanto la acción eucarística (in usu).
En realidad, la idea del in usu, más que de Lutero, es de Melanchton 275 ..
La Confesión de Augsburgo (1530) mantendrá la presencia real en su artículo 10, diciendo que el cuerpo y la sangre están verdaderamente presentes. En la apología de la Confesión de Augsburgo, redactada por Melanchton (1531), se dirá también que el cuerpo y la sangre de Cristo están presentes verdadera y sustancialmente.
Por su parte, los artículos de Esmalcalda (1537-1538), preparados por Lutero para que los protestantes supieran a qué atenerse en caso de asistir al concilio convocado por Paulo III, dicen así: «Sostenemos que en la cena el pan y el vino son el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo, y que se administran y reciben no sólo por los cristianos piadosos, sino también por los malos» 276 .>. En cuanto a la transustanciación, dicen lo siguiente: «Por lo que se refiere a la transustanciación, tenemos por nada las sofisticadas especulaciones con las que enseñan que el pan y el vino dejan y pierden su sustancia natural, que sólo permanece la forma y el color, pero no el pan verdadero. Y decimos esto porque concuerda mejor con la Escritura el afirmar que también está presente y permanece el pan; así lo dice Pablo: «el pan que partimos», «coma así de este pan» 277 ..
No hay, pues, duda alguna de que Lutero mantiene la presencia real. ¿Por qué rechaza, en cambio, la transustanciación?
Lutero, defensor de la fe en detrimento de la razón, piensa que la doctrina de la transustanciación es una intromisión de la filosofía en el campo de la fe. Admite la presencia real, porque está claramente afirmada en la Eucaristía; en cambio, la transustanciación ha sido introducida por la Iglesia de Santo Tomás y de Aristóteles. Mantenida sólo por la autoridad de la Iglesia, cae cuando ésta se desmorona.
El caso es que Lutero no puede abandonar una filosofía sin aceptar otra, y en este punto no hizo sino prolongar la perspectiva nominalista. Pero con ella se pierde la verdadera sacramentalidad: la unidad que se mantiene entre el signo y la realidad en la doctrina de la transustanciación queda rota en una teoría (consustanciación) en la que se yuxtaponen dos realidades ajenas entre sí. En el fondo, en la teoría de la consustanciación se expresa también el principio fundamental luterano que exalta la acción trascendente de Dios y de la gracia, sin saber insertarla en el fondo mismo de las realidades creadas.
Zuinglio
Zuinglio representa la concepción meramente simbólica de la presencia real.
Hasta 1522 mantuvo la doctrina tradicional, pero a partir de esta fecha comienza a atacar a la Eucaristía como sacrificio y a la práctica de la comunión bajo una especie. Es en 1524 cuando comienza su ataque a la doctrina de la presencia real.
Como dice Cristiani 278 ., cuatro fueron los factores que le inclinaron a esa toma de posición: la carta del holandés C. Hoen, la entrada en escena de Karlstadt, la acentuación de la presencia real por Lutero y la ruptura con Erasmo. De estos factores, el principal fue la carta de Hoen, como confiesa el mismo Zuinglio 279 . Hoen le había hecho caer en la cuenta de que el verbo es de las palabras institucionales de Cristo es equivalente a representa o significa («La piedra era Cristo»: I Cor 10,4).
La docttrina de Zuinglio se forma también, en parte, por su oposición a Lutero.
Es, sobre todo, en sus Comentarios sobre la verdadera y falsa religión (1525) donde expone su doctrina eucarística. Cristo está en el cielo y no volverá hasta el fin del mundo. Otro argumento suyo está en la interpretación, basada en el sueño tenido a propósito de Ex 12,11 («es la pascua del Señor»), que se dice del cordero, y que, en consecuencia, no puede tener otro sentido que el de «significa» (el cordero significa el tránsito del Señor). Pues esto mismo hay que entender de las palabras institucionales de Cristo. Finalmente, la frase de Juan: «La carne no aprovecha nada, es el espíritu el que vivifica» (Jn 6,63), le conduce también a una concepción netamente simbólica de la presencia.
La Eucaristía para Zuinglio es un signo vacío, sin contenido real, que da la gracia en cuanto estimula la fe; no es sino una nutrición meramente espiritual del alma.
Calvino
Calvino viene a representar una vía media entre Lutero y Zuinglio. Rechaza el ubicuismo del primero y el puro simbolismo del segundo. Sus obras al respecto son el Catecismo de Ginebra, el Tratado de la santa cena y su Institución de la religión cristiana.
Viene a decir Calvino que la Eucaristía pone al alcance del creyente la promesa de la salvación; y no sólo eso, sino que nos hace partícipes del cuerpo y de la sangre de Cristo. Llegó a decir, incluso, que «negar la verdadera comunicación de Cristo que nos es presentada en la cena es hacer este sacramento frívolo e inútil, lo cual es una blasfemia execrable» 280 .. También en la Institución afirma que la verdad (del cuerpo de Cristo) nos debe ser dada con los signos, que bajo estos signos recibimos verdaderamente el cuerpo y la sangre de Cristo 281 .. Afirma, pues, la presencia real.
Ahora bien, Calvino niega tanto la transustanciación católica como la consustanciación luterana. La transustanciación no tiene fundamento en la Escritura e implica, para él, la aniquilación del pan 282 .. Rechaza, asimismo, la consustanciación luterana.
El problema fundamental para Calvino es que Cristo, después de la resurrección, está localizado en el cielo, de modo que es imposible que lo liguemos a las criaturas terrestres:
«No permitamos que se derogue a la gloria celeste de nuestro Señor Jesús, lo que se hace cuando se le trae aquí abajo por la imaginación o cuando se le liga a las criaturas terrestres. Tampoco permitamos que se atribuya nada a su cuerpo que repugne a su naturaleza humana, lo cual se hace cuando se dice que es infinito o se le coloca en diversos lugares» 283 ..
La conclusión que se podría sacar de esta dificultad es afirmar una presencia meramente simbólica, como hace Zuinglio; pero Calvino quiere mantener un término medio entre Zuinglio y Lutero en una comprensión de la presencia que podríamos llamar virtual. Cristo, presente localmente en el cielo, gobierna el cielo y la tierra potentia et virtute, mostrándose también en la Eucaristía potentia et virtute 284 .. Podríamos hacer nuestra la interpretación que hace Baciocchi de la posición de Calvino: «El cuerpo de Cristo no está materialmente ligado al pan; pero, al comer éste con fe, se recibe aquél en alimento. La acción material es signo e instrumento de un don espiritual» 285 ..
Quizás, para resumir, podríamos calificar la doctrina de Lutero, Zuinglio y Calvino de este modo: según Lutero, el cuerpo de Cristo está en la Eucaristía; para Zuinglio, la Eucaristía significa el cuerpo de Cristo; para Calvino, Cristo actúa en la Eucaristía. Por su parte, el concilio de Trento va a repetir la vieja tradición de los Padres: la Eucaristía es la carne de Cristo.
2) El concilio de Trento 286 .
La reacción a la doctrina protestante no se hizo esperar. Hasta 1525, la teología católica se había ocupado casi exclusivamente de la defensa de la misa como sacrificio. Había comenzado Th. Murner en 1520. Los teólogos alemanes G. Schatzgeyer y J. Eck habían publicado sendas monografías sobre el sacrificio de la misa. Pero fue la actitud de Zuinglio, sobre todo, la que hizo entrar a la teología católica en la defensa de la presencia real. Cayetano, en su Instructio nuntii circa errores libelli de coena Domini (1525), contesta a la doctrina de Zuinglio. En Italia intervino también el dominico Girolamo de Monopoli (1528), y contra la doctrina de Ecolampadio escribiría J. Fisher. La reacción fue unánime.
Las diferencias de escuela en la edad nominalista no atentaban para nada a la unanimidad en la confesión de la presencia real y de la conversión eucarística, amenazadas ahora gravemente por los reformadores.
a) Historia del decreto sobre la presencia real
La elaboración del decreto sobre la Eucaristía fue ciertamente trabajosa por las circunstancias históricas por las que hubo de pasar. El concilio de Trento se abre el 13 de diciembre de 1545. El 3 de febrero de 1547 comienza el debate sobre la Eucaristía con la presentación de una lista de 10 artículos, correspondiendo a otros tantos errores protestantes, tomados de 13 artículos que Seripando, general de los agustinos, había entresacado de la doctrina protestante. He aquí el contenido de los mismos:
«1. En la Eucaristía no están realmente el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, sino sólo el signo, como se dice que el vino está en el rótulo de un albergue. 2. En la Eucaristía se nos da Cristo, pero no puede ser comido más que espiritualmente por la fe. 3. En la Eucaristía está el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, al mismo tiempo que la sustancia del pan y del vino; así no hay transustanciación, sino unión hipostática de la humanidad de Cristo con la sustancia de pan y de vino. 4. No se puede adorar a Cristo en la Eucaristía, ni honrarle en fiestas o pasearle en procesiones, ni llevarle a los enfermos; los que le adoran son verdaderos idólatras. 5. No hay que conservar la Eucaristía en el sagrario, sino consumirla inmediatamente y darla a los presentes; obrar de otra manera es abusar del sacramento. 6. En las hostias o partículas consagradas que queden después de la comunión no está el cuerpo del Señor; está sólo cuando se le recibe, no antes ni después. 7. Es una ley divina que el pueblo comulgue bajo las dos especies; se peca, pues, cuando se fuerza al pueblo a servirse sólo de una. 8. No se contiene lo mismo bajo una especie que bajo las dos y el que comulga bajo una especie no recibe tanto como el que comulga bajo las dos. 9. Sólo la fe basta como preparación suficiente para la Eucaristía. 10. No se permite a nadie darse a sí mismo de comulgar» 287 ..
Podríamos resumir estos 10 artículos en cuatro puntos fundamentales: 1) Defensa de la presencia real, en contra de los sacramentarios. 2) Defensa de la transustanciación, contra los luteranos. 3) Defensa del culto eucarístico fuera de la misa. 4) El problema de la comunión bajo las dos especies.
¿Cómo se desarrolló el debate? Un dato a tener en cuenta fue la separación, desde un principio, de la Eucaristía como sacrificio y como sacramento. Fue decisivo para ello la intervención del cardenal Cervino el 7-3-1547 288 ., el cual recomendó que no se tocara el tema del sacrificio hasta que se agotara el relativo al sacramento. Se ganaba en comodidad práctica, pero de hecho se mezclarían temas que sólo podrían ser solventados desde el tratamiento del sacrificio.
Como hemos dicho, el 3 de febrero de 1547 comienza el debate de los teólogos. Y comienza ya a percibirse que mientras la presencia real y la transustanciación no presentan mayor problema 289 ., la disparidad de criterios nace cuando se trata de saber si se recibe o no mayor gracia cuando se toman las dos especies. Asimismo, se pide que se añadan artículos que condenen, por ejemplo, el error de que la Eucaristía no ha sido instituida más que para la remisión de los pecados 290 .. Esto será una constante del debate en sus diferentes fases (Trento-Bolonia-Trento): unanimidad en la presencia real y transustanciación y disparidad en los otros puntos 291 ..
De este modo, al término del debate teológico, el secretario del concilio, Massarelli, el 18 de febrero de 1547, afirmó en su sumario que había acuerdo en la presencia real y en la transustanciación y el culto eucarístico, debiéndose precisar más sobre los artículos 2, 8, 9 y 10 292 ..
El 7 de marzo comienza la congregación general de los Padres, que no se prosiguió hasta el fin por la situación política y la peste que se declaró en Trento, lo cual motivó el traslado a Bolonia.
El 9 de mayo comienza la discusión sobre la Eucaristía en Bolonia. El cardenal Del Monte, delegado papal (y futuro Julio III), anunció a los Padres que se habían redactado siete cánones, sobre los que se trataría en adelante. Se había suprimido lo relativo a si se recibe más o menos gracia en una o dos especies, debido a que sobre ello no había unanimidad, aunque esto no fue óbice para que se tratara este punto de nuevo 293 .. Se habla de la «conversión, la cual, de modo apropiado (aptissime), ha sido llamada transustanciación por nuestros Padres» 294 , distinción que sería mantenida en la redacción definitiva, como veremos.
Señalaremos que el obispo de Aquino pidió que se quitase el término de «conversión» y se hablara simplemente de transustanciación, suprimiendo así la distinción entre el concepto (conversión) y el término (transustanciación) 295 . Su petición no sería aceptada.
Jedin califica esta labor de Bolonia como una etapa fundamentalmente redaccional, en la que se procuró ajustar los textos a las definiciones de los concilios anteriores (Lateranense IV, Constancia, Florencia) delimitando claramente lo que es doctrina católica y reformada y dejando abiertas las controversias de escuela 296 .
El 31 de mayo, en una congregación general presidida por los cardenales Del Monte y Sainte Croix, se aprobaron los cánones, pero no se llegó a una definición solemne debido al escaso número de Padres presentes y a la volundad del Papa de diferir la definición.
La discusión se reanudaría cuatro años más tarde, en 1551, en Trento, el 3 de septiembre, y se comenzó no sobre los cánones de Bolonia, sino sobre 10 artículos casi idénticos a los del comienzo de la discusión en la primera etapa de Trento. En el artículo 4 se salía al paso sobre el error de que la Eucaristía hubiera sido solamente instituida para el perdón de los pecados 297 .
En la discusión teológica de esta nueva etapa sobresalió la intervención de los españoles, interviniendo 16, entre ellos Laínez y Salmerón, delegados del Papa; Arce, Melchor Cano y J. Ortega, como teólogos del emperador.
De nuevo surge la disparidad sobre los temas conocidos. Tampoco hay unanimidad sobre la necesidad de la confesión de los pecados mortales antes de la recepción de la Eucaristía. Según Cayetano en su Summa de peccatis, bastaba sólo la contrición. Melchor Cano no está de acuerdo con esto y piensa que hay que encontrar una fórmula que condene la doctrina protestante de que basta sólo la fe, pero sin que ello afecte a Cayetano 298 Opina también que el concilio tiene la facultad de declarar obligatoria la confesión. La mayoría de los Padres se inclina en favor de la intervención de Melchor Cano: la segunda parte del artículo 10 (no se requiere la confesión, que queda libre, sobre todo, para los doctos) no puede condenarse como herética, pero sí como errónea, escandalosa y claramente perniciosa 299 . Todos están también de acuerdo en que la Eucaristía no ha sido instituida solamente para el perdón de los pecados; no agrada el adverbio «solamente».
Sobre la presencia real y la transustanciación fue decisiva la intervención de Cano. Se hace eco de la objeción protestante de que el término de «transustanciación» es nuevo, pero su contenido, dice, corresponde a la fe constante de la Iglesia. El término de «transustanciación» no pertenece a la fe, aunque fue utilizado por el Lateranense IV; en cambio, es hereje el que niegue la conversión del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo 300
La unanimidad era total también sobre el culto eucarístico.
Massarelli puede decir como resultado que los artículos 1, 3, 5, 6, 7, 8 son condenados por todos como heréticos, es decir, la negación de la presencia real, la defensa de la permanencia de la sustancia del pan y del vino, la negación de la reserva eucarística, la presencia de Cristo en las partículas y la defensa de que sea de ley divina la comunión bajo las dos especies.
La congregación general de los Padres comienza el 21 de septiembre, y Crescenzi, delegado papal, hace en ella una aclaración de suma importancia: los Padres se deben limitar a condenar la doctrina de los herejes y no entrar en discusiones de escuela. Por ello habría que dejar de discutir sobre la mayor o menor gracia que se recibe de las dos especies y se deberá condenar también la proposición de que la confesión no es necesaria para la Eucaristía no como herética, pero sí como escandalosa301 .
Los Padres, en cambio, discutieron sobre el tema prohibido y se inclinaron por la recepción de la igualdad de gracia en una o dos especies 302 y por considerar como escandalosa la doctrina que deja libre la confesión 303 .
La influencia de Madruzzo, obispo de Trento, cambió la orientación del debate hacia la cuestión disciplinar de la práctica de las dos especies, pidiendo dicha práctica para Alemania. Los obispos de Viena y de Zagreb irían en la misma línea, viendo incluso la práctica de las dos especies como algo exigido por el mismo Cristo. No lo vieron así ni el obispo de Maguncia ni el de Tréveris. Con éstos se colocó también el obispo Guerrero, y el obispo de Castellamare, el español Fonseca, puso como condición para que se concediesen las dos especies a los laicos que se confesara que en cada una de ellas estaba Cristo entero y que se recibe lo mismo bajo una especie que bajo las dos y que se admitiera que la Iglesia no se había equivocado con la introducción de la única especie 304 . De todos modos, esta cuestión sería aplazada y los cánones sobre la comunión serían dejados para más tarde por la conveniencia de que fueran redactados cuando estuvieran presentes los delegados protestantes que se esperaban 305 .
Al final, la redacción de los cánones sobre la presencia real sería encargada a los obispos de Maguncia, Sassari, Granada, Astorga, Badajoz, Bitonto, Guadix, Módena y Zagreb, que fueron redactados, a propuesta de Crescenzi, no sobre los 10 artículos discutidos ahora, sino sobre los 8 cánones de la época de Bolonia. Se redactaron así 13 cánones, que fueron distribuidos en la congregación general.
La redacción de los capítulos fue encargada a los obispos de Guadix y Módena, pero su redacción no fue aceptada, mientras que se aceptó la que fue encargada a un grupo de obispos y teólogos bajo la dirección del obispo de Verona. Se les había pedido que no entrasen en discusiones de escuela 306 .
En estas últimas redacciones se suprimió el término de impanatum (ya que Lutero no había usado este término), se precisó que el perdón de los pecados no es el fruto principal de la Eucaristía (la cuestión en el fondo quedaba dejada para más tarde, cuando se hablara del sacrificio) 307 y se mandaba positivamente la confesión de los pecados mortales antes de la comunión. La definición tuvo lugar el 11-10-1551.
El núcleo de la definición va en los cánones, ya que sobre ellos versó la discusión de los debates; los capítulos son un desarrollo y no una profesión de fe, como en un principio se pensaba 308 . Por ello en nuestra exposición comenzamos por los cánones, explicitando su doctrina por los capítulos.
b) Texto conciliar
Cuando examinamos de cerca el texto tridentino, llama la atención la posición metodológica que toma desde un principio. El concilio no pretende entrar en discusiones de escuela ni hacer una exégesis histórico-crítica del fundamento bíblico. Desde un principio se sitúa en el marco de la fe de la Iglesia, que, conducida por el Espíritu Santo, llega a penetrar el sentido verdadero y total del misterio eucarístico. En este sentido, nos dice en la introducción al decreto que «trata de enseñar la sana y sincera doctrina acerca de este venerable y divino sacramento de la Eucaristía, que siempre mantuvo y hasta el fin de los siglos conservará la Iglesia católica, enseñada por el mismo Jesucristo Señor nuestro y amaestrada por el Espíritu Santo, que de día en día le inspira toda la verdad» 309 .
Esta posición metodológica es particularmente significativa si tenemos en cuenta la pretensión luterana de retornar al estricto marco institucional de las palabras de Cristo, rechazando lo que él califica de posterior dominio de la filosofía sobre la fe (transustanciación) y reduciendo la presencia real al ámbito de la celebración eucarística (intra usum). Por el contrario, el concilio no separa las palabras de Cristo de la fe de la Iglesia, la cual las acogió primero y las consignó después por escrito y las ha ido profundizando cada vez más bajo la asistencia del Espíritu Santo.
Presencia real del cuerpo y sangre de Cristo—El concilio define en el canon 1.° la presencia real del cuerpo y de la sangre de Cristo en la Eucaristía, así como de la persona entera de Cristo:
«Si alguno negare que en el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene real, verdadera y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por tanto, Cristo entero, sino que dijere que sólo está en él como en señal y en figura o por su eficacia, sea anatema» 310 .
Se condena aquí la doctrina de los sacramentarios, que reducen la presencia a mero símbolo o figura. «En señal, en figura, por su eficacia», son una manera de abarcar las posiciones de los sacramentarios, incluso la del mismo Calvino (in virtute). No parece que haya que entenderlas como una correspondencia exacta de «real, verdadera y sustancialmente». Se trata, simplemente, de calificar como herética la reducción de la presencia real a una presencia meramente simbólica o virtual. A este canon corresponden los capítulos 1 y 3.
En el capítulo 1 dice el concilio que nuestros predecesores, que han disertado sobre este sacramento y que han permanecido en la fe verdadera, han mantenido la institución de este sacramento por parte de Cristo como entrega de su propio cuerpo y de su propia sangre 311 . El concilio interpreta en sentido real las palabras institucionales de Cristo, pues «como quiera que (ellas mismas) ostentan aquella propia y clarísima significación según la cual han sido entendidas por los Padres», no pueden ser reducidas a un sentido meramente figurado, en contra del «universal sentir de la Iglesia, que «como columna y sostén de la verdad» (1 Tim 3,15), ha rechazado siempre una falsa interpretación de las mismas 312 .
Así, pues, el concilio reconoce un sentido real a las mismas palabras de Cristo en comunión con los Padres y el universal sentir de la Iglesia. La calificación de la Iglesia como «columna y sostén de la verdad» es una clara apelación a la infalibilidad (inerrancia para aquel tiempo) de la Iglesia.
El concilio expone la doctrina de la presencia real, al tiempo que alude ya al modo como Cristo está presente en este sacramento:
«Primeramente, enseña el santo concilio y abierta y sencillamente confiesa que en el augusto sacramento de la Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y sustancialmente (can.1) nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia de aquellas cosas sensibles. Porque no son cosas que repugnen entre sí que el mismo Salvador nuestro esté siempre sentado a la diestra de Dios Padre según su modo natural de existir y que en muchos otros lugares esté para nosotros sacramentalmente presente en su sustancia por aquel modo de existencia que si bien apenas podemos expresarla con palabras, por el pensamiento ilustrado por la fe, podemos alcanzar ser posible a Dios y debemos constantísimamente creerlo» 313 .
Se habla, pues, de presencia real, verdadera y sustancial de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, bajo la apariencia sensible del sacramento. Por otra parte, el concilio se plantea la misma dificultad que los sacramentarios y el mismo Calvino se habían planteado al sostener que el cuerpo natural de Cristo, presente en el cielo, no puede estar al mismo tiempo presente en varios lugares, lo que les inducía a la confesión de una presencia meramente simbólica de Cristo en la Eucaristía.
Por su parte, el concilio, sin aludir directamente a estos reformadores y sin negar el misterio que implica la presencia real de Cristo en la Eucaristía, sostiene la compatibilidad entre la existencia natural del cuerpo de Cristo en el cielo y el modo sacramental por el que nos está presente en su sustancia a través de los signos eucarísticos. Incluso la afirmación conciliar de que «Cristo nos está presente para nosotros en su sustancia», nos hace entrever un paralelismo interesante con la doctrina de Calvino, el cual sostiene que Cristo nos está presente por su poder y eficacia («potentia et virtute»), negando su presencia sustancial.
Presencia de Cristo entero en cada una de las especies y partes y no sólo durante el uso.—El concilio había definido en el canon 1.° la presencia de Cristo entero en este sacramento. En el canon 3.° define la presencia de Cristo entero en cada una de las especies y en cada una de sus partes:
«Si alguno negara que en el venerable sacramento de la Eucaristía se contiene Cristo entero bajo cada una de las especies y, hecha la separación, bajo cada una de las partes de cada especie, sea anatema» 314 .
Define también el concilio que la presencia de Cristo no se limita a ser una presencia in usu, poniendo así las bases de la reserva y de la adoración eucarística después de la misa:
«Si alguno dijere que en el admirable sacramento de la Eucaristía, hecha la consagración, no se encuentra el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, sino durante el uso, mientras se toma, pero no antes ni después, y que en las hostias o partículas consagradas que se reservan después de la comunión o que sobran no permanece el verdadero cuerpo del Señor, sea anatema» 315 .
La presencia de Cristo entero en cada una de las especies y en cada una de sus partes, así como su permanencia más allá de la celebración eucarística, la explica el concilio en el capítulo 3, donde resalta, a su vez, la excelencia de este sacramento sobre los demás:
«Tiene, cierto, la santísima Eucaristía de común con los demás sacramentos ser símbolo de una cosa sagrada y forma visible de la gracia invisible; mas se halla en ella algo de excelente y singular: que los demás sacramentos tienen entonces, por vez primera, virtud de santificar cuando se hace uso de ellos; pero en la Eucaristía, antes de todo uso, está el autor mismo de la santidad (can.4). Todavía, en efecto, no habían los apóstoles recibido la Eucaristía de la mano del Señor (Mt 26,26; Mc 14,22), cuando El, sin embargo, afirmó ser verdaderamente su cuerpo lo que les ofrecía; y ésta fue siempre la fe de la Iglesia de Dios: que inmediatamente después de la consagración está el verdadero cuerpo de nuestro Señor y su verdadera sangre, juntamente con el alma y la divinidad, bajo la apariencia de pan y de vino; ciertamente el cuerpo, bajo la apariencia de pan, y la sangre, bajo la apariencia de vino, en virtud de las palabras; pero el cuerpo mismo, bajo la apariencia de vino, y la sangre, bajo la apariencia de pan, y el alma, bajo ambas, en virtud de aquella natural conexión y concomitancia por la que se unen entre sí las partes de Cristo Señor, que resucitó de entre los muertos para no morir más (Rom 6,5); la divinidad, en fin, a causa de aquella su maravillosa unión hipostática con el alma y con el cuerpo (can.1 y 3). Por lo cual es de toda verdad que lo mismo se contiene bajo una de las especies que bajo ambas especies. Porque Cristo, todo e íntegro, está bajo la especie de pan y bajo cualquier parte de la misma especie, y todo, igualmente, está bajo la especie de vino y bajo las partes de ella (can.3)» 316 .
Está definido que Cristo entero se encuentra en cada una de las especies. Lo está a través de su cuerpo y sangre, que se encuentran directamente presentes bajo las especies de pan y vino. Con otras palabras, la presencia de la persona entera de Cristo es consecuencia de la presencia de su cuerpo y sangre, con los que se halla unida. Que el concilio entienda el cuerpo y la sangre como elementos corporales de Cristo, se ve claramente, porque ya en el canon 1.° distingue entre el cuerpo la sangre, y entre el alma y la divinidad. Cuando habla de cuerpo y sangre, no entiende, de modo alguno, la persona. Esta presencia de Cristo entero en cada una de las especies la explica el concilio, sin que por ello lo defina, recurriendo a la concomitancia natural.
La transustanciación.—El canon 2.° aborda directamente la doctrina de Lutero:
«Si alguno dijere que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia del pan y vino juntamente con el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo y negare aquella y maravillosa singular conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre, permaneciendo sólo las especies de pan y de vino, conversión que la Iglesia católica aptísimamante llama transustanciación, sea anatema» 317 .
Se ve con claridad que el canon va dirigido a la doctrina de Lutero, y, de acuerdo con el desarrollo de la discusión del decreto, el concilio hace una distinción entre el contenido (conversión sustancial), que entra dentro de su intención definitoria, y el término (transustanciación), del que se limita a decir que es empleado aptísimamente. Ahora podemos ver que la intervención de Melchor Cano en este punto fue decisiva. Para el concilio es herético mantener la sustancia del pan y del vino después de la consagración. Del pan no quedan más que las especies, de las que no se dice, por otro lado, que permanezcan sine subiecto.
El capítulo 4 trata de explicar esta doctrina y, pensando en Lutero sin duda, tiene interés en mostrar que la conversión sustancial procede de las mismas palabras institucionales de Cristo como una implicación de las mismas:
«Porque Cristo, redentor nuestro, dijo ser verdaderamente su cuerpo lo que ofrecía bajo la apariencia de pan (Mt 26,26ss; Mc 14,22ss; Lc 22,19ss; 1 Cor 11,24ss); por eso la Iglesia tuvo siempre la persuasión, y ahora nuevamente lo declara en este santo concilio, que por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. La cual conversión, propia y convenientemente, fue llamada transustanciación por la santa Iglesia católica» (can.2) 318 .
El capítulo vuelve a mantener, como vemos, la distinción entre el concepto de conversión sustancial y el término de «transustanciación». Al concilio le interesa el concepto más que el término 319 .
Adoración y reserva. Remisión de los pecados.—El concilio define también en el canon 6 la legitimidad de la adoración y de las procesiones:
«Si alguno negara que, en el santo sacramento de la Eucaristía, Cristo, Hijo unigénito de Dios, no debe ser adorado con culto de latría incluso externo, ni que, por lo tanto, deba ser adorado en una fiesta particular, ni que deba ser paseado en procesiones, según el rito y la costumbre laudable y universal de la Iglesia, o que no deba ser expuesto públicamente al pueblo para que sea adorado o que sus adoradores sean idólatras, sea anatema» 320 .
En el capítulo correspondiente, el V, dice el concilio que «no es razón para que se le deba adorar menos el hecho de que fue instituido por Cristo Señor nuestro, para ser recibido» 321 , con lo cual responde a la dificultad de los reformadores.
Sobre la remisión de los pecados, el concilio enseña en el canon 5 que la remisión de los mismos no es el fruto principal de la Eucaristía, punto sobre el que el concilio se extenderá al hablar del sacrificio. En el canon 11 establece el concilio que los que tengan conciencia de pecado mortal, «por muy contritos que les parezca estar, teniendo suficientes confesores, tienen que confesarse antes de comulgar» 322 . Esto se vuelve a repetir en el capítulo VII, donde se establece también que si el sacerdote, consciente de pecado mortal, tiene que celebrar urgentemente, se confiese cuando antes después de la misa 323 .
Vimos cómo, en este punto de la confesión, los Padres no quisieron declarar hereje la doctrina de la confesión libre, sino como «errónea, escandalosa y claramente perniciosa», al tiempo que se le reconocía al concilio la facultad de exigir la confesión como obligatoria antes de la misa; facultad que aquí emplea de hecho. Será al hablar del sacrificio cuando el problema de la remisión de los pecados vuelva a ser tratado más ampliamente.
Conclusión[h]
Hemos expuesto la fe de Trento sobre la presencia real. El concilio quiso condenar los errores de los reformadores y precisar la doctrina católica al margen de toda disputa escolar y de acuerdo con la Tradición y la fe recibidas. Como dice Neunheuser, el concilio no dijo nada nuevo, sino que se limitó a expresar con una claridad mayor la doctrina que poco a poco se había impuesto en la Tradición por medio de un esfuerzo común 324 . Cierto que su primer esfuerzo se centró en la presencia real, dejando para más adelante la cuestión del sacrificio, lo cual no carecería de dificultades, pero no se puede acusar al concilio de haber perdido la riqueza del misterio eucarístico. Basta leer el capítulo II del mismo para encontrar una síntesis magistral de todos los aspectos de la Eucaristía:
Cristo, nos dice, nos mandó celebrar este sacramento en su memoria y anunciar su muerte hasta que venga. Quiso que comiéramos este sacramento como alimento espiritual de nuestras almas y antídoto de nuestros pecados. La Eucaristía es prenda de la gloria futura y símbolo de su cuerpo, del que él mismo es cabeza y al que nosotros nos incorporamos superando toda disensión o cisma 325 . Aquí encontramos sintetizados la finalidad de la Eucaristía, su carácter de memorial, su valor escatológico, su sentido eclesial e incluso sus implicaciones ecuménicas.
c) Dos interpretaciones de Trento
Han sido varias las interpretaciones que se han dado en la actualidad sobre Trento a la hora de precisar el alcance exacto de su doctrina 326 . Nosotros juzgamos oportuno exponer las dos más importantes, porque, aparte de que han tenido un cierto influjo en la teología del siglo XX, nos ofrecen la ocasión de profundizar más en el sentido que Trento dio a sus palabras. Estas dos interpretaciones corresponden a K. Rahner y E. Schillebeeckx.
K. Rahner 327
El punto clave de la interpretación rahneriana de Trento es la distinción de lo que él llama explicación lógica y explicación ontológica. La primera trata de explicar un hecho o un dato, sin indagar la causa ni el modo del mismo; la segunda, por el contrario, es aquella explicación que nos ofrece la causa. Según esto, la transustanciación sería una explicación lógica y no ontológica de las palabras de Cristo «esto es mi cuerpo, esto es mi sangre», es decir, vendrían a decir lo mismo que ellas; no nos dirían como (wie) tiene lugar la presencia real, sino simplemente el hecho de la misma (dass). Sería una explicitación en la misma línea del hecho, sin entrar en la causa o el modo como este hecho tiene lugar.
Es claro que esta explicación no se ajusta a los hechos. Trento distingue entre presencia real y transustanciación y a ambas dedica sendos cánones y capítulos, sabiendo que se puede afirmar la una y negar la otra, como es el caso de Lutero. Pero en la mentalidad del concilio está claro que la conversión sustancial es la causa de la presencia real. Con toda la tradición de la Iglesia, podríamos decir que gracias a que hay conversión sustancial, se puede decir con toda propiedad:
«esto es mi cuerpo, esto es mi sangre». Es este cambio sustancial la condición ontológica de tal afirmación, el modo intrínseco que posibilita la peculiaridad de esta presencia, consistente en que el pan y el vino no contengan otra sustancia que la del cuerpo y la sangre de Cristo.
E. Schillebeeckx 328
Schillebeeckx distingue tres planos en el concilio de Trento:
— Presencia real, específicamente eucarística, del cuerpo y de la sangre de Cristo bajo las especies de pan y vino.
— Conversión ontológica, que hace posible dicha presencia real.
— Conversión que es llamada, adecuadamente, transustanciación.
El dogma incluye los dos primeros niveles, en cuanto que trata de salvar la peculiaridad de la presencia eucarística. El tercer nivel corresponde, dice, al nivel aristotélico de expresión, inevitable para los Padres conciliares. El dogma se pensó y expresó en categorías aristotélicas, pero lo exactamente aristotélico quedó al margen de lo que se pretendía expresar dogmáticamente, pues el concilio no quería expresar otra cosa que lo que la Iglesia poseía ya en la Tradición. Con otras palabras: utilizando una terminología escolástica, Trento quería transmitir el contenido de fe que siempre tuvo la Iglesia.
Indudablemente, la triple distinción de niveles que hace Schillebeeckx es aceptable. Los dos niveles definidos son el primero y el segundo, no el tercero.
Sin embargo, no es cierto que el concilio utilice terminología aristotélica. Los Padres expresaron continuamente su intención de atenerse a la fe de la Iglesia, expresada durante siglos en una terminología que es anterior a la llegada del hilemorfismo. El término de «sustancia», por ejemplo, opera ya en la Tradición de la Iglesia desde Ambrosio y Fausto de Riez y es usado por el Magisterio antes de la llegada del hilemorfismo. Hay un dato de especial interés: se habla de especies y no de accidentes, en un intento de atenerse a una terminología que, en la Tradición de la Iglesia, tenía una existencia más enraizada que la de accidentes, propia del hilemorfismo.
De todos modos, no es ésta una cuestión tan definitiva, ya que, sea cual sea el origen histórico de una determinada terminología, cuando la Iglesia la asume, la asimila y la entiende no según el alcance específico de su escuela de origen, sino desde un valor básico y fundamental, accesible a toda mentalidad humana.
En este sentido y, aun prescindiendo de la cuestión histórica de si Trento se sirvió de la terminología tradicional, de la que disponía, y aun en la hipótesis de que no hubiera otro modo de expresión que el aristotélico-tomista, diríamos incluso con Schillebeeckx que la Iglesia quiso entender con el término de «sustancia» no el contenido específico de la escuela hilemórfica (sustancia como materia prima y forma sustancial), sino el valor simple de realidad fundamental; concepto éste que existía ya en la Tradición antes de la llegada del hilemorfismo. La Iglesia, cuando utiliza la terminología de un contexto determinado, le da siempre un alcance básico y fundamental más allá del contenido técnico de su origen. Dice a este respecto Godefroy: «En esta palabra de ‘sustancia’ uno no debe ver más que lo que ve en ella el sentido común, es decir, el fondo inaferrable de todo, que la ciencia no alcanza, que los sentidos no perciben, y que, sin embargo, la razón nos dice que existe en todas las cosas como punto de sujeción y razón de ser de todos los fenómenos y propiedades; es, en una palabra, la realidad en tanto en cuanto se distingue de las apariencias»329 .
VII. DE TRENTO A NUESTROS DÍAS: PROBLEMÁTICA MODERNAI[h]
La doctrina de Trento sobre la presencia real y la transustanciación es un hito en la fe de la Iglesia. Sin identificarse con ninguna escuela concreta de pensamiento, supone un punto de partida para la especulación. En este sentido, la especulación tomista es la más usada en este tiempo, si bien podemos recordar, ya desde Escoto, diferentes enfoques especulativos dentro del hilemorfismo 330 .
La distinta perspectiva de escuela se deja sentir después de Trento. En cuanto aparece un nuevo enfoque filosófico, se siente la necesidad de repensar el dogma eucarístico. Este es el caso de Descartes. Pero sin llegar a una posición tan original como la cartesiana, tenemos posiciones peculiares como las de Belarmino y Suárez. En estos casos, legítimos en su intencionalidad teológica y consecuentes con el dato de la fe, la sobriedad metafísica cede lugar a la abstracción y la sutileza de la imaginación 331 . Juzgamos mucho más interesante la problemática que se suscita en el siglo xx con el nacimiento de la física atómica y la llegada de la filosofía moderna. El dogma eucarístico no podía ser ajeno a las nuevas instancias del pensamiento.
El siglo xx ha sido una época rica en aportaciones a la comprensión de la presencia eucarística. Ha sido un siglo pródigo en cambios de signo filosófico, y todo ello repercutiría, tarde o temprano, en la concepción de la presencia eucarística.
Ha habido, fundamentalmente, dos focos de reflexión sobre la presencia real: uno propiciado por la crisis que sufre el hilemorfismo a principios de siglo con la llegada de la física moderna y que llega hasta la polémica que tuvo lugar entre Selvaggi y Colombo. El segundo foco aparece al terminar la II Guerra Mundial, bajo el influjo de la llamada Nouvelle Théologie, y dura hasta finales de la década de los sesenta. Este se caracteriza por el uso de la fenomenología existencial, que es una de las filosofías que más han influido en la reformulación del dogma católico en nuestros días, y por la introducción de una metodología teológica que quiere presentar el misterio eucarístico en conexión directa con otras dimensiones de nuestra fe: Iglesia, escatología, etc. La literatura que ha surgido tanto en torno al primer movimiento como al segundo ha sido inmensa 332 . Trataremos de sintetizarlos y de analizar sus principios y sus consecuencias.
1) Física moderna e hilemorfismo
En torno a los años veinte comienza en Europa una discusión sobre la entraña filosófica del hilemorfismo. La ciencia atómica había comenzado ya a dar sus resultados y cada vez más se conocía a fondo la compleja composición de la materia. Los entes materiales, compuestos, según el hilemorfismo, de materia prima y de forma sustancial, se revelan en la física moderna como un conglomerado de elementos: átomos, divididos en neutrones, positrones, electrones, etc. La materia aparece mucho más compleja de lo que se había pensado.
Origen de una polémica
Esto da lugar a una división de opiniones sobre la esencia misma del hilemorfismo. Según unos, el hilemorfismo es de rango metafísico y su explicación sobre la composición de los cuerpos está por encima de toda consideración física. Tanto la materia prima como la forma sustancial son coprincipios metafísicos que no deben confundirse con elementos concretos experimentables por la observación. Otros, en cambio, no tuvieron dificultad en traducir la sustancia hilemórfica en términos de indudable sabor cosmológico y físico 333 .
Así ocurrió que los descubrimientos científicos causaron una profunda convulsión en los pensadores del tiempo, hasta el punto de remover las tranquilas aguas de la especulación tradicional. Y esta convulsión afectó también al dogma eucarístico.
Ante los datos de la ciencia, una serie de filósofos, cosmólogos y teólogos reaccionaron en la primera mitad de siglo con interés, preocupación y no poca precipitación, tratando de explicar el cambio eucarístico a tono con las exigencias de los tiempos. Eran los que atisbaban los signos de los tiempos y los que no dudaban en acomodar el misterio eucarístico a los nuevos logros de la física moderna, de modo que llegaron a afirmar que lo cambiante en la conversión eucarística habría que buscarlo en los nuevos elementos encontrados, mientras que otros más periféricos quedaban sin cambiar. Oigamos como ejemplo las palabras del P. Selvaggi, cosmólogo de la Gregoriana:
«Aplicando estos conceptos al dogma eucarístico, debemos afirmar que, cuando en la transustanciación, por las palabras de Cristo, toda la sustancia del pan y del vino se convierten en su cuerpo y en su sangre divinos, entonces los protones y electrones en acto, que pertenecen a la materia de la masa consagrada, átomos, moléculas, iones, complejos moleculares, microcristales, en una palabra, todo el conjunto de las sustancias que constituyen el pan y el vino, deja de existir y se convierte en el cuerpo y en la sangre de Cristo. Permanecen, en cambio, los accidentes pertenecientes a todas aquellas sustancias, extensión, masa, cargas eléctricas, cinéticas, que de ellas se derivan y, por tanto, todos los efectos ópticos, acústicos, termodinámicos, electromagnéticos, que aquellas fuerzas pueden introducir; todos éstos constituyen, conjuntamente, las especies eucarísticas, es decir, el conjunto de fenómenos directamente experimentables» 334 .
Es claro que, de aceptar esta explicación, la transustanciación sería algo experimentable, cuando el dogma nos dice que lo experimentable (las especies) queda sin cambiar. Esta fue la objeción que Colombo presentó a Selvaggi, originándose entre ambos una polémica que duró hasta 1960 335 .
El caso es que la mayoría de los autores fue tomando partido por uno u otro lado. Unterkircher (anterior a los escritos de Selvaggi), Baudiment, Maltha, J. T. Clark, Piolanti, Due, Colomina Torner, Büchel y otros se inclinaron por una interpretación física del cambio eucarístico 336 . Otros, en cambio, optaron por una interpretación metafísica: M. de Munnynck, Krempel, Ternus (anteriores a los escritos de Colombo), Journet, Fellermeier, Héris, Coppens, Cuervo 337 .
La polémica tenía un contexto preciso:
— De un lado, unos pretendían que la teología tiene que adaptarse a la ciencia. Por lo tanto, había que determinar qué elementos son los que cambian en la transustanciación. Estos autores tenían una concepción física del hilemorfismo: el hilemorfismo es cuestión de ciencia y no de metafísica.
— De otro lado, los otros partían del dato de la fe: en la transustanciación nada de lo perceptible cambia; por lo tanto, lo que cambia en ella es un plano metafísico e invisible. Asimismo, el hilemorfismo, según estos autores, es de carácter metafísico: parte de los cambios sensibles, pero llega a un nivel ontológico de la sustancia, la cual pertenece a un nivel metafísico. Sólo los accidentes son visibles y experimentables.
La metodología teológica era la más segura sin duda: partiendo de la fe, se sabe que nada de lo perceptible cambia, por lo tanto hay que admitir en la realidad un nivel metafísico e invisible, que es el que cambia. Se impondría, desde luego, el empleo de la metodología teológica. Pero no cabe duda de que, a la hora de buscar en el hilemorfismo, como instrumento filosófico, una neta diferenciación entre los accidentes y el núcleo sustancial, uno se encuentra con serias dificultades.
La ambigüedad entre física y metafísica que aparece en el contexto hilemórfico se hace patente cuando Selvaggi y Masi afirman, citando a Santo Tomás, que la distinción entre ambos niveles es sólo posible en el terreno de lo abstracto, lo que sugiere que metafísica y física no gozan de una respectiva autonomía en el orden real. Ambas se relacionan como potencia-acto, por lo que el núcleo de la sustancia material es sólo definible con relación a los accidentes 338 . La sustancia real es material, lo que hace que en su realidad concreta no pueda ser objeto sólo del entendimiento. El conocimiento abstracto nos proporciona, por tanto, una distinción entre física y metafísica, accidente y núcleo sustancial, que no se da en la realidad.
Uno se pregunta de dónde nace esta ambigüedad de la sustancia hilemórfica entre el mundo metafísico y el físico y cómo sería posible establecer la intrínseca unidad de ambas, salvando al mismo tiempo su respectiva autonomía. ¿Es ésta una ambigüedad congénita al hilemorfismo?
La sustancia hilemórfica (compuesta de materia prima y forma sustancial) no dice por sí misma determinación numérica alguna, ya que la materia prima, concebida como potencia, es sólo principio ontológico de cuantidad, de espacio-temporalidad, y para causar de hecho la distinción numérica, debe ser concebida en estrecha vinculación con la cuantidad; en el hilemorfismo, por consiguiente, ontología y cosmología (metafísica y física) se relacionan en una intercausalidad dialéctica de potencia-acto accidental que hace imposible encontrar la respectiva autonomía de ambas. La relación entre materia prima y forma sustancial y la que existe entre la sustancia y sus accidentes es siempre una relación de potencia-acto, en virtud de la cual ambos elementos se definen en una recíproca correlación que hace imposible la neta diferenciación de sus respectivas autonomías.
El problema de la cuantidad
A este tiempo pertenece también, como a toda la escolástica, la aquilatación del término de «cuantidad» aplicado a la Eucaristía, dando lugar a unas distinciones sutiles en los conceptos y en la terminología.
Según Trento, Cristo entero se encuentra presente en la Eucaristía; por lo tanto, se encuentra en ella con su propia cuantidad (dimensiones corporales).
Santo Tomás tuvo en este punto una finura metafísica que escolásticos posteriores, ya desde Escoto, no supieron mantener. Para Santo Tomás, la cuantidad no está presente en la Eucaristía como término directo de la transustanciación, sino por modo de concomitancia 339 . La sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo es el único término directo de la conversión eucarística, de modo que la cuantidad (que nosotros, por otra parte, no podemos olvidar que es una cuantidad glorificada) está presente por concomitancia, como accidente que sigue a su propia sustancia.
Esta fina solución tomista no fue mantenida por muchos escolásticos de la posteridad, los cuales se vieron obligados, ya desde Escoto, a inventar las distinciones de cuantidad necesarias para salir del paso de un problema mal planteado. Olvidaban, por otro lado, que la cuantidad del cuerpo de Cristo presente en la Eucaristía es la cuantidad de un cuerpo glorificado.
Como ejemplo de la solución más corriente veamos la de O. Hugon, autor de un manual que tendría amplia difusión:
— La cuantidad del cuerpo de Cristo no está suprimida en la Eucaristía, sino el efecto secundario de la misma, que es su extensión actual en un lugar.
— La esencia de la cuantidad es tener partes distintas (la cabeza no es el pie), y la consecuencia de ello es que cada parte ocupe un lugar distinto; pero Dios puede suprimir esta consecuencia natural haciendo que haya cuantidad (distinción de unas partes de otras), pero sin extensión local, sin impenetrabilidad 340 .
Esta fue la solución más frecuente, como decimos; pero la sutileza de los escolásticos fue mucho más prolija 341 .
Conclusión
De todos modos, cabe destacar algunos elementos positivos en esta época. Si se mira con un poco de perspectiva, se observa que las especulaciones de tipo cosmológico tenían pocas esperanzas de subsistir. El desafío de la física había conducido a algunos a colocarse en el mismo terreno que ella, yendo demasiado lejos. Fue caro el precio que en algunos casos se tuvo que pagar. Ampararse en el hilemorfismo era dudoso por otra parte, ya que conducía a una ambigua posición entre la metafísica y la física, con el peligro de desembocar en soluciones de sabor cosmológico. Era más seguro el método estrictamente teológico: la Tradición nos obliga a aceptar un cambio operado más allá de lo sensible, en el nivel ontológico. De esto no se dudará en adelante. Ahora bien, ¿dónde y cómo encontrar una filosofía que distinga la perfecta autonomía del nivel físico de las especies y del nivel metafísico de la sustancia, uniéndolos al mismo tiempo de tal modo que se evite todo dualismo?
Teológicamente, se siente cada vez más la necesidad de considerar el misterio eucarístico a la luz de los otros misterios de la fe con los que guarda una estrecha relación.
Se impone también desligar al misterio eucarístico de toda connotación fisicista, resaltando, frente a las categorías cosmológicas de cierta teología, las implicaciones personalistas y salvíficas del misterio eucarístico. Toda esta nueva sensibilidad se abrirá paso a partir de la II Guerra Mundial.
2) Una nueva perspectiva
a) Las nuevas formulaciones
Fue un anónimo ciclostilado aparecido en 1945 con el título de La présence réelle, y atribuido más tarde a I. De Montcheuil, el que inició el cambio de la nueva formulación del dogma eucarístico. Venía a decir lo siguiente: el ser del pan y del vino no es un significado científico o filosófico (lo que un no-creyente puede experimentar de ellos), sino su significado religioso, es decir, lo que significan ese pan y ese vino para un creyente, que los mira desde la fe, viendo en ellos un signo de la paternal providencia de Dios que cuida de los hombres. Pues bien, Cristo, en virtud de su ofrenda sacrificial, cambia el significado religioso del pan y del vino eucarísticos, convirtiéndolos en el signo y medio de su amor personal 342 .
En una línea parecida se movieron el calvinista Leenhardt y el católico De Baciocchi.
Para Leenhardt 343 , una es la metafísica griega, lógica y clasificadora, la cual expresa la realidad objetivamente dada, y otra la metafísica hebrea, que, desde una perspectiva más relacional y subjetiva, mira las cosas desde la fe, captando en ellas su significado religioso; significado que constituye la auténtica realidad de las cosas.
Pues bien, en la transustanciación es este significado religioso, esta finalidad religiosa dada por Dios a las cosas, la que cambia. Si el ser de las cosas depende de la significación que Dios les da en beneficio del hombre, se comprende que, cuando Cristo confiere a ese pan la significación fundamental de su entrega, el pan queda transformado en su ser fundamental y religioso. Esta transformación es sólo asequible a los ojos de la fe, que es la que capta el significado último de las cosas.
De Baciocchi, con alguna diferencia respecto de Leenhardt, seguirá, a pesar de todo, una línea similar 344 . Cristo resucitado, dice, es el eje de toda realidad. Las cosas son, en último término, lo que son para Cristo. Uno es el sentido profano de las cosas que capta el incrédulo, y otro el sentido cristológico que capta el creyente. En la Eucaristía, Cristo cambia el significado del pan y del vino para hacerlos signo e instrumento de su donación a la Iglesia.
Estos fueron los inicios de la moderna formulación del cambio eucarístico. Más adelante, autores como Welte, Möller, Schoonenberg, Smits, Davis, Schillebeeckx y otros entrarían en escena provistos de la fenomenología existencial [345]. Es imposible dar la doctrina de cada uno de ellos 346 ; por ello preferimos sintetizar las líneas fundamentales de todo el movimiento.
b) Del hilemorfismo a la fenomenología existencial
Los modernos formuladores del dogma eucarístico han mantenido que es exigencia del dogma el cambio ontológico del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Ahora bien, este cambio, dicen, ha sido expresado hasta hoy con las categorías hilemórficas de sustancia y accidente; categorías que han entrado en crisis tanto por el desarrollo de la física moderna como por el nacimiento de la fenomenología existencial.
En primer lugar, la física moderna ha señalado la existencia de un conglomerado de elementos en lo que consideramos pan y vino. Por otra parte, se impone destacar la riqueza teológica de la presencia real, estudiándola en relación con los demás misterios de nuestra fe.
Fue precisamente con la intención de resaltar el aspecto personalista y salvífico de la Eucaristía por lo que se acude a la fenomenología existencial, buscando un concepto de realidad más dinámico y más acorde con la riqueza salvífica del misterio eucarístico.
Fenomenología existencial. — Si hubiéramos de resumir telegráficamente la tesis fundamental de la fenomenología existencial, habríamos de decir que mientras Aristóteles entiende el ser como sustancia, la fenomenología existencial (Husserl, Scheler, Hartmann, Stein, Conrad-Martius, Reinach, Heidegger, Merleau-Ponty) 347 lo entiende como sentido.
No quiere esto decir que nuestros teólogos conciban el ser de un modo radicalmente subjetivo. Muchos de ellos, al acudir a la fenomenología, recuerdan que no es el hombre el que crea la realidad material, aunque sostienen que el ser de las cosas radica fundamentalmente en su significación; significación que el hombre quizás descubre, pero que es, por otra parte, incomprensible sin él, sin su vinculación al sujeto perceptor. La realidad de las cosas es inimaginable como realidad independiente del hombre, incomprensible en una especie de independencia propia que la mantuviera sin relación alguna con el hombre. La relación sujeto-objeto no admite una separación radical que confiera a ambos términos una autonomía respectiva. Sólo dentro de la relación con el sujeto perceptor encuentran las cosas su significación fundamental, que es lo mismo que su ser.
Según esto, la realidad material en tanto es en cuanto que significa algo para el hombre. Su razón de ser está en su significación antropológica. Decir, por tanto, «esto es pan», es decir que esto significa pan para mí, es decir, que me sirvo de ello como alimento corporal.
La realidad material es, por tanto, no una realidad estática e independiente, sino relacional y antropológica. Es un conglomerado de elementos físicos, pero que en realidad son en cuanto que significan algo para mí. Y no llamemos a este significado accidental, pues precisamente este significado es el verdadero núcleo de la materia.
Desarrollo de la antropología unitaria. — De estos presupuestos nace la moderna antropología y simbología. Decíamos que la fenomenología no tolera la autonomía ontológica de las cosas, sino que viene a afirmar que éstas poseen un valor ontológico en la medida en que significan algo para el sujeto perceptor. No se admite la separación sujeto-objeto. Pues bien, con una lógica consecuente, la fenomenología no soportará la concepción del hombre como un compuesto de alma y cuerpo, sino que entenderá al hombre de manera diferente. El hombre es espíritu que se expresa exteriormente, de modo que el cuerpo no tiene una autonomía ontológica frente al espíritu, sino que es la automanifestación sensible del mismo espíritu. El espíritu se hace presente en el mundo a través del cuerpo; el cuerpo es el mismo espíritu en cuanto que se relaciona con el mundo, y el cuerpo en tanto es cuerpo en cuanto que está asumido por el espíritu que lo humaniza, dándole una significación ontológica. El cuerpo no tiene una autonomía propia, es simplemente la autoexpresión sensible del espíritu. El cadáver, que goza de autonomía propia, no es ya el cuerpo humano.
Entendemos ahora la moderna simbología. Hemos visto que la fenomenología tiene alergia a todo tipo de dualismo. Pues bien, la moderna simbología repudia todo dualismo entre signo y realidad. Se rechaza el concepto de señal como algo que nos remite a una realidad ajena y se aboga por el concepto de símbolo como un signo que implica la realidad significada. El signo es la autoexpresión, la epifanía misma de la realidad.
Por otra parte, la simbología es reivindicada por la teología eucarística como el campo propio de su realización. Toda la teología sacramental es teología simbólica. El simbolismo es el ámbito que configura toda la realidad sacramental; por lo tanto, no cabe hablar de la realidad eucarística independientemente de su significación simbólica. Debemos preguntarnos, por tanto, si la teología anterior no se dedicaba a salvaguardar la presencia real de Cristo, se nos dice, al margen de su significado teológico.
Las nuevas instancias de la teología. — Llevados de una preocupación pastoral, los teólogos de la nueva formulación del dogma eucarístico presentan la presencia real en conexión con los otros misterios de nuestra fe. De esta forma aparecerá más claramente el significado salvífico del misterio eucarístico.
En este sentido se estudia la presencia real en conexión con el sacrificio eucarístico, la Iglesia, la encarnación y la escatología. Todas estas perspectivas vienen a resaltar el aspecto salvífico de la Eucaristía.
También se estudia la presencia real de Cristo en la Eucaristía en el contexto de las otras presencias, también reales, de Cristo en la Iglesia.
El problema hermenéutico. — El misterio eucarístico ha sido también ocasión de reinterpretar los datos dogmáticos con la mentalidad y el horizonte intelectual de nuestra época. Era preciso hacer una reinterpretación del dogma eucarístico, puesto que éste se encuentra formulado por la tradición de la Iglesia en categorías aristotélico-tomistas que no van con la mentalidad personalista del hombre de hoy.
La moderna hermenéutica tiene en este sentido unas pretensiones de amplias consecuencias. Si hemos dicho que la fenomenología no tolera la separación sujeto-objeto, lógicamente se debe afirmar también que toda plasmación de nuestra fe en determinadas categorías se halla intrínsecamente condicionada por la proyección subjetiva de la época, por lo que no podemos encontrar la verdad en un pretendido núcleo absoluto y válido para todas las épocas. Cuando nuestros antepasados concibieron una verdad de fe, la concibieron desde el horizonte intelectual de su tiempo, de modo que podemos hablar de condicionamiento intrínseco de la verdad por parte de la visión histórica de cada época.
Es, por tanto, ilusorio pretender conocer la verdad de un modo absoluto y pensar que nuestra reinterpretación se limita a revestir con ropaje nuevo un núcleo químicamente puro. No, la tarea auténtica de la hermenéutica consiste en repensar la Tradición desde dentro y desde el horizonte intelectual de nuestra época. Nuestro conocimiento de la verdad no es absoluto. Más que poseer la verdad, tendemos a ella desde la perspectiva de nuestro tiempo. En el pasado se pensó desde una mentalidad determinada; en la actualidad se debe pensar desde el horizonte moderno de nuestra comprensión.
En consecuencia, es preciso desligarse del concepto de transustanciación en cuanto ligado a categorías aristotélicas y repensarlo desde el horizonte actual de nuestro pensamiento.
Con estas premisas estamos ya en condiciones de comprender la moderna formulación de la transignificación y transfinalización.
La moderna formulación. — Si hubiéramos de resumir el pensamiento de todos estos autores, diríamos que todos ellos admiten la presencia real de Cristo en la Eucaristía y sostienen el cambio ontológico del pan y del vino como una implicación del dogma eucarístico. Ahora bien, este cambio ontológico, según ellos, fue expresado en el concilio de Trento desde las categorías aristotélico-tomistas de sustancia y accidentes, llegando así a la transustanciación. Pues bien, esto mismo puede expresarse desde la fenomenología existencial.
Según la fenomenología existencial, la realidad del pan es su significado antropológico: pan es aquello que en último término significa para el hombre alimento natural. El pan en tanto es en cuanto que tiene para el hombre este significado natural de alimento. Pues bien, Cristo confiere a este pan y a este vino un nuevo significado y una nueva finalidad: de ser alimento natural del hombre, los convierte en alimento de vida eterna, en alimento sobrenatural, haciéndolos instrumentos de su amor. Así les confiere un nuevo significado y, por consiguiente, un nuevo ser. De ahí la transignificación o transfinalización.
No podemos detenernos aquí en los matices que cada autor da a su explicación, y, en particular, Schillebeeckx, el cual trata impotentemente de mediar entre la transignificación y la transustanciación con una explicación ambigua que nace de su misma concepción de la realidad 348 . Solamente insistimos en algunas notas comunes a la mayoría de los autores de la moderna formulación:
—El cambio del pan y del vino tiene lugar como consecuencia del cambio del significado de los mismos.
—La presencia de Cristo en la Eucaristía no es una presencia absoluta (Schillebeeckx dirá que Cristo está presente sólo para el que cree y no para el incrédulo 349 ), sino una presencia relacional, que llega a su realización cuando es aceptada por la fe. Es, más bien, una presencia ofrecida, una “presencia para”, una presencia inacabada hasta que no es aceptada por la fe.
—La presencia real ha de entenderse, más bien, en sentido personalista. Ha de ser entendida más en categorías de acción y de entrega que en categorías de localización estática en las especies.
—Esta presencia está constituida por la entrega personal de Cristo y ha de ser vista en conexión con las otras presencias, también reales, de Cristo en medio e su Iglesia.
c) De la filosofía a la teología
Ya la obra de Schillebeeckx, aparecida después de la encíclica Mysterium fidei, tenía una intención sintética, en cuanto que quería equilibrar las diferentes perspectivas del nuevo planteamiento y trataba de consolidar los flancos débiles de las aportaciones habidas hasta entonces. En una línea parecida surgieron otros trabajos, como el de Gerken 350 . Pero, una vez pasado el momento cumbre de las nuevas formulaciones, se percibe no sólo una tendencia hacia la síntesis, sino el deseo de prescindir de la filosofía para profundizar en la Eucaristía desde el marco exclusivamente teológico. Es como si, conscientes de los flancos débiles de la fenomenología existencial, así como del hilemorfismo, se quisiera prescindir de toda filosofía, para profundizar sólo en lo teológico.
Como representante de esta nueva tendencia podríamos presentar a Durrwell.
Para Durrwell 351 , tanto la perspectiva clásica como la moderna parten de realidades terrestres, como son el pan y el vino o el simbolismo del banquete o de las realidades humanas. Pero las realidades terrestres son incapaces de darnos la explicación del misterio eucarístico, que es escatológico.
La Eucaristía hay que comprenderla desde el Cristo pascual que viene a su Iglesia, del Cristo que en el misterio de su resurrección queda glorificado y viene como salvador a su Iglesia. La acción por la que el Padre resucita a Cristo concede a éste el poder cósmico de hacerse presente en el mundo sometiendo las cosas a sus fines.
Pues bien, la conversión eucarística debe ser mantenida dentro de la ley general del misterio cristiano: «Dios salva transformando y transforma realzando». La salvación se impone a la creación sin negarla, ya que más bien la enriquece. La comunidad cristiana es transformada por la santificación del Espíritu (1 Cor 10,17), sin ser destruida su identidad personal. Algo análogo ocurre también con la transformación que experimentan el pan y el vino.
El éschaton no tiene necesidad de despojar al ser primero (el de la creación), precisamente porque pertenece a otro orden. El Espíritu santifica los elementos abriéndolos a la escatología, modificando sus relaciones con la plenitud final. Todo está finalizado en Cristo glorioso, y el pan eucarístico lo está de forma especial, pues sólo el pan eucarístico está santificado en Cristo por una total concentración en él y está asumido en el eschaton en una proximidad tal, que Cristo resulta su sustancia inmediata, la realidad profunda en la que este pan subsiste.
La Eucaristía es la plena realización del cristocentrismo, el efecto de una reducción absoluta al centro, la anticipación en nuestro mundo de lo que es propio de las realidades del reino, en el que Cristo es todo en todas las cosas.
3) Intervención del Magisterio
Indudablemente, todas estas teorías, atrayentes, en cierto sentido, por el carácter personalista que dan a la presencia de Cristo en la Eucaristía, dejaban a no pocos perplejos, y eran muchos los que se preguntaban si en esta nueva perspectiva se mantenía la presencia objetiva del cuerpo de Cristo. La intervención del Magisterio comenzó ya en tiempos de Pío XII.
a) Pío XII
La primera intervención de Pío XII está motivada por la aparición del ciclostilado atribuido a I. De Montcheuil. Muchos de los puntos presentados por la Nouvelle Théologie fueron abordados por la encíclica Humani generis de 1950, entre ellos, el de la Eucaristía:
«Ni faltan quienes sostienen que la doctrina de la transustanciación, basada como está sobre un concepto filosófico de sustancia ya anticuado, debe ser corregida, de manera que la presencia real de Cristo en la Eucaristía se reduzca a un simbolismo en el que las especies consagradas no son más que signos eficaces de la presencia espiritual de Cristo y de su unión íntima con los fieles, miembros suyos, en el cuerpo místico» 352 .
Como se ve, el Papa parece tomar términos parecidos a los del anónimo: símbolo eficaz de una presencia espiritual, lo que equivaldría, según la encíclica, a reducir la presencia real a un mero simbolismo.
En la misma encíclica, el Papa sostiene que la Iglesia en sus formulaciones no se liga a determinadas filosofías de un tiempo, sino que las fórmulas que la Iglesia emplea «se fundan realmente en principios y nociones deducidos del verdadero conocimiento de las cosas creadas; deducción realizada a la luz de la verdad revelada, que, por medio de la Iglesia, iluminaba como una estrella la mente humana» 353 .
En otras palabras, el Papa viene a decir que la Iglesia no utiliza las categorías de un tiempo determinado, sino conceptos de valor universal.
Otra intervención importante la tuvo el Papa en el Congreso Pastoral de Liturgia de Asís, el 22-10-1956 354 .
b) Pablo VI
El pontificado de Pablo VI tuvo una dedicación especial al tema de la presencia real de Cristo en la Eucaristía; dedicación que culmina en la encíclica Mysterium fidei y en el Credo del Pueblo de Dios.
Ya el 15 de abril de 1965, en una homilía del Jueves Santo en San Juan de Letrán, había afirmado el Papa:
«Hay quienes tratan de reducir la amplitud de las palabras divinas: se trata de una simple cena ritual o se trata no de una presencia real, sino sólo simbólica; o también, de una elevación de cosas familiares a significados superiores. El misterio, en el sentido de la oscuridad a comprender, permanece así y crece; el misterio, en el sentido de la realidad divina presente y escondida, se diluye de esta forma. Y se diluye y desvirtúa la palabra de Cristo» 355 .
El mismo año, el 12 de junio de 1965, tiene el Papa una homilía en el Congreso Eucarístico internacional de Pisa, en la que dice entre otras cosas:
«¡Dios está con nostros! Porque Cristo está con nosotros. Porque los signos sacrosantos de la Eucaristía no son sólo símbolos o figuras de Cristo, o modos manifestadores de su amor o acción suyos respecto de los comensales en su cena, sino que contienen a Cristo vivo y verdadero, lo muestran presente como Cristo está en la gloria eterna, pero representado aquí en el acto de sacrificio...» 356 .
Encíclica «Mysterium fidei». — Conocemos las motivaciones de la encíclica Mysterium fidei. Los años 64-65 son los años de mayor cantidad de publicaciones en la línea de la nueva formulación. Por ello, el Papa interviene el 3-10-1965, en tiempos todavía del concilio Vaticano II.
Respecto al tema que nos ocupa, dice el Papa que no se puede tomar el aspecto sacramental, perteneciente, sin duda, a la Eucaristía, como explicación exhaustiva del misterio eucarístico y pensar que se puede prescindir de la conversión sustancial 357 .
El Papa reconoce y aprueba el esfuerzo que la teología hace en investigar y proponer inteligentemente el contenido de la fe eucarística, pero siente el deber de avisar del gran peligro que esas opiniones constituyen.
La sagrada Eucaristía es un misterio de fe, continúa el Papa, que exige una reverencia humilde, como testimonian los Padres y Doctores de la Iglesia. Por ello es lógico que en este misterio sigamos al magisterio de la Iglesia, adhiriéndonos firmemente a la divina revelación.
Salvada la integridad de la fe, hemos de salvar también, dice la encíclica, el modo de expresión que la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, ha establecido, confirmándolo con la autoridad de los concilios, de modo que nadie por su propio arbitrio puede cambiarlo 358 .
Dice el Papa a continuación que las fórmulas que la Iglesia emplea son aptas para el tiempo actual, pues en ellas la Iglesia emplea conceptos que no tienen el valor determinado de una escuela, sino el valor universal del conocimiento natural:
«Puesto que estas fórmulas, como las demás de que la Iglesia se sirve para proteger los dogmas de la fe, expresan conceptos que no están ligados a una determinada forma de cultura, ni a una determinada fase del progreso científico, ni a una u otra escuela teológica, sino que manifiestan lo que la mente humana percibe de la realidad en la universal y necesaria experiencia, y lo expresan con adecuadas y determinadas palabras tomadas del lenguaje popular o del lenguaje culto. Por eso resultan acomodadas a los hombres de todo tiempo y lugar» 359 .
La encíclica afirma, por lo tanto, que con las fórmulas de fe se expresan conceptos de valor universal y natural. Esto no cierra la fórmula a un legítimo progreso, pues las fórmulas pueden ser explicadas de forma más clara y amplia, pero nunca en sentido diferente del que fueron usadas.
El Papa se hace eco de las diferentes presencias que Cristo tiene en su Iglesia y, en el contexto de éstas, resalta la peculiaridad de la presencia eucarística. Cristo está presente en la Iglesia orante, en la Iglesia que ejerce las obras de misericordia, en nuestros corazones mediante la fe, en la Iglesia que predica, en la Iglesia que en su nombre ofrece el sacrificio y administra los sacramentos. Finalmente hay una presencia verdaderamente sublime, por la que Cristo está presente en su Iglesia en el sacramento de la Eucaristía. Las otras presencias son reales, pero la eucarística es real «por antonomasia, ya que es sustancial, ya que por ella se hace ciertamente presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro». Falsamente explicaría esta manera de presencia quien se imaginara una naturaleza, como dicen, «pneumática» del cuerpo glorioso de Cristo, presente en todas partes; o se la redujera a los límites de un simbolismo, como si este augustísimo sacramento no consistiera más que en un signo eficaz «de la presencia espiritual de Cristo y de su íntima unión con los fieles miembros de su cuerpo místico» 360 .
El simbolismo, que el Papa acepta como un elemento integrante de la presencia eucarística de Cristo, sobre todo respecto a los efectos de la misma, no es apto para explicar plenamente la naturaleza específica de esta misma presencia:
«Pero el simbolismo eucarístico, si nos hace comprender bien el efecto propio de este sacramento que es la unidad del Cuerpo místico, no explica, sin embargo, ni expresa la naturaleza del sacramento. Porque la perpetua instrucción impartida por la Iglesia a los catecúmenos, el sentido del pueblo cristiano, la doctrina definida por el concilio de Trento y las mismas palabras de Cristo al instituir la Eucaristía nos obligan a profesar que la Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo que padeció por nuestro pecados y a la que el Padre, por su bondad, ha resucitado» 361 .
El Papa resalta la peculiaridad de la presencia de Cristo en la Eucaristía, diciendo que ésta es (esse) el cuerpo de Cristo; peculiaridad difícilmente expresable en categorías simbólicas. Siguiendo la tradición de la Iglesia, afirma la encíclica que sólo en virtud del cambio sustancial del pan y del vino podemos decir que los elementos eucarísticos son el cuerpo y la sangre de Cristo:
«Cristo no se hace presente en este sacramento sino por la conversión de toda la sustancia del pan en su cuerpo, y de toda la sustancia del vino en su sangre; conversión admirable y singular a la que la Iglesia católica, justamente y con propiedad, llama transustanciación» 362 .
Dicho esto, la encíclica llega a hacer una precisión de capital importancia: una vez que ha tenido lugar la conversión sustancial de la realidad profunda del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo, podemos decir que las especies de pan y vino adquieren un nuevo significado, porque contienen una nueva realidad. En este sentido, la transignificación, referida a las especies, es complementaria de la transustanciación, pero nunca sustitutiva de la misma:
«Realizada la transustanciación, las especies de pan y vino adquieren, sin duda, un nuevo significado y un nuevo fin, puesto que ya no son el pan ordinario y la ordinaria bebida, sino el signo de una cosa sagrada, signo de un alimento espiritual; pero en tanto adquieren un nuevo significado y un nuevo fin en cuanto contienen "una realidad" que con razón denominamos ontológica. Porque bajo dichas especies ya no existe lo que había antes, sino una cosa completamente diversa; y esto no únicamente por el juicio de la Iglesia, sino por la realidad objetiva, puesto que, convertida la sustancia o naturaleza del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, no queda ya nada del pan y del vino, sino las solas especies; bajo ellas, Cristo todo entero está presente en su "realidad física" aun corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos están en un lugar» 363 .
Esta presencia tiene lugar en la realidad objetiva, independientemente de la fe de la Iglesia.
El «Credo del Pueblo de Dios» 364 . — El Estudio del Credo del Pueblo de Dios no se puede desligar del Catecismo holandés y de sus vicisitudes, pues es llamativo que apareciese a veinte días exactos de la ruptura del diálogo con Roma de los representantes del Catecismo holandés y tocase de manera significativa los puntos discutidos 365 .
El Credo del Pueblo de Dios representa la intervención más autorizada del magisterio ordinario del Papa en lo que se refiere a la presencia eucarística. El Papa, cumpliendo el mandato, confiado por Cristo a Pedro, de confirmar a los hermanos en la fe, hace una profesión de fe y pronuncia una fórmula que comienza con la palabra «creo» 366 .
No se trata, dice el mismo Papa, de una propia y verdadera definición dogmática. Ahora bien, el Papa se dirige a la Iglesia universal para satisfacer la necesidad de luz que sienten tantos fieles, y para ello presenta una «profesión de fe» como sustancialmente reiteradora del credo de Nicea (repite sustancialmente la fórmula nicena) e intercala explicaciones aptas para dar luz en la situación actual.
Por otra parte, insiste el Papa en que habla «en nombre del Pueblo de Dios» y «en nombre de todos los sagrados pastores y fieles cristianos». El Papa habla, por tanto, en nombre de toda la Iglesia, declarando el sentir del episcopado y de los fieles, de modo que esta representación de la Iglesia universal, docente y discente, es asumida «para dar testimonio firmísimo a la Verdad divina». Es una profesión de fe que el Papa hace en comunión con toda la Iglesia y que el pueblo hace suya al asumirla.
Dice el texto sobre la presencia eucarística:
«Nosotros creemos que como el pan y el vino consagrados por el Señor en la última cena se convirtieron en su cuerpo y sangre, que en seguida iban a ser ofrecidos por nosotros en la cruz, así también el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo, sentado gloriosamente en los cielos; y creemos que la presencia misteriosa del Señor, bajo la apariencia de aquellas cosas que continúan apareciendo a nuestros sentidos en la misma manera que antes, es verdadera, real y sustancial» 367 .
Tenemos, pues, aquí la presencia real de Cristo, lograda en el altar en virtud de la conversión del pan y del vino. La conexión entre la presencia real y la transustanciación queda todavía más resaltada que en la Mysterium fidei, ya que dice que Cristo «no puede» hacerse presente de otra manera que por la conversión sustancial:
«En este sacramento, Cristo no puede hacerse presente de otra manera que por la conversión de toda la sustancia de pan en su cuerpo y la conversión de toda la sustancia de vino en su sangre, permaneciendo solamente íntegras las propiedades del pan y del vino que percibimos con nuestros sentidos. La cual conversión misteriosa es llamada por la santa Iglesia, conveniente y propiamente, transustanciación» 368 .
El Papa a continuación precisa el cambio eucarístico, afirmando el sentido absoluto e independiente del espíritu humano que tiene la presencia real:
«Cualquier interpretación de teólogos que busca alguna inteligencia de este misterio, para que concuerde con la fe católica debe poner a salvo que en la misma naturaleza de las cosas, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino, realizada la consagración, han dejado de existir, de modo que el adorable cuerpo y sangre de Cristo, después de ella, están verdaderamente presentes delante de nosotros bajo las especies sacramentales de pan y vino, como el mismo Señor quiso para dársenos en alimento y unirnos en la unidad de su cuerpo místico» 369 .
El Papa ha querido así precisar un punto de suma importancia, resaltando de nuevo el carácter absoluto del cambio sustancial. Ha de explicarse que el cambio tiene lugar «en la misma naturaleza de las cosas», «independientemente del conocimiento del creyente». Y esto para que concuerde con la fe católica.
c) Síntesis doctrinal del Magisterio actual
Reduciendo a síntesis la doctrina de los Papas en estos últimos años, podríamos resumirla así:
— La Iglesia católica confiesa que lo que aparece como pan y vino es, en realidad, el cuerpo y sangre de Cristo. La tradición de la Iglesia nos manda afirmar que la Eucaristía es la carne de nuestro salvador Jesucristo. No basta el simbolismo eficaz como el de los otros sacramentos, pues mientras se dice de éstos que Cristo actúa eficazmente en ellos, de los elementos eucarísticos se dice que son el cuerpo y la sangre de Cristo. La peculiaridad de la Eucaristía consiste, por tanto, no en ser un signo eficaz de la gracia, sino en contener a nuestro Señor Jesucristo bajo las apariencias de pan y vino, de modo que decimos con toda propiedad: «Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre».
— La Iglesia ha tenido conciencia de que esta peculiar presencia no se da sino por la conversión sustancial. Confiesa que lo que aparece como pan y vino es en realidad el cuerpo y la sangre de Cristo en virtud de la conversión sustancial, la cual es una implicación ontológica de la afirmación «Esto es mi cuerpo». Es la causa, la condición ontológica que la hace posible.
En consecuencia, a partir de la consagración, el pan y el vino pierden su sustancia, para ser signo mediador de una nueva realidad, la del cuerpo y sangre de Cristo. Del pan y del vino no quedan más que las meras apariencias, sus dimensiones visibles, ya que no tienen su propia sustancia.
Esta conversión sustancial u ontológica está definida en la Iglesia como implicación que hace posible la presencia real y tiene lugar en la realidad objetiva de las cosas, independientemente de nuestra fe.
— Los conceptos de sustancia y especies los entiende la Iglesia en el sentido de realidad fundamental y apariencias de la misma. Tienen el alcance necesario para afirmar que lo que aparece como pan y vino es en realidad el cuerpo y la sangre de Cristo. En otras palabras: tales conceptos no tienen, en el dogma de la Iglesia, el sentido preciso del hilemorfismo, sino el sentido, más básico y universal, de realidad profunda y apariencia de algo. La misma Iglesia tiene una variada terminología para expresar esto: realidad fundamental, ontológica, especies, apariencias, etc.
— Se permite una ulterior profundización del misterio eucarístico, siempre y cuando se mantenga el sentido que la Iglesia ha dado a sus fórmulas.
VIII. REFLEXION TEOLOGICA[j]
Presentamos ahora una reflexión personal y sistemática sobre la teología de la presencia real a la luz del Magisterio y en atención, sobre todo, a la problemática que se ha suscitado en el siglo XX.
No cabe duda de que todo intento de presentar y acercar la Eucaristía a la comprensión de los fieles es positivo en sí mismo. Es laudable el deseo de resaltar el aspecto salvífico de la Eucaristía y, con ello, el intento de relacionarla con los otros misterios de nuestra fe. La conexión de la presencia eucarística con las otras presencias también reales de Cristo no sólo es un proceso legítimo, sino que cuenta incluso con el refrendo de Magisterio. No cabe duda tampoco de que el aspecto eclesial y escatológico de la Eucaristía ha quedado bien resaltado. En una palabra, toda la riqueza del misterio eucarístico ha sido puesta en evidencia.
Con todo, hay algunos aspectos que requieren una mayor precisión, pues se trata de ver si en el nuevo intento, de suyo laudable, de acercar el misterio eucarístico a los fieles se consigue mantener la peculiaridad de la presencia real.
1) La transustanciación, causa de la presencia real
Recordemos cómo Rahner defendía que Trento quería ofrecernos, con el concepto de transustanciación, una explicación lógica y no ontológica de la presencia real. A este respecto hemos de recordar que Schillebeeckx difiere totalmente de Rahner, pues ve en el cambio de los elementos eucarísticos no una repetición de la presencia real, sino una implicación ontológica de la misma.
Pues bien, ¿basta el hecho de la presencia y basta afirmar un cierto cambio de los elementos eucarísticos, sin especificar el modo como tiene lugar dicho cambio? Con otras palabras, ¿es indiferente cualquier tipo de cambio?
La fe de la Iglesia es clara en este sentido: no basta cualquier tipo de cambio; se requiere una conversión tal de los elementos eucarísticos, que de éstos no permanezca realidad alguna, sino las solas apariencias o especies, de suerte que podamos decir con toda propiedad que lo que aparece como pan y vino es en realidad el cuerpo y la sangre de Cristo. La Iglesia ha afirmado con toda propiedad que lo que aparece como pan y vino es en realidad el cuerpo y la sangre de Cristo. Y esta afirmación implica como causa la transustanciación o conversión de toda la realidad del pan y del vino en la realidad del cuerpo y de la sangre de Cristo.
Contra Lutero, que sostiene la presencia real, verdadera y sustancial del cuerpo de Cristo en la Eucaristía, afirma Trento que porque Cristo dijo que lo que ofrecía bajo la apariencia de pan era realmente su cuerpo, por eso la Iglesia mantiene la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo 370 . Sólo por la conversión sustancial se puede afirmar con toda propiedad: «Esto es mi cuerpo». La transustanciación es, por lo tanto, la condición ontológica de tal afirmación, el medio o causa intrínseca que posibilita la peculiaridad de esta presencia, la cual implica que las apariencias de pan y vino no contengan otra realidad que la del cuerpo y la sangre de Cristo.
Esta es la fe de Trento, ratificada por la Mysterium fidei y por el Credo del Pueblo de Dios. Presencia real y transustanciación son dos afirmaciones de fe distintas, pero mutuamente relacionadas, por cuanto la transustanciación va implicada como causa en la afirmación de la presencia real.
Ahora bien, se ha dicho que la transustanciación es una teoría aislada de los demás misterios de la fe, algo que no se puede mantener por la analogia fidei y que habría que reformular en la línea ya conocida.
Pues bien, a esto habría que decir que la transustanciación tiene en el dogma de la encarnación un analogatum princeps. La Iglesia ha afirmado sin ambages que Jesús de Nazaret es Dios, de la misma manera que ha afirmado que la Eucaristía es la carne de nuestro Señor. Y no deja de ser sintomático que de la primera afirmación (Jesús es Dios) se ha llegado al término de «consustancial», análogo al de transustanciación 371 . Si afirmamos sin vacilación que Jesús es Dios, llegamos al consustancial de Nicea; si afirmamos que lo que parece pan y vino es el cuerpo y la sangre de Cristo, llegamos a la transustanciación de Trento. Ambos términos, «consustancial» y «transustanciación», implican un concepto de sustancia equivalente, que es el de realidad fundamental, y no hay razón para rechazar la terminología de Trento y mantener la de Nicea.
¿Qué ocurre, en cambio, cuando se olvidan las implicaciones ontológicas del misterio de la encarnación y de la Eucaristía, expresados en términos como «consustancial» y «transustanciación»? Que entonces no se sabe ya con exactitud lo que significa el verbo ser cuando lo aplicamos a Cristo (es Dios) o a la Eucaristía (es la carne de Cristo); la afirmación queda insegura y vacilante. Es lo que ocurre actualmente con las llamadas cristologías no calcedónicas, que terminan por reducir la presencia de Dios en Cristo a una actuación, definitiva, pero mera actuación. Se prescinde de un concepto metafísico de persona para aceptar otro fenomenológico: persona como conciencia. Dado que en Cristo hay conciencia humana, se concluye que es persona humana, si bien está llena de la presencia de Dios. Por ello habría que decir que en Cristo actúa Dios decisiva y salvíficamente, pero no se podrá decir ya con propiedad que es Dios.
El olvido de la filosofía nos hace retroceder hasta Lutero. Para él, la transustanciación era una injerencia de la razón y de la filosofía en el ámbito de la fe. Pero el caso es que no se rechaza una filosofía sin caer en otra, dado que nuestro pensar se refiere siempre a lo real. Y por ello en el fondo se siguió otra perspectiva, la nominalista, que, por medio de la consustanciación, deja insatisfechas las exigencias sacramentales de la Eucaristía. El pan no puede ser signo de una realidad que le es externamente yuxtapuesta en la teoría de la consustanciación.372
La Iglesia católica ha defendido siempre que la fe implica la razón y la filosofía, al defender que la salvación sobrenatural implica y atañe a la creación y a la naturaleza humana. Por ello, defendiendo la transustanciación, está defendiendo que el cuerpo de Cristo penetra en la entraña misma de la realidad creada. De la misma manera que por la encarnación el Verbo en persona se hace hombre, por la transustanciación esta misma humanidad de Cristo sigue en el mundo y por la mediación de las especies eucarísticas se localiza en nuestro espacio y en nuestro tiempo. La transustanciación hace que la Eucaristía sea la prolongación sacramental de la Encarnación. La consustanciación, por el contrario, responde al dualismo protestante del simul iustus et peccator y representa la negación misma de la ley de la encarnación y de la sacramentalidad. Con la consustanciación se desvirtúa la dinámica de la encarnación, haciendo del cuerpo de Cristo un cuerpo desvinculado del sacramento y de la historia.
Naturalmente, si Cristo no se encarna de nuevo ni se hace hipostáticamente pan, la transustanciación se presenta como el camino que permite que la encarnación perdure entre nosotros mediante las especies eucarísticas, en cuanto símbolo y mediación del cuerpo y de la sangre de Cristo.
Creemos sinceramente que el dogma de la transustanciación no sólo salva el contenido de nuestra fe eucarística, sino que por sus implicaciones ontológicas nos enraiza en el realismo y nos libera del nominalismo, en el que se termina parando cuando se tiene miedo de usar el verbo ser con todas sus implicaciones.
Hoy en día hay una alergia al verbo ser debido tanto al influjo de la teología protestante, con su marcado acento fideísta, como al escepticismo metafísico de nuestra época. Ello conduce frecuentemente a un tipo de fe que cree, pero que no afirma, con todas las consecuencias. El fideísmo respecto a la existencia de Dios, la reticencia a afirmar que Cristo es Dios, y, en consecuencia, un mismo ser con el Padre, y el miedo a la transustanciación proceden de una misma raíz: una fe enferma por miedo al verbo ser, el retorno del nominalismo. En cuanto a nuestro tema, se puede decir que, quitando la transustanciación, cada uno entenderá la presencia real de una manera distinta.
Pero la transustanciación tiene, incluso, consecuencias para la misma antropología. Decíamos, al hablar de la antropología fenomenológica, que el cuerpo quedaba reducido a mera autoexpresión del espíritu, automanifestación sensible del mismo, en lo que se ha venido a llamar antropología unitaria.
No cabe duda de que todo dualismo antropológico es inaceptable, pero el problema se complica por el otro extremo cuando se priva al cuerpo de su propia subsistencia para hacerle símbolo ciertamente, pero de una realidad que no es otra que la del espíritu. ¿No estaremos, por tanto, retornando a una antropología platónica, incapaz de dar al cuerpo su propia subsistencia? 373 .
La transustanciación, en cambio, mantiene la subsistencia propia de la materia y del cuerpo, al decir que el cuerpo de Cristo se hace presente mediante su propia sustancia, su propia entidad subsistente.
Habrá que buscar, ciertamente, una antropología que supere el dualismo, pero creemos que no es camino acertado tratar de conseguir la unidad a base de eliminar uno de los términos: la subsistencia propia del cuerpo. Es curioso que en el fondo haya sido la fe cristiana la que, en contra de una filosofía platónica del pasado y una fenomenología actual, salvaguarde siempre el valor ontológico del cuerpo y de la materia.
2) El concepto dogmático de transustanciación y la terminología aristotélica
Hemos tenido ya ocasión de presentar la interpretación de Schillebeeckx sobre Trento, diciendo por nuestra parte que Trento disponía ya de una terminología hecha antes incluso de la llegada del hilemorfismo, pues toda la tradición había usado ya términos como «sustancia» y «especies» en cuanto sinónimos de realidad fundamental y apariencias de la misma. Decíamos también que, aunque Trento hubiese usado una terminología tomista, no existiría tampoco problema, dado que la Iglesia, incluso cuando toma términos de filosofías determinadas, los usa siempre en un sentido básico y universal, válido para todas las mentalidades. Esto es lo que viene a afirmar Pío XII en la Humani generis al negar que la Iglesia se apoye en una determinada noción filosófica de sustancia y distinguiendo entre concepto dogmático y especulación de escuela. Lo mismo confiesa Pablo VI en la Mysterium fidei al decir que las fórmulas de la Iglesia corresponden a conceptos que no están ligados a determinadas escuelas, sino que manifiestan lo que la mente humana percibe de la realidad en su experiencia común.
En nuestro caso no cabe decir, pues, que los conceptos de especies y sustancia sean, en el campo del dogma, conceptos aristotélico-tomistas. Hay que distinguir entre conceptos tomistas y conceptos dogmáticos. El concepto dogmático de sustancia es sinónimo, en el uso mismo del Magisterio, de «realidad fundamental», «naturaleza, realidad ontológica»; el concepto de especies es sinónimo de «propiedades, apariencias, realidad fenoménica». Los conceptos dogmáticos no van más allá.
3) ¿La transignificación en lugar de la transustanciación?
Llegamos aquí al punto fundamental de la problemática moderna: el concepto de transignificación, ¿es alternativo del de transustanciación? ¿Supone sólo un cambio de lenguaje o altera el contenido mismo de nuestra fe eucarística?
Pablo VI afirmó en la Mysterium fidei que es insuficiente la sola transignificación o la sola transfinalización para explicar la peculiaridad de la presencia eucarística. Ciertamente, admite la encíclica un cambio de significación y finalidad de las especies eucarísticas, pero como consecuencia del cambio sustancial operado en profundidad y en la misma naturaleza de las cosas. Porque hay una nueva realidad ontológica debajo de las especies, adquieren éstas una nueva significación. Observemos que el sujeto de la transignificación son las especies eucarísticas y que la transignificación o cambio de sentido en las especies, es subsiguiente a la transustanciación o conversión de la realidad fundamental del pan y del vino.
Siguiendo la misma línea de la encíclica, no es difícil, a mi modo de ver, demostrar la fragilidad de la transignificación. Decíamos que, para la fenomenología existencial, el ser del pan es su significación antropológica y que Cristo transforma esta significación antropológica al convertir el significado natural del pan y del vino como alimento natural en un significado sobrenatural y hacer de estos elementos signo y medio de su entrega personal.
Pues bien, cualquiera puede constatar que con esta explicación no se consigue cambio alguno en el pan y en el vino en el sentido que exige nuestra fe, puesto que el pan y el vino consagrados siguen manteniendo su significado primitivo como alimento natural. Por consiguiente, con esta explicación habríamos conseguido añadir un significado sobrenatural a otro natural que no desaparece. Nos encontraríamos en una especie de consustanciación «dinámica». Permanecería todo el valor de realidad que tiene el pan y el vino antes de la consagración, puesto que permanecería todo su significado natural, y éste, no lo olvidemos, tiene en la fenomenología existencial valor de realidad fundamental.
Además, esta transignificación es algo que también tiene lugar en los demás sacramentos. También el agua bautismal tiene un significado como instrumento de limpieza. Cristo le confiere una nueva significación real y sobrenatural al convertirla en instrumento de limpieza de nuestro pecado, pero en ningún caso el agua deja de ser agua, por muy real que sea la nueva significación que Cristo le confiere. Nunca afirmamos que el agua bautismal pierda su realidad fundamental, su radical identidad de criatura. Solamente afirmamos que Cristo actúa a través de ella; de aquí que con la teoría de la transignificación no consigamos superar el nivel de presencia de Cristo en los demás sacramentos. Se trataría, como ocurre en éstos, de una presencia de Cristo por su acción.
Ahora bien, no podemos reducir la presencia real de Cristo en la Eucaristía a una presencia por su acción, a una presencia ofrecida, a una «presencia-para», una presencia que no queda acabada sino con la acogida fiel por parte del creyente. La peculiaridad del res et sacramentum eucarístico no es una realidad relacional y no plenamente acabada en sí misma; es la realidad absoluta del cuerpo y sangre de Cristo que afirmamos como único contenido fundamental de las especies de pan y vino. Una teología válida para explicar la acción de Cristo en los demás sacramentos es insuficiente para expresar y dar cuenta de la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.
En este sentido, afirma claramente el Credo del Pueblo de Dios que todo el que quiera estar conforme con la fe católica debe mantener la presencia real de Cristo en la Eucaristía en la objetividad misma de las cosas, independientemente de nuestro espíritu.
4) Una presencia sustancial
Entiéndase que este estar del cuerpo de Cristo allí donde están las especies no multiplica la sustancia del cuerpo de Cristo en sí misma. No es así, sino que la única, indivisible e inespacial sustancia del cuerpo de Cristo se hace presente entre nosotros a través de la múltiple y verdadera mediación de las especies eucarísticas. Lo que se multiplica son las especies eucarísticas, no el cuerpo de Cristo, único y común denominador de todas ellas en virtud de la transustanciación. Todas las conversiones eucarísticas tienen como término a quo panes diferentes, pero todas ellas tienen el mismo término ad quem, el cuerpo de Cristo. Divididas las especies, no se divide la sustancia del cuerpo de Cristo. La multiplicidad corresponde a las especies y a sus partes, no a la indivisible e inespacial sustancia del cuerpo de Cristo.
Aunque podamos decir que el cuerpo de Cristo está en el sagrario, aquí y allí, mediante la verdadera mediación de las especies, no imaginemos nunca la presencia de Cristo en la Eucaristía en términos físicos. Aparte de que la presencia de Cristo en este sacramento es sustancial, es decir, que el término directo de la conversión eucarística es la sustancia inespacial y metafísica del cuerpo de Cristo y no sus dimensiones cuantitativas, no podemos olvidar que éstas están glorificadas.
Mediante esta presencia sustancial del cuerpo y sangre de Cristo, es Cristo entero el que está presente en cada una de las especies y en cada una de sus partes, como define el concilio de Trento.
Finalmente, respecto a la duración de la presencia eucarística, recordemos la práctica de la Iglesia de que la presencia de Cristo en este sacramento permanece mientras duran las especies eucarísticas. El criterio de la duración no es nunca un criterio químico. La Iglesia, por exigencias sacramentales, sostiene que las partículas de pan, para ser consideradas como signo real y verdadero de la presencia del cuerpo de Cristo, han de ser tales que puedan ser estimadas como partículas o migas del pan por el sentido común y no por un punto de vista químico (el polvo químico de pan no sería signo suficiente). La Iglesia mantiene el respeto y veneración por todas aquellas partes de pan que quedan en el altar y que todavía pueden ser consideradas como partículas de pan por el sentido común y vulgar.
5) Transustanciación, un concepto asequible
Una vez distinguidos los conceptos dogmáticos de sustancia y especies de los propiamente hilemórficos, queda por preguntarnos cómo entender esa sustancia en cuanto realidad fundamental y, consecuentemente, cómo entender la transustanciación.
Es muy frecuente que, cuando hablamos de sustancia, nos dejemos llevar por la imaginación espacial, pensando que la sustancia, quizás por su derivación etimológica de substare, es algo que podríamos localizar «debajo» o «detrás» de las especies eucarísticas. Cuando pensamos, trabajamos siempre con la imaginación, y ésta puede jugar un papel decisivo y desorientador.
Ahora bien, el concepto de sustancia no tiene nada que ver con la localización espacial; es el concepto de sustancia como ser en sí, como realidad objetiva, como aquello que subsiste en sí mismo (ens in se). Es el concepto primitivo de subsistencia, aunque este concepto, en virtud del dogma cristológico, asumió con el tiempo la significación de sustancia completa, independiente y racional, identificándose con el concepto de persona. Con todo, en su primera acepción (acepción que asumimos aquí), subsistencia significa la realidad objetiva, lo que existe en sí mismo, lo que puede ser sujeto de diversos predicados, pero no admite ser predicado de ningún otro sujeto.
Las cosas materiales, el pan y el vino entre ellas, tienen múltiples manifestaciones sensibles; pero, independientemente de ellas, serán siempre algo que subsiste en sí mismo. Una cosa es su experimentabilidad y otra su subsistencia. Un animal puede captar todo lo que en el pan y en el vino es experimentable, pero no puede captarlos como objetos distintos de él mismo, como lo que está frente a él (ob-iectum), porque no capta su ser propio y objetivo, no los capta como subsistentes; percibe todas las notas sensibles del pan y del vino, pero no esta otra de valor metasensible y metafísico, propia, sin embargo, de las cosas materiales. Y no somos nosotros los que conferimos a las cosas esta su propia subsistencia. Por encima de todas las significaciones que el hombre quiera dar a la materia, ésta posee una subsistencia propia, independiente del conocimiento humano, recibida de Dios por creación. Por la creación, las cosas han venido a la existencia, han recibido una subsistencia propia, una autonomía ontológica. Es sobre esta autonomía ontológica de las cosas recibida de Dios por creación sobre la que el hombre puede poner todos los significados que quiera, subsiguientes siempre al ser fundamental que Dios da a las cosas al crearlas.
Hace años tuve un profesor de fenomenología fuertemente imbuido de la fenomenología existencial, el cual, para demostrarnos que las cosas materiales carecen de significación ontológica cuando se las priva de su relación al hombre, nos proponía imaginarnos que una novela famosa —por ejemplo, el Quijote— hubiese sido encerrada desde un principio en una cámara, de tal modo que nadie hubiese tenido contacto con ella. En este caso preguntaba el profesor: ¿podríamos seguir hablando de una novela? ¿Qué existencia y que significación habría tenido? No cabe duda de que la novela así encerrada habría perdido su significación; pero tampoco hay duda (pensaba yo) de que en la cámara mencionada subsistiría algo. No somos nosotros los que conferimos la subsistencia propia a la materia, ya que ésta la posee independientemente de nuestro conocimiento.
Así, pues, la materia tiene un ser propio y objetivo, una subsistencia de valor metasensible y metafísico independiente de nuestro conocimiento. Esta subsistencia no está ni detrás ni debajo de lo que podamos percibir por los sentidos. Está íntimamente ligada a lo sensible y es, sin embargo, distinta de ello, pues es de valor metasensible y metafísico. Y no somos nosotros los que la conferimos, sino Dios creador, que ha dado ser propio y subsistencia a todas las cosas.
Según esto, cuando la fe nos dice que cambia la sustancia del pan y del vino en la del cuerpo y la sangre de Cristo, se pretende decir que del pan y del vino no queda sino las solas apariencias. El pan y el vino no tienen ya su ser propio, su identidad real. No subsisten ya en sí mismos, a pesar de que físicamente nada haya cambiado. Después de la consagración no existe otra realidad fundamental o subsistencia (las tomamos como sinónimas) que la del cuerpo de Cristo, que, como criatura, posee también valor de realidad y propia subsistencia en sí mismo. El Verbo creador, en virtud del cual todas las cosas tienen su propia subsistencia (Col 1,15-18), convierte la realidad creatural o subsistencia del pan y del vino en la de su cuerpo y sangre. Del pan y vino no queda más que la figura exterior o física como signo y mediación de la nueva realidad. Podríamos decir que las especies eucarísticas han perdido su propia autonomía ontológica, para no ser sino signo mediador de una nueva realidad, la del cuerpo y sangre de Cristo 374 .
6) Transustanciación y misterio
De todos modos, cuando hablamos de conversión sustancial, de ninguna manera queremos suprimir el misterio.
Las formulaciones de fe no son una pretensión racionalista, sino el intento de situar el misterio en su verdadera dimensión y en sus obvias implicaciones. Se trata de determinar los límites más allá de los cuales se desvanece la peculiaridad de nuestra fe. Cuando el concilio de Nicea usa la fórmula de «consustancial» para expresar la unidad de ser que reina entre Jesús de Nazaret y Dios Padre, no pretende con ello dominar el inmenso horizonte de la esencia divina, sino, eso sí, salvar la naturaleza divina de Cristo en la confesión de un solo Dios. De modo semejante, la acción transustanciadora de Dios en la Eucaristía es una acción de la que sólo conocemos el efecto (conversión de los elementos eucarísticos) y que en sí misma nos resulta totalmente misteriosa, ya que es parangonable a la acción trascendente de Dios en la creación. Solo sabemos que Dios es el dueño de la creación y que ésta se encuentra en sus manos, como el barro en las manos del alfarero.
Sin embargo, con la fórmula de la transustanciación confesamos no sólo que nuestra fe eucarística no es imposible, a pesar de lo que nos dicen los sentidos sobre los elementos eucarísticos, sino incluso que lo que parece pan y vino es en realidad el cuerpo y la sangre de Cristo, con un valor absoluto para todos los hombres. No podemos creer sin saber lo que creemos, porque el creer implica siempre un saber. No podemos creer sin un contenido y una cierta explicitación de nuestra fe. La fe o nos hace creer en cosas que son reales, o es una fe sin contenido. Ante lo que la fe nos dice de lo que aparece a nuestros sentidos como pan y vino, no podemos reprimir en nuestro interior la pregunta inevitable y espontánea: ¿qué son en realidad?, como tampoco podemos evitarla pregunta ante Jesús de Nazaret: ¿quién es en realidad? Si afirmamos que Jesús es Dios, llegamos al «consustancial» de Nicea. Si afirmamos en serio «esto es mi cuerpo», llegamos a la transustanciación. Olvidemos la transustanciación y ya no sabremos cuál es el alcance de ese es.
Esto no significa que se defienda una objetivización en el sentido de que se cosifique la presencia real, porque es obvio que no podemos entender esta presencia en términos físicos; pero sí se defiende una objetividad de esta presencia, la objetividad de unas palabras que la Iglesia ha entendido siempre en sentido real: «esto es mi cuerpo».
7) Transustanciación y teología
No cabe duda de que, a lo largo de los esfuerzos hechos por presentar el misterio eucarístico en toda su riqueza y en forma acorde a la mentalidad de hoy, se han recuperado ciertos aspectos marginados en la teología anterior y se ha contribuido a presentar de forma integral la riqueza toda de este misterio central de nuestra fe. En este sentido, la analogía de la fe no puede sino enriquecer el misterio eucarístico.
En el contexto de las diversas presencias de Cristo
De legítimo podemos calificar el estudio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía en conexión con las otras presencias, también reales, de Cristo en su Iglesia. Cristo, en su solicitud por su esposa, todavía en camino hacia la patria, continúa presente entre los suyos en una rica gama de presencias que culminan en la eucarística.
Esta tendencia a considerar la presencia eucarística en el marco de las otras presencias reales es algo no sólo propio de teólogos como Schoonenberg, Davis, Schillebeeckx y otros, sino que existía ya en el magisterio de la Iglesia. Es una perspectiva que había adquirido carta de ciudadanía: aparece ya en la encíclica Mediator Dei 375 se perfecciona en la constitución del Vaticano II sobre la liturgia 376 y encuentra toda una elaboración aún más detallada en la encíclica Mysterium fidei, de Pablo VI 377 .
De este modo se consideran conjuntamente los diversos modos de presencia de Cristo, lo cual resulta enriquecedor, porque unos iluminan a otros. De todas formas, hay que tener en cuenta que cada uno de estos modos, en su inseparable conexión con los demás, encierra una peculiaridad de realización que lo diferencia y distingue. También aquí entra la analogía. En este sentido, la encíclica Mediator Dei y la constitución sobre la liturgia afirman que la presencia de Cristo alcanza el culmen de su realización en la eucarística. Más aún, la Mysterium fidei califica a esta presencia de real «por antonomasia», puesto que es «sustancial», y por ella se hace presente Cristo, Dios y hombre, todo e íntegro.
En el marco de la Iglesia y la escatología
Hoy en día se va tomando cada vez más conciencia de la relación de la Eucaristía con la Iglesia. Al comprender la acción eucarística como una entrega de Cristo a la Iglesia, se ha visto esta relación íntima con el cuerpo místico de Cristo. La legitimidad de esta perspectiva se desprende del hecho de que el cuerpo místico de Cristo nace de su cuerpo personal. Este es el núcleo y el fundamento del que nace la Iglesia.
En esta línea de pensamiento, Schillebeeckx llega a la conclusión de que la Eucaristía es la forma sacramental de la entrega de Cristo a la Iglesia, de tal modo que el pan y el vino se convierten en signos realizadores de tal entrega. Pero, según él, los elementos eucarísticos vehiculan tanto la entrega de Cristo a la Iglesia como la de la Iglesia a Cristo: son signo y realización de la recíproca entrega de ambos 378 . No sólo Cristo está presente en los elementos eucarísticos entregándose a su Iglesia, también ésta está presente en ellos entregándose a Cristo 379 .
No podemos dejar de estar de acuerdo con la perspectiva eclesial de la Eucaristía: la Iglesia nace y se nutre de la entrega de Cristo en este sacramento. De todos modos, es preciso hacer una matización: la entrega de Cristo a la Iglesia se realiza mediante la mediación de su propio cuerpo personal que se afirma como único contenido de las especies de pan y vino. En la Eucaristía la entrega de Cristo a la Iglesia sigue la ley de la encarnación, en virtud de la cual el cuerpo humano de Cristo, permaneciendo en su autonomía, se constituye en fuente de gracia para la Iglesia. Cristo se entrega a través de su propio cuerpo, única realidad bajo las especies de pan y vino, de modo que la Iglesia se hace presente a Cristo en la medida en que se apropia este cuerpo personal de Cristo y nace como consecuencia de esta apropiación.
No es que la Iglesia esté presente en la Eucaristía como lo está el cuerpo de Cristo, sino que la Iglesia nace de la Eucaristía como nace de la encarnación. La Iglesia no está presente en la Eucaristía al mismo nivel que Cristo, sino que lo está porque encuentra en ella su fuente y fundamento. Hay una jerarquía clara. Cristo está presente en primer lugar y la Iglesia lo está en consecuencia. Es la misma jerarquía que hay entre la encarnación y la Iglesia. Si la Eucaristía es un convite en el que la Iglesia se hace presente a Cristo, ello se debe a que la Iglesia se alimenta del cuerpo personal de Cristo, único contenido de las especies eucarísticas.
Asimismo, es imprescindible estudiar la Eucaristía en relación con la escatología. El cuerpo de Cristo que se hace presente en la Eucaristía es su cuerpo glorificado. Por ello, la Eucaristía es la prenda de la gloria futura, perspectiva tan señalada en los Padres y en el mismo concilio de Trento. Podemos decir con verdad que la Eucaristía es el triunfo de Cristo establecido ya en el seno de la Iglesia. No necesita, pues, credenciales el intento de relacionar la Eucaristía con la escatología.
Ahora bien, cuando se trata de estudiar la conversión eucarística a la luz de la transformación escatológica de la materia, como es el caso de Durrwell, no podemos olvidar que entre ambas hay una clara diferencia. Los cuerpos no pierden en la gloria su condición fundamental de criaturas. En la salvación del hombre, ni el conocimiento de fe ni la visión con la transformación misteriosa de la carne eliminan el carácter de criatura del cuerpo humano ni su propia subsistencia, porque ni la fe ni la visión suprimen la naturaleza humana. La elevación gratuita instaurada por Cristo y que llegará a su consumación en la gloria, no sustituye a la naturaleza, ya que la eternidad viene siempre a nosotros como gracia, y la gracia no suprime nunca la naturaleza. Por ello, si el cuerpo humano ha de ser salvado, también él mantendrá en el cielo su identidad de criatura a pesar de la transformación misteriosa que experimente.
De todos modos (y esto es lo que se debe resaltar), en la transustanciación no tenemos una transformación de este tipo. El pan y el vino consagrados no se convierten, en modo alguno, en pan y vino gloriosos, sino que pierden su ser fundamental y su radical identidad de criaturas al convertirse en el ser creatural del cuerpo y de la sangre de Cristo. No podemos olvidar que la peculiaridad de la presencia eucarística no es que en estos signos de pan y vino se haga presente Cristo glorioso por medio de su acción. No sería necesaria la conversión sustancial si se tratase de una elevación sobrenatural por la que Cristo glorioso, entregándose a través de los signos eucarísticos, nos hiciera partícipes de su vida escatológica. Esto también ocurre en los demás sacramentos, que poseen elementos que no pierden su identidad básica. Por eso, una relación estrecha del pan y del vino con un eschaton que no puede ser incluido en términos terrestres, conduce a una relación de gracia y a una instrumentalización que no priva a los elementos interesados de su radical identidad. Sería una elevación que deja intacto el nivel creatural del pan y del vino, pues ni la gracia ni la escatología (gracia consumada) eliminan jamás el ser natural de las criaturas. Para poder decir que lo que parece pan no tiene otra realidad que la del cuerpo de Cristo, se requiere un cambio ontológico. La Eucaristía no puede olvidar las exigencias de la ontología.
No basta decir que es la persona del Verbo la que se hace presente en la Eucaristía por la asunción de los dones de pan y vino en virtud de la fuerza de Cristo resucitado. La fe de la Iglesia nos exige confesar que la persona del Verbo se hace presente mediante la realidad de su cuerpo, al que no podemos despojar nunca de su identidad creatural so pena de volatilizar la encarnación. El cuerpo de Cristo sigue existiendo en el cielo en su identidad de criatura, de modo que Cristo continúa intercediendo por nosotros ante el Padre de una forma genuinamente humana. Si en la encarnación hizo suya nuestra propia carne para redimirnos por ella, este instrumento de redención que es la carne sigue ejerciendo su función salvífica en la intercesión celeste de Cristo por su Iglesia. La encarnación continúa en el cielo, y Cristo sigue poseyendo en él su propio cuerpo humano, pues la transformación que éste ha experimentado con la glorificación no elimina su condición de criatura.
La carne gloriosa de Cristo no está sujeta a las leyes físicas, pero se inscribe, como toda criatura, dentro de los límites ontológicos del ser creado. Podemos decir con toda propiedad que el cuerpo creado de Cristo, nacido de María y crucificado por los hombres, continúa en el cielo en su identidad fundamental de criatura, y con Pablo VI podemos decir también que el cuerpo glorioso de Cristo se hace presente en la Eucaristía no en virtud de una pretendida naturaleza pneumática presente en todas partes, sino por medio de su sustancia 380 .
Hay que seguir distinguiendo las dos naturalezas de Cristo en el cielo, porque en él perdura la encarnación, mientras que privar al cuerpo resucitado de Cristo de su identidad creatural es volatilizar la encarnación y volver a las posiciones gnósticas combatidas por San Ireneo. Justamente es la Eucaristía la que nos hace conscientes de que la encarnación perdura en el cielo, pues no confesamos que en ella esté presente la persona de Cristo de una forma indeterminada, sino que decimos que en ella perdura el cuerpo nacido de María y resucitado, este instrumento humano de salvación. De nuevo, como en tiempos de San Ireneo, tenemos que volver a confesar la presencia de esta realidad humana y humilde que es la carne de Cristo frente a concepciones platonizantes que volatilizan el realismo de la encarnación y en las que caen, sin saberlo, los mayores enemigos de Platón.
IX. RESERVA Y CULTO EUCARÍSTICO 381
1) Prolongación sacramental de la encarnación
La presencia de Cristo en la Eucaristía es una presencia que, según la tradición de la Iglesia, desborda los límites de la celebración. Al confesar que la Eucaristía es la carne de nuestro Señor Jesucristo, ha visto en ella una prolongación sacramental de la encarnación. En efecto, en los demás sacramentos está Cristo presente por medio de su acción, y su presencia dura tanto cuanto la acción sacramental que se celebra; pero en la Eucaristía es la encarnación misma lo que se hace presente.
La Iglesia ha afirmado que la Eucaristía es la carne de nuestro Señor con la misma fuerza con la que afirma que Jesús de Nazaret es Dios. Por la Eucaristía puede decir la Iglesia que Cristo está entre nosotros y no sólo que actúa. Por ello, el concilio de Trento afirmó que Cristo está presente en la Eucaristía no sólo durante la comunión, sino antes y después‚ 382 pues en este sacramento no deja de estar presente el Señor, digno de toda adoración, por el hecho de haber sido instituido para ser comido y bebido 383 . Por eso, la Eucaristía es la perenne Navidad, el Emmanuel eterno, la prolongación sacramental de la encarnación.
Ya en el Antiguo Testamento había mostrado Dios la intención de habitar permanentemente entre su pueblo. A propósito de la tienda de reunión había declarado: «Habitaré en medio de los hijos de Israel y seré su Dios» (Ex 29,45). Aparte de la asistencia general con la que Dios cuida y conduce a su pueblo, quiere adaptarse también a la existencia de los hombres, habitando en una tienda análoga a las tiendas nómadas. En ella se reunirá Dios con su pueblo y se encontrará con Moisés (Ex 30,6).
Más tarde, el templo de Jerusalén sería el lugar en el que los israelitas irían a «ver el rostro» de Dios (Is 1,12; Ex 23,15-17; 34,20-24; Dt 16,16; 31,11). Era el lugar por el que suspiraba el levita, recordando el tiempo cuando iba a la casa de Dios con cantos de alegría y alabanza: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente; ¿cuándo iré a ver el rostro de Dios?»(Sal 42,3). Dice el P. Galot comentando este pasaje:
"Estar lejos del santuario y no poder acercarse a él significaba estar privado de Dios mismo, privado de la contemplación de su rostro. Si la felicidad del cielo se define por la visión de Dios cara a cara, la presencia de Dios en el templo es una imagen de la presencia dada a los elegidos en el cielo, y el acto de culto que consiste en ir a ver el rostro de Dios es preludio de la vida eterna» 384 .
Con todo, esta presencia de Dios culminaría, de forma insospechada para los judíos, en el misterio de la encarnación, por el que «el Verbo se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros» (Jn 1,14). El Verbo que emplea San Juan, skenoûn, significa «vivir bajo la tienda», evocando con ello la tienda en la que habitaba Yahveh en medio de su pueblo. Por la encarnación, Dios habita verdaderamente entre nosotros, y lo que ofrecía Dios a los hebreos, lo ofrece ahora Cristo de una forma superior. Es San Juan el que resalta como nadie este aspecto: el pan que baja del cielo es Cristo mismo que se da a comer en la Eucaristía. En el evangelio de Juan, la encarnación culmina en la Eucaristía.
Por otra parte, la encarnación no es un hecho transitorio, pues sigue siendo en el cielo la base permanente de la intercesión humana de Cristo por su Iglesia, y es justo pensar que esta función salvífica y perenne de la encarnación encontrara en la tierra no sólo una correspondencia análoga, como es la condición humana y externa de la Iglesia, sino una real y verdadera continuación en el hoy y aquí de la Iglesia. La Iglesia no sólo está asistida por el influjo continuo del Espíritu Santo o acompañada por la fuerza de la gracia, de la palabra de Dios y de los sacramentos, sino que posee en su seno a Cristo mismo en persona, fuente y origen de toda gracia.
La encarnación constituyó a Cristo en sacramento original, en acceso único a Dios, de tal manera que el encuentro con Jesús es el encuentro con Dios; pero este misterio de salvación, que encuentra la plenitud de su eficacia cuando la humanidad de Cristo es glorificada por la resurrección y cuando Cristo, como hombre, se convierte en fuente perenne de la efusión del Espíritu Santo, sigue presente entre nosotros, pues Cristo en persona continúa entre nosotros al tomar la figura sacramental del pan y del vino. Cristo, pues, como sacramento original, ha mantenido su condición terrestre y sacramental, continuando presente entre nosotros como acceso cualificado al Padre bajo la forma exterior de pan. Cristo continúa entre nosotros como cumbre de la economía sacramental, como autor de la gracia y causa perenne de nuestra santificación.
2) La reserva eucarística
La Iglesia ha legitimado la práctica de la reserva eucarística como consecuencia lógica de la fe en la presencia del todo singular que Cristo realiza en este sacramento.
En clara correspondencia a las palabras de Cristo, la Iglesia primitiva solicitaba a los fieles a conservar con suma diligencia la Eucaristía que llevaban a los enfermos. Existía también la costumbre de llevarse a casa la Eucaristía para comulgar en los días en los que no se podía asistir a la celebración eucarística. Consta que los fieles creían, como recuerda Orígenes, que pecaban si algún fragmento caía por negligencia 385 , y Novaciano reprueba al que, «saliendo de la celebración dominical y llevando aún consigo, como se suele, la Eucaristía..., lleva el cuerpo santo del Señor de aquí para allá» corriendo a los espectáculos y no a casa 386 . Esta costumbre de llevarse la Eucaristía a casa estaba justificada aún más en tiempos de persecución o en caso de vida monástica 387 .
Asimismo, los residuos que quedaban de la Eucaristía para el día siguiente eran considerados como fuente de santificación. Cirilo de Alejandría sostiene que en este caso «ni se altera Cristo..., ni se muda su sagrado cuerpo, sino que persevera en él la fuerza, la potencia y la gracia vivificante» 388 .
Cristo está presente en el tabernáculo con una eficacia superior a la que tuvo en Palestina, pues mientras en Palestina «aún no había espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado» (Jn 7,39), el Cristo del tabernáculo es la víctima gloriosa que se ofrece continuamente ante el Padre enviándonos al Espíritu Santo.
La oración ante el tabernáculo quiere identificamos con esa víctima gloriosa que nos quiere incorporar continuamente a su estado pascual. Por ello el diálogo con Cristo presente en el tabernáculo es una motivación continua a la participación sacramental de Cristo que es la misa y que se realiza especialmente por la comunión. De ahí que la instrucción Eucharisticum Mysterium nos recuerda que no debemos olvidar que el encuentro con Cristo en el tabernáculo es algo que no sólo proviene de la celebración eucarística, sino que conduce a ella, de modo que el sacrificio eucarístico es fuente y culminación de todo el culto de la Iglesia y de toda la vida cristiana 389 .
Cristo en el tabernáculo sigue presentándose como alimento espiritual, como una llamada continua al encuentro personal, como una invitación a reproducir en nosotros sus mismos sentimientos (Flp 2,5). Es preciso tener en cuenta de una forma particular esta dimensión del encuentro y del diálogo personales con Cristo en el tabernáculo.
¿Cómo olvidar a Cristo presente en el tabernáculo? Si Cristo ha querido darnos esta presencia suya tan cualificada, ¿no será que a través de ella ha querido darnos las gracias que necesitamos para la vida cristiana? ¡Cuánto deben a esta presencia los santos, sacerdotes y fieles que se han sentido seducidos por ella! A veces tiene uno la impresión de que la gran diferencia entre un sacerdote y otro, entre un seglar y otro seglar, está en esto, en el simple trato con Cristo sacramentado, que unos practican sin poder prescindir de ello y otros olvidan inexplicablemente. La vida cristiana se encierra en una sola palabra: Cristo, ¡y Cristo está ahí! ¡Cristo está ahí! Esto explica la alegría de unos y la tristeza de otros. Es así de simple y así de sencillo.
De aquí que Pablo VI nos haya dicho: «Durante el día, los fieles no omitan el hacer la visita al Santísimo Sacramento, que debe estar reservado en un sitio dignísimo, con el máximo honor en las iglesias, conforme a las leyes litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo nuestro Señor allí presente..., pues (Cristo) día y noche está en medio de nosotros, habita con nosotros, lleno de gracia y de verdad (cf. Jn 1,14); ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, invita a su imitación a todos los que se acercan a él, a fin de que con su ejemplo aprendan a ser mansos y humildes de corazón y a buscar no las propias cosas, sino las de Dios. Cualquiera, pues, que se dirige al augusto sacramento eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar, a su vez, con prontitud y generosidad a Cristo, que nos ama infinitamente, experimenta y comprende a fondo, no sin grande gozo y aprovechamiento de espíritu, cuán preciosa sea la vida escondida con Cristo en Dios (cf. Col 3,3) y cuánto valga entablar conversaciones con Cristo; no hay cosa más suave que ésta, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad» 390 .
Pero este contacto con Cristo en el tabernáculo no es algo meramente individual. Uno no puede identificarse con Cristo sin hacer propia la causa de la Iglesia y la causa de todos los hombres que no le conocen. El contacto con Cristo en el tabernáculo necesariamente será también un contacto con su Iglesia, pues Cristo está presente en él como eje perenne de su cuerpo místico. Dice así Pablo VI:
«La Eucaristía es conservada en los templos y oratorios como centro espiritual de la comunidad religiosa y parroquial; más aún, de la Iglesia universal y de toda la comunidad, puesto que bajo el velo de las sagradas especies contiene a Cristo, cabeza invisible de la Iglesia, Redentor del mundo, centro de todos los corazones, "por quien son todas las cosas, y nosotros por él" (1 Cor 8,6)» 391 .
La presencia de Cristo en el tabernáculo tiene necesariamente esta función eclesial; por ello Pablo VI exhorta a los pastores:
«No ceséis de persuadir a vuestros fieles que, acercándose al misterio eucarístico, aprendan a hacer propia la causa de la Iglesia, a orar a Dios sin interrupción, a ofrecerse a sí mismos al Señor como agradable sacrificio por la paz y la unidad de la Iglesia, a fin de que todos los hijos de la Iglesia sean una sola cosa y tengan el mismo sentimiento; ni haya entre ellos víctimas, sino que sean perfectos en una misma manera de sentir y de pensar, como manda el Apóstol (cf. I Cor 1,10)» 392 .
3) El culto de adoración
Ha sido también una constante de la Iglesia la práctica de adorar a Cristo presente en el tabernáculo. La adoración de Cristo en la Eucaristía es consecuencia ineludible de su presencia real. Es un deber y obligación de la Iglesia, que quiere agradecer la condescendencia de Dios al estar presente entre nosotros. San Agustín expresa de forma cabal este sentimiento cuando dice que no sólo no pecamos adorando la carne que Cristo nos da a comer, sino que pecamos no adorando 393 .
En la Iglesia primitiva, la Eucaristía era públicamente adorada, pero únicamente en el marco de la misa y la comunión. En el siglo XII, como tuvimos ocasión de ver, se introdujo en Occidente la elevación de la hostia en el momento de la consagración, y en el XIII comenzó la práctica de la adoración fuera de la misa, a partir, sobre todo, de la instauración de la fiesta del Corpus Christi. Ya en el siglo XIV surgió la exposición sacramental y, en el Renacimiento, se erigió el tabernáculo sobre el altar.
El concilio de Trento ratifica la legitimidad de la adoración eucarística diciendo que nadie debe dudar de que «los cristianos tributan a este santísimo sacramento, al adorarlo, el culto de latría que se debe a Dios verdadero, según la costumbre, siempre aceptada, de la Iglesia católica. Porque no debe dejar de ser adorado por el hecho de haber sido instituido por Cristo, el Señor, para ser comido».
Por su parte, Pablo VI, en el Credo del Pueblo de Dios, califica la adoración de verdadera obligación: «Estamos obligados, por obligación ciertamente suavísima, a honrar y adorar la hostia santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnado que éstos no pueden ver y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de nosotros sin haber dejado los cielos» 394 .
Este culto, recuerda Juan Pablo II 395 , debe manifestarse en todo encuentro nuestro con el santísimo sacramento, tanto cuando visitamos las iglesias como cuando las sagradas especies son llevadas o administradas a los enfermos. Son muy diversas las formas como se expresa este culto a Cristo sacramentado: plegarias personales ante el Santísimo, horas de adoración, exposiciones breves o solemnes, bendiciones eucarísticas, congresos. En particular, la procesión del Corpus Christi, de tanta raigambre en nuestra patria, quiere ser un acto de culto público tributado a Cristo, presente en la Eucaristía.
En este sentido, recuerda el Papa actual que la «animación y robustecimiento del culto eucarístico son una prueba de esa auténtica renovación que el concilio se ha propuesto y de la que es el punto central... La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración» 396 .
En verdad, el culto de adoración a Cristo en la Eucaristía, más que una obligación, es una necesidad. La adoración eucarística nace del sentimiento profundo y desinteresado de reconocimiento y de acción de gracias porque Cristo, Dios y hombre, está entre nosotros. La presencia personal de Cristo entre nosotros justifica por sí misma nuestra gratitud y nuestra adoración. Si no se adora, es que no se cree que Cristo está ahí. Preferimos que Dios esté lejos, en la nube de su trascendencia, porque de esa manera nosotros nos sentimos protagonistas únicos de nuestra vida y no nos sentimos interpelados por el amor a Dios, que
Este es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre | ![]() |
Respuestas Catolicas Inmediatas - Martin Zavala | ![]() |
[1] Se puede acceder rápidamente al título deseado usando la tecla “Ctrl” y el ratón, simultáneamente.
[2] K. Rahner, Escritos de teología IV (Madrid 1964) 294-395.
[3] Así de Baciocchi, Möller, Schoonenberg, Davis, Schillerbeeckx, entre otros (cf. J. Sayés, La presencia real de Cristo en la Eucaristía [BAC, Madrid 1976] 42-47; 56-59; 64-73; 73-79; 79-83; 90-110; 233-226).
[4] G. Bareille, L‘Eucharistie d‘après les Pères: DTC 5,1122-1183; P. Batiffol, L‘Eucharistie. La présence réelle et la transsubstantiation. Études d‘histoire et de théologie positive (Paris 91930); J. Betz, Die Eucharistie in der Zeit der griechischen Vätern I/1 (Freiburg 1955); Id., Die Eucharistie in der Schrift und Patristik, en M. Schamus-A. Grillmeier-L. Scheffczyk, Handbuch der Dogmengeschichte (Freiburg 1979); R. S. Bour, Eucharistie d‘après les monuments de l‘antiquité chrétienne: DTC 5,1183-1210; G. Rauschen, Eucharistie und Bussakrament in den ersten sechs Jahrhunderten der Kirche (Freiburg 1910); J. Solano, Textos eucarísticos primitivos I (BAC, Madrid 1952); II (BAC, Madrid 1954); A. Struckmann, Die Gegenwart Christi in der heiligen Eucharistie nach den schriftlichen Quellen der vornicänischen Zeit (Wien 1905); D. van der eynde, L‘Eucaristia in S. Ignazio, S. Giustino, S. Ireneo, en A. Piolanti, Eucaristia. Il mistero... 115-127; TH. Camelot, L‘Eucaristia nella Scuola Alessandriana: ibid., 129-145; J. Lecuyer, L‘Eucaristia nella Scuola d’Antiochia: ibid., 147-163; Ch. Boyer, L‘Eucaristia e i Padri africani: ibid., 165-171; L. Bouyer, Eucaristía, Teología y espiritualidad de la oración eucarística (Barcelona 1969); L. Maldonado, La plegaria eucarística. Estudio de teología bíblica y litúrgica sobre la misa (Madrid 1967); J. M. Sánchez Caro, Eucaristía e historia de salvación. Estudio sobre la plegaria eucarística oriental (BAC, Madrid 1983); L. Ligier, De la cène de Jésus à la anaphore de l‘Église: Mais. Dieu 87 (1966) 7-51; W. Goossens, La doctrine de l‘Eucharistie à la fin de l‘antiquité et à l‘aube du haut Moyen-Âge: Eph. Théol. Lov. 11(1954) 610-616; F. Beguinot, La très sainte eucharistie. Exposition de la foi des douze premiers siècles de l‘Église 1,II (Paris 1902); J. Quasten, Monumenta eucharistica et liturgica vetustissima (Bonn 1935-1937); F. E. Brigtmann, Liturgies Eastern and Western I (Oxford 1898); P. J. Moreau, Les liturgies eucharistiques (Bruxelles 1924).
[5] D. van der Eynde, o.c., 115-116; R. Johanny, Ignace d‘Antioche, en AA.VV., L‘Eucharistie des premiers chrétiens (Paris 1976) 53-74.
[6] Ad Smirn. c.7 n.1; PG 5,713; Solano, 1 74.
[7] Ad Philad. 3,4; PG 5,700; Solano, I 72.
[8] M. J. Lagrange, Saint Justin (Paris 1914); M. Jourjon, L ‘Eucharistie des premiers chrétiens (Paris 1976) 75-88; D. van der Eynde, o.c., 116-121; S. Salaville, La liturgie décrite par S. Justin et l‘épiclèse: Echos d‘Orient 12 (1909) 129ss; O. Perler, Logos und Eucharistie nach Justinus I Apol. c.66: Div. Thom. 18 (1940) 296-316.
[9] Apol. 1,65ss; PG 6,428; Solano, I 91-92.
[10] Las palabras de Justino «mediante la palabra de oración procedente de él» (que también pueden ser traducidas por «la oración de la palabra que viene de él») han sido entendidas de diferentes modos. Unos han visto en ellas las palabras de la institución, todo el conjunto de oraciones y acciones que se emplean en la anáfora; otros han visto la epíclesis por la que se pide al Logos que descienda sobre el pan y el vino (cf. J. Betz, Die Eucharistie in der Schrift... 34), fundándose en la comparación que establece entre la encarnación y la Eucaristía. Por el contrario, Van der Eynde rechaza esta opinión, porque anticipa a los textos del siglo II una concepción que es propia de la liturgia a partir del siglo IV (D. van der Eynde, oc., 119). Logos, además, va sin artículo, por lo que se refiere a la oración pronunciada, no al Logos en persona.
[11] D. van der Eynde, o.c., 121-127; Id., Eucharistia ex duabus rebus constans: Ant. 15 (1940) 13-28; A. D’Alès, La doctrine eucharistique de St. Irénée Adv. haer. IV, 18, 5: Ant. 15 (1940) 13-28: P. Simonin, A propos du te eucharistique de St. Irénée: Rev. Scien. Phil. Théol. 23 (1934) 281-292; R.Hitchcock, The doctrine of the Holy Communion in Irenaeus: Church Quart. Rev. 129 (1939-1940) 206-225; V. Couckle, Doctrina eucharistiica apud S. Irenaeum: Coll. Brug. (1929) 163-170; A. Hamann, Irénée de Lyon, en L‘Eucharistie des premiers chrétiens (Paris 1976) 89-99; D. Unger, The Holy Eucharist according to St. Irenaeus: Laur. 20 (1979) 103-164.
[12] Cf. A. Piolanti, Il mistero eucaristico 159ss.
[13] Adv. haer. 4,18 PG 7,1027ss; Solano, I 114. También contra el primer argumento de los gnósticos recurre Ireneo al tema de la Eucaristía como sacrificio: si el creador y Padre del N. T. son distintos, no se debe usar pan y vino, criaturas como son, en el sacrificio ofrecido al Padre.
[14] Adv. haer. 4,18: PG 7,1027ss; Solano, I 115. Se ha discutido la interpretación del texto «Eucaristía constituida por dos elementos: terreno y celestial». Batiffol (o.c., 176-179) defendió que el elemento terreno era el cuerpo de Cristo, y el celeste la divinidad; pero la tradición no ha llamado cuerpo terrestre al cuerpo eucarístico de Cristo, que concede la inmortalidad (Cf. J. Filograssi, De santissima Eucharistia [Roma 21965] 116). D'Alès (o.c.32-42) defiende que lo terreno se refiere a las especies eucarísticas, pues piensa que, aunque Ireneo no tuviese la concepción escolástica, percibe que perdura algo terreno en el pan y el vino consagrados. P. Simonin propuso la tesis de que el elemento terreno es el pan, y el celeste el cuerpo de Cristo (o.c. 281-292). Más convincente parece la explicación de Van der Eynde (Eucaristía ex duabus... 13-28) de que Ireneo mira aquí la composición del rito eucarístico. La Eucaristía llega a constituirse por dos elementos: el pan, que es de la tierra, y el elemento celeste, que es la invocación (epíclesis) de Dios. Es la opinión que hace suya Solano (cf. o.c. I 76 nt.51).
[15] Ireneo tiene diversas expresiones: el pan sobre el que se dan las gracias, palabra de oración que viene de Cristo, invocación de Dios, etc. Como en el caso de Justino, unos ven las palabras de institución, otros la epíclesis. Al propósito dice Van der Eynde: «Nada permite concluir que Ireneo atribuya a las palabras cl sentido específico de invocación de la bajada del Logos o del Espíritu Santo sobre las oblatas. El no se preocupa de la cuestión de saber por medio de qué palabras exactamente reciben la consagración los elementos» (D. van der Eynde EYNDE, L‘Eucaristia, en A. Piolanti, o.c., 123).
[16] Adv. haer. 5,2: PG 7,1124-1127; Solano, I 117-118.
[17] Ibid.
[18] Ch. Boyer, o.c., 165-166; A. Casamassa, Tertuliano (Roma 1936); V. Saxer, Tertulien, en AA. VV., L'Eucharistie des premiers... 129-150.
[19] Adv. Marcionem 5, 8: PL 2, 489; Solano, I 144.
[20] De corona 3: PL 2, 80.
[21] De oratione 19: PL 1, 1181.
[22] De idolatria 7: PL 1, 669.
[23] De resurrectione 8: PL 2,806.
[24] Con todo, hay en Tertuliano textos difíciles, como «habiendo tomado el pan y distribuido a los discípulos, lo hizo su cuerpo, diciendo: “Este es mi cuerpo”, es decir, “figura de mi cuerpo”. Pero no habría sido figura si no fuera cuerpo verdadero» (Adv. Marcionem 4,40; PL 2,460; Solano, 1,143).
Aquí, «figura» no podemos entenderla como mero símbolo, porque en el mismo texto dice que Cristo hizo el pan cuerpo suyo. Podemos, además, entender el sentido del texto mencionado. La designación del cuerpo como pan la encuentra Tertuliano en el Antiguo Testamento, a saber, en Jer 11,19 («Venid y pongamos leña a su pan»). Por ello ve en el pan una figura del cuerpo de Cristo, y afirma que, cuando Cristo tomó en la cena el pan, tomó la figura de su cuerpo y la llevó, además, a su cumplimiento, haciendo el pan cuerpo suyo (cf. J. Betz, o.c., 143; J. Solano, o.c., I 96 nt.92; G. Bareille, o.c., 1131). Por ello dice Betz: «La denominación del pan como figura del cuerpo del Señor no quiere, de ningún modo, ser una volatilización, vaciamiento o mera señal del cuerpo, sino, al contrario, quiere reforzar la realidad del cuerpo». (J. Betz, ibid.).
También dice Tertuliano en otro lugar (cf. Adv. Marc. 1,14; PL 2,489) que el pan eucarístico «representa su cuerpo», pero el verbo representar, recuerda D'Alès, tiene en Tertuliano el significado de hacer presente. En Adv. Marcionem aparece 14 veces, y siempre con dicho significado (cf. A. D‘alès, La théologie de Tertulien [Paris 1905] 359).
[25] A. D‘alès, La théologie de S. Cyprian (Paris 1922) 249-271; R. Johanny, Cyprian de Carthage, en AA. VV., L'Eucharistie des premiers... 151-175.
[26] De lapsis 16: PL 4,479; Solano, I 241.
[27] En su carta a Cecilio, que es un pequeño tratado sobre la Eucaristía, aborda Cipriano, más bien, el aspecto sacrificial. Responde a la cuestión de si la Eucaristía debe celebrarse con agua y vino o sólo agua, conforme a una extraña costumbre que se daba en Africa por una ascesis mal entendida. En este contexto, Cipriano viene a hablar de la presencia real: en un cáliz sin vino no puede darse la sangre de Cristo, que la representa, y también se necesita el agua, que representa al pueblo (Carta 63,2; PL 4,373-389; Solano, I 241).
En vano se puede intentar entender estas palabras en sentido simbólico. Cipriano se dirige aquí contra los que por ignorancia no usan más que agua y se apartan de la tradición litúrgica de la Iglesia. Si se suprime el vino, se suprime la relación indispensable con la sangre, dice, pues el agua no representa la sangre, mientras que en toda la Escritura el vino representa la sangre. San Cipriano quiere decir que es el vino el que representa a la sangre, y en ese contexto viene a decir que en un cáliz sin vino no se da la sangre de Cristo.
[28] P. Batiffol, o.c., 248-271; O. Faller, Griechische Vergottung und christliche Vergöttlichung, Greg. 6 (1925) 430-434; G. Bareille, o.c., 1135-1137; A. Mehat, Clément d‘Alexandrie, en AA. VV., L‘Eucharistie des premiers 101-127; Th. Camelot, o.c., 5ss.
[29] Paed. 1,6: PG 8,300.
[30] ¿Qué rico se salvará? n.23: PG 9,628; Solano, I 160.
[31] Paed. 2,2: PG 8,409; Solano, I 159.
[32] Cf. J. Betz, o.c., 45.
[33] G. Bareille, o.c., 1136.
[34] P. Batiffol, o.c., 262-284; Th. Camelot, o.c., 130ss; F. R. M.
Hitchcock, Origen's Theory on the Holy Communion and its influence in The Church: Church. Quart. Rey. (1941) 216-239; G. Bareille, oc., 1137-1139; L. Grimmelt, Die Eucharistiefeier bei Origenes (Münster 1942); J. Daniélou, Origène (Paris 1948) 74-79; P. Jacquemont, Origène, en AA.VV., L‘Eucharistíe des premiers... 179-186; L. Lies, Wort und Eucharistie bei Origenes (Innsbruck 1978); H. J. Vogt, Eucharistielehre des Origenes: Freib.Zeit.Phil.Theol. (1978) 424-442.
[35] In Jer. homilia 18,13: PG 13,489.
[36] Contra Celsum 8,33: PG 11,1566; Solano, I 195.
[37] Hom. 13,3: PG 12,391; Solano, I 180.
[38] Hom. 7,2: PG 12,613.
[39] Aparte de los textos en los que habla de la Eucaristía en la línea de la tradición, Orígenes, de acuerdo con la inspiración de su escuela, habla en otros de una comida más profunda y divina, que es la palabra de Dios (In Mat. Comment. 85: PG 13,1735). En este texto, al igual que en otros, alegoriza y toma el pan y el vino como figura de la palabra divina (cf. G. Bareille, o,c., 1139; P. Batiffol, o.c., 189). En estos casos no habla, pues, de la Eucaristía, sino de la doctrina del Verbo, que la escuela de Alejandría privilegia siempre como elemento de primer orden.
[40] De paschate et de sacrosancta eucharistia: PG 26,1325; Solano, I 313.
[41] Cf. L. Bouyer, Eucaristía. Teología y espiritualidad de la oración eucarística (Barcelona 1969) 211.
[42] P. Batiffol, oc., 371-381; G. Bareille, o.c., 1143-1144; J. Marquardt, S. Cyrillus Hierosolimitanus, Baptismi, Chrismatis, Eucharistiae mysteriorum interpres (Leipzig 1882).
[43] Catech. 9 (Mystag. 1) 7: PG 33,1072.
[44] Catech. 22 (Mystag. 4) 2: PG 33,1097.
[45] Catech. 22 (Mystag. 4) 6: PG 33,1101.
[46] Cf. Catech. 22 (Mystag. 4) 9: PG 33,1104.
[47] Catech. 23 (Mystag. 5) 7: PG 33,1113.
[48] J. Maier, Die Eucharistielebre der drei grossen Kappadozier (Freiburg 1915).
[49] Orat. Catech. 37,10: PG 45,97; Solano, I 651.
[50] Orat. Catech. 37,9: PG 45,96; Solano, I 650.
[51] A. Naegle, Die Lehre des heiligen Chrysostomus des Doctor Eucharistiae (Freiburg 1900); P. Batiffol, o.c., 408-421; A. D'alès, Un texte eucharistique de St. Jean Chrysostome: Rech. Scienc. Rel. 23 (1933) 451-462; Y. Pelvi, Linee di teologia eucaristica in S. G. Crisostomo: Riv. Lett. Stor. Eccl. 10 (1979) 137-148.
[52] In Ioann. 46,3: PL 59,260; Solano, I 820.
[53] In epist. I ad Cor. 24,1: PG 61,199.
[54] Ibid., 24,4: PG 61,203.
[55] Ibid., 24,5; PG 61,205.
[56] In Mat. 82,4: PG 58,743; Solano I 799.
[57] Homilía de perditione Iudae 1,6: PG 49,380; Solano, I 705.
[58] Hom. cat. 15,10; Solano, II 148.
[59] Ibid., 11; Solano, II 150.
[60] J. Maré, L‘Eucharjstje selon S. Cyrille d̉' Alexandrie: Rev. Hist. Eccl. 8 (1907) 677-696; A. Struckmann, Die Eucharistielehre des heiligen Cyrili von Alexandrien (Paderborn 1910); H. du manoir de Juaye, Dogme et spiritualité chez S. Cyrille d̉'Alexandrie (Paris 1944) 185-218.
[61] Cf. G. Bareille, o.c., 1162ss.
[62] Ibid., 1162.
[63] In Joann. 4,2: PG 73,577.
[64] Adv. Nest. 4,5: PG 76,197.
[65] In Mat. 26,26: PG 57,452.
[66] G. Bareille, oc., 1167; J. Betz, o.c., 121.
[67] Cf. Eranistes 1: PG 83,56; Solano, II 827.
[68] Cf. oc., 1119
[69] Ibid., 1169.
[70] De fide orthodoxa 4,13: PG 94, 1144; Solano, II 1330.
[71] Ibid., PG 84,148; Solano, II 1332.
[72] S. Lisiecki, Quid S. Ambrosius de S. Eucharistia docuerit (Breslau 1910); P. Batiffol, o.c., 335-349; G. Segalla, La conversione eucaristica in S. Ambrogio (Padova 1967); R. Johanny, L‘Eucharistie centre de salut chez S. Ambroise de Milan (Paris 1968); F. R. M. Hitchcok, The Holy Communion in Abrose of Milan: Church. Quart. Rey. (1941) 127-153.
[73] De mysteriis 9,50: PL 16,405.
[74] Ibid., 9,50: PL 16,405; Solano, II 580.
[75] Ibid., 9,52: PL 16,406-7: Solano, II 582.
[76] Ibid., 9,53: PL 16,407; Solano, II 583.
[77] Ibid., 9,54: PL 16,407; Solano, II 584.
[78] De fide 4,10,124: PL 16,141.
[79] Cf. G. Bareille, o.c., 1156.
[80] De sacramentis 4,4,14; PL 16,405; Solano, I 541.
[81] Th. Camelot, Réalisme et symbolisme dans la doctrina eucharistique de S. Agustín: Rev. Scien. Phil. Theol. 31(1947) 394-410; K. Adam, Die Eucharistielehre des h. Augustinus (Paderborn 1908); P. Bertocchi, Il simbolismo ecclesiológico dell’Eucaristia in S. Agostino (Bergamo 1937); G. Lecordier, La doctrine de l’Eucharistie chez S. Augustin (Paris 1930); P. Batiffol, o.c., 422-453; G. Bareille, o.c., 1173-1179; J. Riviére, L‘Eucharistie et S. Augustin: Rev. Apol. (1930) 513-531; Ch. Boyer, o.c., 165-171; J. L. Van der lof , Eucharístie et présence réelle selon S. Augustin: Rey. Etud. Aug. 10 (1964) 289-294; M. F. Berrouard, L’être sacramental de l‘Eucharistie selon S. Augustin: Nouv. Rev. Theol. 109 (1977) 702-721; A. Garrido Sanz, Realismo y simbolismo eucarístico agustiniano: Est. Agust. (1979) 521-540; A. Sage, L‘Eucharistie dans la pensée de S. Augustin: Rev. Etud. Aug. 15 (1969) 209-240.
[82] Cf. H. B. Green, The eucharistic presence change and/or signification: Down. Rev. 83 (1965) 32-46.
[83] Sermo 227: PL 38,1099.
[84] Sermo 272: PL 38,1246ss; Solano, II 325.
[85] Ibid.; Solano, II 325.
[86] Sermo 234,2: PL 38,1116.
[87] De Trinitate 3,4,10: PL 42, 873-874.
[88] In Ps. 98,9: PL 37,126; Solano II 179.
[89] In Ps. 33,10: PL 36,306.
[90] Sermo 71 c.11 n.17: PL 38,453; Solano II 292.
[91] In Joann. 26,11: PL 35,1611; Solano, II 225.
[92] In Ps. 3,1: PL 36,73.
[93] G. Bareille, o.c., 1176.
[94] Pero en otro lugar (cf. Epist. 98,9: PL 33,364) habla de la costumbre según la cual decimos «mañana celebraremos la pasión o la resurrección del Señor», cuando sabemos que éstas tuvieron lugar una sola vez y no se repiten, y dice que los sacramentos por eso son sacramentos, porque guardan cierta semejanza con la realidad de la que son sacramentos. Es en este contexto cuando dice que así como el sacramento del cuerpo es el cuerpo de Cristo según cierta semejanza y el sacramento de la sangre es la sangre de Cristo, así el sacramento de la fe es la fe.
Indudablemente, si nos colocamos en el orden del signo, la Eucaristía tiene analogías con los demás sacramentos. En el orden del signo, la Eucaristía, ciertamente, evoca también el cuerpo y la sangre de Cristo: que el pan y el vino evoquen y signifiquen por semejanza el cuerpo y la sangre de Cristo no quiere decir que en Agustín sean modelos vacíos de contenido. Sería no entender a Agustín, pues él hace la distinción entre el signo, que se ve, y en nuestro caso, el cuerpo de Cristo, que no se ve, y que captamos por la fe. Agustín en este caso (cf. G. Bareille, o.c., 1177) que se ha colocado en el orden sacramental, en el que la Eucaristía tiene, indudablemente, analogías con los demás sacramentos.
[95] In Ioann. 26,11: PL 35,1611; Solano, II 226. En otro texto (In Ps. 98,9), Agustín defiende que las palabras de Cristo en el sermón de Juan no han de ser entendidas carnalmente, sino espiritualmente; pero explica Agustín: «Entended espiritualmente lo que he hablado: no habéis de comer este cuerpo que veis, ni habéis de beber esta sangre que han de derramar los que me crucifiquen. Un sacramento os he encomendado; entendido espiritualmente, os vivificará. Y, aunque es necesario celebrarlo visiblemente, conviene entenderlo invisiblemente» (In Ps. 98,9: PL 37,1264). Por lo tanto, lo que quiere decir es que no se come su carne de forma visible.
Hay también en Agustín otro texto (Sermo 272: PL 38,1247) en el que dice:
«Si queréis entender lo que es el cuerpo de Cristo, escuchad al Apóstol; ved lo que les dice a los fieles: ‘vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros’ (1 Cor 12,27)». Este texto ha sido frecuentemente citado para negar la presencia real, pero el que Agustín vea en la Eucaristía el símbolo del cuerpo de Cristo no excluye la presencia real. Este texto aparece en un sermón en el que Agustín ha afirmado categóricamente que el pan es el cuerpo de Cristo, y el cáliz su misma sangre; y, ante la dificultad que supone el que el cuerpo de Cristo esté sentado ahora en cl cielo, contesta diciendo que estas cosas se dicen sacramentos precisamente porque una cosa dicen a los ojos y otra a la inteligencia.
Así, pues, el que Agustín desarrolle el aspecto de signo de la Eucaristía o vea en ella el símbolo del cuerpo místico de Cristo, no contradice en nada su clara afirmación de la presencia real del cuerpo y de la sangre de Cristo en la Eucaristía. Agustín dedicó muchos años a la lucha contra los donatistas, separados de la comunión eclesial, y por ello se concentra a veces en el carácter eclesial de la Eucaristía, de modo que viene a decir que los donatistas, al separarse de la Iglesia, se separan de la comunión eucarística.
[96] Epist. 59,2: PL 54,808; Solano II 845.
[97] G. Bareille, oc., 1180; R. Masi-D. Castello, La conversione eucaristica nell‘omilia «Magnitudo» del secolo V. Euntes Docete 12 (1959) 289-310; G. Morin, La collection gallicane dite d‘Eusebe d‘Emèse et les problèmes qui s‘y rattachent: Zeit. Neut. Wiss. 34 (1935) 92-115.
[98] Sobre la autenticidad literaria véase G. Morin, o.c.
[99] G. Bareille, o.c., 1180.
[100] Homilia de paschate 2: PL 30,272; Solano, II 862.
[101] Ibid., 3: PL 30,272; Solano, II 863.
[102] Ibid. 5: PL 30,273.
[103] Ibid., 12: PL 30,275-276; Solano, II 973.
[104] J. A. Geiselmann, Isidor von Sevilla und das Sakrament der Eucharistie (München 1933); J. Guillén, La Eucaristía en los Padres y escritores españoles, en España eucarística (Salamanca 1952) 23-39.
[105] Etymol. 6,19,38: PL 82,255; Solano, II 1209.
[106] Ibid.
[107] De Eccl. offic. 1,18,3: PL 83,755; Solano, II 1230.
[108] Sermo 4,4: PL 83,1225.
[109] Sermo 4,9: PL 83,1226.
[110] Isidoro interpreta también la cuarta petición del Padre nuestro, «el pan nuestro de cada día dánosle hoy», en sentido eucarístico (cf. De Eccl. offic. 1,18,7: PL 83,757).
[111] V. Martín-Pintado, J. M. Sánchez Caro, La gran oración eucarística (Madrid 1969); J. M. Sánchez Caro, Eucaristía e historia de salvación. Estudio sobre la plegaria eucarística oriental (Madrid 1983); B. Botte, Problèmes de l‘anaphore syrienne des apôtres Addai et Mari: L‘Orient Syrien 10 (1965) 89ss; E. C. Ratcliff, The Original Form of the Anaphora of Addai and Mari: Journ. Theol. Stud. 30 (1929) 23ss; J. M. Hanssens, La liturgie d‘Hippolyte (Roma 1959);C. H. Roberts-B. Capelle, An early Euchologion. The der Balizeh papyrus erlarged and reedited (Louvain 1949), F. E. Brightmann, Eastern Liturgies (Oxford 1896); E. Renaudot, Liturgiarum Orientalium Collectio I (Frankfurt 1897); F. X. Funk, Didascalia et Constitutjones Apostolorum (Torino 1962); B. ch. Mercier, La liturgie de S. Jacques (París 1948); A. Raes. Anaphorae syriacae (Roma 1940); H. Engberding, Das eucharistische Hochgebet der Basileosliturgie (Münster 1933). Gr. Dix, The Sbape of the liturgy (Westminster~41949); L. Maldonado, La plegaria eucarística (BAC, Madrid 1967); L. Bouyer, Eucaristía. Teología y espiritualidad de la oración eucarística (Barcelona 1969).
[112] L. Bouyer, o.c., 189-191.
[113] Ibid., 190.
[114] Ibid., 191.
[115] Ibid., 157.
[116] Ibid. 177.
[117] Cf. B Botte, o.c., 120 ss.
[118] Cf. L. Bouyer, o.c., 201.
[119] Ibid., 201-207.
[120] Ibid., 207.
[121] Ibid., 208.
[122] Ibid., 211. Esta liturgia, que expresa firmemente la presencia real del cuerpo y de la sangre de Cristo, llama también al pan y al vino consagrados figura del cuerpo y de la sangre de Cristo (cf. o.c., 210-211); pero, naturalmente, no podemos entender esta figura en sentido meramente simbólico en una anáfora en la que se pide al Logos que haga del pan su cuerpo y del vino su sangre.
[123] L. Bouyer, o.c., 265.
[124] Ibid., 273.
[125] Ibid., 281.
[126] Ibid., 287.
[127] Ibid., 294.
[128] C. Colombo, Ancora sulla dottrina della transustanziazione a la fisica moderna: Scuol. Cat. 84 (1956) 274.
[129] Ya en 1855, Pusey (cf. E. Pusey, The doctrine of the Real Presence as contained in the Fathers, Oxford 1855) objetó que verbos como transmutare, transferre, transelementare, los utilizan los Padres también para hablar de cambios accidentales y que, por lo tanto, cae el argumento patrístico de la conversión ontológica. Ciertamente, no podemos negar los ejemplos que aduce, pero en ellos el término ad quem es una cualidad o perfección accidental, mientras que en la conversión eucarística el término a quo y el término ad quem son dos realidades concretas que cambian, hasta el punto de que hay que decir que después de la conversión no existe la realidad del pan, sino otra distinta.
El mismo Ambrosio, que constantemente habla de cambio de naturaleza y apela al poder creativo de Dios, utiliza el término de transfigurar, que parece un vocablo más apropiado para designar un cambio de figura externa. En Ambrosio, en cambio, dicho verbo implica un cambio de la realidad. El mismo término de consagrar tiene un contenido ontológico en los Padres.
[130] Gerken (cf. Theologie der Euchartstie, München 1973), basándose en los estudios de Betz, aborda cl concepto de realidad-imagen, propio del platonismo, pues, según él, se emplea en la doctrina eucarística de los Padres. Para el mundo platónico, la verdadera realidad es la idea, respecto de la cual la imagen es una realización imperfecta. Nace así la idea de símbolo no como lo que remite a algo diferente de sí, sino como aquello que participa, aunque de forma deficiente, en la realidad original (o.c., 67-68). Esta concepción de símbolo se perdió en la Edad Media mediante la introducción de un concepto de signo que nos remite a una realidad diferente.
Gerken es consciente de que los Padres, al aplicar estos conceptos a la Eucaristía como memorial del sacrificio de Cristo, transforman la mentalidad platónica, pues entienden el binomio realidad-imagen en sentido dinámico y no estático: el sacrificio de Cristo es un hecho histórico que se actualiza en la imagen, que es la celebración eucarística en el hoy y aquí de la Iglesia.
Sin embargo, Gerken no ha sido suficientemente consciente de que también la presencia del cuerpo y de la sangre de Cristo en el pan y en el vino rompe el esquema platónico. Gerken entiende esta presencia como un acto de autopresentación por parte de Cristo glorioso en los dones de pan y vino, es Cristo glorioso que se expresa en ellos asumiéndolos (o.c., 74). Pero los Padres dicen algo más que esto: dicen que la Eucaristía es la carne de Cristo, y esto es afirmar la identidad de la realidad primordial con algo terreno.
A decir verdad, ya Gerken es consciente de que Cirilo de Alejandría tiene que enfrentarse con interpretaciones de un simbolismo vacío existente en su tiempo, de que Teodoro de Mopsuestia tiene otro concepto de símbolo al decir que Cristo no dijo: «Esto es símbolo de mi cuerpo», sino «mi cuerpo», y asimismo acusa a Ambrosio de haber perdido cl concepto platónico de imagen. Y sabe también que Agustín tiene una idea de signo como algo que encierra una realidad distinta e invisible (oc., 92-93).
[131] O.c., 72ss.
[132] Martelet resalta que San Agustín entiende la presencia de Cristo como localizada en el cielo, rechazando la ubicuidad de su cuerpo, so pena de comprometer la verdad del mismo y afirmando que Cristo vendrá en su parusía en la misma sustancia de su cuerpo (cf. G. Martelet, Résurrection, Eucharistie et Génèse de l‘homme [Paris 1972] 133ss.). J. H. Jorissen (cf. Die entfaltung der Transsubstantiationelehre bis zum Beginn der Hochscholastik [Münster 1965] 4-6) se ha preguntado a este respecto si la visión eucarística de Agustín no responde al modelo platónico de la participación del mundo sensible en la idea, con una presencia débil del cuerpo en el sacramento: Pues bien, el mismo Martelet sostiene que, de hecho, Agustín supera su propio platonismo al afirmar, de acuerdo con la Sagrada Escritura, que Cristo está verdaderamente en la Eucaristía (cf. o.c., 137).
Afirma también Martelet que esta localización de Cristo en el cielo será el obstáculo que impedirá a Ratramno, Berengario y otros afirmar la presencia de Cristo en la Eucaristía; pero de esto tendremos ocasión de hablar más adelante.
[133] J. R. Geiselmann, Die Eucharistielehre der Vorscholastik (Paderborn 1926); Id., Abendmahlsstreit: LThK 1,33ss; H. Jorissen, Die Entfaltung der Transsubstantiationlehre bis zum Beginn der Hochscholastik (Münster 1965); B. Neunheuser, L‘Eucharistie. Au moyen âge et à l‘époque moderne: H. Schamaus-A. Grillmeier-L. Scheffczyk, Histoire des dogmes (Paris 1966); W. Goossens, La doctrine de l‘Eucharistie à la fin de l‘antiquité et à l‘aube du haut Moyen-Âge: Eph. Theol. Lov. 11(1954) 610-616; F. Vernet, L‘Eucharistie de IX à la fin de XI siècle: DTC 5,1210-1233; J. Betz, Die Dogmengeschichte der Eucharistielehre: LThK 3,1149ss; G. Gliozzo, La dottrina della conversione eucaristica in Pascasio Radberto e Ratramno, monaci di Corbie (Palermo 1945); G. Zimara, Zur vorscholastis chen Anschauungen über die Eucharistie: Div. Thom. 19 (1941) 440-446; H. de Lubac,Corpus Mysticum. L ‘Eucharistie et l‘Église au Moyen Âge (Paris 21949).
[134] B. Neunheuser, o.c., 32.
[135] Ibid., 34.
[136] Ibid., 33.
[137] F. Vernet, oc., 1211.
[138] De Eccl. Offic., 3,35: PL 105; 1154-1155.
[139] Cf. H. de Lubac, o.c., 301ss.
[140] R. Ceillier, Histoire générale des auteurs sacrés et ecclésiastiques, XVIII (Paris 1752) 571.
[141] Cf. o.c., 303.
[142] Ibid., 304.
[143] Adversus Amalarium 2,5: PL 119,81.
[144] Epist. ad Guntardum: PL 105,1336-1339.
[145] Liber de corpore et sanguine Christi 1,2: PL 120,1269.
[146] La noción de sacramento que usa coincide con la de Isidoro y San Agustín. Sacramento es un signo visible que nos da otra cosa invisible, como escondida en ella y secreta (2,1: PL 120,1275).
[147] 1,5; 120,1271.
[148] 2,2; 120,1274.
[149] 8,2; 120,1287.
[150] 4,1; 120,1278.
[151] 4,2; 120,1279.
[152] 4,1; 120,1277.
[153] 9,1; 120,1293.
[154] 8,1; 120,1346.
[155] 14,120,1316ss.
[156] De corpore et sanguine Christi 5: PL 121.129-130.
[157] 8; 121,130.
[158] 12; 121,132.
[159] 13; 121,133
[160] 28; 121,139.
[161] 29; 121,140.
[162] 33ss; 121, 141ss.
[163] 71; 121,155.
[164] 76; 121,160.
[165] 87;121,163-164.
[166] 89; 121,165.
[167] Dicta cuiusdam sapientis de corpore et sanguine Domini adversus Radbertum: PL 112,1510-1518.
[168] Paenitentiale 33; PL 110,493.
[169] Expositio Super ierarchiam caelestem 1: PL 122,140.
[170] F. Bernet, o.c., 1217-1218.
[171] Epist. de corpore et sanguine Domini ad Frudegardum: PL 120,1351-1356.
[172] B. Neunheuser, o.c., 45.
[173] Gerken ha mantenido que la problemática de esta controversia responde a una concepción cosista de la Eucaristía, propia de los pueblos germánicos y bárbaros, desconocedores de la filosofía patrística y de su perspectiva (o.c., 97ss). Es el realismo cosificante contra el realismo simbólico de los Padres. Gerken acusa a Pascasio y Ratramno de no tener el sentido histórico del acontecimiento, de haber perdido el concepto de anámnesis y el verdadero concepto patrístico de imagen y de introducir un concepto de signo que no participa ya de la realidad, sino que hace referencia a una realidad diferente.
Pensamos sinceramente que la valoración de Gerken no es justa y que responde a una generalización. Recordemos en primer lugar que Pascasio, en su distinción de signo que encierra una realidad diferente, está usando el concepto de sacramento de Agustín. Al igual que Ratramno, como veremos más adelante, mantiene el concepto de memorial en sentido pleno y entiende, además, el cuerpo eucarístico de Cristo como origen del cuerpo que es la Iglesia. En él aparece el mismo simbolismo eclesial que en Agustín.
Ahora bien, no se puede acusar a Pascasio de perder el concepto platónico de imagen, cuando los mismos Padres lo superaron al afirmar que algo visible y terreno es el cuerpo de Cristo, el mismo cuerpo que nació de María; cosa que no se puede decir de una imagen platónica, realización inferior y débil de la realidad primordial. Es por la fuerza de esa identificación por lo que los Padres han advertido que mientras lo que perciben los sentidos sigue igual, la inteligencia, iluminada por la fe, nos habla de otra realidad: el cuerpo de Cristo. Así, pues, la contraposición de signo y realidad la realizan los mismos Padres. Es la peculiaridad de este sacramento lo que les obliga a distinguir el signo de la realidad.
Otra interpretación inadecuada de la controversia es la presentada por Martelet. Dice que la distinción de Ratramno entre cuerpo histórico de Cristo y cuerpo espiritual eucarístico se debe a la dificultad de que el cuerpo histórico de Cristo, localizado en el cielo por la ascensión, no puede entrar en la Eucaristía (cf. o.c., 139). Por nuestra parte, podemos decir que en ninguna parte del texto hemos encontrado esta problemática. Ratramno, al igual que Radberto, se pregunta si en la Eucaristía está presente el mismo cuerpo que nació de María, murió y resucitó, y, puesto que con su concepto empírico de verdad constata que el cuerpo de Cristo en la Eucaristía no se ve, deduce que en la Eucaristía hay otro cuerpo. Esto es todo. La resurrección no juega un papel clave.
[174] F. Vernet, Bérenger de Tours: DTC 2,729ss; Id., L‘Eucharistie à la fin de XI siècle: DTC 5,1209-1233; B. Neunheuser, o.c., 46-55; P. Batiffol, o.c.; R. Heurtevent, Durand de Troarn (París 1912); A. J. McDonald, Berengar and the Reform of Eucharistic Doctrine (London 1930); L. C. Ramirez, La controversia eucarística en el siglo XI: Berengario de Tours a la luz de los contemporáneos (Bogotá 1940); C. E. Sheedy, The eucharistic controversy of the eleventh century (Washington 1947); L. Höld, Die Confessio Berengarii von 1059: Schol. 37 (1962) 370-394; J. M. McCue, The doctrine of transsubstantiation from Berengar through Trent. The point at issue: Harv. Theol. Rey. 61(1968) 385-430.
[175] De sacra Coena (ed. Vischer, Hildesheim-New York 1975) 100.
[176] Lanfranco, De corpore et sanguine Domini adversus Berengarium 7: PL 150,416-417.
[177] Cf. F. Vernet, oc., 729; L. Höld, oc., 380ss.
[178] Así dice en De sacra Coena: «Afirmamos que una parte de la carne de Cristo (Berengario atribuye a sus enemigos esta doctrina de una «parte de la carne») está en el altar, lo cual no puede ser, a no ser que el cuerpo de Cristo sea partido en el cielo y una partícula de él sea llevada al altar» (cf. De sacra Coena 200).
[179] PL 142,1327.
[180] Cf. F. Vernet, o.c., 73 1-732.
[181] Ibid., 732.
[182] De sacra Coena 248.
[183] Epist. ad Ascelinuns: PL 150,66.
[184] Lanfranco, De corpore et sanguine Domini 6 y 7: PL 150,416.418.
[185] Ibid.
[186] Ibid., 21: PL 150,439.
[187] Cf. F. Vernet, oc., 735.
[188] Ibid., 732.
[189] Ibid., 736.
[190] D 690.
[191] R. Geiselmann, oc., 331 nt.1.
[192] D 700.
[193] R. Geiselmann, o.c., 364ss.
[194] Lanfranco, De corpore et sanguine... 10; PL 150,430.
[195] Ibid.; PL 150,420.
[196] De corporis et sanguinis Christi ventate in Eucharistia 2: PL 149,1450; 3; PL 149,1467; 3; PL 149,1481.
[197] B. Neunheuser, oc., 52.
[198] J. A. Chollet, La doctrine de l‘Eucharistie chez les scolastiques (París 1905) 32.
[199] J. DE Ghellinck, L‘Eucharistie du XII siècle en Occident: DTC 5/2, 1233-1302; B. Neunheuser, o.c., 57-81; J. R. Geiselmann, Zur Eucharistielehre der Frühscholastik: Theol. Rev. 29 (1930) 1-12; D. Dumoutet, La théologie de l‘Eucharistie à la fin du XII siècle. Le témoignage de Pierre le Chantre d‘après la Summa de sacramentis: Arch. Hist. Doctr. Lit. Moy. 14 (1943-1945) 181-262; D. van der Eynde, Le tractatus de sacramento altaris faussement attribué à Etienne de Bange: Rech. Théol. Anc. Méd. 191 (1952) 225-243; P. Browe, Die Verehrung der Eucharistie im Mittelalter (München 1933).
[200] J. De Ghellinck, oc., 129ss.
[201] P. Browe, O.C., 17.
[202] Ibid., 28-29.
[203] B. Neunheuser, o.c., 81.
[204] G. de Ghellinck lo atribuía a Étienne de Bangé (cf. oc., 1290); pero Van der Eynde (cf. o.c., 225-243) ha demostrado que no pertenece a este autor la obra que se le atribuía, Tractatus de sacramento altaris.
[205] De sacramentis christhianae fidei 2,8: PL 176,467.
[206] 2,9: PL 176,468.
[207] In Sent. IV d.10,4: PL 192,861.
[208] In Sent. IV d.11,1: PL 192,862.
[209] «Si autem quaeritur de accidentibus quae remanent, id est, de speciebus et sapore et pondere, in quo subiecto fundentur, potius mihi videtur fatendum existere sine subiecto, quam esse in subiecto, quia ibi non est substantia, nisi corporis et sanguinis domini, quae non afficitur illis accidentibus. Non enim corpus Christi talem habet in se formam, sed qualis in iudicio aparebit. (In Sent. IV d.12,1: PL 192,864).
[210] D 783.
[211] De sacro altaris mysterio 4,7: PL 217,860-861.
[212] F. Clark, De sacrificio eucharistico (Romae 1964-65) 86.
[213] Cf. B. Neunheuser, o.c., 61ss; J. de Ghellinck, oc., 1271ss.
[214] De sacramentis fidei christianae 2,8: PL 176,470-471.
[215] Sententiae (Ed. A. Gietz, 1891) 229-230.
[216] In Sent. IV d.9: PL 192,858.
[217] In Sent. IV d.12,5: PL 192,865.
[218] Conciliorum oecumenicorumdecreta (Bologna 31973) 228.
[219] E. Friedbeg, Corpus zuris canonici II (Leipzig 21955) 5.
[220] D 802.
[221] B. Augier, La transsubstantiation selon S. Thomas d‘Aquin: Rey. Scienc. Phil. Théol. 17 (1938) 427-459; A. Bassani, De transsubstantiatione ad mentem S. Thomae Aquinatis (Firenze 1913); L. Billot, De Ecclesiae sacramentis I (Roma 61924); V. M. Cachia, De natura transsubstantiationis iuxta S. Thoman et Scotum (Romae 1929); M. de la Taille, Mysterium fidel (Paris 1921) 13 c.4; E. Mangenot, Eucharistie du XIII au XV siècle: DTC 5,1302-1320; F Orozco, La explicación de Santo Tomás sobre la presencia del cuerpo de Cristo en la Eucaristía «per modum substantiae» (Romae 1943); A. Piolanti, Il mistero eucaristico (Vaticano 31983) 241-250; A. Zychlinski, Sincera doctrina de conceptu transsubstantiationis iuxta principia S. Thomae Aquinatis: Cienc. Tom. (1924) 28-65,222-244; 3. Puig de la Bellacasa, De Transubstantiatione secundum S. Thomam (Barcelona 1926); A. Bertuletti, La presenza di Cristo nel sacramento dell‘Eucaristia (Roma 1969) 133-185; M. Cuervo, La transustanciailón según Santo Tomás y las nuevas teorías físicas: Cienc. Tom. 84 (1957) 2183-344; H. Meyer, Die Wissenschaftlehre des Thomas von Aquin (Fulda 1934); B. Neunheuser, o.c., 81ss; A. Verhamme, Doctrina S. Thomae de transsubstantiatione: Col. Brug.
32 (1935) 269-276.
[222] III q.75 a.1.
[223] q.75 a.2.
[224] Contra Gent. 4,64.
[225] III q.75 a.2.
[226] III q.75 a.3.
[227] III q. 75 a.4 ad 3.
[228] III q.76 a.5.
[229] «Et ideo relinquitur quod accidentia in hoc sacramento manent sine subiecto. Quod quidem virtute divina fieri potest. Cum enim effectus magis dependeat a causa prima quam a causa secunda, potest Deus, qui est prima causa substantiae et accidentis, per suam infinitam virtutem conservare in esse accidens substracta substantia, per quam conservatur in esse sicut per propriam causam...» (III q.77 a.1).
[230] Contr. gent. 4,64.
[231] «Ex vi sacramenti huius est in altari substantia corporis Christi, quantitas autem dimensiva eius est ibi concomitanter et quasi per accidens, ideo quantitas dimensiva corporis Christi est in hoc sacramento, non secundum proprium modum, ut scilicet partibus; sed per modum substantiae, cuius natura est tota in toto et tota in qualibet parte» (III q.76 a.4).
[232] II q.80 a.4.
[233] W. Lampen, La dottrina della transubstanziazione secondo D. Scoto: Stud. Franc. 10 (1924) 127-132; A. Vellico, De transsubstantiatione iuxta D. Scoturn: Ant. 5 (1930) 301-332; V. Stroff, De natura transsubstantia tionis iuxta D. Scotum (Quaracchi 1936).
[234] In Sent. IV d.11 q.1 n.4.
[235] In Sent. IV d.1 q.3 n.10.
[236] Desmonta las dificultades de Santo Tomás contra la consustanciación (In Sent. IV d.1 q.3 n.9) y responde a Santo Tomás, diciendo que, filológicamente hablando, el hoc no designa necesariamente a los accidentes (cf. ibid., n.13). Y dice sobre la consustanciación que es más razonable «quia ponenda sunt pauciora miracula, quantum possibile est, sed ponendo panem manere suis accidentibus et corpus Christi ibi esse, pauciora ponuntur miracula quam ponendo panem ibi non esse, nam tunc non poneretur aliquod accidens sine subjecto» (In Sent, IV d.1 q.3 n.3).
[237] In Sent. IV d.1 q.3 n.3.9.13-15.
[238] Reportata parisiensia 4 d.11 q.10 n.6.
[239] In Sent. IV d.10 q.1 n.12-15.
[240] In Sent. IV d.10 q.3 n.2 y 7.
[241] D 846-847.
[242] Cf. B. Neunheuser, oc., 93.
[243] D 860.
[244] B. Neunheuser, o.c., 95ss; E. Iserloh, Gnade und Eucharistie in der philosophischen Theologie des W. von Ockham (Wien 1959); E. Mangenot,Eucharistie du XIII au XV siècle: DTC 5/2, 1303-1326; F. Jansen, Eucharistiques accidents: DTC 5/2,1394-1416; G. N. Buescher, The Eucharistic Teaching of W. Ockham (Washington 1950); L. Cristiani, Wyclif: DTC 15,3601-3605.
[245] B. Neunheuser, o.c., 101.
[246] In Sent. IV q.6. «Primus modus potest teneri, quia non repugnat rationi nec alicui auctoritati bibliae et est rationabilior et facilior et tenendum inter omnes modos, quia pauciora inconvenientia sequuntur ex eo quam ex aliquo alio modo. Quod patet quia inter omnia inconvenientia, quae ponuntur sequi ex illo sacramento, maius est, quod accidens sit sine subiecto» (In Sent. IV q.6).
[247] Quodl. 4 q.30.
[248] Ibid., q.31.
[250] De captitivate babylonica (Ed. Weimar VI 508).
[251] Cf. oc., 1394.
[252] In Sent. IV d.1 q.3.
[253] Cf. L. Cristiani, o.c., 3601.
[254] L. Cristiani, o.c., 3601-3602.
[255] De Eucharistia Tractatus maior (ed. Loserth) 139.
[256]Serm. 24, en Sermones I (ed. Loserth) 169.
[258] Cf. B. Neunheuser, o.c., 105-106.
[259] D 1151-1153.
[260] D 1199.
[261] Mansi, XXXVII 634. Tampoco Martín V en la bula Inter cunctas las califica a todas de heréticas, sino que dice que algunas son «heréticas, otras erróneas, otras temerarias o sediciosas y otras ofensivas a los píos oídos» (D 1251). No se especifica, pues, la nota que corresponde al accidens sine subiecto, si bien merece una de las censuras mencionadas.
Jansen, en el estudio sobre el tema, dice que la segunda proposición de Wiclef es errónea y que sería herética en la medida en que implicara la negación de la transustanciación (cf. F. Jansen, o.c., 141).
De hecho, en cl cuestionario que presenta la bula a los seguidores de Wiclef y Hus, los números 16 y 17 (D 1256-1257), que son los que hablan de la Eucaristía, hacen referencia a que en la Eucaristía después de la consagración no quedan el pan y el vino material bajo el signo de pan y vino, sino el cuerpo y la sangre de Cristo y, junto con ellos, Cristo entero en cada hostia y en cada parte de ella. No se les pregunta para nada a los seguidores de Wiclef sobre el accidens sine subiecto. Esto quiere decir que no tiene el mismo valor que la doctrina de la conversión sustancial y la presencia de Cristo entero en cada especie. De hecho, el magisterio posterior, mientras destaca estas verdades, nunca alude al accidens sine subiecto.
[262] D 1199.
[263] E. Mangenot, o.c.., 1324.
[264] Compárese con el texto de Santo Tomás: «nam virtute praedictorum verborum panis convertitur in corpus Christi, et vinum in sanguinem, ita tamen quod totus Christus continetur sub speciebus panis, quae remanent sine subiecto, et totus Christus continetur sub speciebus vini; et sub qualibet parte hostiae consecratae, vini consecrati, separatione facta, est totus Christus» (De ecclesiae sacramentis. St. Thomae: Opera omnia 36 [Stuttgart 1980] 636).
[265] D 1321.
[266] F. Clark, Eucharistic sacrifice and the Reformation (Chulmleigh 21981); L. Cristiani, Le deviazioni dottrinali sull‘Eucaristia in seno al protestantesimo, en A. Piolanti, Eucaristia. Il mistero..., 533-553; E. Bizer, Studien zur Geschichte des Abendmahlsstreits im 16 Jahrhundert (Gütersloh 1940); Y. T. Brilioth, Eucharistic faith and practice, evangelical and catholic (London 1930); L. Godefroy, L‘Eucharistie d‘après le concile de Trente: DTC 5,1326-1356; H. Grass, Die Abendmablslebre bei Luther und Calvin (Gütersloh 21954); A. Michel, Ubiquisme: DTC 15,2034-2048; T. Sartory, Die Eucharistie im Verständnis der Konfessionen (Recklinghausen 1961); J. Dedieu, La dogmatique eucharisti que chez les Reformés, en M. Brillant, Eucharistie (Paris 1934) 207-220; L. Cristiani, Luther tel qu‘il fut (Paris 1955); ID., Calvin tel qu‘il fut (Paris 1955); E. Iserloh, Die Eucharistie in der Darstellung des J. Eck (München 1950); J. Tylenda, A Study of the eucharistic Theology of J. Calvin (Roma 1964); A. Zigrossi, L‘Eucaristia nel magistero della Chiesa, en A. Piolanti, Eucaristia. Il mistero 195-200; J. Pollet, Zuinglianisme, Eucharistie: DTC 15/1, 2825-3842.
[267] De captivitate babylonica (ed. Weimar VI 504).
[268] Ibid. (ed. Weimar VI 508).
[269] Ibid.
[270] Ibid. (ed. Weimar VI 509).
[271] Ibid.
[272] Ibid. (ed. Weimar VI 509-510).
[273] Ibid. (ed. Weimar VI 511-512).
[274] Lutero escribe el Sermón sobre el sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo contra los fanáticos (1526); Que la palabra de Cristo: «Esto es mi cuerpo» se mantenga sobre los fanáticos (1527); Confesión sobre la carne de Cristo (1528). Se tuvo un coloquio en Marburgo (1529), pero sin resultado alguno.
[275] Cf. L. Godefroy, o.c., 1352.
[276] Art.6 de la p. 3.a (ed. Weimar L 242).
[277] Ibid. (ed. Weimar L 243).
[278] Cf. Le deviazioni... 540.
[279] Amica exegesis: Opera omnia (ed. Schuler y Schulthess, Zürich 1828ss) III 553.
[280] Petit traité: Opera omnia (ed. G. Baum, E. Cunitz, E. Reuss, Brunsvigae 1863) 5,438.
[281] Institution de la religion chrétienne IV 17,7.8.9.24: Opera omnia 4,983 ss.
[282] Ibid., IV 17,20: Opera omnia 4,1004 ss.
[283] Ibid., IV 17,19: Opera omnia 4,1002.
[284] Ibid., IV 7,32: Opera omnia 4,1028.
[285] J. De Baciocchi, L‘Eucharistie (Tournai 1961) 89.
[286] B. Neunheuser, o.c., 109ss; L. Godefroy, L‘Eucharistie d‘après le concile de Trente: DTC 5,1326-1356; A. Verhamme, Genesis de transsubstantiatione in concilio tridentino: Col. Brug. 35 (1935) 140-149; H. Jedin Mysterium Fidei. El primer debate sobre la Eucaristia, en Historía del concilio de Trento III (Pamplona 1975) 59-85; Id., Mysterium Fidei: El decreto sobre la Eucaristía de la sesión XIII en, ibid., 403-435; A. Zigrossi, L‘Eucaristia nel magistero della Chiesa, en A. Piolanti, Eucaristia. Il mistero... 200-209; A. Michel, Les décrets du concile de Trente (Paris 1938); S. Pallavicino, Storia del concilio di Trento (Roma 1946); J. Hefele-A. Leclercq, Histoire des conciles (Paris 1907ss); A. Duval, Le concile de Trente et le culte eucharistjque, en Studia eucharistica (Anversa 1946) 379-414; J. M. Rovira Belloso, La doctrina de Trento sobre la Eucaristía (Barcelona 1975); J. Wohlmuth, Real präsenz und Transsubstantiation im Konzil von Trient. Canones 1-4 der Session XIII (Bern-Frankfurt 1975); K. Rahner, La presencia de Cristo en el sacramento de la cena del Señor, en Escritos de teologia IV (Madrid 1964) 367-396; E. Schillebeeckx, La presencia de Cristo en la Eucaristía (Madrid 21970) 27ss; G. Ghysens, Présence réelle eucharistique dans les définitions de l‘Église catholique: Irénikon 32 (1959) 420-435; E. Gutwenger, Das Geheimnis der Gegenwart Christi in der Eucharistie: Zeit. Kath. Theol. 88 (1966) 185-197; ID., Substanz und Akzidens in der Eucharistielehre: Zeit. Kath. Theol. 83 (1961) 257-306; J. F. McCue, The doctine of transsubstantiation from Berengar through the council of Trent, en Lutherans and Catholics in dialogue III (New York-Washington 1967) 89-124.
[287] CT V 896ss.
[288] CT V 1008.
[289] Así lo observa G. Ghysens (cf. o.c.). Los dos puntos de discusión fueron sobre todo la comunión bajo las dos especies y la necesidad de la confesión antes de la comunión.
[290] L. Godefroy, o.c., 1327.
[291] La disparidad viene también a propósito de si Jn 6 tiene o no carácter eucarístico. Aunque la mayoría defendía el sentido eucarístico, no se con siguió nunca la unanimidad. A ello contribuía la opinión que Cayetano había mantenido en contra, así como el temor de que, si se aceptaba el sentido eucarístico, se argumentara que el uso de las dos especies para los laicos es de derecho divino.
[292] CT V 1007ss.
[293] Cf. H. Jedin, o.c., 82.
[294] CT VI/1 124.
[295] CT VI/1 139.
[296] Cf. H. Jedin, o.c., 84.
[297] CT VII/1 111-114.
[298] Cf. H. Jedin, o.c., 411.
[299] Cf. H. Jedin, o.c., 411.
[300] «Monuit tamen esse admitendum qua forma iste articulus damnetur, quia licet in cap. Firmiter de ipsa transsubstantiatione fiat mentio, tamen illa non videtur pertinere ad fidem, ut pari modo dicitur de natura angelorum... Haereticum autem eum esse credit, qui asserit panem non converti in corpus Christi» (VII/1 125). Como se ve, según la opinión de M, Cano, es hereje el que niega la conversión sustancial, no el que niega el término de transustanciación. Por ello no acertamos a comprender cómo se puede decir que hasta el decreto del concilio de Trento la consustanciación era una cuestión abierta, como dice Gesteira (cf. o.c., 507).
[301] CT VII/1 143ss.
[302] Cf. L. Godefroy, oc., 1332.
[303] Cf. H. Jedin, o.c., 412.
[304] VII/1 151.
[305] Cf. L. Godefroy, oc., 1334.
[306] Ibid., 1336.
[307] Cf. H., Jedin, o.c., 425.
[308] Ibid.
[309] Conc. Trid., ses. 13. Prooemium (D 1635).
[310] Ibid., can.1 (D 1651).
[311] Ibid, cap.1 (D 1637).
[312] Ibid.
[313] Ibid., cap.1 (D 1636).
[314] Ibid., can.3 (D 1653).
[315] Ibid., can.4 (D 1654).
[316] Ibid., cap. 3 (D 1639-1640).
[317] Ibid. cap.2 (D 1652).
[318] Ibid. cap.4 (D 1642).
[319] Ahora se puede ver el alcance de la intervención de Melchor Cano.
[320] Ibid., can.6 (D 1656).
[321] Ibid., cap.5 (D 1643).
[322] Ibid., can.11 (D 1661).
[323] Ibid., cap.7 (D 1647).
[324] Cf. B. Neunheuser, oc., 122.
[325] Ibid. cap.2 (D 1638).
[326] Cf. J. A. Sayes, La presencia real de Cristo en la Eucaristía (BAC, Madrid 1976) 171-176.
[327] K. Rahner, La presencia de Cristo en el sacramento...
[328] E. Schillebeeckx, La presencia de Cristo en la Eucaristía 27ss.
[329] L. Godefroy, o.c., 1349. Lo mismo dice Ghysens (o.c., 427).
[330] Sobre la escuela de Salamanca véase el excelente trabajo de J. Aljibe Yeti, La presencia real de Cristo en la Eucaristía en Vitoria y Báñez: Burgense 21(1980) 41-107.
[331] Entre las teorías postridentinas podemos señalar la de Berlamino, Suárez y Descartes. Belarmino se presenta como defensor de una teoría según la cual Dios destruye la sustancia del pan y en su lugar aporta la sustancia del cuerpo de Cristo. Este no es producido de nuevo, puesto que ya existe; se trata, más bien, de una acción que, sin movimiento local, aporta el cuerpo de Cristo, que antes existía sólo en el cielo, situándolo bajo las especies por medio de una cierta unión que excluye la inherencia propia de los accidentes. Esta posición es ortodoxa, pero concede demasiado a la imaginación espacial, si la comparamos con la doctrina de Santo Tomás, el cual ya rechazó en su tiempo algo parecido.
La teoría de Belarmino, en cuanto habla no de producir, sino de aducir el cuerpo de Cristo, aportándolo al lugar que ocupaba previamente la sustancia de pan aniquilada, ha sido conocida como teoría de la aducción (cf. Belarmino, De sacramento Eucharistiae III 18).
Suárez defiende la teoría que se ha venido en llamar teoría de la reproducción. Entiende la transustanciación en virtud de una doble acción de Cristo. Una primera acción afecta a la sustancia de su cuerpo, no en el sentido de que lo cree (pues ya existe), sino en el sentido de conservarlo. Asimismo, la segunda acción afecta a la sustancia de pan no para aniquilarla directamente, sino para conceder a los accidentes que existan por sí mismos. Esta doble acción (conservación de la sustancia del cuerpo de Cristo y concesión a los accidentes de propia subsistencia) es simultánea, y por ello la sustancia del cuerpo de Cristo se relaciona con los accidentes de pan y vino como fruto de esta doble acción (cf. Comentario a la Suma III disp.50).
Como dice De Baciocchi, Suárez no ha escapado al fisicismo sino para caer en el verbalismo (cf. oc., 92). Es difícil concebir unos accidentes que subsistan en sí mismos y parece superflua la acción tendiente a conservar la sustancia del cuerpo de Cristo.
Con Descartes entramos en una problemática nueva, dada su concepción de la sustancia. Sabido es que, para Descartes, la extensión constituye la sustancia de los cuerpos. La sustancia, por lo tanto, es inseparable de los accidentes y, por consiguiente, se pone en cuestión la tesis tridentina: ¿cómo se puede hablar de transustanciación, si en la Eucaristía permanece la extensión? Por ello, Descartes entiende la transustanciación de otro modo: Así como en la asimilación de los alimentos las partículas digeridas son informadas por el alma, así en la Eucaristía las partículas de pan y vino, permaneciendo las mismas, son como informadas, de modo milagroso, por el alma de Cristo (cf. Lettres au Père Mesland [Ed. Adam Tannery] IV 162-175.345-348).
Como vemos, la teoría de Descartes viene a ser una especie de impanación. Será seguida, sin embargo, por los PP. Desgabets y Maignan.
Apuntemos, finalmente, la teoría de Bayma, que fue censurada por el Santo Oficio (D 3121-3124), y la de Rosmini, asimismo censurada (D 3230-3232).
[332] Una bibliografía sobre toda la problemática del siglo xx puede encontrarse en J. A. Sayés, Presencia real de Cristo y transustanciación. La teología eucarística ante la física y la filosofía modernas (Burgos 1974); Id., La presencia real de Cristo en la Eucaristía (Madrid 1976).
[333] Como representante de la concepción metafísica del hilemorfismo: M. de Munnynck, L‘hilémosfisme dans la pensée contemporaine: Div. Thom. 6 (1928) 154-176; B. Krempel, Widerstreitet die Elektronenlehre dem Hylemorphismus?: Div. Thom. 13 (1935) 219-223. Como representantes de la otra perspectiva puede verse: A. Mitterer, Einführung in die Philosophie (Bressanone 1929); Id., Wandel des Weltbildes von Thomas auf heute, 2 Bänder: I, Das Ringen der alten Stoff-Form-Metaphysik mit der heutigen Stoff-Physik (Innsbruck 1935); II, Wesensartwandel und Artensystem der physikalischen Korverwelt (Bressanone 1936); Id., Profanwissenschaft als Hilfswissenschaft der Theologie: Zeit. Kath. Theol. 60 (1936) 241-244; Id., Thomasische und neuthomistische Wissenschaftlehre: Theol. Prakt. Quart. 89 (1936) 319-324; H. Meyer, Die Wissenschaftslehre des Thomas von Aquin (Fulda 1934).
[334] F. Selvaggi, Il concetto di sostanza nel dogma eucaristico in relazione alla fisica moderna: Greg. 30 (1949) 43.
[335] Estos son los escritos de la polémica: F. , Selvaggi, Il concetto di sostanza (ya citado); Realtà fisica e sostanza sensibile nella dottrina eucaristica: Greg. 37 (1956) 16-33; Ancora intorno ai concetti di «sostanza sensibile» e «realtà fisica»: Greg. 38 (1957) 503-514. Por parte de C. Colombo: Teologia, filosofia e fisica della dottrina della transustanziazione: Scuol. Cat. 83 (1955) 9-124; Ancora sulla dottrina della transustanziazione e la fisica moderna:Scuol. Cat. 84 (1956) 263-288; Bilancio provvisorio di una discussione eucaristica: Scuol. Cat. 88 (1960) 23-55.
La polémica tuvo matices diversos. Mientras que Colombo defendía que el concepto dogmático de sustancia tiene un alcance metafísico, Selvaggi mantenía que los conceptos dogmáticos de sustancia y accidente tienen un valor indeterminado y vago. En el campo filosófico, la diferencia era también clara: para Colombo, se puede y debe distinguir una respectiva autonomía de lo metafísico y lo físico. En cambio, Selvaggi dice que tal distinción sólo se puede hacer en abstracto; en la realidad concreta, física y metafísica están mutuamente implicadas. Por ello defiende un sentido de física de alcance ontológico; cuando habla de cambio físico, no lo entiende en el sentido de la física experimental.
La intención de Selvaggi, por lo tanto, es clara. No quiere decir que la transustanciación sea experimentable; habla de física en un sentido ontológico. Ahora bien, al identificar ese nivel con los protones, etc., el cambio tendría que ser experimentable. Salvamos, pues, su intención, pero no podemos aceptar el tenor literal de su conocida conclusión.
[336] F. Unterkircher, Zu einigen Problemen der Eucharistielehre (Innsbruck 1938); L. Baudiment, Notre Seigneur, n’est-il present que’une fois dans l’hostie?: Rey. Apol. 65 (1937) 546-561; A. Maltha, Cosmología circa transsubstantiationem: Ang. 16 (1939) 305-334; J. T. Clark, Physics, Philosophy, Transsubstantiation. Theol. Stud. 12 (1951) 24-51; A. Piolanti, Il mistero eucaristico (Firenze 1955) 174 n.2; A. Due, Las especies eucarísticas y las teorías físicas modernas: Pens. 13 (1957) 347-352; J. Colomina Torner, ¿Puede la filosofía de la naturaleza escolástica explicar la transustanciación eucarística?: Rev. Esp. Teol. 18 (1958) 167-186; W. Büchel, Quantenphysik und naturphilosophischer Substanzbegriff: Schol. 33 (1958) 161-185; J. Filo-Grassi, De sanctissima Eucharistia (Roma 61957) 207-216.
[337] J. Ternus, «Dogmatische Physik» in der Lehre vom Altarsakrament: Stim. d. Zeit. 132 (1937) 220-230; Ch. Journet, La Messe, Présence du sacrifice de la croix (Bruges 1957) 183-250; J. Fellermeier, Das Dogma der Transsubstantiation und die Krise des Substanzbegriffes der modernen Naturwissenschaft: Neu. Ord. 3 (1949) 167; J. Coppens, Mysterium Fidei: Eph. Théol. Lov. 33 (1957) 483-506; H. Bouëssé, La présence du Christ dans l‘Eucharistie: Rey. Thom. 56 (1956) 620-640; M. Cuervo, La transustanciación según Santo Tomás y las nuevas teorías físicas: Cien. Tom. 84 (1957) 283-344. R. Masi tuvo una teoría intermedia (cf. J. A. Sayés, La presencia real 17ss).
[338] Cf. J. A. Sayés, La presencia real... 21ss.
[339] Cf.p.176ss.
[340] E. Hugon, La sainte eucharistie (Paris 1924) 167.
[341] Cf. J. A. Sayés, Presencia real y transustanciación... 102-106.
[342] A. Piolanti, con el título Simbolismo e ubiquismo eucaristico secondo la «nuova teologia», en Il mistero eucaristico (Firenze 1955) 251-264, aporta grandes párrafos del opúsculo con el fin de mostrar él mismo que no adultera el pensamiento del anónimo. Los párrafos citados se encuentran en la lengua original y son abundantes, suficientes para captar el pensamiento del autor.
En relación al autor del anónimo véase también R. Garrigou-Lagrange, La nouvelle théologie où va-t-elle?: Ang. 23 (1946) 139-141.
[343] F. Leenhardt, Ceci est mon corps. Explication de ces paroles de Jésus-Christ (Paris-Neuchâtel 1955); ID., La présence eucharistique: Irénikon 33 (1960) 146-172.
[344] J. De Baciocchi, Les sacrements, actes libres su Seigneur: Nouv. Rey. Théol. 73 (1951) 681-706; Id., Le mystère eucharistique dans les perspectives de la Bible: Nouv. Rev. Théol. 77 (1955) 561-580; Id., Présence eucharistique et transsubstantiation: Irénikon 32 (1959) 139-164.
[345] B. Welte, Zum Vortrag von A. Winkihofer. Zum Referat von L. Schefficzyk, en M. Schamaus, Aktuelle Fragen zur Eucharistie (München 1960) 184-195; J. Möller, De transsubstantiatie: Ned. Kath. Stem. 56 (1960) 2-14; Id., Existentiaal en kategoriaal denken: Ned. Kath. Stern. 56 (1960) 166-171; P. Schoonenberg, De tegenwoordigheid van God: Verbum 26 (1959) 23-27; Id., De tegenwoordigheid van Christus: Verbum 26 (1959) 148-157; Id., Eucharistische tegenwoordigheid: Verbum 26 (1959) 194-205; Id., Een terugblik: ruimtelijke, persoonljke en eucharistische tegenwoordigheid: Verbum 26 (1959) 314-327; Id., Eucharistische tegenwoordigheid: De Heraut 95 (1964) 333-336; Id., Tegenwoordigheid: Verbum 31 (1964) 395-415; ID., Nogmaals: Eucharistische tegenwoordigheid: De Heraut 96 (1965) 48-50; Id., ¿Hasta qué punto está históricamente determinada la doctrina de la transustanciación?: Conc. 3 (1967) 2,86-100; L. Smits, Vragen rondom de Eucharistie (Roermond-Maaseik, 1965); Ch. Davis, Penetrando en el sentido de la presencia real, en AA.VV., Las cuestiones urgentes de la teología actual (Madrid 1970) 223-251; E. Schilebeeckx, La presencia de Cristo...; Id., Transustanziazione, transfinalizazione, transignificazione: Riv. Past. Lit. 4 (1966) 227-248.
[346] Para un detallado estudio véanse nuestras obras citadas en nt.331.
[347] Cf. J. A. Sayés, Presencia real y transustanciación 160ss.
[348] cf. J. A. Sayés, La presencia real... 9Oss.
[349] E. Schillerbeeckx, La presencia real... 175-176.
[350] A. Gerken, Theologie der Eucharistie (München 1973).
[351] F. X. Durrwell, L‘Eucharistie, présence du Christ (Paris 1971); Id., Eucaristía, sacramento pascual (Salamanca 1982). cf. también G. Martelet,(Paris 1972). Résurrection, Eucharistie et Génèse de l‘homme
[352] AAS 42 (1950) 570-571.
[353] Ibid., 566.
[354] AAS 48(1956) 711-725.
[355] AAS 57 (1965) 383.
[356] Ibid., 588.
[357]
[358] Ibid., 757.
[359] Ibid., 758.
[360] Ibid., 764.
[361] Ibid., 765.
[362] Ibid., 766.
[363] Ibid., 766.
[364] AAS 60 (1968) 433-445.
[365] Cf. J. A. Sayés, La presencia real... 191ss.
[366] Sobre el alcance magisterial del Credo véase C. Pozo, El Credo del Pueblo de Dios. Comentario teológico por C. Poco (BAC, Madrid 1968).
[367] AAS 60 (1968) 442.
[368] Ibid., 442.
[369] Ibid., 442-443.
[370] Conc. Trid., Ses.14 cap.4 (D 1642).
[371] Cf. P. L. Carle, Consubstantiel et transsubstantiation (Bordeaux 1974).
[372] N.d.R.: esto explica que la mayoría de las denominaciones cristianas hijas de la “reforma” de Lutero hayan abandonado más o menos prontamente la doctrina de la presencia real: la filosofía que abrazaron no era realista
[373] Varios son los autores cuya doctrina hace pensar en el platonismo. I. de Montcheuil nos dice que el ser de las cosas materiales es ser signo de realidades espirituales, olvidando la autonomía de las cosas, por la que unas se distinguen de las otras. Leenhardt, al concebir el ser de la materia como signo de la realidad religiosa, conduce a una concepción extrínseca del ser. La misma desvalorización de la naturaleza humana de Cristo por parte de I. De Montcheuil, Schoonenberg y Smits nos hace preguntarnos por la consistencia de una filosofía que no concede valor ontológico a la materia (cf. J. A. Sayés, La presencia real... 269).
[374] Hablamos de mediación de las especies. Desde el punto de vista dogmático, no hay inconveniente alguno en sostener que las especies de pan y vino participan el propio ser y la propia subsistencia creaturales del cuerpo y sangre de Cristo para ser signo real y verdadera mediación de lo que ahora hacen presente y significan: la realidad del cuerpo y de la sangre de Cristo.
La doctrina del accidens sine subiecto no pertenece a la fe de la Iglesia (recordemos lo dicho a propósito de Constanza, la desaparición de lo relativo al accidens sine subiecto en el concilio de Florencia, la ausencia de este tema en Trento y en todo el Magisterio posterior). Es una teoría propia de una determinada escuela teológica que, aparte de tener serios inconvenientes metafísicos (cf. J. A. Sayés, La presencia real... 267-268), diluye la verdadera mediación sacramental de las especies de pan y vino, al hacerlas signo de una realidad a ellas ajena y extraña.
Aun diciendo por nuestra parte que las especies eucarísticas pueden participar del ser y subsistencia propias del cuerpo y sangre de Cristo, se comprende que tales especies no aportan al cuerpo de Cristo ningún nuevo ser por la sencilla razón de que las especies son pura apariencia de ser. Son, más bien, las especies las que reciben un nuevo ser al participar el ser o subsistencia propios del cuerpo creado de Cristo, y si las especies pertenecen al campo de la física, no pueden afectar a una realidad metafísica como es la sustancia del cuerpo de Cristo, de la que más bien reciben el ser, convirtiéndose en auténtica mediación de la misma. No podemos decir que el cuerpo de Cristo se hace pan, pues de éste no quedan más que las especies; toma ciertamente la forma de pan. Ahí está la fe de la Iglesia, que dice que las especies de pan «contienen» la realidad del cuerpo de Cristo o, como dice la Declaración de la Comisión cardenalicia del Catecismo holandés, «contienen y designan» (cf. AAS 60 689). No debemos escandalizarnos de que tome la forma de pan el cuerpo de Cristo, cuando el mismo Verbo en persona no sólo tomó la forma exterior de hombre, sino que se hizo realmente hombre. La sacramentalidad eucarística prolonga, dentro de su peculiaridad, la sacramentalidad propia de la encarnación.
[375] AAS 39 (1947) 528.
[376] Const. Sacrosanctum Concilium 7.
[377]AAS 57 (1965) 762-763.
[378] E. Schilebeeckx, La presencia real... 171-172.
[379] Ibid.
[380] Enc. Mysterium idei: AAS 57 (1965) 764.
[381] L. Cattaneo, L‘adorazione eucaristica, en A. Piolanti, Eucaristia. Il mistero 941-956. A. X. Monteiro, Presencia real permanente y adoración eucarística, en Eucaristia y vida cristiana. IV Semana de Teología Espiritual. Toledo 1978 (Madrid 1979) 121-138; L. Ciappi, La Eucaristía, centro de la vida y de la actividad cristiana, en ibid., 247-261; F. Callaey, Origene e svilupo della festa del «corpus Domini», en A. Piolanti, o.c., 907-933; O. Gregorio, Visite al Ss. Sacramento, en A. Piolanti, oc., 987-1005; P. Browe, Textus antiqui de festo Corporis Christi (Münster 1934); J. Galot, Théologie de la présence eucharistique: Nouv. Rev. Théol. (1963) 19-39; A. Duval, Le concile de Trente et le culte eucharistique: Studia eucharistica (Anversa 1946) 379-413; E. Bertaud-G. VassaliI-E. G. Núñez-R. Fortin, Dévotion eucharistique (art. Eucharistie), en Dict. Spir. Asc. Myst. (Paris 1931) 1621-1648.
[382] Conc. Trid., Ses.XIII, can.4 (D 1654).
[383] Ibid., cap.5 (D 1643).
[384] J. Galot, Eucharistie vivante (Bruges 21963) 296-297.
[385] Orígenes, Sobre el Exodo Hom.13,3: PG 12,391.
[386] Novaciano, De spectaculis: CSEL III p.8.
[387] Cf. San Basilio, Epist.93: PG 32,483-486.
[388] Cirilo de Alejandría, Epist. ad Calosyrium. PG 76,1075.
[389] Instr. Eucharisticum mysterium 3: AAS 59 (1967) 542.
[390] Enc. Mysterium fidei: AS 57(1965) 771.
[391] Ibid. 772.
[392] Ibid.
[393] San Agustín, Enarr. in Ps. 98,9: PL 3 7,1264.
[394] Credo del Pueblo de Dios n.26: AAS 60 (1968) 443.
[395] Juan Pablo II, Carta a los obispos sobre el misterio y el culto de la Eucaristía n.3: AAS 72 (1980) 118.
[396] Ibid., 119.
Invítanos a predicar tu grupo, movimiento, parroquia o diócesis
Cursos, Conferencias, Congresos, Retiros